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Opinión
El evitable ascenso de Alternativa por Alemania
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Las elecciones alemanas del domingo 23 de febrero alcanzaron una participación récord del 82%, la mayor desde la reunificación. Esto es una buena muestra del interés que ha despertado entre una población que, tan solo una semana antes de la cita electoral, se manifestaba preocupada y pesimista con la situación del país. Estas elecciones nos dejan un buen puñado de titulares sobre el giro a la derecha del nuevo parlamento alemán y alguna incógnita sobre la conformación de la nueva coalición de gobierno, que presumiblemente liderarán los democristianos de la CDU con los socialdemócratas del SPD y todavía no sabemos si también con los verdes. Aunque, quizás, el titular más destacado ha sido el salto cualitativo protagonizado por la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD), que ha conseguido pasar del cuarto al segundo puesto en el Bundestag, duplicando los apoyos obtenidos en 2021.
Un resultado muy relevante que se suma a los cosechados en las europeas del pasado junio en donde también fueron segunda fuerza, aunque con cinco puntos porcentuales menos que este domingo, y las elecciones de septiembre en el estado federado de Turingia, en donde la ultraderecha ganó por primera vez unas elecciones desde la II Guerra Mundial. Son unos resultados que pondrán una vez más a prueba la salud del llamado brandmauer (cortafuegos o cordón sanitario) a la extrema derecha.
Análisis
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La realidad es que la extrema derecha no ha dejado de crecer en Europa desde principios de siglo, de apenas conseguir los diputados para formar grupo en el parlamento europeo a ser la segunda fuerza más votada en las pasadas elecciones. En una década han doblado sus apoyos. De hecho, si los tres grupos de la extrema derecha representados en el parlamento europeo se unificarán se convertirían en el más grande de la eurocámara y junto al Partido Popular Europeo (PPE) tendrían mayoría absoluta. Una posición numérica que les ha permitido revalorizar su posición institucional acabando de facto con el cordón sanitario que se ceñía sobre ellos.
No deja de ser preocupante que la extrema derecha alemana y austriaca muestran públicamente su afinidad con el pasado y herencia nacional socialista sin que tenga el menor coste electoral
A finales de septiembre, el homólogo Austriaco de AfD, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), consiguió una victoria histórica, por primera vez la ultraderecha ganaba unas elecciones legislativas desde la segunda guerra mundial. Una victoria muy simbólica. No podemos olvidar que su primer presidente fue Anton Reinthaller (antiguo miembro de las SS) y su candidato, Herbert Kickl, se ha autodenomino en campaña como el “canciller del pueblo”, expresión con la que popularmente se designaba a Hitler. No deja de ser preocupante, como cada vez más a menudo, que la extrema derecha alemana y austriaca muestran públicamente su afinidad con el pasado y herencia nacional socialista sin que tenga el menor coste electoral, más bien lo contrario. Una buena muestra de la pujanza de la ultraderecha en el conjunto del continente.
Remigración y reminscencias del pasado nazi
La victoria del FPÖ expresó un descontento social creciente en importantes capas de la población austriaca por una economía en recesión, el aumento de la inflación y el coste de la vida, una importante desafección con la política y el sistema de representación, así como el crecimiento exponencial de las teorías de la conspiración desde la pandemia del covid-19. Malestares y miedos que el FPÖ, bajo la batuta de Kickl ha sabido capitalizar electoralmente utilizando como propuesta estrella la “Remigración”. Un concepto que persigue asegurar la homogeneidad racial y cultural mediante la expulsión del país no solo de las personas migrantes sino y también de ciudadanos con pasaporte austriaco y origen migrante. Una propuesta, hasta hace poco marginal, que paulatinamente se está imponiendo en una ultraderecha que, elección tras elección, radicaliza más su discurso antiinmigración retrotrayéndonos a los momentos más oscuros de la historia austriaca.
El concepto de Remigración, hasta hace pocos meses casi tabú en una Alemania marcada por su pasado nazi, se ha convertido en uno de los elementos claves del programa electoral de AfD
Las encuestas de opinión publicadas en Alemania desde el anuncio del adelanto electoral han mostrado que la migración se ha situado entre la primera o segunda preocupación de los germanos. De hecho, según estas mismas encuestas, cerca de la mitad de los alemanes estaría a favor de una medida que supusiera expulsar a millones de personas del país. El propio canciller Olaf Scholz, en una entrevista al semanario Der Spiegel afirmó: “Tenemos que expulsar por fin a lo grande a quienes no tienen derecho a permanecer en Alemania”. En este sentido, el gobierno alemán, formado por socialdemócratas y verdes, no ha dejado de endurecer sus políticas migratorias llegando a reactivar los controles fronterizos en territorio Schengen.
Ha sido caldo de cultivo perfecto para que el concepto de Remigración, hasta hace pocos meses casi tabú en una Alemania marcada por su pasado nazi, se haya convertido rápidamente en uno de los elementos claves del programa electoral de AfD. De hecho, los ultraderechistas alemanes desataron la polémica al distribuir propaganda electoral con la forma de “billetes de deportación” a personas migrantes o con raíces migrantes. Esos billetes evocan la propaganda antijudía de la época nazi, que en la década de los años treinta del siglo pasado distribuían “'Billetes de ida a Jerusalén” en las estaciones de tren como una forma de señalamiento y acoso a la comunidad judía alemana.
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Casi cien años después, el avance de la retórica antinmigración en Europa ha favorecido que se conforme una propuesta política autoritaria de exclusión que apela explícitamente a la discriminación de sectores sociales según su origen o pertenencia cultural, y que va penetrando en la sociedad, lo que contribuye a justificar la expulsión, de manera más o menos explícita, de aquellos sectores que aunque puedan tener la nacionalidad alemana o austriaca, la ultraderecha considera ajenos a su idea de comunidad, especialmente la población musulmana.
