We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Partidos políticos
Ciudadanos clausura una etapa de la política española y anuncia que no concurrirá a las elecciones
Ciudadanos no se presentará a las elecciones generales del 23 de julio de 2023. La dirección del partido ha tomado la decisión en el día en que la convocatoria electoral ha sido publicada en el Boletín Oficial del Estado. El “plan” para la reconstrucción pasa por entrar en el Parlamento Europeo en las elecciones de 2024, en las que funciona el sistema de circunscripción única, que puede resultar favorecedor para un partido que el pasado domingo 28 de junio obtuvo el 1,35% del total de los votos en las municipales y perdió toda su representación autonómica. Con la decisión del partido de Inés Arrimadas de desaparecer en las elecciones al Congreso y el Senado termina una etapa para los dirigentes de un partido que, como decía una vieja canción iban a comerse la vida y fue la vida y se los merendó.
La génesis de Ciudadanos son dos pactos en los que no estaban presentes quienes iban a conformar el partido. En 1996, el ganador de las elecciones generales José María Aznar se reunió con el president de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, en el hotel Majestic. Siete años después, se firmaba en el Salón del Tinell, en Barcelona, el acuerdo del “tripartit” catalán, formado por PSC –el partido de Pasquall Maragall, president de la generalitat desde ese acuerdo– Esquerra Republicana de Catalunya e Iniciativa per Catalunya.
En la creación del espacio naranja confluían dos tendencias unidas por un mismo sentimiento: había un abandono hacia los catalanes que se sentían españoles. Esas tendencias procedían de la derecha moderada que había visto con estupor a Aznar asegurarse el voto de Pujol, a quien se consideraba el mariscal en la guerra cultural y lingüística del catalanismo que combatían, y del sector españolista del PSC. Arcadi Espada, intelectual antipujolista, fue el primer motor de un partido (Ciutadans) que buscó una cara nueva, alguien no identificado con el sector socialista. Emergió así Albert Rivera, un joven empleado de banca que había entrado fugazmente en política en las Nuevas Generaciones del Partido Popular.
El antipodemos
Salto en el tiempo. Septiembre de 2019. Un político socialista difunde en su red social Twitter una foto de Albert Rivera, convertido en el líder del tercer partido con más votos de España, con Pablo Iglesias, líder de Podemos y, en gran medida, antagonista de Rivera, con quien se ha enfrentado en varias alocuciones en la tribuna del Congreso. Ciudadanos, el “antipodemos” o el “Podemos de derechas” está en problema. No se sabe de que hablan.
El panorama es este: antes del parón vacacional, Pedro Sánchez ha roto la baraja. El líder del PSOE, que ganó las elecciones de abril, se resiste a la entrada de Unidas Podemos en el Gobierno. Sobre el papel, quiere la coalición, en la práctica, arrincona a los de Iglesias con un pacto rácano: quiere que acepte el “Ministerio del Inferior”. En dos sesiones en julio de ese año, estalla la primera posibilidad de Gobierno de coalición desde la II República. Sánchez no cede. Iglesias consigue mantener a los suyos en la idea de no regalar la investidura. Es, probablemente, su intervención más determinante en la historia de la política española.
Sánchez no cede porque quería otra cosa. En febrero de 2016, después de las elecciones de los partidos del cambio, el PSOE había conseguido arrancar un acuerdo con la fuerza emergente que representaba Albert Rivera. Un “pacto de Gobierno de progreso y reformista” llamado del “Abrazo”, por el cuadro de Juan Genovés que estaba en la sala donde se firmó, que situaba a Ciudadanos en la casilla a la que pertenecía: en el centro del tablero, como un partido bisagra, que podía entenderse con los partidos del centro-izquierda y el centro-derecha.
Cuando Rivera y Sánchez firman bajo el pacto del “Abrazo” el sistema se encuentra a sí mismo pero no encuentra a nadie al otro lado del hilo: los números no dan
Rellenado con cierta celeridad por perfiles de profesionales de clase media ascendente, desvinculados de la actividad política profesional hasta el estallido de la crisis económica, el partido que había nacido en Catalunya para impugnar al pujolismo, había trascendido esos límites en unos pocos meses del año 2015. En noviembre de ese año, pocas semanas antes de las elecciones, una encuesta de Metroscopia había adelantado un triple empate en el que el partido de Rivera se situaba como segunda fuerza tras el PP de Mariano Rajoy –el presidente en ejercicio– y el PSOE de Sánchez en su primera comparecencia como candidato.
