Opinión
Pero, ¿qué es la posmodernidad?

El término posmodernidad es controvertido: se usa para una cosa y para su contraria. Posmodernidad es neoconservadurismo, individualismo, sociedad de consumo, pérdida de la conciencia histórica... Pero es también deconstrucción, ruptura del orden epistémico moderno: razón-sistema-domino, etc. También posmodernidad es el feminismo de la Segunda y Tercera ola o el antiespecismo.

La posmodernidad tiene unas implicaciones tan trascendentales para la comprensión de nuestro tiempo histórico que se hace casi obligatoria la apertura del debate; la forma es lo de menos, pero si esta -en este caso a través la ironía desenfadada y la bronca- puede ayudar en dicho cometido pues adelante.

El término posmodernidad es controvertido: se usa para una cosa y para su contraria. El problema se agranda, aún más, con su falta de delimitación etimológica: nótese por ello que he utilizado exclusivamente el significante Posmodernidad y no el de Posmodernismo, algo que, ni mucho menos es casual. Posmodernidad y posmodernismo, como términos, son utilizados, casi siempre, de forma indistinta, algo que se debe más a la falta de consenso interpretativo que a su mal uso conceptual, pero con ello se enturbia, aún más, su propia delimitación.

Con estos dos conceptos (posmodernidad y posmodernismo) es necesario generar un paralelismo con su términos hermanos de los que brota: Modernidad y Modernismo (para nada sinónimos).
El Modernismo es una corriente artística y estética que irrumpe a principios del siglo XX, ligado a las Vanguardias y Neovanguardias y a los “ismos” (cubismo, dadaísmo, futurismo, surrealismo, etc.): con un claro sentido crítico y de crítica al Sistema a través del cuestionamiento del concepto de “Arte” en sí mismo. El agotamiento de las Neovanguardias (Modernismo) y la pérdida del carácter crítico de las obras del arte (que se vuelven autorreferenciales) es a lo que se conoce (o debería conocer) como posmodernismo.

La modernidad son los proyectos emancipadores y “las luces”, pero también son los campos de concentración y el imperialismo

Por su parte, la Modernidad es un proceso, movimiento o lógica histórica, ligado inexorablemente a la Ilustración y su hegemonía pos-Revolucionaria: hablamos pues del liberalismo (político y económico); los sistemas parlamentarios, la separación de poderes y los Estado-Nación. Es el despliegue del Capitalismo industrial y el comienzo del Sistema-Mundo. Es la ciencia newtoniana y la epistemología cartesiana. Es la fe en la Razón, la fe en el Progreso, la sistematización, la jerarquía y el dominio. Es también la filosofía de la historia: de Kant a Marx. Son los proyectos emancipadores y “las luces”, pero también son los campos de concentración y el imperialismo. Todo esto es Modernidad en su sentido más amplio: que se despliega, en gran medida, entre los siglos XVIII y XIX. Cuando esto se empieza a poner en cuestión, sin superarse, ni mucho menos, tras la II Guerra Mundial, es cuando puede hablarse de posmodernidad.

Pues bien, a tenor de ello, podemos demarcar la posmodernidad en una doble cronología superpuesta: en un sentido más específico irrumpiría en los 70 con su consolidación conceptual (Lyotard, Habermas, Jameson), coincidiendo con la Crisis del Petróleo, y abarcaría hasta la Crisis del 2008. Pero en un sentido amplio se puede hablar de “posmodernidad” como fenómeno que se despliega desde la II Guerra Mundial (¡incluso antes!) hasta la actualidad. Pero no nos adelantemos.

Como posmodernidad -o posmoderno- han sido nombradas una cantidad ingente de corrientes teóricas en diversas esferas no siempre provenientes de los mismos ámbitos de influencia y con diferencias marcadamente substanciales: con lo que más que posmodernidad se podría hablar de “posmodernidades” (algo en lo que no quiero caer). Hay, pues, una filosofía posmoderna; relacionadas sobre todo con la filosofía de Foucault, Derrida, Lyotard, Rorty y Vattimo (abarca en gran medida la deconstrucción, la hermeneútica y el post-estructuralismo). Hay una arquitectura posmoderna -o posmodernista- (Jencks o Venturi). Hay una literatura posmoderna -posmodernista- (véase las apostillas al El nombre de la rosa de Umberto Eco). Hay una sociología posmoderna (Baudrillard o Lipovestsky), una historiografía posmoderna (el narrativismo de Hyden White, por ejemplo, o los estudios pos y decoloniales). Y como no, también podría hablarse de una teoría política posmoderna: el Populismo, de manos de posmarxistas como Laclau o Chantal Mouffe.

Pero estas “posmodernidades” son tales porque tienen un hilo transversal que las atraviesa -que es posmodernidad en sentido amplio-; todas responden sintomáticamente a los problemas de su tiempo: con lo cual no es tan importante (¡qué también!) sus aportaciones teóricas sino a aquello a lo que responden: la descomposición del orden interpretativo, epistémico, sociológico y político moderno.

Posmodernidad, por tanto, no es tanto una tradición teórica sino una lógica histórica: más concretamente, la lógica histórica de nuestro tiempo histórico. Desde este sentido amplio la posmoderidad nos abarca a todos: de Saussure a Bannon, de Walter Benjamin a Giddens, de Friedman a Morozov, de Foucault a Fisher, de Debord a Fusaro, de Laclau a Draghi, de Reagan a Chávez.

Por ello, y aquí la clave más transcendental, la posmodernidad debe ser entendida en su totalidad: posmodernidad es neoconservadurismo, es Reacción, individualismo, sociedad de consumo, neoliberalismo, alt-right, pérdida de la conciencia histórica, formalismo y folclore, fetiche de las mercancías, es, por tanto, el fin de las alternativas cualitativas al orden actual con la hegemonía mundial del capitalismo.

