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La detención, el pasado 2 de diciembre, en Canadá de Meng Wanzhou, directora financiera de la tecnológica china Huawei, además de una de las hijas del fundador de la empresa, Reng Zengfei, acusada de ayudar a Huawei a soslayar las sanciones impuestas por Estados Unidos contra Irán, ha impactado fuertemente a la opinión pública. Meng, que ha sido puesta en libertad condicional, podría ser extraditada a Estados Unidos y condenada a penas de hasta 30 años de cárcel.
Es evidente que dicha detención está estrechamente relacionada con la guerra comercial desatada por Donald Trump contra China. Incluso el propio presidente norteamericano lanzó a la red un tuit, poco después del arresto, en el que venía a afirmar que un arreglo pactado del conflicto comercial contribuiría al archivo de la causa contra Meng Wanzhou, saltándose ostensiblemente todo concepto de legalidad y de separación de poderes. Es de resaltar que los aranceles norteamericanos impuestos a los productos chinos en los últimos meses se han centrado fundamentalmente en la tecnología para tratar de frenar toda posibilidad de que sea el gigante asiático quien comande la entrada en la llamada “Cuarta Revolución Industrial”. El caso de Huawei, en efecto, es una clara muestra de las crecientes tensiones entre las potencias globales que acompañan al desarrollo tecnológico de nuestros días.
China, en estos momentos, registra más patentes industriales anualmente que los Estados Unidos. Una gran transformación tecnológica, pero también en la geopolítica global, está a las puertas. Huawei, además, es una pieza clave en este teatro de operaciones en el que se dirime la arquitectura global de la infraestructura tecnológica del futuro. La clave está en el llamado 5G. La inminente llegada de las redes de conectividad 5G va a impactar en las economías industrializadas en mucha mayor medida que las tecnologías anteriores. No se trata de una simple versión actualizada y mejorada del actual 4G. El 5G aportará muchas características que determinarán que su impacto global sea exponencialmente mayor que sus antecesores. Además de aumentar enormemente la capacidad de transmisión de datos, llegando hasta los 10 gigabits por segundo en sus versiones más avanzadas, el 5G mejorará de forma disruptiva dos aspectos esenciales: la latencia (la velocidad de respuesta de la red a una interacción) y la capacidad para conectar miles de objetos simultáneamente.
Tener acceso a redes 5G representará una capacidad estratégica decisiva en un mundo acuciado por una competencia global sin piedad
El proceso de robotización industrial y el despliegue del llamado 'Internet de las Cosas' (Internet of Things o IoT) avanzarán de forma cualitativa con las nuevas redes 5G. Mientras la tecnología 4G puede conectar hasta 2.000 dispositivos por kilómetro cuadrado, la 5G podrá hacerse cargo de hasta un millón de objetos conectados al mismo tiempo en el mismo espacio. Esto permitirá un control exhaustivo de los inventarios de partes y piezas de las grandes fábricas (como las automovilísticas), así como de los inmensos almacenes de los gigantes de la distribución como Amazon. Además, en las futuras smart cities, la previsión es que las grandes infraestructuras de comunicaciones, sanitarias, de tráfico, etc, estén interconectadas gracias al 5G. Tener acceso a redes 5G representará una capacidad estratégica decisiva en un mundo acuciado por una competencia global sin piedad.
Así, EE UU y China han entrado en una gran carrera por la primacía en el desarrollo del 5G y por el control de las redes resultantes de la puesta en marcha de esta innovación. La actitud norteamericana frente a un competidor que, en muchos sentidos, puede llevarle la delantera, ha sido claramente agresiva. La detención de la futura heredera del imperio Huawei es un acto más en esta tragedia.
Es en esta perspectiva estratégica de futuro en la que los servicios de inteligencia de Estados Unidos han considerado peligrosa la presencia de Huawei en gran parte de las redes 4G del mundo occidental. Esta presencia está basada, simplemente, en que Huawei lo hace mejor y más barato que sus más directos competidores, Nokia y Ericsson.
Los norteamericanos creen que Huawei, fundada por Reng Zengfei, antiguo oficial del Ejército chino, está directamente relacionada con el complejo militar de Pekín, y que ZTE, otro gran gigante tecnológico chino, dependería directamente del Ministerio de Industria. Ambas empresas podrían incluir en las redes que gestionan (como, por ejemplo, gran parte de la red de Vodafone en España) una puerta trasera que les permitiera controlar o incluso hackear las comunicaciones en los países occidentales. Los chinos, obviamente, lo niegan.
