Opinión
Sobre el Ferrerasgate, lecciones tardías

Cuando se afirma que lo que está detrás del Ferrerasgate explica la no victoria electoral de Podemos se dice algo cierto, pero ello no implica que, como era inevitable esa reacción de la forma estado ampliada, al fin y al cabo la victoria de Podemos era imposible.
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Lo valleinclanesco no ha cambiado, la idea y la práctica patrimoniales del Estado español, no ha hecho más que aumentar. Sancho Somalo
Raúl Sánchez Cedillo

Participa en la Fundación de los Comunes

11 jul 2022 09:34

A quien haya seguido en estos años la actitud de los grupos mediáticos hacia el 15M y más tarde hacia Podemos no les puede sorprender nada de lo que queda patente en las grabaciones de Villarejo y Ferreras. Sin embargo, leídas y escuchadas en estos días, tienen algo de corona o corolario brillante de toda una fase política española, que en estas semanas entra en una encrucijada decisiva y que además depende de la evolución del régimen de guerra que se ha instaurado en Europa y Rusia. Hay que recordar quién grabó los audios: el propio Villarejo, lo que viene a demostrar que, con el tiempo, es imposible guardar un secreto de Estado, porque siempre hay alguien que se reserva pruebas para no terminar de chivo expiatorio. Pasó con los GAL, pasó con el emérito, y pasa ahora con la respuesta del Estado al desafío que supuso la irrupción de Podemos.

Por cierto: que solo la respuesta del Estado ampliado al referéndum del 1 de octubre de 2017 es suficiente para levantar acta de que vivimos en una democracia que solo sirve para quienes no quieren cambiar la estructura oligárquica del poder y del reparto de la riqueza y la propiedad en Hispania desde… desde hace más de un siglo. Porque si a algo me recuerdan las voces omnipresentes de Villarejo y sus secuaces, mandos policiales, periodistas, políticos, es a una España invariante, que se remonta como mínimo a la Restauración canovista. Lo valleinclanesco no ha cambiado, la idea y la práctica patrimoniales del Estado español—por lo demás completamente normales y ajustadas a la realidad de las relaciones de y del poder de clase— no ha hecho más que aumentar, salvo el paréntesis de la Segunda República y luego de la Transición, con el inevitable reparto patrimonial, desigual e inestable, que estructura el régimen autonómico del Estado, siempre en crisis. Son las voces chabacanas, zafias, soeces, sórdidas, confiadas, que en cada una de sus inflexiones, timbres, dejes, estilos e idiolectos condensan cientos de miles de páginas sobre la naturaleza de la forma estado española. Villarejo es ya, pero lo será más con el tiempo, un signo condensador, un epítome de una democracia concedida, garantista los lunes y autoritaria el resto de la semana, modernizadora a todas horas pero fundada en el privilegio de clase y religioso en la educación, que no superó nunca el impacto del neoliberalismo sobre el sistema de pesos y contrapesos que hubiera podido servir para estirar una interpretación más progresiva de la Constitución. En esa medida, y a fortiori, la figura de Villarejo es la prueba de cargo contra la ilusión eurocomunista y socialdemócrata de una interpretación garantista, laborista y socializante de la Carta Magna.

Políticamente, hay algo más importante que la limpieza del nombre de Podemos en el Ferrerasgate, y consiste en el siguiente problema: si la demostración del carácter no democrático de la mayoría aplastante de la forma estado española ampliada (que incluye a los grupos mediáticos y a “cosas” de la sociedad civil como fútbol, baloncesto, industrias culturales) ha de servir para reformular una estrategia de cambio antioligárquico, es decir, inevitablemente republicana. Dicho de otra manera: si lo que se llama Sumar va a levantar acta de que entre lawfare y mediafare lo que funciona es una dictadura de intensidad variable dependiendo del cariz político y de la carga antioligárquica de una fuerza política. Y si levanta acta de ello, lo va a hacer para desafiarlo o para resignarse y asumir los límites del sistema de pluralismo político limitado español en fase de restricción casi dictatorial. Si eso no se produce, entonces, salvando las distancias, esto se parece más a una denuncia de Amnistía  Internacional a pocos días de la ejecución de un condenado, se reduce a una victoria ética pagada con la vida.