Pero posmodernidad es también deconstrucción, ruptura del orden epistémico moderno: razón-sistema-domino, es el fin de la fe en el progreso y de la legitimación de las contradicciones del presente en pos de un futuro que necesariamente va a ser mejor. También posmodernidad son los nuevos horizontes de emancipación: del feminismo de la Segunda y Tercera ola al antiespecismo.

La posmodernidad debe ser entendida en su totalidad: es neoconservadurismo, individualismo, sociedad de consumo, neoliberalismo, pérdida de la conciencia histórica, fetiche de las mercancías. Pero es también deconstrucción, ruptura del orden epistémico moderno

Es decir, la posmodernidad es y debe ser entendida de forma ambivalente (como la propia Modernidad o todo tiempo histórico, vaya): es contradicción hecha orden. La posmodernidad tiene tanto de ultra-modernidad como de anti-modernidad sin ser ni una ni la otra. Es así como debemos operar para comprender nuestro tiempo, es así como debemos actuar para enfrentarnos al Sistema y lanzar proyectos de emancipación transversales.

El esquematismo simplista y pobre en torno a “lo posmoderno”, así como la melancolía e idealización de la Modernidad y el proyecto ilustrado, no solo motivan una inoperancia política sostenida por su infundamentación teórica, sino que, para su propia desgracia, son una manifestación muy clarividente de lo posmoderno. Hablar de Modernidad y de posmodernidad como una forma de dicotomía entre Racional-Irracional, Progreso-Reacción, Regulación-Desregularización, Certeza-Incertidumbre, Ideología-Nihilismo, Sociedad-Individuo, etc. es generar una barrera que no es tal: las bases de lo que consideramos como posmoderno están en los propios albores de la Modernidad, están en Kant y están en la propia Ilustración, pero también se presentan en la propia genealogía occidental (en el “solo sé que no sé nada” de Sócrates). Por lo cual, estando aquí el germen de la Necedad, las cadenas de causa-efecto interpretativas como posmodernidad-Neoliberalismo o Crisis del movimiento obrero-“teoría de la diversidad”, nacen de la estulticia teórica y nublan el horizonte interpretativo de nuestro tiempo.

El esquematismo simplista y pobre en torno a “lo posmoderno”, así como la melancolía e idealización de la Modernidad y el proyecto ilustrado, no solo motivan una inoperancia política, sino que, para su propia desgracia, son una manifestación muy clarividente de lo posmoderno

El desarrollo de la historia, en este caso manifestado en la posmodernidad, es un juego dispar de dinámicas, una interrelación de afinidades electivas, rupturas y continuidades, choques y fricciones entre diversas derivas y lógicas. Es una complejidad contingente de factores inabarcable en su totalidad. Renegar de sus implicaciones es renegar de la posibilidad de cualquier cambio cualitativo: la única salida sería la Reacción y si la izquierda (cierta “izquierda” para ser exactos) se hace reaccionaria, entonces estamos perdidos.

Ahora sí, así se configura la necedad: confundir el Sistema (la hegemonía del capital, la propiedad de los medios de producción y de los datos, la lógica histórica posmoderna, la sociedad del consumo de masas, la globalización etc.) -que nos atraviesa a todos y abarca la totalidad (y que cualquier proyecto emancipador debe confrontar y superar también desde su totalidad)- como si fuera un Enemigo externo delimitable y enmarcable y confundir al verdadero enemigo (la Reacción, la alt-right, la islamofobia, el repliegue al Estado-Nación soberano, etc.) como si fuera un Aliado es de una necedad no solo irresponsable sino macabra, con unas consecuencias irreparables, en plena descomposición sistémica y hegemónica post-2008.

Los “Fusaros” y “Bernabés” de turno, cruzados contra la posmodernidad, guardianes de las esencias del obrerismo, conocedores de la verdad revelada y las leyes de la historia claman con fuerza: “¡la diversidad fragmenta la conciencia (objetiva, claro está) de la clase obrera!, ¡es un instrumento del Capital!, ¡primero la Revolución (proletaria) y el resto vendrá por añadido!”. Ay, con que descaro se jactan de su interpretación más ortodoxa y auténtica del marxismo; pero, ¡qué desdicha! Son tan genuinamente marxistas que adoptan una actitud profundamente anti-marxista: Marx entendía el tiempo histórico desde su totalidad, desde sus contradicciones, desde sus potencialidades y posibilidades.

Sin embargo, estos necios cierran el marco teórico, enfrentan al neoliberalismo con las bases del liberalismo (por supuesto, ¡nada mejor para enfrentarse a la UE y el neoliberalismo que la recuperación del instrumento con más rancio abolengo liberal: el Estado-Nación liberal parlamentario, casi nada!). Y, como no, son tan anti-posmos que a su vez presentan las características más genuinas de lo considerado como tal: los más “pasticheros”, dogmáticos, idealistas, universalizadores de lo particular y particularizadores de lo universal, folclóricos, nominalistas, a-históricos, presentistas, neo-escolásticos, fagocitadores del discurso de la alt-right (siempre un paso por delante) y sobre todo reaccionarios. Sí, reaccionarios, porque no hay nada más reaccionario que seguir operando con la categoría moderna de progreso.

Problematicemos nuestro tiempo histórico, conquistemos el futuro, luchemos por la emancipación, contra el Capitalismo, el patriarcado, el cambio climático, la transfobia, etc. Pero hágamoslo desde la comprensión ambivalente de nuestro tiempo histórico. El Necio no es aquel que ignora, es aquel que se revuelca en su ignorancia alardeando de conocer la Verdad mientras le hace el juego a la extrema-derecha.

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