La colaboración de Merz con la ultraderecha para endurecer la política migratoria tendrá repercusiones importantes tanto a corto como a medio plazo en la política germana
Más allá de la supuesta indignación entre los partidos por la propaganda remigratoria de AfD con reminiscencias nazis, a pocos días de las elecciones de este pasado domingo 23 de febrero, el candidato democristiano y posiblemente nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, protagonizó un hecho histórico: contar con el apoyo de la ultraderecha de AfD para aprobar en el parlamento un endurecimiento de la política anti-migración. Un intento fallido, porque los propios correligionarios de Merz se desmarcaron de aquella ruptura del brandmauer impidiendo finalmente su aprobación. Incluso la excanciller, Angela Merkel, rompió su habitual silencio para cargar contra Merz, candidato de su propio partido, por aceptar “por primera vez” los votos de la ultraderecha.
Esa ruptura histórica del brandmauer, tiene un precedente más local en Turingia, cuando, hace cinco años, Thomas Kemmerich (FDP) fue elegido brevemente ministro-presidente de Turingia con el apoyo de su partido, la CDU y la AfD. El escándalo que provocó la colaboración con la ultraderecha fue tal que Kemmerich apenas duró veinticuatro horas en el cargo y la presidenta de la CDU, sucesora de Angela Merkel, Annegret Kramp-Karrenbauer, se vio obligada a dimitir.
Pero cinco años después del escándalo de Turingia, la política alemana ya no es la misma. La colaboración de Merz con la ultraderecha para endurecer la política migratoria, a pesar de no prosperar finalmente en el parlamento, tendrá repercusiones importantes tanto a corto como a medio plazo en la política germana. No solo ha legitimado las propuestas remigratorias de AfD, justamente en el marco de la campaña electoral, una jugada que según losa expertos le ha podido costar dos o tres puntos a la CDU. Sino también, ha supuesto una ruptura del tabú histórico alemán con la ultraderecha, hiriendo de muerte a un cordón sanitario que se pondrá a prueba en las próximas negociaciones para formar la coalición de gobierno en Alemania.
Si bien es difícil calibrar la influencia de Musk o Vance en el gran resultado de AfD, lo que está fuera de toda duda es que ambos han contribuido a normalizar sus propuestas
Ese “cordón sanitario” ya fue uno de los ejes del polémico discurso del vicepresidente de los EE UU, J. D. Vance, en la conferencia de seguridad de Munich. Allí afirmó que «en democracia no hay lugar para los cordones sanitarios», una referencia explícita al contexto electoral alemán y a la posibilidad de que la AfD pueda formar coalición de gobierno con la CDU, una unión de derechas que parece poco probable a nivel federal, pero que podría tener importantes repercusiones en el gobierno de diversos landers. Una injerencia sin precedentes. Nunca antes un partido alemán había recibido un apoyo tan decidido, de alguien que, como Vance, ostenta una posición tan importante, el número dos de la primera potencia mundial.
Ese apoyo político que se suma al que lleva semanas desplegando la persona más rica del mundo y principal asesor de Trump, Elon Musk. Quien no ha dudado en interferir directamente en las elecciones alemanas bajo la coartada de la supuesta “libertad de expresión”, afirmando que “solo la AfD puede salvar a Alemania”, ofreciendo los servicios de la plataforma de redes sociales X, de la que es propietario, entrevistando a la candidata ultraderechista, Alice Weidel y participando incluso en diferentes actos electorales de AfD.
Si bien es difícil calibrar la influencia de Musk o Vance en el gran resultado electoral cosechado este domingo por la ultraderecha de AfD, lo que está fuera de toda duda es que ha contribuido a normalizar sus propuestas y su presencia en la vida política alemana como una opción con la que poder llegar a acuerdos. Consciente de su nueva situación, Alice Weidel aprovecho el discurso de la noche electoral para cargar contra el cordón sanitario y ofrecerse a los democristianos para formar una inédita coalición de gobierno. Juntos suman más de la mitad de los votos emitidos este pasado domingo. Aunque no parece suficiente, por el momento, para romper el tabú social que impide su entrada en el gobierno, si puede serlo para contar con sus votos a la hora de condicionar ciertas políticas. La ultraderecha en Alemania, al igual que antes en otros países, ha conseguido influir en el debate público normalizando sus postulados xenófobos e islamófobos. Quizás esta sea su mayor victoria.
Una buena muestra han sido las maniobras electorales de la CDU para endurecer la legislación migratoria a pocos días de la cita electoral, o los controles fronterizos en espacio Schengen impuestos por el gobierno de coalición de socialdemócratas y verdes, justo después de los resultados electorales en el Lander de Turingia. Una muestra más de que no basta con juntar a todos los partidos para evitar que la extrema derecha entre en el gobierno, pues si no cambiaban las políticas sobre la que se sustenta el malestar creciente que nutre a la extrema derecha solo estaremos postergando su ascenso.
La obra de teatro de Bertolt Brecht sobre el ascenso al poder de Adolf Hitler, La resistible ascensión de Arturo Ui, es una buena alegoría para pensar el presente. La historia no está escrita, la ascensión de la extrema derecha no es algo inexorable, como determina Brecht en su obra: “Aprendamos a ver, en lugar de mirar como el cordero que marcha al matadero”. El mejor cordón sanitario a la extrema derecha es combatir las causas que han generado su ascensión, que sus ideas y propuestas no se apliquen de forma interpuesta por los partidos de la gran coalición que presumiblemente gobernara Alemania. Nuestra pelea no solo puede ser que no gobiernen los Donald Trump o Alice Weidel del mundo sino por transformar el sistema que los ha engendrado.