We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Palestina
Una noche de terral, dos sin drones y el corazón siempre en Gaza

Es sábado y hace más calor en la Costa del Sol que en Gaza. En la puerta de llegadas del Aeropuerto de Málaga, un grupo de periodistas se arremolina mientras turistas de distintas partes del mundo llegan para disfrutar del buen tiempo sin preocuparse del terral ni la turistificación que asfixia a sus habitantes. Serpenteando entre equipajes de colores, una mujer mira a la puerta una y otra vez, solo interrumpida por mensajes en árabe que iluminan la pantalla de su móvil. “Ya estamos recogiendo la maleta”, lee en el último.
Kayed Hammad ha vivido toda su vida “en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo”, como se refiere a Gaza
La mujer es Soad Haddour, la cuñada de Kayed Hammad (Jabalia, 1963), el intérprete y periodista palestino que, hasta hace menos de tres horas, durante su vuelo Estambul-Málaga, no había podido verbalizar a sus tres hijos y su esposa que estaban a salvo. Hammad es cauto y reservado por la fuerza. Por la fuerza de la ocupación israelí. A lo largo de su vida ha visto cómo a su abuelo, el alcalde de su pueblo, le amenazaban con demoler su casa una y otra vez; ha presenciado cómo un soldado de diecinueve años golpeaba a su padre con la culata de un arma larga cuando era solo un niño; ha sido encarcelado y torturado en cuatro ocasiones y ha tenido que cambiar de casa 17 veces desde el 7 de octubre de 2023. Kayed Hammad ha vivido toda su vida “en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo”, como se refiere a Gaza.

Las cámaras comienzan a disparar cuando Soad cruza la valla metálica que organiza a las personas que esperan a sus seres queridos a una distancia prudencial y abraza a su familia. Primero, a su cuñado —aunque se consideran hermanos—; después a su cuñada Amal, a quién nunca había visto en persona y, tras el encuentro entre las dos mujeres, Soad saluda a sus tres sobrinos por primera vez sin mediación de una pantalla el día que la familia Hammad ha llegado a Europa sana y salva gracias a la presión ciudadana.
El Ministerio de Asuntos Exteriores recibió dos cartas solicitando la protección internacional de Kayed hace dos meses. “Su contribución al entendimiento entre la sociedad española y palestina no puede sino ser reconocida por el Gobierno de España, motivo por el que respetuosamente, le trasladamos nuestra enorme preocupación y requerimos su apoyo para que puedan ser evacuados en cuanto exista una posibilidad”, explicaba la primera misiva firmada por Reporteros Sin Fronteras (RSF). A esta petición se le sumó una segunda, el 16 de mayo, ésta vez apoyada por un sinfín de académicos, periodistas y personas relacionadas con la cultura en el Estado español.
El abrazo de los hermanos
Mientras Kayed da sus primeras declaraciones a sus colegas periodistas dentro del aeropuerto, la espera aún no ha terminado para su hermano Sadi. A cuatro días de cumplir los 70 años y una enfermedad que a muchos mantendría en cama, se ha desplazado desde Alozaina, el municipio de la Sierra de las Nieves de poco más de 2.000 habitantes en el que vive con su familia, para reencontrarse con su hermano. “Si no fuese por su humor, no podría moverse”, reconoce dos días después su mujer, quien admira el talante de su marido.

