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México
Ciudad de México recurre a soluciones insostenibles para evitar el colapso del sistema de gestión de residuos

La Ciudad de México, una de las metrópolis más grandes y dinámicas del mundo. Cerca de 10 millones de habitantes, más del doble si contabilizamos toda su Área Metropolitana, que en sus quehaceres diarios generan basura. Cada día, la ciudad afronta la tarea de gestionar más de 12 toneladas de residuos sólidos, lo cual cada vez supone un reto mayor especialmente desde el cierre en 2011 del único centro de disposición final de residuos que había dentro de la ciudad.
Poniendo en perspectiva los datos ofrecidos por la Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad de México, la urbe produce en un día lo mismo que 30 habitantes del Estado español a lo largo de todo un año. Esto, pese a que la generación de residuos media per cápita en México es menor, apenas superando el kilogramo diario. Sin embargo, la suma total de residuos ha alcanzado niveles alarmantes y sobrecargado un sistema de gestión que, de acuerdo con Claudia Romero, miembro de la colectiva Malditos Plásticos, “no está sabiendo resolver los asuntos de fondo”.
“En la Ciudad de México contamos con plantas de selección, plantas de compostaje y también de compactación pero desafortunadamente ya no hay ninguna planta de disposición final”
“En la Ciudad de México contamos con plantas de selección, plantas de compostaje y también de compactación pero desafortunadamente ya no hay ninguna planta de disposición final”, explica Romero sobre la infraestructura para la gestión de residuos, que hace que la ciudad más poblada del país dependa forzosamente de otros municipios para poder depositar en sus rellenos sanitarios todos aquellos residuos que no se pueden reciclar, compostar o aprovechar de ninguna otra manera.
El Bordo Poniente, fue la última planta de disposición final en funcionamiento en CDMX, que fue clausurada en el año 2011 tras haber llegado al límite de su capacidad. Desde los 90, expertos alertaban sobre la necesidad de su clausura, pues los 70 millones de toneladas que acumuló en sus 30 años operativo, lo habían convertido un foco de problemas medioambientales, tanto por la contaminación del suelo y mantos acuíferos, como por las grandes emisiones de metano que generaba.
”Al final hubo presión social y mediática, también por los compromisos internacionales del gobierno para reducir los gases de efecto invernadero, que llevaron al cierre del sitio“, relata Alain Castruita, ingeniero ambientalista especializado en gestión de residuos sólidos. ”Lo que sucede es que empezamos a exportar basura a otros municipios“, explica Castruita quien asegura que esto, lejos de ser una solución, es un generador de desigualdad social. ”Estamos generando un problema de discriminación a manos de la misma ciudad que tiene como víctimas a las poblaciones cercanas, generalmente zonas particularmente empobrecidas y vulneradas“, asegura apoyándose en ejemplos como los municipios de Naucalpan o Tlanizcali, ubicados al norte de la ciudad, Iztapaluca en la parte oriente.
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“Es una situación muy delicada en la que además entran otros términos como la distancia, los costes extra que genera ese transporte, los residuos que van dejando estos tráileres enormes en el camino...”, añade Castruita quien define la estrategia actual para la gestión en “lanzar más y más lejos la situación para que sean otros los que la sufran”, traspasando incluso para ello los límites, no solo del Área Metropolitana, sino del Estado de México, traspasando el problema a los rellenos sanitarios de Cuautla o Jojutla, demarcados en Estado de Morelos.
“La mala gestión está impactando en las comunidades aledañas”, asegura Claudia Romero, buena conocedora de lo que implican los rellenos sanitarios en términos de salud, contaminación y calidad de vida, quien destaca la gravedad de la situación de la gestión de residuos en la ciudad haciendo énfasis en que “ni siquiera la recolección y gestión de residuos orgánicos es adecuada”.
Desde el verano de 2017, en CDMX, cada habitante debe separar los residuos en cuatro cubos: orgánicos, inorgánicos reciclables, inorgánicos no reciclables y manejo especial. Un programa de separación de residuos en origen que pretendía facilitar el manejo y reducir la cantidad de desechos que se enviaban a rellenos sanitarios. “Son muchos años de este programa, pero aunque los residuos orgánicos se llevan, en principio, separados, falta mucha cultura de la separación para que sea realmente así”, explica Alain Castruita.
“Cualquiera se horroriza al hacer una visita”, asegura Castruita sobre el vertedero Bordo Poniente, pues allí se hace evidente el mal funcionamiento del sistema de separado
El Bordo Poniente, continúa siendo tema de conversación 14 años después, ya no por la clausurada planta de disposición final, sino por el compostero que continúa en funcionamiento y los cuestionamientos de los expertos a la eficiencia del sistema de reciclaje de residuos orgánicos de la ciudad. “Cualquiera se horroriza al hacer una visita”, asegura Castruita, pues allí se hace evidente el mal funcionamiento del sistema de separado. “Hay una presencia implacable de plásticos, tanto en la parte que ingresa a la planta, como en el producto terminado que sale de la misma”, señala.
