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Movilidad
Patinaje urbano en Iruñerria: entre la diversión y el derecho a la ciudad
La tradición del patinaje en Iruñea viene de lejos. Sin embargo, la ciudad no está adaptada para que este modo de transporte —y diversión— tenga la misma consideración que la bicicleta en la normativa de tráfico.
Una patinadora urbana circula por Carlos III, calle arriba. Se mueve despacio y rebasa a los peatones con fluidez y sin sobresaltos. Al llegar a la Plaza Merindades, se incorpora al paso de cebra. Empieza a cruzarlo lentamente, pero enseguida se pasa a la calzada. Ha esquivado la zona rugosa de la mediana que orienta a las personas ciegas. De no hacerlo, habría caído al suelo tras frenar en seco. Al subir de nuevo a la acera, un policía municipal que observa la maniobra desde los soportales del Gobierno Civil la intercepta y, tras amonestarla, la deja marchar.
En Francia, Italia o Alemania el patinaje urbano está extendido y normalizado. En los países nórdicos —la meca de este deporte y modo de desplazamiento— su práctica es masiva. En la Biblioteca Real Holandesa, una institución fundada en 1789, que tiene tres millones de documentos y 67 kilómetros de estanterías, está permitido andar con patines. Entrar así en el Hipermercado Eroski de Berriozar puede suponer ser retenido por la seguridad privada o, incluso, ser identificado por la Policía Nacional.
Pamplona y su entorno no están adaptados a las ruedas 80 (el diámetro en milímetros) de los patinadores urbanos, la mayoría de los cuales son mujeres. Las aceras son inadecuadas. La Ley de Tráfico y las ordenanzas locales consideran peatonas a las patinadoras y les prohíben usar la calzada. Las instituciones las ignoran. Ver a una mujer adulta patinando es como ver a una anciana cruzando la calle por una zona sin señalizar: una mezcla de rareza y práctica de riesgo. Todo ello en un territorio, Iruñerria, donde las pendientes y la climatología no ayudan precisamente: patinar con lluvia es desaconsejable porque multiplica el riesgo de caídas.
Y todo ello a pesar de que Iruñea es la cuna del patinaje de velocidad competitivo estatal —impulsado en los años 60 por los clubes Amaya, Chantrea, San Juan y, un poco más tarde, por Lagunak— aunque no es hasta el siglo XXI cuando empiezan a verse a los primeros grupos de patinadoras por sus barrios. Al principio, las más animadas quedaban para dar vueltas en Antoniutti. Luego un primer grupo empezó a citarse martes y jueves, de 19h a 21h... y se corrió la voz de que se impartían clases improvisadas. Después comenzaron los ruteos de los domingos por la Cuenca, siempre entre mayores de edad y sin perros (la carretera vieja a Sangüesa, NA-2420, ha sido y es una vía muy transitada a pesar de los controles de la Policía Foral). Las patinadoras solitarias que se cruzaban se iban sumando poco a poco... y el boca a boca hizo el resto.
Hoy en día se hacen regularmente quedadas de nivel medio-avanzado (entre cuatro y cinco horas de patinaje) y de nivel extremo (entre 12 y 16 horas). Además, los eventos empiezan a poblar el calendario: desde 2007, el último fin de semana de agosto se celebra la Quedada de Patinaje, que parte del Civivox Jus la Rocha, recorre la ciudad durante cuatro horas y a la que acuden dos centenares de patinadoras, incluidas entusiastas de las provincias limítrofes. En septiembre, se celebra la P2P (Pamplona – Puente la Reina Skate Marathon), una carrera con proyección internacional creciente, con más de 400 patinadores de todo el mundo, y que este año celebrará su novena edición.
Y, sin embargo, Pamplona dispone de pocas infraestructuras adecuadas. Ahora mismo solo hay instalaciones en los nuevos barrios de Sarriguren, Mendillorri y Ripagaina. Los históricos patinódromos de San Jorge y Antoniutti (en los que, junto con Barañain, se celebró el Campeonato Mundial de Patinaje de Velocidad sobre Patines en Línea de 1998, con miles de espectadores) languidecen, con el estado de la pista cada día más deteriorado. Es la realidad de muchas ciudades.
El patinaje urbano peninsular, no obstante, sigue ahí. Invisible, como si todavía no se hubiera desprendido de su aroma a subcultura urbana. Surgido en los años 70 en Barcelona a través de grupos de jóvenes que, junto con el skate, solo querían hacer acrobacias y divertirse en los parques, reivindica, 40 años después, su lugar como medio de transporte de pleno derecho.
militantes del patín
Entre tanto, una red de escuelas han ido surgiendo aquí y allá y se han convertido en catalizadoras. Suele tratarse de centros de formación gestionados por clubes deportivos y subvencionados por ayuntamientos y diputaciones. Otras, como Arte-deslizarte, la iniciativa que abrió sus puertas en Berrriozar hace tres años, son proyectos privados, puestos en marcha por militantes del patín con vocación de servicio público. Durante este corto periodo, más de 288 alumnas han pasado por los cursillos que se imparten en los bajos de la calle Lantzeluze —en la zona noreste de la Avenida Gipuzkoa que atraviesa la localidad—, de las cuales el 90% son mujeres de entre 18 y 71 años. Ahora mismo solo nueve son hombres entre las 64 personas inscritas. Viene gente de toda la comarca e incluso de otros pueblos de Nafarroa.
El entorno, Berriozar, no ayuda: un pequeño núcleo de clase trabajadora atravesado por vías de alta capacidad (autovía-ronda norte y ferrocarril), rodeado de polígonos industriales y comerciales, y cuya trama urbana es poco densa y discontinua. Un espacio donde la movilidad de peatones, bicicletas y patines —poco intuitiva, incómoda y lenta— no es fácil. Los pequeños talleres abandonados y las viviendas humildes de la época franquista conviven con adosados unifamiliares y un urbanismo de baja densidad con calles anchas —y espaciosas para el coche—, carriles-bici aislados y espacios dotacionales con estéticas típicas del ciclo inmobiliario.
Pero el contexto urbano hostil no amilana a los dinamizadores de Arte-deslizarte. El trasiego de alumnas y actividades es constante. Los patines pueden llegar a costar 225 euros, pero los hay desde 40 euros. De segunda mano se puede conseguir un equipamiento completo por 50 (patines, rodilleras, coderas, muñequeras y casco) y se alquilan patines por 10 euros al mes. Además de la formación y el ruteo, la escuela organiza actividades mensuales como Roller Derby, Roller Dance o Freestyle Slalom.
Sus responsables lo tienen claro: el objetivo del patinaje urbano en Pamplona es homologarse a la bicicleta. Que la gente vaya al trabajo o se vaya de compras en patín. Que deje de ser algo de jóvenes y deportistas, que se normalice y regule, y que pase a formar parte del paisaje urbano. En definitiva, que el miedo y el desconocimiento den paso a la experimentación, a la diversión y a otras formas de transporte.