Ciudadanos es el partido de moda en ese noviembre de 2015 y aspira a recoger un caudal inagotable de votos desencantados con los dos grandes partidos del sistema político, pero los resultados de su estrategia de buscar el “cambio tranquilo” en las elecciones de diciembre son más bajos de lo esperado. Podemos le supera y se convierte en tercera fuerza. Cuando Rivera y Sánchez firman bajo el pacto del “Abrazo” el sistema se encuentra a sí mismo pero no encuentra a nadie al otro lado del hilo: los números no dan. No sirve la muleta naranja. A Podemos le basta con decir no. En marzo de 2016 el arreglo PSOE-Ciudadanos naufraga.
Sánchez no volverá a tentar una investidura con Rivera. Tres años después, cuando tenga la posibilidad de formar un nuevo Gobierno tras las elecciones, halla a Albert Rivera subido a la moto del nacionalismo español. Ha pasado Catalunya y el referéndum del 1 de octubre de 2017, ha pasado la moción de censura al Partido Popular, y está pasando Vox. Rivera, y todo su partido, ha leído la partitura al contrario: en el momento en el que el “cambio tranquilo” puede ser una opción contracultural contra la crispación provocada por los casos de corrupción y utilización mafiosa de las instituciones que implican al Partido Popular y el Ministerio de Interior, Ciudadanos se sube a ese carro. Pesan sus raíces y su furibundo rechazo al catalanismo primero y al independentismo después.
En diciembre de 2017, el partido ha vivido la que será su victoria pírrica, el triunfo que tiene el germen del final. Inés Arrimadas gana las elecciones del 155, convocadas por el Gobierno de Mariano Rajoy después de la intervención de las instituciones de la Generalitat. Es el momento de mayor entusiasmo hacia Ciudadanos por parte del nacionalismo español. Sus líderes, Rivera y Arrimadas, son aupados por la corriente del “a por ellos”. Se les inviste como personas de acción frente a la supuesta parálisis que se les achaca a Rajoy y Sáenz de Santamaría.
El partido pierde su verdadera seña de identidad: el ser el “partido Tecnocasa” de profesionales asociados a las regalías de la burbuja inmobiliaria y financiera, y se centra en el vasto campo demoscópico de la derecha.
Con Rivera, nadie
Abril de 2019. Un Albert Rivera crecido es cabeza de lista en unas elecciones en las que Ciudadanos consigue 4.155.000 votos, solo 217 mil menos que el PP de Pablo Casado. Por su mente no pasa pactar con Sánchez a quien, como el resto de los nacionalistas españoles, reprocha el acuerdo con el soberanismo y el independentismo que le ha llevado a La Moncloa. La militancia del PSOE tampoco quiere a Ciudadanos y lo manifiesta en la celebración de la victoria de Sánchez. Los bloques izquierdo y derecho apenas tienen vasos comunicantes después del otoño catalán y el espacio que reivindican, los naranjas, “el centro liberal” apenas tiene conexión real con la historia política de España.
Hemeroteca Diagonal
Hemeroteca Diagonal “Ni rojos ni azules”: la historia de España vista por Ciudadanos
Una vez cosechados esos resultados electorales, Rivera no cede: se ve rebasando al PP en una repetición electoral. El partido, que en mayo consigue grandes resultados y puede negociar con la alcaldía o la presidencia de la Comunidad de Madrid, se suma a la idea de hacer un cordón sanitario contra el PSOE. En una delirante intervención en julio, Rivera prefigura lo que será el argumentario de la derecha en lo que llevamos de década y acusa a Sánchez de haber puesto en marcha un plan para tomar el control de España “durante una década” o “a perpetuidad”.
Hay un problema. Catalunya ha encendido más cosas, no solo el cohete Rivera. La extrema derecha de Vox, no nacida en Catalunya sino como una excrecencia del PP madrileño, ha conseguido situar el debate en otras coordenadas. El problema no es solo lo que califican como “golpismo” de los partidos políticos, sino que la urgencia es un nuevo sistema de valores; el cambio no puede ser tranquilo sino que debe ser ejecutado con mayor autoridad de la que proyecta Rivera, por entonces visto como alguien impulsivo pero un peso ligero intelectual con tendencia a lo estrafalario. Lo confirmará en la campaña electoral del otoño de 2019, en la que se afana en aparecer en los debates con distintos gadgets, celebra una victoria en una carrera en la que sus compañeros de partido le dejan ganar, y protagoniza un vídeo de campaña con un cachorrito y las proféticas palabras “aun huele a leche”.