La tensión ha ido in crescendo en los últimos meses. En enero, AT&T abortó un acuerdo de última hora con Huawei para vender sus móviles en EE UU. Poco después, el Congreso norteamericano prohibía que los funcionarios federales usaran móviles chinos. En abril se prohibió a las empresas estadounidenses vender componentes a ZTE, acusada de haberse saltado el embargo a Corea del Norte e Irán. Finalmente, tras una triunfal gira internacional de enviados del gobierno norteamericano por el mundo, acompañados de las subsiguientes presiones, una multitud de países anunciaron que vetaban a Huawei y ZTE en el desarrollo de sus redes 5G, pese a que ambas empresas tienen una consolidada presencia en ellos en las actuales redes 4G. Japón anunciaba que estudiaba prohibir las compras gubernamentales de tecnología de Huawei y el vicepresidente de la Comisión Europea para el Mercado Único Digital, Andrus Ansip, afirmaba que la UE “debe estar preocupada” por las penetración de las tecnológicas chinas en la infraestructura de redes europea.
Huawei ha respondido asegurando que los temores son infundados, implementando una política de inversión por valor de 2.000 millones de dólares para solventar cualquier problema de seguridad de sus productos tecnológicos, y accediendo a las demandas de las agencias de seguridad del Reino Unido para evitar ser excluida de las futuras redes de 5G británicas. El último acto de este drama, aumentando el nivel de violencia ha sido, precisamente, la detención de Meng Wanzhou.
Trump se ha planteado implementar la red 5G desde la iniciativa pública, con fondos federales, para escarnio del ultraliberalismo del que hacen gala sus partidarios
Mientras tanto, la carrera por controlar el despliegue del 5G continúa. Trump se ha planteado seriamente la posibilidad de implementar la red desde la iniciativa pública, con fondos federales, para gran escarnio del ultraliberalismo del que hacen gala sus partidarios. China, por su parte, parece dispuesta incluso a desmantelar el equilibrio de décadas entre sus tres principales operadoras de telecos (todas estatales), impulsando la fusión de las dos más “pequeñas” (China Unicom y China Telecom, con cerca de 400 millones de clientes cada una), para que no queden descolgadas frente a China Mobile, que con cerca de 900 millones de clientes parece claramente capaz de desarrollar la infraestructura necesaria. Europa, por su parte, ya ha perdido la carrera. Solo Alemania parece estar interesada en la competición. Pero los reguladores europeos ven a la tecnología 5G solo como una oportunidad para elevar la competencia mediante subastas públicas.
Sin embargo, todo parece indicar que no va a ser tan fácil expulsar a los chinos de los mercados occidentales. Es muy difícil técnicamente sustituir la infraestructura ya desplegada por Huawei allí donde ya tiene redes 2G, 3G y 4G. Su tecnología, además, está más madura que la de Ericsson y Nokia, sus más directos competidores, que además podrían formar un duopolio difícil de controlar para los reguladores en caso de expulsión de la empresa china. La única salida será el desarrollo de una nueva tecnología, llamada openRAN, aún más disruptiva, consistente en construir redes con un hardware estándar y que todo lo gobierne el software. Una estrategia de futuro que aún está en sus inicios.
La lucha por la apropiación del plusvalor adicional generado por la creciente productividad animada por los avances tecnológicos se expresa, en el corazón de la contradicción capital-trabajo, en la lucha entre riders y plataformas colaborativas, pero también, en el ámbito de la geopolítica global de un sistema desigual y cada vez más multipolar, en el conflicto entre la hiperpotencia dominante (pero cada vez menos) y los poderes emergentes, muy señaladamente la descomunal economía china, capaz de poner en cuestión a medio (y, quizás, incluso corto) plazo la hegemonía global norteamericana.
Las contradicciones entre las potencias anuncian tiempos de inestabilidad y conflicto. La guerra comercial derivando en guerra fría prefigura escenarios de abruptas bifurcaciones y tensiones recurrentes. Contradicciones que podría abrir resquicios para una contestación global que tejiese una plural madeja de solidaridades entre fenómenos como el de los trabajadores combativos chinos de Jasic y las insurgencias latinoamericanas y europeas. Pero esa madeja aún está por construir. En el conflicto sobre quien espía a quién en el futuro 'Gran Hermano' global se dilucidan grandes interrogantes del futuro y, quizás, se abren ventanas de oportunidad para frenar o imposibilitar la deriva de nuestro mundo a la barbarie panóptica.
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Ya nos esposaron los americanos y sacaron ventaja.
¿Alguien se cree que los chinos no lo hacen y/o lo harán?
No defender la soberanía tecnológica y el control de tus infraestructuras es un suicido