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Pensamiento
Arranquemos a Tronti de las garras de los biempensantes
Mario Tronti falleció el 7 de agosto pasado y han sido numerosos los obituarios, las remembranzas y los testimonios. Le han llamado «un gigante», el «padre del operaismo»... y ello es cierto. Pero cuando hablamos de operaismo y, por lo tanto, inevitablemente de él, lo que me viene a la cabeza no son cátedras universitarias, ni seminarios, ni reuniones convencionales, ni mesas redondas, ni oyentes circunspectos, ni reseñas, sino asambleas obreras, piquetes duros, empujones incluso entre compañeros, cantos de alegría, imputaciones procesales, cárceles, noches en blanco frente a hogueras improvisadas, discusiones apasionadas, producción de ideas. Me viene a la mente que siempre hay alguien que quiere ponernos de rodillas para que nos comportemos y vivamos como él dice. Me viene a la mente el deseo de libertad, el rechazo a bajar la cabeza.
Tronti, autor de Operai e capitale, cierto, pero Tronti ha sido un autor que ha pensado en el seno de un colectivo y que ha sabido que todos y cada uno aportamos algo propio. Operai e capitale es impensable sin las investigaciones de Romano Alquati, sin los escritos de Toni Negri sobre el Estado, sin las luchas obreras de los electromecánicos milaneses, del Cotonificio de Val di Susa, de Mirafiori, del Petrolchimico de Marghera, de la Italsider de Génova.
Comunismo
Orígenes y herencias del operaismo italiano. Entrevista con Mario Tronti
Sobre Operai e capitale puede hacerse una buena tesis doctoral o de licenciatura en Ciencias Políticas, por supuesto, pero después de haber leído el libro también puedes acabar en medio de un piquete de conductores del sector logístico y que te caigan seis meses de arresto domiciliario, o explicándole a un pakistaní que apenas habla italiano, que con el «salario global» le están engañando dos veces y encontrarte a alguien amenazándote con un cuchillo.
Quién sabe si ese disco rayado que lleva sonando fastidiosamente en nuestros oídos medio siglo (¡50 años!) podrá dejar de oírse alguna vez: «la clase obrera ya no existe»; «ahora que ya no existen los trabajadores y trabajadoras», «antes existía la clase obrera, pero hoy ha dejado de existir». Me pregunto si alguien se lo pensará dos veces antes de volver a insistir de nuevo con esta cantinela.
Ya lo llaman «hot summer» y está ocurriendo en Estados Unidos ante nuestros ojos. Se trata de las huelgas de los guionistas de Hollywood, de los conductores de UPS, de los 11.000 empleados municipales de Los Ángeles, de las enfermeras de algunos hospitales de Nueva York y de Nueva Jersey, de los trabajadores de los hoteles del sur de California, de los 4.500 empleados municipales de San José, de los 1.400 técnicos que construyen locomotoras eléctricas en Eire, Pensilvania, etcétera.
Se rieron de nosotros por las derrotas que sufrimos en las décadas de 1970 y 1980, pero hasta a los más cerriles y lerdos se les borra la sonrisa de los labios, cuando se asoman a la ventana y ven a qué ha quedado reducido este país
«¡Pero si son luchas por aumentos salariales, que ya se ha comido la inflación», me dicen. «¿Qué tienen que ver con la visión revolucionaria del operaismo? ¿Qué tiene que ver Tronti con todo esto?». «Espera», respondo, «en el seno de estas luchas hay reivindicaciones que van del medio ambiente a la vivienda y, en general, en todas partes, está presente el sentido primordial de la libertad y de la dignidad, porque a estas alturas, después de décadas de políticas neoliberales, después de la pandemia, la desproporción de las fuerzas entre obreros y capital había llegado a tal punto que la gente abandona su puesto de trabajo, se despide para poder respirar un poco». Pero después nos topamos también con el resurgimiento de la solidaridad social, nos encontramos con los 140.000 actores del sindicato SAG-AFTRA uniéndose a los 11.000 empleados y empleadas de la Writers Guild, mientras los trabajadores y trabajadoras del sector de la hostelería de California se manifiestan junto a ellos.
Estados Unidos
Laboral Nuevo sindicalismo estadounidense, la interseccionalidad en la clase
Se constata la voluntad de resistir, los guionistas estadounidenses están en su centésimo día de huelga, otros están en su tercer mes. Emergen figuras desde abajo, líderes espontáneos, como Christian Smalls, afroamericano empleado en Amazon, que ha obligado a Jeff Bezos a replantearse su política de no sindicación. Pero, sobre todo, se ponen en evidencia los nuevos poderes que ahora controlan nuestra capacidad misma de percibir, de aprender, los cuales pretenden en realidad aniquilarla, encerrándonos en su metaverso. Estos nuevos poderes que crean ese individualismo masificado que Tronti señaló como el mayor desastre en su última intervención, que tuvo lugar en el Festival de DeriveApprodi celebrado en Bolonia entre el 9 y el 11 de junio pasado. Y este despertar sólo podía tener lugar en el país de la gig economy, de la artifical intelligence, en el país de los trabajadores y trabajadoras privados de derechos, en el país del capitalismo «más avanzado», como se hubiera dicho en otro momento. ¿No nos recuerda todo esto al editorial escrito por Tronti para el primer número de Classe operaia (1964) «Lenin in Inghilterra»? Una de sus metáforas para decir que nuestra tarea es dificilísima, casi imposible, pero que o intentamos el camino de la rebelión o acabaremos donde han acabado tantísimos jóvenes italianos de hoy, sobre todo si han invertido dinero y tiempo en su formación.
Se rieron de nosotros por las derrotas que sufrimos en las décadas de 1970 y 1980, pero hasta a los más cerriles y lerdos se les borra la sonrisa de los labios, cuando se asoman a la ventana y ven a qué ha quedado reducido este país. No, no solo por la Meloni, que conste, sino porque en tu funeral te arriesgas a que te aplaudan como si fueras una estrella del mundo del espectáculo.
Mario, afortunadamente, tuvo en su último viaje el respeto del silencio. Y eso ya es algo.