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Opinión
Amaba la vida sin dejarse atenazar por la muerte: hasta siempre, Luis Montes
Luis Montes amaba radicalmente la vida. La amaba hasta el punto de estar decidido a prescindir de ella en el momento en que dejase de ser una vida digna. La asociación Derecho a Morir Dignamente despide este sábado a Luis Montes en el Auditorio Marcelino Camacho.
El 19 de abril, Luis Montes –el doctor Montes– se encontró por sorpresa con la muerte mientras atravesaba La Mancha, camino de Molina del Segura donde hubiera dado una charla sobre la libertad para tomar las decisiones fundamentales sobre la propia muerte: el cuándo y el cómo hacerlo. Hubiera hablado sobre el modo en que las leyes deberían garantizar este derecho. Al menos en sociedades verdaderamente democráticas cuyas leyes no sirven para poner límites sino para garantizar derechos de ciudadanía.
Luis Montes estaba seguro de que conocería anticipadamente el día e incluso la hora de su muerte. No porque fuera adivino, que no lo era, sino porque tenía la firme decisión de que sería él quien elegiría ese día y esa hora. Centenares de veces repitió en público: “Mi vida es mía y me apearé de ella cuando yo decida”.
Es posible que alguno de sus enemigos –a Luis se le podía conocer tanto por la entrega de sus amigos cuanto por la maldad de sus enemigos. Esos que hoy se abaten en retirada– alguno, digo, considere que la vida le dio una bofetada porque la muerte se presentó por sorpresa y sin pedirle permiso. Se equivocan. La determinación de decidir el momento de su muerte era su plan B. Para el caso de que la muerte se olvidara de él y la vida llegase a hacérsele recalcitrante.
Montes sabía que el miedo y el sufrimiento son los enemigos naturales de la libertad porque oprimen el ánimo y llegan a apoderarse del núcleo central de la persona hasta esclavizarla
Porque Luis Montes amaba radicalmente la vida. La amaba hasta el punto de estar decidido a prescindir de ella en el momento en que dejase de ser una vida digna. El sentido de la dignidad de Luis Montes, percibido nítidamente por lo mejor de nuestra sociedad, le encumbró en la consideración ciudadana hasta identificarle con la idea misma de la dignidad.
Amaba la vida sin dejarse atenazar por el miedo a la muerte. Montes se había liberado de ese yugo del miedo a morir hace mucho. Sabía que el miedo y el sufrimiento son los enemigos naturales de la libertad porque oprimen el ánimo y llegan a apoderarse del núcleo central de la persona hasta esclavizarla. Nadie es completamente libre si está sometido al miedo o al sufrimiento. La decisión de hacerse anestesista no fue ajena a su aversión al sufrimiento del otro, de los demás. Su empatía con el sufriente era percibida inmediatamente por cualquiera que se acercara a él. Miles de personas, de toda condición, en toda la geografía española, han tenido esa experiencia al conocer a Luis: la certeza de estar ante una buena persona, un amigo.
Su aspecto frágil, como abatido, escondía una fortaleza de ánimo muy singular. Aguantó, sin quebrarse, todo el sufrimiento que supuso la persecución inclemente del PP, con Esperanza Aguirre y Manuel Lamela al frente, cuando lo acusaron de haber asesinado a 400 personas en la Urgencia del Severo Ochoa de Leganés, de la que era coordinador. Quisieron terminar no solo con él sino con su forma de entender la obligación como médico en la asistencia a la muerte y con su reivindicación de la sanidad pública como un derecho fundamental. Su ejemplo de compromiso resultaba muy pernicioso para la derecha política, siempre dispuesta a utilizar los miedos, especialmente los de naturaleza religiosa, para frenar los avances de la libertad.
Como para la inmensa mayoría hoy, la muerte ideal es rápida, fulminante incluso, sin percepción de agonía y, preferentemente, junto a alguien querido. Así la tuvo.
Luis Montes amaba la libertad, incluso más que a la propia vida. Empeñó la suya en luchar contra el sufrimiento y por la libertad. Su militancia a favor de la muerte digna en DMD le permitió aunar ambos objetivos y en ello se dejó literalmente la vida. El 19 de abril no fracasó su plan B sobre su muerte; triunfó el plan A. Para Montes, como para la inmensa mayoría hoy, la muerte ideal es rápida, fulminante incluso, sin percepción de agonía y, preferentemente, junto a alguien querido. Así la tuvo. En una generación la sociedad española ha rechazado el sufrimiento como necesario y merecido. Este rechazo incomoda y asusta a quienes nos han impuesto durante siglos su moral, basada en la sumisión, la culpa y el miedo a la muerte. Por eso Luis Montes ha sido el enemigo a batir para los fundamentalistas de todo pelaje.
Por suerte, tuvo la muerte benigna y pacífica que ayudó a tener a tantas personas durante su vida y que luchó por extender a todas. Una muerte demasiado temprana para quienes nos sentimos hoy un poco más huérfanos sin Luis Montes. Nos deja un camino avanzado que recorrer y el mapa para recorrerlo: su ejemplo de dignidad y sacrificio.
Hasta siempre, compañero.
[La asociación Derecho a Morir Dignamente despide este sábado a Luis Montes en el Auditorio Marcelino Camacho a las 17.30h]
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