Como me parece muy probable que Sumar no levante acta de nada de esto, sino que piense que todo se debe a una cuestión de talante y de estilo de comunicación, porque “Podemos daba un miedo innecesario” para la verdadera entidad de sus propuestas, entonces la revelación queda ahí: como un dato precioso para honrilla de los perdedores del ciclo Podemos.

Como me parece muy probable que Sumar no levante acta de nada de esto, sino que piense que todo se debe a una cuestión de talante y de estilo de comunicación, porque “Podemos daba un miedo innecesario” para la verdadera entidad de sus propuestas, entonces la revelación queda ahí: como un dato precioso para honrilla de los perdedores del ciclo Podemos. Dicho de otra manera: si esto y el régimen de guerra, por solo mencionar dos conjuntos de datos fundamentales, no hacen que al menos Podemos, principal afectado, se pregunte en serio si el repertorio basado en la “comunicación política” (es decir, intervenciones parlamentarias-tertulias-redes sociales) es suficiente para que avance social y organizativamente, a la par que electoralmente, un proyecto antioligárquico (republicano). Y, si lo hace, apunte entonces a ampliar un repertorio que ya no solo pasa por ahí, sino por una relación nueva, agonista y no antagonista, simbiótica y no extractiva, con la política de la multitud (es decir, con las formas en sistema red como el 15M, con las luchas de migrantes y refugiadas, con el feminismo no blanco, con el exceso revolucionario de las formas de vida LGTBQI, con el sindicalismo social y laboral  por la renta básica, la vivienda, el agua, la electricidad y el aire de los nuevos parias, con la desobediencia civil contra el cambio climático, con colectivos y autonomías varias que nunca van a entrar en un partido…), con todas las dificultades que supone.

Si no lo hace, entonces lo que estamos viviendo es, a sabiendas o no, un experimento de laboratorio de destrucción de prácticamente veinte años de acumulación de experiencias, saberes y fuerzas útiles desde el movimiento contra la globalización capitalista, al movimiento contra la guerra de Irak, al 15M y a la revuelta feminista de 2018 y sucesivos. Un experimento confinado además al laboratorio de los partidos anclados al parlamentarismo mediático, porque si una no se mide con la verdad de los datos, se aísla en una probeta de ilusiones funestas. Se encamina así a un 2023 entendido como última orilla para supervivientes políticos de un ciclo. Supervivientes que lo serán porque han tenido suerte y/o maña en la eliminación de competidores a plena luz del día, porque no hay para todos en la balsa antes de avistar costa. El derrotismo generalizado que domina esta fase —y que se deja ver también en la sobredosis de ternura propia de una unidad de desahuciados clínico— indica que unas prefieren la honrilla de las víctimas del régimen y pasar a ex combatientes desde el margen izquierdo mediático, igualmente precario y sometidos a los vaivenes del empresario “majo” de turno; otros ya solo piensan en morir matando a los competidores y otros ya han decidido que estarán a toda costa dentro del nuevo perímetro del sistema de pluralismo limitado por motivos “de tipo personal” que se suman al realismo ramplón del “al menos haremos algo”.

Quienes tienen poco que perder ya en este ciclo y mucho que ganar no tienen ya fuerzas ni medios de producción política autónoma en condiciones

Agenciar la verdad políticamente es el verdadero problema aquí. ¿Cuáles están siendo las reacciones? Quienes tienen mucho incierto que ganar pero bastante cierto que perder quedan paralizados y sumidos en la honrilla y el derrotismo de aceptar la situación. Quienes tienen poco que perder ya en este ciclo y mucho que ganar no tienen ya fuerzas ni medios de producción política autónoma en condiciones. Quienes solo tienen mucho que perder y, desde su punto de vista, nada que ganar en un proceso de radicalización social y política de una mayoría hecha de minorías que se componen (que a su juicio es negativo e indeseable, porque no hay nada fuera del régimen que no sea una regresión a algo peor), son quienes, por omisión, pereza, miedo, oportunismo y cinismo recibirán los laureles enmohecidos de una victoria pírrica: haber sobrevivido parlamentariamente al final de la democracia conflictiva en Hispania, testigos impotentes y cómplices de un largo periodo de desgracia y tragedia para la emancipación de la humanidad oprimida y explotada en esta provincia y allende sus fronteras.

