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Migas
El dulce descanso
Hacer la compra, bajar a la tienda, como quien burla un encierro y recobra su libertad. Pero, ¿cómo se viven estos días raros trabajando de ese otro lado? Desde la panadería de un hipermercado vizcaíno, aquí van unas pequeñas anécdotas, migas cotidianas, para alimentarnos y entretenernos mientras dure esta pandemia.
Se acaban las vacaciones de Semana Santa, se terminan los permisos retribuidos recuperables. La actividad económica no esencial vuelve a ponerse en marcha. Tocará echar cuentas de las horas debidas a la empresa. El pequeño comercio, la hostelería y los establecimientos culturales seguirán cerrados. Será que forman parte de esa normalidad que no termina de llegar, y no de la actividad económica. Después de unos días de puente, interrumpidos por un sábado lectivo, el supermercado también vuelve a la rutina de las mascarillas, los guantes, el goteo de clientes y las colas de personas separadas por metro y medio.
El trabajo invisible
Estos días hay unas secciones que tienen mucho más trabajo. De modo que la encargada viene y a los tres trabajadores eventuales que estamos aquí nos reparte entre alimentación y online, que están desbordadas. A mí me toca reponer las latas de conservas de pescado. De repente, a un cliente se le cae al suelo un tarro de bonito del norte y, hecho trizas, lo llena todo de aceite. Mientras llega el servicio de limpieza, un hombre que camina despistado mirando las estanterías pisa sobre la mancha aceitosa y resbala. Trato de sujetarle, instintivamente. “Tranquilo, estoy bien”, me dice mientras se repone. En ese momento, me invade una sensación de paranoia. Por haberle tocado, por manosear las estanterías.
Al rato, llegan dos trabajadoras con el carro de la limpieza y una de ellas, la más joven, saca una fregona y la pasa sobre la mancha. “¿No te han explicado lo que se hace con el aceite?”, se sorprende su compañera. “¡Qué va! Cuando entré, me dieron las cosas y ale, a limpiar”, responde. “No me lo puedo creer, ¡cómo son! Mientras yo esté aquí, vais a salir todas bien aprendidas”, dice, orgullosa, la limpiadora veterana. Y entonces, saca un producto del carro, un polvo blanco, y lo esparce por el suelo. Después, barren todo entre las dos. Cuando terminan, no queda ni rastro del aceite y se marchan, hablando, a seguir con su trabajo limpio e invisible.
El dulce descanso
Es probablemente nuestra compañera más rápida. Va de aquí para allá montando carros, rellenando estantes. Pasa, en menos de un minuto, del aliento abrasador del horno a los 20 grados bajo cero de la cámara de frío. Siempre trabaja así, acelerada. Es sábado y hay bastante gente esperando para entrar, porque el hipermercado ha estado cerrado el jueves y el viernes. Apenas tiene tiempo para un suspiro. “Para un año que coincidíamos mi marido, mi hija y yo”. Este año tenía cogidas las vacaciones en Semana Santa.
Por suerte, la empresa le ha permitido cambiar la fechas vacacionales, como a otras compañeras. Y durante esta semana, tras alguna discusión entre ellas, han logrado reorganizar el calendario. Las normas de la empresa no dejan que más de dos trabajadoras de una misma sección estén de vacaciones al mismo tiempo. Este tema no va mucho con eventuales como yo. La empresa se ahorra nuestras vacaciones, aunque nos las pague en la nómina.
Tras unas horas de trabajo intenso, tenemos pan de sobra para todos los clientes, que van entrando de uno en uno. Y, por fin, podemos relajarnos un poco. “Me estoy mareando”, dice nuestra compañera, al tiempo que se apoya en la pared. “Será la ansiedad”, le responde otra trabajadora. “Qué va, son estas mascarillas, que no dejan respirar”, replica otra. Entre las dos, acompañan a nuestra compañera mareada al obrador, para que beba agua y se relaje. Dentro, aprovechan para degustar un trozo de pastel vasco, lejos de la vista de los clientes y de las cámaras de vigilancia. No estarán de vacaciones pero justo en ese instante sí que están disfrutando de su merecido descanso. “¿Quieres un poco?”.
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El ser humano está tomando un respiro, cuanto va a durar, no se sabe, ya no estresa, tomó el tiempo y dejó el reloj, como dijo en su día un estudiante tuareg en París, en su pais, decía que tenían tiempo, y el mundo avanzado, tenían reloj.