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Pensamiento
La niebla y el paso del tiempo: por un 2025 en que las cosas envejezcan
“Desde siempre, el concepto de eternidad tuvo en la muerte su fuente principal. Por consiguiente, el desvanecimiento de este concepto, habrá que concluir, tiene que haber cambiado el rostro de la muerte”. Benjamin, El narrador.
Tengo una imagen grabada en la memoria: hace unos años, finales de enero, cogí un tren de Villanueva de la Serena a Mérida. Era temprano. Estaba amaneciendo. El valle de la Serena es enormemente llano, y los cultivos por donde discurre el tren hacia Mérida, erráticos. Árboles altos y solos, palmeras desperdigadas por la llanura. El sol salía y entre el traqueteo del tren, a golpes, a veces se despejaba la niebla. Junto al caminito del tren discurrían los postes de luz, y en cada poste se veía, suspendido en lo alto, un nido de cigüeñas. La niebla ocultaba y desocultaba la tierra como una especie de ensoñación, como si las casitas fuesen cosas intermitentes y la llanura, los árboles y las colinas azules que aparecían y desaparecían a lo lejos llevasen allí, tranquilamente sentadas, millones de años.
Hace dos años comenzó la “transformación total” del Mercado de Abastos de mi pueblo. Un proyecto que según la concejala de urbanismo de aquel entonces aportaría “modernidad y frescura”. Dos adjetivos que unidos han significado más de una catástrofe urbanística. La modernidad del proyecto no se hizo esperar: acristalamientos y materiales inadaptados a la realidad climática del lugar, y encarecimiento de los alquileres que provocan la desaparición de los pequeños comerciantes y favorecen la aparición de franquicias.
Mi amiga Laura, cuya familia había tenido varios puestos en el mercado de abastos, me ha dicho que su tía ante la subida de alquiler ha preferido retirarse. También me dijo, después de que yo me lamentara de que iban a tirar un edificio antiguo para construir otro mucho más feo, algo que me sorprendió, que la pena no era que tirasen esa plaza de abastos, sino que hubieran tirado la antigua. La antigüedad que yo creía antigua no era más que otra modernidad envejecida.
Ayer la grúa se llevó al desguace el último coche que compraron mis padres juntos, el cual habíamos estado usando durante los últimos 26 años. Mientras vaciábamos el coche y esperábamos que la grúa llegase estuve pensando en todas las cosas que había hecho en ese coche y en lo terrible que era que todas las cosas que me habían acompañado a lo largo de mi vida desapareciesen antes que yo.
Es extraña la manera en que tenemos de perder las cosas que nos acompañan sin ningún tipo de dolor. Estamos deseando deshacernos de ellas. El ideal es tener cada año un móvil nuevo “última generación”. Cada año una nueva actualización del sistema operativo. No solo ocurre con los móviles. También con las personas. Deseamos y tememos, nos maravillamos y nos horrorizamos ante la llegada de las nuevas generaciones, queremos saber cuáles son las nuevas palabras que utiliza la generación Alpha, las comparamos con la Z, nos apresuramos a usarlas: Ohio, rizz, skibidi toilet… y siempre el miedo al momento en que el argot nos resulte incomprensible, a que nuestro tiempo no valga ya nada.
Los rostros de las famosas hablan de este miedo. No envejecen, sino que va inscribiéndose en ellas una pátina de atemporalidad. Madonna, Lindsay Lohan, Cristina Aguilera… Las sucesivas operaciones estéticas consiguen que sus caras se aparten de lo que el tiempo le hace a los rostros. El tiempo ya no sigue una deriva lineal, sino que nos sorprendemos comparando fotos en las que los rostros eran más viejos antes de lo que lo son ahora. Si algo debe tener la belleza, nos dicen, es que no puede parecerse a la vejez.
Con veinticuatro años fui a una perfumería con mi madre. La dependienta nos enseñó algunas cremas, y me sugirió, entre ellas, una crema anti-edad, yo me horroricé, pero si tiene veinticuatro años, dijo mi madre, lo mejor es empezar cuanto antes, dijo la dependienta. Esto lo saben bien hoy en día muches niñes. La lucha es una lucha contra el paso del tiempo y es una lucha que desde siempre se está luchando, por eso tiene todo el sentido que empiece a lucharse cuanto antes.
En el fondo nuestra esperanza en el futuro se reduce a que la ciencia ralentice o anule la muerte. Hemos esperado que la ciencia resolviera todos los misterios, o si no, al menos, que cambiase su apariencia
Cuando tenía cinco años solía esconderme debajo de la almohada y llorar porque mi abuela iba a morirse algún día. También pensaba, cuando sea mayor la ciencia habrá avanzado mucho y tal vez mi abuela nunca se muera. Esa confianza ciega es la que socialmente demostramos en la ciencia. En el fondo nuestra esperanza en el futuro se reduce a que la ciencia ralentice o anule la muerte. Hemos esperado que la ciencia resolviera todos los misterios, o si no, al menos, que cambiase su apariencia.
Mi abuela murió y, de momento, lo más parecido a la realización de esa esperanza es Madonna, cuyo nombre más que en ningún otro contexto parece referir su hazaña a una fuerza sobrehumana. La virgen cuya divinidad no reside en la ausencia de sexo, sino en la ausencia de vejez. El rostro de la muerte es ahora otro distinto.
La vejez y la muerte han dejado de ser socialmente aceptables, ese periodo de nuestra vida que no ha cesado de extenderse se ha convertido en un páramo estéril, carente de sabiduría, e incluso más pareciera estar cargado de cierta ineptitud. Esa insistencia que tienen los viejos en gestionar las cosas en persona en lugar de hacerlo en la app del banco.
¿Cómo enfrentarnos al paso del tiempo? Todo el tiempo cambiamos nuestros teléfonos, nuestros destinos de viaje, la gente con la que quedamos, nuestra ropa, nuestros hogares. Y por otro lado, las fotos son infinitas, los selfis que nos hicimos este año, el pasado, las fotos por las que hacemos scroll en nuestra galería, en el feed de Instagram. Por mucho que el desplazamiento de la pantalla y el agitarse del dedo produzcan un movimiento, las fotos permanecen iguales. Transitamos de una a otra, sí. Pero, ¿es eso el transcurso del tiempo?
Esa nueva eternidad a la que aspiramos nos impide enfrentarnos a las dimensiones de una pérdida que es connatural a nuestra condición de mortales, la pérdida de nuestra vida y la muerte al cabo de todas las cosas y las personas que hemos conocido
Fotos, videos, los audios permanecen siempre iguales, eternos. Su duración no tiene nada que ver con mi rostro, y sin embargo, con nuestro cuerpo y con nuestro deseo, intentamos cada vez más que nuestra duración se parezca a la de la permanencia de las imágenes. Esa nueva eternidad a la que aspiramos nos impide enfrentarnos a las dimensiones de una pérdida que es connatural a nuestra condición de mortales, la pérdida de nuestra vida y la muerte al cabo de todas las cosas y las personas que hemos conocido.
La niebla es de alguna manera la presencia de ese tiempo que acabará por borrarnos. Nos enseña cómo las cosas que están ahí pueden desaparecer, desdibuja los contornos de aquello que conocemos. Esas cosas que sabemos que estuvieron ahí, que existieron y que ya no se ven, es el paso del tiempo. Hay una conciliación, una transcendencia en esa asunción de que el tiempo pase que no se parece en nada a una rutina de skincare. Ojalá tuviera a mi abuela para preguntarle algo de eso.