Los residuos compostados se emplean principalmente en proyectos agrícolas, de reforestación, en áreas verdes y para la restauración de suelos degradados. Sin embargo, la presencia de microplásticos y otros materiales no biodegradables compromete su calidad y limita su uso. Estos contaminantes se fragmentan e incorporan al suelo, alterando su estructura o, incluso, en el caso de ser usado en explotaciones agrícolas, ingresando a la cadena alimenticia. Para evitar esto, deben realizarse procesos adicionales de limpieza y filtrado de la composta, lo que reduce el material aprovechable y aumenta los costes.
Acuerdos para la incineración
Además de la búsqueda de espacios de disposición final, la incineración de deshechos inorgánicos es para es otra alternativa recurrente que está recogida como una práctica legal en la Ley General de Residuos de México, pese a las probadas consecuencias medioambientales y para la salud pública que se derivan de ella.
Gobiernos municipales, entre ellos el de la Ciudad de México, como parte de una teórica estrategia para resolver, tanto los problemas ambientales producidos por la ausencia de espacios de disposición final, como los gastos derivados de su gestión, ha llegado a acuerdos con empresas cementeras para la quema de residuos. “No son prácticas puntuales, muchas ciudades del mundo lo hacen y en México han aumentado notablemente en los últimos 15 años”, alerta Romero, destacando además la duración a 30 años de los convenios que se están firmando.
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Aunque no existen datos oficiales sobre la cantidad de residuos enviados por la Ciudad de México a empresas cementeras, CEMEX, anunció como uno de sus éxitos del 2022, el haber conseguido aumentar en un 43% el uso de residuos sólidos como fuente de energía, al haber incinerado más de un millón de toneladas provenientes de diversos municipios de la república. “Hacen una valorización energética y después al quemarlos en sus hornos, estas empresas aprovechan el calor y la energía para producir sus cementos”, explica Romero, quien advierte que esta no es una práctica segura para la disposición de deshechos. Los residuos llegan a estos hornos acostumbran a estar mezclados con plásticos y otros materiales que, al ser quemados, liberan dioxinas y furanos, compuestos conocidos por su alta toxicidad y persistencia en el medio ambiente, así como metales pasados presentes que permanecen en el polvo del horno y pasan fácilmente al cemento o al clíker que producen.
Resolver desde el origen
“Solo se está viendo cómo resolver el problema que te encuentras al final de la tubería”, explica Castruita, consciente de que la única solución posible no está en aumentar la capacidad de gestionar cada vez más y más residuos, sino en reducir su generación. “Ningún programa, ningún planteamiento, en ningún momento invita a la ciudadanía a generar menos deshechos”, asegura haciendo hincapié en la necesidad de que esto cambie, para lo que considera imprescindible “crear conciencia social” poniendo la información al alcance de toda la población.
“Nos preocupa mucho que estas propuestas terminen siendo igual o peor que los plásticos, porque lo cierto es que están cargados de compuestos tóxicos que se están pasando por alto”
“No puede ser que incluso la prohibición de plásticos de un solo uso, invite al consumo de otros materiales alternativos en lugar del a reducir la generación”, expone Castruita refiriéndose a alternativas, en teoría sostenibles, que Claudia Romero considera “una falsa solución”. “Nos preocupa mucho que estas propuestas terminen siendo igual o peor que los plásticos, porque lo cierto es que están cargados de compuestos tóxicos que se están pasando por alto”, explica refiriéndose estos materiales certificados como biocompostables, biodegradables y oxodegradables como “una alternativa que permite a las empresas que se dedican al plástico, seguir produciendo y teniendo beneficios.
La falta de un enfoque integral que priorice la reducción de residuos, en lugar de solo gestionar su acumulación, es un claro reflejo de la falta de conciencia y compromiso real con el medio ambiente. El caso de la Ciudad de México es paradigmático, pero la gestión de residuos es un problema presente en todo el país.
“Si desde el privilegio la Ciudad de México ha sido incapaz de abordar y resolver, imaginemos qué está pasando en otras zonas, mucho menos prósperas del país”, reflexiona Claudia Romero y señalando que “hay muchos lugares en los que no hay una gestión ordenada de la basura, o donde los residuos se queman al aire libre sin ningún tipo de control” y en los que la población ni siquiera tiene información para cuestionar la contaminación o riesgos para la salud que generan estas prácticas.