Quien fuese jefe de la Lonja de Pescadería del Puerto de Málaga hasta el pasado diciembre, se rompe al ver a sus seres queridos. Tras unos instantes en los que el sol no logra cegar la alegría del abrazo entre los hermanos, Sadi y Kayed vuelven a hablar con los colegas de profesión de este último, esta vez protegidos del sol por una sombra discreta. “Queremos comer y descansar con nuestra familia”, atina a decir el hermano menor. “Hay que llegar a un alto al fuego, porque la situación es límite”, exige Kayed, que ha pedido que dejen entrar comida en los 360 km² que componen la franja.
Dalia, la única hija, sujeta el ramo de flores que les han regalado a su llegada sin separarse de su madre. Está mareada. Su primer viaje en avión no ha sido como había imaginado
Mientras todos los focos apuntan a los dos hombres, las mujeres se abrazan y besan, intercambiándose sus primeras palabras en persona. Soad, visiblemente conmovida, ha ido a buscar unos minutos antes a los dos hijos varones de Kayed y Amal, quienes se han perdido momentáneamente en el aeropuerto. Nunca habían salido de Gaza, ni conocían el frenesí de un no lugar como éste, en el que turistas preguntan la razón de tanto interés por la familia. Dalia, la única hija, sujeta el ramo de flores que les han regalado a su llegada sin separarse de su madre. Está mareada. Su primer viaje en avión no ha sido como había imaginado.
En esta comitiva falta el hijo mayor. Omar, ingeniero eléctrico de 24 años, quien falleció violentamente hace unos meses cuando iba a buscar medicamentos para un amigo que estaba hospitalizado. Al decir su nombre, la voz de Kayed se resquebraja, retomando su tono pausado y contundente un instante después, denunciando la “venganza” que está suponiendo el ataque a dos millones de personas desde el 7 de octubre de 2023.

Nada de arroz, por favor
Todos los miembros de la familia Hammad coinciden en una cosa: nunca volverán a ver el arroz con los mismos ojos. Días después de su llegada y ya lejos del bullicio del aeropuerto, Kayed, Amal, Dalia, Mohamed y Monjed, Soad y Sadi comen muy cerca del antiguo trabajo de este último, en un chiringuito a escasos metros del Puerto de Málaga. Han recorrido los 60 kilómetros que separan Alozaina de Málaga para recibir información sobre las posibilidades de asilo en España y, aunque visiblemente frustrados por la falta de sensibilidad de un sistema sumamente burocratizado y muy alejado de lo que tenían en mente, no pierden su buen humor.
Según los datos de la Oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior, 911 personas procedentes de Palestina solicitaron protección internacional en 2024 y fueron 563 hasta el 31 de mayo de 2025. Francisco Cansino, coordinador territorial de la Comisión de Ayuda al Refugiado en España (CEAR) en Andalucía Oriental reconoce que el sistema de asilo en España es complejo: “una de las grandes dificultades de acceso al sistema es el poder realizar la solicitud de protección internacional. Una vez que se consigue, que tiene una media de nueve meses en el territorio español, se puede acceder al sistema de acogida”, explica Cansino.
De vuelta al chiringuito, las conversaciones y miradas podrían ser las de cualquier familia andaluza un domingo de playa. Dalia prefiere la comida picante, aunque disfruta probando algunos de los platos típicos malagueños. Con todo, se define como ferviente amante de la cocina de su tía Soad, quien repite sus palabras con orgullo tras dos días agasajando a su familia con sus mejores guisos: pollo, todo tipo de pescado…
El banquete continúa con risas que alimentan el alma cuando Sadi insiste en servir algo más de arroz en los platos de los más jóvenes de la mesa. Mohamed, de 17 años, y Monjed, de 22 y Dalia, de 20, responden con negativas insistentes, teniendo aún en mente la cantidad de días que lo único que tenían era arroz, incluso a veces mezclado con pienso, como reconocía su padre.