Ciudadanos ha pasado a ser redundante precisamente cuando era más aplaudida su coherencia por parte de las principales empresas comunicativas de la derecha
Rivera cae bien a la derecha mediática y empresarial pero los votantes de ese espacio político quieren orden y disciplina. Después de la primavera del partido, termina el desfile de cargos intermedios y concejales del PP a Ciudadanos, que obtiene en 2019 su mejor resultado en las municipales con más de 2.700 actas de concejal, y el paseo desde Génova es hacia Vox.
No se sabe de qué hablan Rivera e Iglesias en el Congreso en septiembre de 2019. El candidato de los naranjas ha estado desaparecido todo un mes después de la investidura. Los medios publican que, al volver de las vacaciones, ha recapacitado y ha ofrecido a Sánchez su abstención antes de que el socialista comunique a Felipe VI que no puede llevar a cabo el encargo de formar Gobierno. El “plan” Rivera se ha desmoronado en unas pocas semanas. Sánchez, menos impulsivo que Rivera pero con mayor facilidad para arriesgarse en momentos clave, decide ir a elecciones. No le irá como él esperaba pero, con esa decisión, sella el destino político de su compañero en el “abrazo” bajo el cuadro de Genovés.
Ciudadanos ha pasado a ser redundante precisamente cuando era más aplaudida su coherencia por parte de las principales empresas comunicativas de la derecha. Las elecciones de noviembre serán una estocada definitiva: el partido pierde 47 diputados de una tacada y obtiene menos actas que ERC, uno de sus adversarios más enconados. Rivera dimite inmediatamente e inicia una errática carrera en el sector privado. Arrimadas, convertida en líder de Ciudadanos, no desanda ningún camino pese a los titubeos a la hora de votar una serie de leyes –que la convierten en traidora temporalmente en los medios de la derecha– y termina por asimilarse a los otros dos partidos de la derecha aprovechando su menguante cuota de pantalla para repetir discursos que parecen calcados del PP.
Uno por uno, en los comicios que tienen lugar desde entonces, la marca va desvaneciéndose. Solo sobrevive Francisco Igea en Castilla y León, uno de los pocos barones que no respondían al perfil de joven profesional que había crecido bajo la sombra de Rivera, uno de los pocos que se enfrentó a la dirección del partido. Caen los otros mirlos del partido: Ignacio Aguado, José Manuel Villegas, Fran Hervías, también se retiran los cazadores de focos –Luis Garicano, Javier Nart– y los agitadores de la ultraderecha del partido, Marcos de Quinto y Juan Carlos Girauta. La sede de cinco plantas que el partido había adquirido en la calle de Alcalá en 2015, se pone en venta un mes antes de las elecciones municipales. El partido anuncia que buscará algo más pequeño.
En el Parlamento Europeo, Ciudadanos aun conserva siete diputados, un recuerdo de los viejos tiempos, en los que obtuvo 2,7 millones de votos
Sus resultados el domingo 28 de mayo son así de pequeños. Trescientos mil votos en el conjunto del país y 392 concejales. El fracaso de Begoña Villacís en Madrid, ciudad de la que se despide como vicealcaldesa con el 2,89% de los votos, y de la portavoz Patricia Guasp, que no renovó su escaño en el Parlament balear, ha sido el corolario de toda una generación que estuvo en primera fila del partido de la que solo sobrevive políticamente Inés Arrimadas. El Comité Nacional de Ciudadanos ha decidido esta mañana no hacer pasar a la actual presidenta del partido por el mismo trance por el que han pasado otras figuras del partido como el exportavoz Edmundo Bal.
El partido no muere del todo. En el Parlamento Europeo aun conserva siete diputados, un recuerdo de los viejos tiempos, en los que obtuvo 2,7 millones de votos. Uno de ellos es Adrián Vázquez, el secretario general y el hombre sobre el que pesarán durante los próximos años las responsabilidades por no dar carpetazo al expediente Ciudadanos, una vez que ha quedado confirmado que la historia política española se los ha merendado.