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Opinión
Provoquemos la próxima interrupción
“¿Qué es la gozosa incertidumbre?”, me preguntaba ayer mi hija mayor mientras ojeaba un cómic llamado Ecotopías. Yo, que ya había leído el libro —una propuesta genial de Greenpeace en la que distintos autores dibujan cómo serían esos mundo vivibles y amables en los que toda esta aceleración apocalíptica a penas nos deja pensar— recordé cómo entre sus páginas encontré los mismos ingredientes que habitan la imaginación de todas cuando nos ponemos a visualizar paisajes deseables, cotidianeidades amables y con futuro.
“Quiere decir, supongo, que el no saber qué vendrá podríamos disfrutarlo con curiosidad y sin miedo, que el problema no es la incertidumbre, sino la certeza de que hemos tomado el camino del apocalipsis”, algo así le contesté, no literal, por las diosas, pero esta era la idea, una idea que me parece que venimos pensando con nuestra mente colectiva, porque el mundo que queremos ya existe en nuestras cabezas, en lo que escribimos, y en lo que hacemos que pase en tantos sitios.
No alcanzamos a ser quienes ponemos el palo en la rueda del hamster, quienes silenciamos el coro de notificaciones y nos rebelamos desde la certeza de que este camino no lleva a ninguna parte
En Ecotopías, los escenarios que se plantean tienen algo en común: la emancipación de la máquina, de los móviles, la reconquista del tiempo terrenal, del espacio cercano y gobernable. Ayer nos dimos cuenta de lo lejos que estamos de la independencia: aterrizamos en las puertas de los coles y las calles, y las casas, como desnudas, sin excusas para la evasión del ahora, salvajemente analógicos.
Pasado el último episodio excepcional, y tras hacer la debida introducción de que así no se puede: cuánta gente varada sin poder llegar a casa, comida arruinada, personas angustiadas dentro de los ascensores, una vez aclarado que no somos unos hippies inconscientes, cuánta gente celebraba el parón, la liberación inesperada de su mirada, la tregua de notificaciones, el palo en la rueda del hámster.
Esa incertidumbre gozosa con la que vivimos las interrupciones de la normalidad —al menos en los inicios, al menos cuando no nos atrapa el miedo— nos está gritando algo. Nos lleva diciendo un lustro que vivimos vidas que no queremos, que no son sostenibles, que no son felices, que querríamos detener. Pero no alcanzamos a ser nosotras quienes ponemos el palo en la rueda del hámster, quienes silenciamos el coro de notificaciones y nos rebelamos desde la certeza de que este camino no lleva a ninguna parte.
Literatura
Belén Gopegui “Cada vez va a ser más importante crear movimientos en defensa de espacios analógicos”
“Si llega el fin del mundo, que nos pille siendo parte de algo más grande que nuestro miedo”, escribe hoy Silvia Nanclares, en una columna en la que mapea la luz de lo colectivo, la energía que se activa cuando nos hacemos conscientes de la interdependencia. “Cada vez va a ser más importante crear movimientos en defensa de espacios analógicos”, contesta Belén Gopegui desde una entrevista de hace unas semanas.
Estas dos ideas resuenan entre tantos textos, conversaciones e intuiciones compartidas al sol de un día sin bunkers digitales. Y siento que lo que nos resta es gobernar el apagón que habrá de venir, ser la causa colectiva e interdependiente de las próximas interrupciones, aquellas que lleven al fin de este mundo desbocado y sin sentido. Un fin de este mundo que permita la emergencia de otros. Hacerse cargo de la incertidumbre hasta que sea gozosa.