Cualquiera que conozca la comida palestina sabe del buen hacer de las mujeres para alimentar a sus familias con ingredientes que integran la dieta mediterránea y beben de siglos de herencia transmitida de madres a hijas. Un año y medio después de los ataques del 7 de octubre, el ingenio de Amal no era suficiente para dar de comer a sus seres queridos.
Desde el inicio de esta nueva ofensiva, el periodista Mikel Ayestaran, que conoció a Kayed hace más de veinte años, se preocupaba diariamente por esta familia, preguntándoles qué estaban comiendo en casi todas sus conversaciones telefónicas. Fue así como, según el intérprete palestino, comenzó Un menú en Gaza en febrero de 2024, una serie de 500 días en la que, con la excusa de la comida, el periodista vasco comenzó a publicar en sus redes sociales lo que los Hammad comían en mitad de una hambruna que está afectando a dos millones de personas, según ha denunciado Philippe Lazzarini, comisionado general de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo.
“Siempre me ha dado vergüenza la gente que sube fotos de comida a Facebook. En Gaza hay mucha pobreza y no me gustaba, pero esto era diferente. Mikel se preocupaba y queríamos contar cuál era nuestra situación”, explica Hammad, aún con el estómago cerrado por todas las emociones vividas en los últimos días. Té por casi cien euros, panecillos ínfimos de pan por dos, la hambruna no era la única preocupación derivada de la búsqueda de subsistencia en Gaza.
“Calculamos que entre 70 y 100 personas mueren al día mientras van a buscar alimentos”, relata, quien ha preferido conceder la entrevista a acompañar a su hermano Sadi a la hora del café. “Nosotros hablamos de los dos blancos, el del saco de comida o el del sudario”, afirma Kayed, haciendo alusión a la sábana blanca en la que muchos de los gazatíes que van a buscar comida para sus familias acaban envueltos una vez asesinados.
Dos periodistas en la familia
Dalia, que cumplió 20 años durante su viaje al exilio, comenzó Biotecnología pero lleva dos años estudiando Periodismo por internet. Según el informe de la Comisión Independiente e Internacional para la Investigación en los Territorios Palestinos Ocupados, el 90% de las escuelas y universidades de Gaza han sido atacadas y la mitad de sus lugares religiosos y culturales destruidos. Este aumento de la violencia no solo ha supuesto la destrucción de facultades, sino también ha obligado a la comunidad universitaria gazatí a diluirse en una diáspora telemática que, en el caso de la joven, abandera con orgullo.

Mientras esperamos que llegue la apreciada paella que ha pedido Sadi en este chiringuito del popular barrio de Huelin, Dalia me muestra cómo han bombardeado un restaurante similar en la costa gazatí hace unos minutos. “Lo hacen todo el tiempo”, explica Kayed. “Así era en 2022…”, continúa su hija, mostrando una imagen en la red social del antes y arrastrando el dedo por la pantalla de su móvil para mostrar la desolación actual del lugar idéntico al que nos encontramos, pero en la otra orilla del Mediterráneo.
“Israel no quiere testigos” decía el periodista Sergio Rodrigo en su intervención durante la XXIII Velada de Música de Gibralfaro por Palestina, que organizó la asociación AlQuds el mismo día que la familia Hammad llegó a la capital de la Costa del Sol. “Quienes informamos desde fuera no podemos contarlo como deberíamos. Eso también es violencia y además es una vulneración del derecho. Hoy, las verdaderas valientes son las palestinas y los palestinos. Son ellas quienes están poniendo el cuerpo, su libertad, su vida, para que el mundo sepa y para que no se pueda decir que no lo sabíamos”, continuaba Rodrigo.
Más de 200 profesionales de la información han sido asesinados en Gaza desde el comienzo de la guerra, según el Sindicato de Periodistas Palestinos, y el bloqueo ha impedido que los y las periodistas internacionales puedan entrar a explicar qué está sucediendo, como denunciaba Rodrigo y la propia Federación Internacional de Periodistas. Con todo, es la primera vez que un genocidio está siendo retransmitido a tiempo real, según la pensadora argentina Rita Segato, quien reconocía su desafección con la humanidad frente a su inacción.
Dos noches sin drones
“¿Cómo has dormido?”, le pregunto a Kayed el día antes de acudir a la policía a solicitar la tarjeta blanca, un documento provisional que se entrega a las personas que demandan asilo al Estado español. “Bien, aunque tengo el sonido de los drones en la cabeza”, afirma apuntando con el dedo índice de su mano derecha a su sien. Ese zumbido inquietante es anterior al 7 de octubre. Es un arma de guerra que atraviesa el cuerpo de los gazatíes y llega a sus peores pesadillas.
En Alozaina, la brisa no es de terral, lo que permite conciliar mínimamente el sueño a la familia gazatí. Durante los últimos meses, decidieron dormir todos juntos, a veces acompañados de sus vecinos, puesto que, si morían, querían hacerlo cerca de sus seres queridos. Hoy duermen sin el zumbido de los drones, aunque ese sonido ya ha impregnado su realidad para siempre.
