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Opinión
Flex Living: el caballo de Troya de la precarización del alquiler
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Nos lo presentan como una revolución en el mercado inmobiliario, una respuesta moderna a las nuevas formas de habitar la ciudad. Pero el flex living no es más que la última jugada del sector inmobiliario y los grandes fondos de inversión para maximizar beneficios a costa del derecho a la vivienda. Con contratos temporales, precios desregulados y una lógica que privilegia el alojamiento a corto plazo sobre la estabilidad habitacional, esta nueva tendencia representa un peligro para el acceso a la vivienda en las grandes ciudades.
Vivienda sin derechos: contratos precarios y precios al alza
El flex living se está extendiendo rápidamente en ciudades como Madrid y Barcelona, donde el acceso a la vivienda ya es un problema de primer orden. Su modelo es simple: se construye en suelos terciarios —más baratos que los residenciales— y, en lugar de ofrecer alquileres tradicionales protegidos por la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), se rige por normativas de hospedaje. ¿La consecuencia? Contratos de menos de 11 meses, sin la protección de la LAU, sin estabilidad para los inquilinos y con precios que pueden subir sin control.
En lugar de ofrecer alquileres tradicionales protegidos por la Ley de Arrendamientos Urbanos, el flex living se rige por normativas de hospedaje, con contratos cortos, sin límites de precio y sin protección de la LAU
Los promotores lo venden como un sistema flexible, pero la realidad es otra: lejos de ofrecer una solución habitacional estable, estas viviendas actúan como residencias de estudiantes para adultos, donde todo está supeditado a la lógica de la movilidad y la rotación constante. Un modelo pensado para profesionales con altos ingresos que están de paso, pero que no resuelve el problema habitacional de la mayoría.
La ciudad como mercado: expulsión y elitización
El auge del flex living no es casual. Es una estrategia perfectamente calculada por los fondos de inversión para capturar el negocio del alquiler sin las limitaciones legales que protegen a los inquilinos. Banco Santander y Neinor se han sumado a este mercado, junto con gigantes como Greystar, que ya controla miles de camas en España. Su objetivo no es ofrecer vivienda asequible, sino crear un nicho exclusivo donde la prioridad es la rentabilidad y no el derecho a la vivienda.
Este modelo de alquiler ultra flexible no solo expulsa a quienes buscan una vivienda estable, sino que transforma la ciudad en un espacio pensado para la especulación. La lógica es clara: a mayor rotación, mayor capacidad de encarecer el mercado y menores derechos para quienes alquilan.
Los promotores lo venden como un sistema flexible, pero la realidad es otra: lejos de ofrecer una solución habitacional estable, estas viviendas actúan como residencias de estudiantes para adultos
Mientras tanto, el acceso a una vivienda asequible se vuelve cada vez más difícil, consolidando un modelo urbano donde vivir en el centro de las grandes ciudades es un privilegio reservado a quienes pueden permitirse pagar precios exorbitantes por alojamientos temporales.
¿Qué modelo de ciudad queremos?
El problema de la vivienda no es la falta de oferta de alojamiento temporal, sino la ausencia de alquileres asequibles y regulados. La proliferación de este tipo de proyectos no responde a una necesidad social real, sino a la voluntad de los grandes inversores de maximizar beneficios en un mercado donde la vivienda se ha convertido en un activo financiero más.
Si dejamos que sean los bancos y los fondos quienes definan el futuro de la vivienda, pronto vivir en una ciudad como Madrid o Barcelona será un lujo al alcance de unos pocos. Es urgente frenar esta deriva y exigir políticas que garanticen el acceso a una vivienda digna y estable.
Las ciudades no pueden convertirse en un tablero de juego para la especulación. Necesitamos soluciones que prioricen la vida de las personas por encima de los intereses financieros.