Ocupación israelí
Gaza y la distopía en el presente

Cuando se habla del futuro y de escenarios de colapso ecosocial es difícil no pensar en Gaza.
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Palestinos con ciudadanía extranjera, extranjeros y personal médico esperan en el cruce de Rafah para ingresar a Egipto, Franja de Gaza, 1 de noviembre de 2023. Mohammed Zaanoun/ ActiveStills
4 dic 2023 10:12

Desde hace algún tiempo, con otras compañeras de la cooperativa Garúa, nos hemos implicado en la creación de ecotopías que intentan imaginar futuros posibles, realistas y esperanzadores. A nosotras y no solo a nosotras —cada vez hay más gente explorando otras narrativas—, nos nace esta necesidad de la convicción de que para transformar el presente es imprescindible poder soñar con algo que no sea distópico.

La sensación de que no hay futuro posible genera ansiedad, desesperanza y, al menos para mí, dificulta movilizarse para hacer que el presente sea mejor. Cuándo ese “no futuro” me late con fuerza y ocupa mucho lugar en mi pensamiento, me aferro a la dignidad de vivir el ahora de la mejor manera posible, sin pensar en el mañana, como única opción vital en la que me siento cómodo. Pero no siempre el impulso de vivir con dignidad ese presente me basta, y estos días, tristemente, vuelve con fuerza otro recurso que he usado muchas veces: pensar en Gaza cuándo me preguntan por el futuro, por escenarios de colapso ecosocial.

Para responder regresaba a la imagen de la Gaza en la que yo estuve. Entre 2008 y 2011 tuve la suerte de vivir, trabajar y compartir luchas en Palestina, una de ellas con los pescadores de Gaza, creando un servicio civil de paz para monitorear violaciones de derechos humanos en el mar. Era un lugar donde se hacía difícil pensar en el futuro, en el que las restricciones de todo tipo eran la normalidad del presente, pero también un lugar en el que, con sus contradicciones, había felicidad, había celebraciones, había niños y niñas jugando por la calle, había cierta convicción de que algo mejor llegaría.

Lo que está sucediendo en Palestina, el modelo de creación del Estado de Israel y la forma de someter, ocupar y vejar al pueblo palestino responde a una forma de entender e imaginar el futuro

Recurro a esa imagen como representación de la capacidad del ser humano de sacar lo mejor que tiene en momentos difíciles, como plantea Rebeca Solnit en Un paraíso en el infierno (Capitán Swing). La capacidad de resiliencia, de apoyo mutuo y de creación de momentos felices casi en cualquier circunstancia, no como resignación, no como una postura conformista, ni como lo más deseable para mis hijos, pero sí como una imagen en la que podría seguir viviendo con y por ellos.

Me aferro a esa idea con la convicción de que futuro habrá, seguro, aunque me cueste imaginarlo. Pienso que si en Gaza eran capaces de vivir así un presente tan duro, yo también podría vivir cualquier futuro que viniera. Ahora esta imagen se tambalea. Se han reanudado los bombardeos tras una breve tregua, haciendo casi imposible reconocer en las imágenes de hoy las que tengo de ayer. El desastre que veo no tiene comparación con ninguno anterior desde hace 75 años, desde la Nakba. Al observar con rabia este escenario mi mente me la juega haciendo una de esas conexiones que parecen imposibles, pero que tras un momento, cobran sentido. Relaciona esta distopía presente con una de esas con las que también nos bombardea la industria del cine, fundamentalmente estadounidense. ¿Se acuerdan de Guerra Mundial Z?

Una invasión zombie que acaba con el mundo. En esa película, los únicos que habían anticipado ese colapso eran los israelíes. Resulta que toda la política de muros y apartheid no era sino una estrategia para defenderse de los zombies, la gran amenaza que estaba por venir y que nadie más había visto hasta que ya era tarde, algo que se escapa de toda realidad imaginable, pero que no puedo evitar conectarlo con nuestra realidad. No puedo dejar de pensar que lo que está sucediendo en Palestina, el modelo de creación del Estado de Israel y la forma de someter, ocupar y vejar al pueblo palestino responde a una forma de entender e imaginar el futuro, y de prepararse para dar respuesta a las crisis que vendrán. Es como si se estuviera probando, exportando y generando negocio con un modelo de gestión de crisis —no en balde sacan bastante rédito económico vendiendo su conocimiento y material bélico/represivo—.

