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Cuando empecé a escribir esto, a principios de junio, algún paisano de Jódar estaría con el gancho en la mano y la espalda doblada sacando espárrago en algún campo de la Ribera navarra. Con el frío de la noche cortándole la cara y el barro hasta la rodilla, metiéndole la humedad en los huesos. A 800
kilómetros de su casa, lejos de su familia, de sus hijos e hijas, de su gente. Un viaje que en muchos casos este año está siendo recompensado con jornales de 15 o 20€ al día, otros ni eso.
Mientras lees esto, una jornalera marraoquí estará trabajando en la fresa en algún pueblo del Condado, o cerca de Moguer, también a unos 800 kilómetros de su casa, por el mismo jornal que en el espárrago de Navarra trabajan los andaluces y andaluzas de Jódar. O si es de noche estará durmiendo en uno de esos fríos barracones prefabricados, en medio de una finca con la tienda más cercana a 10 kilómetros que casi siempre hay que recorrer a pie para poder comprar comida y lo más básico. También lejos de su casa y con el miedo de que algún manijero, encargado o dueño baboso la agreda sexualmente y no pueda denunciarlo por temor a ser repudiada por su marido y su familia a la vuelta.
Este último caso, el de la fresa en Huelva, junto con la agricultura bajo plástico de Almería, son el
paradigma de la agricultura industrial según la llaman algunos, agronegocio le llamamos otros. Los dos ejemplos a seguir, los que reciben premios de la Junta y la UE, para blanquear lo que realmente hay detrás: una agricultura sustentada en la explotación laboral, el uso suicida de la tierra, el agua y los recursos naturales y la desigualdad social a costa de la acumulación de riqueza por parte de cada vez menos manos. En los casos de Huelva y de Almería esto se lleva a cabo también gracias a la connivencia del bipartidismo sindical, cuyos representantes ante las empresas muchas veces son puestos a dedo por la propia empresa, aunque luego se disfrace de elecciones sindicales.
La presencia de representación sindical es algo paradigmático de las agriculturas almeriense y onubense al ser las campañas mas largas (en el caso de Almería todo el año). El resto de trabajadores eventuales del campo andaluz, jornaleros y jornaleras, directamente no tienen derecho de representación sindical. El olivar completa junto a la fresa y la hortaliza la tríada de los productos agrícolas que representan más de 74% del total de la producción agraria andaluza. A diferencia de los dos primeros, el olivar no alcanza el nivel de “industrialización” de la fresa o la agricultura bajo plástico, pero está en camino.
El pasado mes de mayo tuve la oportunidad de trabajar en el montaje de un par de stand de la XIX edición de Expoliva, la mayor feria internacional del sector, que se celebra en Jaén. Nunca fui, pero siempre me llamó la atención ver lo que se cocía dentro de aquella feria, donde según dicen está todo lo puntero en el sector del olivar. Si al decir puntero se refieren a acabar con el olivar tradicional, para imponer una agricultura sin agricultores, si que es puntero si.
Pude comprobar con horror como Universidades como las de Córdoba o Jaén trabajan codo a codo con empresas para desarrollar variedades de olivar en seto, que serán recogidas con máquinas New Holland o John Deere con las cuales una sola persona se podrá hacer una campaña de aceituna sobre 1000 hectáreas, cuando antes ahí trabajaban 300 personas. La universidad andaluza contra la sociedad andaluza.
Pude ver el catálogo de los 25 productos de Syngenta con los que tienes que dopar al olivar para que esté “de lujo”, sin una yerba en el suelo. Lo que no se ve es que este año no hay yerba pero dentro de 30 tampoco habrá suelo.
Lo que no pude ver son esas pequeñas pero cada vez más numerosas experiencias que hay en Jaén que están apostando diariamente por otro modelo, más diverso, con más cultivos alternados con el olivar, mas sostenible social y ambientalmente. Tampoco pude ver un stand en el que se hablara de la siniestralidad laboral en la campaña de la aceituna, en la que raro es el año que no hay una muerte. O el alojamiento de los temporeros migrantes en cocherones de aperos sin condición alguna de habitabilidad. Tampoco había rastro de un sitio en el que se informara de las miles de hectáreas de olivar en manos de bancos y fondos buitre que no dejan trabajarlos a nadie, o de como ningún gobierno de la Junta, ninguno en las últimas legislaturas, ha hecho nada contra esto, al contrario, lo han favorecido liquidando la Ley de Reforma Agraria de 1984. Esos mismos que ahora hemos olvidado que hace no mucho rescataban bancos y subían la edad de jubilación a 67 y que ahora parece ser que son de izquierdas. Expoliva sirve en definitiva como guía de lo que será el olivar en las próximas décadas si no se le pone remedio. Y no es un discurso antitecnológico o antiprogreso así en general, es lanzar la reflexión de si esa tecnificación y progreso realmente lo son y tendrán un beneficio social, es decir contribuirá a que toda la gente que vivimos aquí vivamos mejor, o por el contrario, concentrará la tierra y la riqueza a costa de convertirnos en un desierto natural y poblacional.
