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Ocupación israelí
El desconcierto de Israel: crónica tras un mes de ofensiva sobre Gaza
En un solo día, la firme noción de seguridad de los israelíes colapsó. El ataque sorpresa de Hamás del pasado siete de octubre fue un punto de inflexión que rompe los frágiles equilibrios de estos años en la región. Durante casi dos décadas, y pese a picos de violencia y crisis puntuales, gran parte de Israel vivió de espaldas a la causa palestina. Los estragos de la ocupación se quedaban en gran medida al otro lado del muro, no eran problemas que afectaran su día a día, pero todo esto les estalló en la cara en muy pocas horas hace menos de un mes.
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“Fue como si los moldes se rompieran”, expresa Joshua Faudem, documentalista estadounidense-israelí, sobre la ofensiva de las milicias de Hamás, que se colaron a Israel incluso en parapente y lograron desarticular la desarrollada infraestructura de defensa israelí en una de las zonas más vigiladas y militarizadas del mundo.
Faudem, que fue víctima de un atentado bomba en un bar de Tel Aviv hace dos décadas, pensaba que Israel había dejado atrás los años más duros del conflicto, y como la gran mayoría de población —incluido su aparato securitario y de Inteligencia— no esperaba que el país pudiera recibir un golpe de tal calibre. Más allá de la masacre humana, fue la mayor humillación y el fracaso militar más duro del Estado desde su creación en 1948.
Muchos israelíes siguen sin percibir que el ataque de Hamás de hace casi un mes pudiera surgir de décadas de opresión incrustadas sobre terreno
Durante los últimos años, la meta entre las autoridades israelíes ya no era resolver o acabar con el conflicto, sino gestionarlo y minimizar sus daños. Esta fue la receta de las fuerzas de derecha, centro o de la socialdemocracia israelí, todas partícipes de un régimen de ocupación militar que atrapó en guetos a la población palestina de Cisjordania, y de un encierro que aisló a más de dos millones de personas en Gaza. Pero tras ello, muchos israelíes siguen sin percibir que el sangriento ataque de Hamás de hace casi un mes pudiera surgir de décadas de opresión incrustadas sobre terreno, y pocos se preguntan cómo se llegó a esta situación.
“La sensación de desconcierto es general”, señala Meir Margalit, historiador y exconcejal en Jerusalén del partido izquierdista Meretz. “Nunca se vivió un drama de esta magnitud, nunca se mató en tan poco tiempo a más de 1.400 israelíes y otros 200 fueron secuestrados”, reflexiona, agregando que el impacto de esto puso también en cuestión ciertos preceptos de sectores de la izquierda tradicional israelí contraria a la ocupación.
“Todavía no entendemos lo que nos está pasando, hay que replantearse cosas, porque lo que era cierto hace muy poco ahora está absolutamente en duda”, dice, sobre el trauma que dejó el ataque. Ahora, la maquinaria bélica está en pleno funcionamiento. Unos 360.000 reservistas están movilizados en el frente, determinados a actuar contra Gaza pese a la incertidumbre y la falta de confianza en el Gobierno de Benjamin Netanyahu, cuya credibilidad ha caído en picado. Aún así, la mayoría de la población participa como puede en el esfuerzo de guerra, también aquellos que se oponían al actual Ejecutivo derechista e incluso salían a protestar contra este.
Uno de ellos es Eitan, joven izquierdista de 27 años que tenía posturas críticas con el sionismo, se oponía a la ocupación y renunció a asistir a la reserva del Ejército por su presencia en Cisjordania ocupada. Sin embargo, la ofensiva de Hamás dio un vuelco a sus planteamientos y ahora está con su antiguo batallón de combate esperando a la orden para entrar a luchar a Gaza. Según cuenta desde el frente, él y su entorno en las fuerzas armadas “están a favor” de la ofensiva, pese al malestar con Netanyahu y la desconfianza ante su gobierno.
“Para muchos esto se ha convertido en una lucha contra una amenaza existencial. Antes se veían inmunes, creían que el ejército podía con todo, pero se ignoraron los avisos”, dice la reportera y analista española-israelí, Maya Siminovich. Según agrega, ahora “mucha gente cumple órdenes porque está entrenada para ello, pero pocos se fían o piensan que haya un propósito final a todo esto”.
“¿Donde está el Ejército?”, era la pregunta que se hacían los residentes de las localidades israelíes colindantes con Gaza el pasado siete de octubre, que quedaron bajo feudo de los hombres armados de Hamás. Durante largas horas, las fuerzas de seguridad no aparecieron, desconcertadas por un ataque que nadie supo anticipar. Sorteando todas las barreras imaginables, los milicianos palestinos controlaron el dos o tres por ciento de territorio israelí, unos 600 kilómetros. Se hicieron fuertes en ciudades como Sderot, de casi 30.000 habitantes, y circularon sin trabas por 30 kilómetros de carretera hasta llegar a Ofakim, una urbe más alejada de Gaza.
A primera hora del sábado en que pasó todo, Maayan Levy, una joven de 25 años, vio a hombres armados desde la ventana de su habitación en Ofakim. Al principio pensó que eran soldados israelíes, pero al cabo de poco vio que eran milicianos. “No entiendo cómo llegaron hasta aquí, es una locura”, decía aún bajo estado de shock unos días después. La presencia en sus narices de miembros armados de Hamás era ajena, un extremo nunca visto más allá de la pantalla. Tras su irrupción, pasó veinte horas encerrada en el baño, mientras vecinos del barrio se enfrentaban a los milicianos. Parte de ellos murieron en los combates, hasta que el Ejército llegó y mató a los guerrilleros. Sin embargo, pasó día y medio hasta que retomó el control de la ciudad, tiempo suficiente para que la sensación de seguridad inquebrantable de sus habitantes se desvaneciera por completo.