No es casual que el tema de “los medios” ocupe el centro de la escena. El fascista Carl Schmitt decía que la representación (parlamentaria) es la “presencia de una ausencia” (la del “pueblo”, que a su juicio solo puede expresarse directamente a través del caudillo o Führer). La interpretación no fascista de esa afirmación nos dice que en las democracias parlamentarias de la propiedad la ausencia del pueblo se suple con la presencia mediática, mediada, controlada, desfigurada, manipulada, ocultada siempre por un sucedáneo o un doble aberrante. El pueblo mediático “habla” con los partidos y sus representantes a través de los “grupos de comunicación”. Ese circuito es inexpugnable so pena de crisis política mayor. Pero no vale el victimismo, ni el derrotismo. Cuando se afirma que lo que está detrás del Ferrerasgate explica la no victoria electoral de Podemos se dice algo cierto, pero ello no implica que, como era inevitable esa reacción de la forma estado ampliada, al fin y al cabo la victoria de Podemos era imposible. Curioso victimismo y curioso derrotismo. Es necesario salir del laberinto circular de la autonomía de lo político (y de lo comunicativo) y atender al proceso real: nada hubiera sido posible sin la creación por la multitud del 15M de una autonomía de la comunicación, de un medio de producción comunicativa autónomo, todo lo temporal que se quiera, pero de eficacia devastadora. Un medio de comunicación de la multitud de nodos emisores y productores distribuidos en red, con adversarios claros y compartidos: políticos del sistema, banqueros y medios vendidos y manipuladores. La autonomía de la comunicación del 15M obligó al sistema de medios a cambiar de táctica: hacer dinero publicitario politizando las parrillas y empezar el proceso de selección de personajes y elites controlables. La mejor parte de Podemos empieza años antes, con el trabajo de comunicación minoritaria de Pablo Iglesias en La Tuerka y demás, con su aparición en los medios que necesitaban a toda costa algo de realidad y que pugnaban por el share en la nueva realidad política del país. Pero es evidente que se subestimó la capacidad del Estado ampliado. Lo importante es que hoy mismo, sin perder más tiempo que el necesario, saquemos las lecciones de lo que ha sucedido. Y estas no pasan por el victimismo, correlativo de la denuncia del “estado profundo”. Habrá tiempo de escribir sobre esa noción que se ha instalado en el discurso de Podemos y no solo, y que es un préstamo de la derecha trumpista, que lo utilizó contra los intentos de procesamiento del ex presidente estadounidense. En pocas palabras: el “estado profundo” es el estado a secas, democrático o no, en toda su extensión y en su naturaleza fundamentalmente ajurídica, basada en la excepción que funda la norma y la capacidad de saltársela cuando conviene. Hablar de “estado profundo” no ayuda a comprender el carácter relacional y estratégico del estado, su carácter de centro de gravedad y de condensación de relaciones de fuerzas siempre desiguales entre las clases y los grupos de una sociedad capitalista, pero al menos es un buen expediente para explicar las derrotas y alimentar la compasión victimista. Lo mismo sucede con la denuncia del poder mediático. Se denuncia lo obvio: que en una sociedad capitalista oligárquica solo puede haber medios de comunicación oligárquicos, y que solo un movimiento popular plural y poderoso puede usar ingenio, masividad y cooperación de los muchos para hacer un contrapoder mediático eficaz, como lo tuvo en su momento el movimiento obrero organizado y sus sindicatos y partidos, o con grandes invenciones tecnopolíticas y comunicativas como las que produjo el citado 15M. En cierto modo, parece como si a la creencia en la autonomía de lo político se sumara la creencia en la autonomía de lo comunicativo, en la posibilidad de que, más allá de acuerdos tácticos y provisionales, haya corporaciones mediáticas que pudieran garantizar el apoyo a un proceso popular republicano que terminaría inevitablemente mermando su poder económico, financiero y político. Estaríamos sacando las lecciones equivocadas, perseverando en el error.

Sin embargo, siempre queda un cabo suelto. Siempre hay un glitch en el spanish game. Mucha suerte a las gamers atentas.

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