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Un modelo basado en la tesis de que no se podrá salvar todo el mundo, por lo que se debe asegurar la supervivencia de una parte de la población. Esto solo es posible si por un lado, generamos un entorno sostenible para las personas elegidas —o para quienes han nacido en un lugar o una clase social con ese privilegio— y por otro, si protegemos ese entorno de quienes inevitablemente discutirán ese privilegio.

Es difícil no conectar esta idea con ejemplos ya en marcha, algunos desde una mirada más tecnoptimista y “constructivista” de ese entorno sostenible, como Snailbrook, la ciudad utópica que está impulsando Elon Musk en Texas —¿se acuerdan de Mark Rylance, el magnate de la película Don’t look up?— y otros, como Israel, desde la mirada más “restrictiva y militarizada” para asegurar ese entorno fortificándolo y reprimiendo o eliminando la disidencia. Juntemos ambas y tendremos los nuevos feudalismos distópicos con los que tanto nos insisten en las películas.

Hace poco Varoufakis también lo anticipaba, en su proyección del funcionamiento de la economía mundial, dibujando escenarios en los que coloca a los trabajadores viviendo alrededor del castillo de sus empresas en entornos protegidos, al margen o con un nuevo orden propio. Tenemos servidos los ingredientes para una Guerra Mundial Z ecosocial.

Por lo tanto, ver y consentir lo que está haciendo Israel es seguir alentando y apostando por un futuro en el que sacrificamos a una parte de la población para salvaguardar a la otra. Llevan años experimentando con la pérdida de libertades para algunos sectores de población, con gobiernos cada vez más autoritarios, más extremistas, con sistemas de control cada vez más sofisticados, con la apropiación de recursos naturales (agua) de nuevo para asegurar la supervivencia de la ciudadanía de primera. Hay veces que incluso pienso que se está probando el nivel de tolerancia humana a la barbarie —la firma de la tregua llegó cuándo, de nuevo, se repite el patrón de que el número de víctimas palestinas es diez veces mayor que el de Israelíes, contar hasta diez y parar. Pero esta vez, probemos con una vuelta más.

En esta guerra no solo están en juego intereses geoestratégicos, económicos, y por supuesto la vida de mucha gente, sino también está en disputa el modelo de construcción de futuro que queremos

Es como si presenciáramos en el presente un prototipo de las distopías futuras que inundan el cine, con o sin zombies. Y lo presenciamos con el consentimiento de toda la comunidad internacional; gobiernos y empresas. Desde hace tiempo, observamos que muchos de estos gobiernos y empresas están adoptando un modelo de afrontar la crisis ecosocial que tiene más del que emplea Israel en Palestina que de un modelo en el que se busque construir un futuro mejor para todas. En esta guerra, y las que estamos viviendo en otros lugares, no solo están en juego intereses geoestratégicos, económicos, y por supuesto la vida de mucha gente, sino también está en disputa el modelo de construcción de futuro que queremos. Da vértigo pensarlo.

Afortunadamente, que esté en disputa quiere decir que hay quien lo discute y para sobrellevar este vértigo recurro a las imágenes de toda la gente que no se resigna, a la cantidad de voces que en estos días están surgiendo clamando por otra forma de afrontar esta guerra y todas las guerras. Aunque ahora tiemblen mis recuerdos e imágenes de cuando estaba en Gaza, aunque ahora me cueste más aferrarme a esas risas allí compartidas, no olvido la convicción desde las que nacían; la humanidad de la mayoría, de quienes ríen desafiando a las distopías y queriendo caminar hacia otro lado.

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