Las fuerzas israelíes han matado ya a unos 10.000 palestinos, con la meta declarada de “desmantelar a Hamás”, pero el grupo no desfallece y las víctimas mortales son sobre todo civiles, mujeres y niños
El golpe de efecto que dio Hamás lo admite el propio Ejército israelí, que lo consideraba un enemigo de segundo rango al que ahora no puede dominar. Las fuerzas israelíes están enfrascadas en una dura ofensiva sobre Gaza que ha matado ya a unos 10.000 palestinos, con la meta declarada de “desmantelar a Hamás”, pero el grupo no parece desfallecer y la mayor parte de víctimas mortales son civiles, sobre todo mujeres y niños.
“Hamás no vino para una incursión, sino a conquistar Israel, con suministros para ocupar la zona”, aseguraba días atrás un alto cargo militar israelí, aún entre escombros y restos de cadáveres en el kibbutz Beeri. En esta comunidad israelí al lado de la barrera con Gaza, la irrupción de las milicias palestinas sembró la muerte entre más de un centenar de sus residentes, en torno al 10% de su población. Años atrás, nadie se hubiera imaginado este escenario de devastación y masacres. En guerras previas con la Franja, la vida en esta comuna agrícola seguía y la calma se mantenía entre sus zonas verdes incluso en pleno conflicto, pese a las alarmas antiaéreas o los disparos de tanques israelíes apostados al lado. Gaza estaba a solo cinco kilómetros, pero parecía en una galaxia paralela para muchos habitantes de Beeri, una concepción que también se derrumbó el 7 de octubre.
Este espejismo tiene precedentes: tras la Segunda Intifada, la cuestión palestina pasó a ser un elemento cada vez más secundario para muchos israelíes. El conflicto dejó de tener un papel central en sus vidas. Los sucesivos gobiernos israelíes —en gran parte liderados por Netanyahu— promovieron esta ilusión y acentuaron la colonización sobre territorio palestino sin poner fin a los problemas existentes. En los últimos ciclos electorales de Israel, este asunto pasó a segundo plano y no era tema principal de debate.
La retórica israelí es de venganza y uno de los pocos elementos que según los expertos limita una ofensiva más brutal son los 240 rehenes tomados por las milicias palestinas en Gaza
Durante años, mucha población israelí —cada vez más derechista, ultranacionalista y supremacista judía— subestimó la deriva del sistema de sumisión impuesto a sus vecinos no judíos. En Gaza, el bloqueo impuesto por Israel por tierra, mar y aire desde 2007 arruinó al conjunto de su sociedad, en una medida tachada de “castigo colectivo” por grupos de derechos humanos. Israel asumió que la podía mantener aislada con altas barreras, drones, tecnologías de vigilancia punteras o sensores de movimiento, pero no le fue suficiente.
“Si vas prendiendo la mecha al final te explotará. Esto es lo que logró Israel”, comenta Mahmud, anciano palestino de la Ciudad Vieja de Jerusalén, una zona ahora hipermilitarizada por fuerzas israelíes que buscan impedir cualquier manifestación de disenso palestina que se convierta en un nuevo conato de resistencia.
A su vez, ahora la retórica de las autoridades israelíes es de venganza, y uno de los pocos elementos que según los expertos limita una ofensiva más brutal son los 240 rehenes tomados por las milicias palestinas en Gaza. “Si Israel los quiere liberar, tendrá que sacar de sus cárceles a los miles de presos palestinos”, como exige Hamás, advierte Qadoura Faris, ministro de Asuntos de Prisioneros de la Autoridad Palestina (AP), que denuncia el aumento exponencial de arrestos en Cisjordania de las últimas semanas. Esto ha abarrotado prisiones y centros de detención, donde hay más de 11.000 palestinos privados de libertad.
Ante todo, Faris —del partido nacionalista Fatah— insta a Israel a un alto el fuego y a negociar con Hamás, algo que las autoridades israelíes rechazan por completo. “No se puede erradicar a Hamás, la resistencia palestina nunca ha podido ser desmantelada” pese a las abundantes ofensivas de Israel en el pasado, dice el ministro.
“Israel pensó que podía olvidarse de la cuestión palestina y normalizar relaciones con el mundo árabe sin nosotros, pero cometió un grave error”, remarca Faris, que advierte “que la cuestión palestina sigue siendo uno de los asuntos más importantes en la región y el mundo”, ante lo que se debe hallar una solución a ella.
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¿Están desconcertad@s? Pues más lo estarán según vayan conociendo los detalles del asunto, como que muchas de las personas asesinadas aquel día lo fueron por fuego israelí.
Si yo desde Canarias me siento cómplice por inacción del terror vivido en Palestina durante tantas décadas, a estas ciudadanas y ciudadanos desconcertad@s debería caérseles la cara de vergüenza.
No es una ofensiva, según El País es un asedio... vergüenza de medios de comunicación propagandistas disfrazados de progres. Seguid así, sois más necesarios que nunca.