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Coronavirus
“El Gobierno debería tomar medidas más estrictas y limitar las veces que las personas van a comprar”
La pescadera de un supermercado asegura que cada jornada son los mismos clientes que acuden al establecimiento, por lo que cree que la crisis sanitaria desatada por el Covid-19 obliga a tomar medidas más drásticas como evitar que la gente acuda a las tiendas a diario. Además, denuncia la agresividad y la violencia verbal que sufren los trabajadores de establecimientos de alimentación
Son las 09:00 de la mañana cuando abren el supermercado y una veintena de ancianos hacen cola para entrar. “De nueve a diez de la mañana es para personas mayores de 65 años, para que los abuelitos compren tranquilos”, relata Rebeca, nombre ficticio, pescadera en un supermercado de una población del área metropolitana de Barcelona. Rebeca, que prefiere guardar el anonimato, relata que reservan esta hora para los más grandes de la casa porque, como suelen ir más lentos, cuando llegaban no quedaba nada.
Pese a la emergencia sanitaria desatada por el Covid-19, en el supermercado cada día hay los mismos clientes que vuelven una jornada tras otra. “Les digo que se congelen el pescado y me responden que les gusta comérselo fresco”, narra asombrada Rebeca.
Bajo su punto de vista, los ciudadanos tienen que entender que estamos ante una situación de emergencia y que no se puede ir cada día comprar. Estas personas, razona, están más expuestas al Coronavirus, ya que todas las jornadas salen de sus casas, por lo que se ponen en riesgo a sí mismas, pero también a la gente que habita con ellas. Además, si son portadores del Covid-19, sin saberlo, también pueden perjudicar a otros clientes o a los trabajadores del establecimiento.
“Llevo tres semanas sin ver a mi padre”, lamenta Rebeca. Su progenitor está dentro de los colectivos de riesgo, pero pese que trabaja con guantes y mascarilla prefiere no visitarle. “Puedo haber tenido despiste. Los ojos no los tengo cubiertos, a lo mejor me he tocado el ojo con el guante”, destaca.
Por eso, no entiende que las personas no cojan consciencia de la gravedad de la situación. “La gente no para de comprar, vienen familias y quedan dentro del super”, remarca la pescadera. Aproximadamente, calcula que en un día normal pasan alrededor de 1.000 clientes, un cifra que se duplica los sábados.
Para Rebeca “el Gobierno debería tomar medidas más estrictas y limitar las veces que las personas van a comprar”. A su modo de ver, no se puede cerrar las tiendas de comestibles ni tampoco limitarla a la franja de mañana, porque hay ciudadanos que solo pueden ir por las tardes. Por eso, la única solución que contempla es que se restrinja el número de veces que una persona puede realizar la comprar. “Que pudieran hacerlo un día a la semana y fuera por el apellido, por ejemplo”, ofrece como una posible opción.
SIN PROBLEMAS DE ABASTECIMIENTO
Esta afluencia se ha traducido en que los últimas 15 jornada se ha duplicado las ventas del supermercado en relación un día normal. Rebeca, asegura, que la cantidad es similar a las de los días de Navidad.
Ello contribuye a dibujar la imagen que hemos visto estos días con estanterías vacías y a la falsa sensación de que faltan productos. “No hay desabastecimiento. Cada día nos llega género. Si antes pedimos cinco Combis - pales con género – ahora pedimos 15”. El problema, remarca, es que la gente “se ha vuelto loca” y compra más de lo que realmente necesita.
Las medidas de seguridad adoptadas también pueden propiciar esta sensación entre las personas de que la comida se acaba. En este sentido, en la tienda donde trabaja Rebeca, solo pueden entrar 40 personas a la vez para evitar contagios. Esto, argumenta, hace que la gente que está en la cola se ponga nerviosa cuando ven a las otras personas que salen del establecimiento con los carros llenos. Piensan que se están acabando las existencias, por lo que cuando entran arrasan, relata. “Se tiene que comprar lo que uno necesite y dejar para las otras personas. La compra no se va acabar”, manifiesta la pescadera.
Esta situación comporta mucho nerviosismo y, reconoce, que los clientes se han vuelto muy agresivos verbalmente. “La gente es muy violenta y no entiende que estamos ahí desde las siete de la mañana”, lamenta la pescadera. Unas actitudes que se dan también entre clientes, que se pelean entre ellos. “Uno se enfada con otro porque no lleva mascarilla”, narra.
Ahora bien, reconoce que la peor parte se la llevan las cajeras: “Cuando llegan ahí, el cliente ya se ha discutido con el dependiente de la carnicería, con la pescadera, con un cliente, por lo que llegan más alterados”.
Esta situación, explica, ha obligado a la cadena a contratar a una persona de seguridad para que vigile los altercados que se dan dentro de la tienda. “Hay gente que, a lo mejor, tiene un balcón que mira a la montaña, pero hay gente que a lo mejor vive en un zulo que la ventana da al patio de luces. Están nerviosos, pero no vengas al supermercado a pagarlo”, deplora.
Medidas de seguridad
En el supermercado donde trabaja, el personal se protege con guantes y mascarillas. En el caso de los clientes, no es obligatorio que usen las mascarillas ni gel (este último lo pueden encontrar a la entrada del establecimiento), por lo que desde el supermercado no se les puede imponer que tomen estas medidas de higiene. Sin embargo, si que es obligatorio que utilicen guantes. “Sino podrían ir contaminando todo lo que tocan", matiza.
A raíz de la crisis sanitaria por el Coronavirus, el Gobierno ha limitado el horario de los establecimientos de comestibles que deben de cerrar a las 19:00 horas. Una vez bajan las persianas, Rebeca cuenta que desinfectan toda la tienda: los congeladores, los carros, las cajas, etc.
Otra de las medidas de seguridad adoptadas es que mantienen una distancia de dos metros en relación con los clientes que sirven. Sin embargo, esta medida es imposible de aplicar entre las tres trabajadoras de la pescadería, donde sirven a la misma vez en un espacio reducido y se van chocando la una con la otra.
Los empleados de las tiendas de alimentación se han convertido en una profesión esencial durante la crisis sanitaria, ya que son los encargados de suministrar comida a la población. Ahora bien, toda la situación, dice Rebeca, le genera estrés. “Vives con la paranoia de si te has contaminado y que puedes contaminar a otros”, asevera.
Pero, este no es el único inconveniente: “Estás en tu casa y ves a estos ancianos que se mueren, las noticias tristes y luego debes ir a trabajar con una sonrisa”, reflexiona y añade que, además, no pueden ver a sus seres queridos. Por lo menos, ante este panorama, pide a los clientes que sean más comprensivos y tengan con una actitud menos agresiva.
Por suerte, no todas las personas son iguales y dice que hay “gente muy maja” que les pregunta cómo están o les dan ánimos. “Una cosa compensa a la otra. Vamos a quedarnos con lo bueno, que con la malo ya lidiamos cada día.”, dice con un suspiro de optimismo.