Obituario
Anita Sirgo y el sentido de la vida militante

Las mujeres de las huelgas del 62 reinventaron el antifranquismo mientras se reinventaban a sí mismas.
@DiegoDazAlonso1es historiador y redactor de Nortes.me
20 ene 2024 10:47

En 2021 publiqué una biografía de Pasionaria titulada La vida inesperada de Dolores Ibárruri. La tesis central del libro era que la militancia cambia el mundo, pero sobre todo cambia a los militantes. Me explico. Fue la experiencia del movimiento obrero lo que permitió a millones de personas de clase trabajadora condenadas a vidas grises y anodinas, pasar de sentirse “peatones de la historia”, como decía Manuel Vázquez Montalbán, a protagonistas de esta. El movimiento obrero fue en el siglo XX la universidad de los que en muchos casos apenas habían podido ir a la escuela, el lugar en el que aprendieron a entender el mundo, el espacio en el que elevaron su nivel cultural, sus horizontes vitales y su autocofianza, cuestiones imprescindibles para luchar por sus derechos frente a un sistema que les inculcaba el autodesprecio: vulgares, sucios, ignorantes, malhablados...

En cierta media utilicé la vida inesperada de Dolores Ibárruri, la historia de una sirvienta que leía a Víctor Hugo, maestra frustrada, esposa de un minero socialista, madre obrera devenida en dirigente del movimiento comunista internacional, para desarrollar una tesis que había empezado a madurar tras mi primera entrevista a Anita Sirgo, creo que en 2004, cuando todavía era estudiante de Historia en la Universidad de Oviedo. 

Sabiendo cerca el final de su vida, dio instrucciones precisas a los suyos: quería una manifestación y no un funeral. 2.000 personas, sus compañeros del PCE, IU y CC OO en cabeza, pero también militantes de todas las organizaciones de la izquierda asturiana, acompañaron su féretro

“Los nada de hoy todo han de ser” 

Sirgo, una niña de la guerra, de infancia dickensiana, nacida en 1930 en un hogar minero de la cuenca del Nalón, golpeada desde su infancia por ser hija de rojos, obligada a trabajar fregando suelos, y que no pudo estrenar un par de zapatos hasta los 17 años, condensó a la perfección ese arquetipo que los viejos manuales socialistas denominaban el “obrero consciente”, la persona de clase trabajadora que encontraba en el movimiento obrero la explicación de su sufrimiento, las herramientas para transformar su situación, y, por qué no, un cierto sentido de la vida y de su trascendecia. Con su lucha, Anita contribuyó a cambiar un poco al mundo, pero sobre todo a cambiarse a ella misma. 

El particular hábitat de las cuencas mineras asturianas permitió en la larga postguerra la emergencia de personajes como Anita. A pesar de la contundente derrota del movimiento obrero en 1937 y de la implacable represión que siguió a esta, el franquismo no pudo extirpar las fuertes raíces que socialismo, comunismo y anarquismo habían echado en comarcas que desde finales del siglo XIX se habían industrializado y urbanizado, pero sin perder las tradiciones comunitarias de un territorio que seguía siendo parcialmente campesino y ganadero.

Anita Sirgo - 3
Manifestación y entierro de Anita Sirgo. Más de 2.000 personas acompañaron el féretro de la histórica luchadora obrera por las calles de Llangréu. David Aguilar Sánchez

Esta tradición rebelde sobrevivió a la propaganda del régimen, a la educación nacional católica y a la represión, transmitiéndose en los hogares, de padres y madres a hijos e hijas, mucho más en casos como el de Anita, con un padre y un tío fugaos en el monte. Desde niña se acostumbró a burlar los controles de la Guardia Civil y percibirla como un fuerza de ocupación mientras llevaba alimento a los guerrilleros antifranquistas que pervivieron gracias al apoyo de la población local en los montes asturianos hasta principios de los 50.

Casada con un minero comunista, Alfonso Braña, Anita siguió dando cobijo a los dirigentes clandestinos del PCE cuando el partido abandonó las armas y optó por las vías pacíficas. La casa de Sirgo fue refugio habitual de Horacio Fernández Inguanzo, “El Paisano”, y de otros dirigentes del PCE que vivían, como cantó Víctor Manuel, “de aldea en aldea/ burlando a quien te buscaba/ durmiendo por los pajares/ desapareciendo al alba”.

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Más de 2.000 personas acompañaron el féretro de la histórica luchadora obrera desde la sede de CCOO en La Felguera hasta el Pozu Fondón. David Aguilar Sánchez

En la primavera de 1962, el estallido de las huelgas mineras, luego extendidas a la industria asturiana, vasca, catalana, madrileña y de otros territorios, permitió a los comunistas salir de una actividad fundamentalmente propagandística —editar y distribuir Mundo Obrero y otros materiales de propaganda— y encontrar un movimiento de masas en el que insertarse y poder trabajar. Alfonso y Anita participarían activamente en la dinamización y extensión de aquel movimiento que había nacido de manera espontánea, pero que gracias a estructuras organizadas como las del PCE, la Juventud Obrera Católica y la Hermandad Obrera de Acción Católica, pudo resistir hasta el punto de echar y ganar un pulso a la dictadura y sus patrones.

En aquel conflicto que despertaría una ola de solidaridad internacional, Anita jugaría un papel clave en la organización de las mujeres obreras, en los piquetes para amedrentar a los esquiroles, ya fuera con palos o echándoles maíz a los pies para llamarles gallinas, pites en asturiano. También en el reparto de propaganda, la transmisión de noticias a Radio España Independiente, la recogida de fondos y la organización de la solidaridad con los huelguistas. 