Se trata de poner encima de la mesa que la agricultura capitalista y el propio capitalismo en si son insostenibles. No se puede someter la alimentación a la ley de la selva que es el mercado, por que eso solo genera hambre, para quien no puede pagarse los alimentos y explotación y malvivir para quienes los producen.
La agricultura capitalista, con su consecuente acaparamiento de tierras y recursos es la principal culpable de la mayor parte de las migraciones del mundo actual. Y seguramente cuando diga esto, a mucha gente le vendrá a la cabeza la imagen de un hombre o una mujer del África subsahariana que ha pasado lo que noestá escrito para cruzar el estrecho y llegar hasta Europa, y es una imagen que encajaría perfectamente.
Pero a mi se me viene a la cabeza la cara de mucha gente conocida y querida que he podido ver en
Navarra en los tajos del espárrago. Lejos de su pueblo y su gente.
Una campaña cada vez mas precaria, marcada por la incertidumbre de los precios. Los trabajadores no saben lo que van a cobrar hasta que al final de temporada, los que dictan los precios, los dueños del marcado le ponen valor a un producto que se lleva meses recolectando. Esto unido a la inexistencia de una contratación en origen regulada y vigilada por inspectores de trabajo y organizaciones agrarias y sindicales, hacen que el incumplimiento de lo acordado verbalemente sea la norma general cuando los beneficios son menores de los esperados por la patronal.
Los precios tampoco ayudan y más cuando la producción baja, que lo lógico según Adam Smith y su ley de la oferta y la demanda, sería que los precios subieran al haber menos producto, pero no, la importación de espárrago chino, peruano, irlandés u holandés por parte de la gran industria conservera navarra hacen que el producto local baje de precio. Los productores no pierden, ganan menos, quienes pagan los platos rotos son los jornaleros y jornaleras andaluzas, que ya no van como hace unos años al 50% con el propietario, ya en casi todos los casos al 60-40. O si va a precio fijo por kilo rara vez supera el euro por kilo para el trabajador en el espárrago de primera (se paga en fábrica a 2,5€ y en el mercado a 5 o 6€) y 20 o 30 céntimos el de segunda categoría pagándose en fábrica a cerca de 1 euro.
Quienes más ganan, la gran industria y las cadenas de distribución, quien más pierde los trabajadores. En medio los pequeños y medianos propietario que miran con miedo e impotencia a los grandes y con recelo a los trabajadores, no vaya a ser que digan que no cogen más espárrago hasta que no haya unos salarios dignos. Algo parecido a lo que le está pasando a COAG y UPA en Jaén y Andalucía, que a la hora de movilizarse por unos precios justos para el aceite siguen mirando a ASAJA en vez de dirigirse a las gentes jornaleras, interesadas más que nadie en que haya un precio justo para que no haya excusa para no dar un jornal digno.
El jornalero que no sabe como va a pagar el sello de la seguridad social después de que lo hayan subido a 120€ para cobrar un subsidio de 426€, el joven agricultor que está al borde de la ruina por que el Virgen extra se paga a poco más de 2 euros, esa gente que es pueblo rara vez pueden ir de la mano de esa gran patronal terrateniente que concentra la mitad de la tierra en un 2% de propietarios que reciben anualmente 100 millones de euros de la PAC. Esa gran patronal terrateniente que está plagando esta tierra de olivar ultraintensivo que unido a la usura de las grandes cadenas de distribución provocan los precios de miseria del aceite. Esa es la verdadera Andalucía que no trabaja y está subsidiada, pero es de la que no se acuerda ninguna derecha, ni la española ni la catalana cuando les da por insultarnos al pueblo andaluz.
En definitiva, se hace urgente y necesario la tarea de asimilar que despoblación, agronegocio y soberanía alimentaria son tres palabras que todo persona u organización que se considere de izquierdas en Andalucía tiene que poner en su agenda política. Hablar de los precios sin mirar el resto de problemáticas es ver el olivo pero no el olivar. La propuesta no es regular los precios, la propuesta es la Soberanía Alimentaria. Da igual de que corriente o de que organización o la concepción de la soberanía alimentaria se quiera tener, por que la realidad es que esto ahora mismo no está en la agenda, ni de la izquierda institucional en el Parlamento andaluz, ni tampoco en la inmensa mayoría de la izquierda extraparlamentaria, política o sindical.
Hace un mes en la Asamblea General de La Vía Campesina en Europa, se hablaba del ascenso de la
extrema derecha como un fenómeno europeo. Un ascenso que han hecho gracias, entre otras cosas
apropiándose de discursos y luchas como la lucha contra la despoblación en el medio rural. Hace unos días VOX, en Palma del Río, anunciaban que querían gestionar Somonte, una finca pública de 400h ocupada por el SAT hace 7 años para evitar su venta y privatización por parte de la Junta de Andalucía.
La extrema derecha habla de lo que la izquierda no quiere hablar ni hacer. Lejos de ser algo anecdótico, es algo sobre lo que reflexionar muy profundamente y actuar después en consecuencia.