En 1963, cuando la dictadura y la patronal lanzan la contraofensiva a la reorganización del movimiento obrero asturiano, Sirgo y otras mujeres como Tina Pérez y Constantina Marrón, volverán a activar a las mujeres de los mineros para organizar el apoyo económico a los presos y sus familias, las asambleas, concentraciones y  los encierros, algunos de ellos tan audaces como el protagonizado por un grupo de ellas en la Catedral de Oviedo. 

Es un repertorio de protesta tremendamente innovador, contemporáneo de la desobediencia civil practicada por el movimiento negro en los estados racistas  del sur de los EE UU. Hoy hablaríamos de insumisión, autonomía y empoderamiento femeninos, pero en 1963 todo se hacía por intuición, olfato y sin referentes. Improvisando. El antifranquismo se estaba reinventando una década después del abandono de la guerrilla, y aquellas mujeres también se estaban reinventando a sí mismas en la lucha.  

Anita Sirgo - 4

El coste de esta actividad política a cara descubierta era que cualquier líder popular que destacara un poco podía ser fácilmente fichado por la policía. Por eso, Anita, su marido Alfonso y Tina no tardarían en ser detenidos y salvajemente torturados. La exposición a la represión era la otra cara de la exitosa estrategia de masas del PCE. El coste de no delatar sería alto para ellos. Sirgo quedaría sorda de por vida, su marido con secuelas físicas y Tina moriría al poco tiempo como consecuencia de los golpes recibidos en el cuartel. Poco tiempo después, un enfrentamiento con la policía, zapato de tacón en mano para defenderse, acabaría con su huida en un tren nocturno a Francia. 

“Cambiar la vida, cambiar la historia”

Refugiada en París, pasaría dos años viviendo con documentación falsa, acogida en casas particulares por las redes de solidaridad del exilio comunista. Durante los dos años de estancia en Francia aprovecharía para aprender a leer y escribir con la ayuda de una camarada. Tenía 35 años, una hija y no había podido ir a la escuela. 

En 1965 regresa a España, pasa cuatro meses en la cárcel y se reintegra otra vez en la militancia en el PCE y en los nuevos frentes de lucha impulsados por el partido: el asociacionismo vecinal y el Movimiento Democrático de Mujeres. No se consideraba  feminista, pero tampoco encajaba en absoluto en el arquetipo de mujer del nacional catolicismo. Tenía características tradicionales, propias de una mujer nacida en 1930, pero también rasgos de modernidad adquiridos en la lucha, en la autoorganización, en la educación militante o en el contacto con compañeros y compañeras más cultos y formados. 

La Transición será un periodo agridulce para ella, la recuperación de las libertades y la legalización del PCE, pero también los mediocres resultados electorales y el desgarro de los comunistas asturianos en la Conferencia de Perlora de 1978. Dos años más tarde llegará un zarpazo mucho más profundo: su marido Alfonso, represaliado en la mina por su actividad sindical y reconvertido en vendedor de seguros, sufre un accidente de tráfico mortal. 

Siguió militando, cocinando grandes fabadas en el stand de los comunistas asturianos cada mes de septiembre en la fiesta del PCE, participando en las movilizaciones del 1 de Mayo o en las huelgas y manifestaciones contra la desindustrialización y el cierre de la minería, pasando casi a diario por el local de Comisiones Obreras en La Felguera…

La democracia fue el producto de la lucha de los de abajo, nadie regaló nunca nada a la clase obrera, ningún derecho está garantizado para siempre. Ese era el abc de Anita

“En la lucha final”

Con su pasión y entusiasmo habitual se embarcó con el nuevo siglo en el movimiento por la memoria democrática. Su pequeño piso en la barriada de Lada se convirtió con el llamado “boom de la memoria” en lugar de peregrinaje de historiadores y periodistas, participó en la Querella Argentina para juzgar los crímenes del franquismo y se convirtió en una presencia habitual de los actos de reivindicación de la memoria republicana y antifranquista. Allí donde iba no se cansaba de repetir las mismas ideas, expresadas siempre con una voz fuerte y potente, propia de una mujer con muchas horas de asamblea a sus espaldas: la democracia fue el producto de la lucha de los de abajo, nadie regaló nunca nada a la clase obrera, ningún derecho está garantizado para siempre. Ese era el abc de Anita. El legado que quería transmitir a los que venían detrás.

Premiada en 2003 con la Medalla de Plata de Asturias, activa social y políticamente hasta el final de sus días, Sirgo sería redescubierta en los últimos años de su vida por el feminismo post15M y por una nueva generación de militantes, fascinados por aquella abuela inasequible al desaliento, que acompañaba las Marchas de la Dignidad, hacía campaña por Unidas Podemos o daba charlas en los centros sociales autogestionados.

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Sabiendo cerca el final de su vida, dio instrucciones precisas a los suyos: quería una manifestación y no un funeral. 2.000 personas, sus compañeros del PCE, IU y CC OO en cabeza, pero también militantes de todas las organizaciones de la izquierda asturiana, entre ellos el presidente asturiano Adrián Barbón acompañaron su féretro por las calles de La Felguera para darle el último adiós. “Gracies por dar tira, compañera Anita” coreaban las feministas del 8M este martes a los pies del Pozu Fondón en la despedida a una figura gigante del siglo XX, de su país y de su clase. 

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