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Periodismo
Guillem Martínez: “El Procés, que era una sentimentalización de la política, se ha sentimentalizado más”
El periodista Guillem Martínez ha recopilado sus crónicas sobre el conflicto entre los Gobiernos de Catalunya y España en 57 días en Piolín.
Es, posiblemente, el periodista underground más conocido y celebrado. Desde CTXT, Guillem Martínez (Cerdanyola del Vallés, Barcelona, 1965) ha emitido las señales de vida más inteligentes en la prensa sobre el conflicto que tiene lugar desde 2012 y esta mañana entre los gobiernos de España y Catalunya. Poco amigo de comulgar con ruedas de molino, Martínez aplica esa misma norma a su propia autoevaluación. Rechaza ser el azote del Procés y teme (snif) que el verdadero éxito pertenece al poder, que ha mostrado sobrada capacidad de introducir marcos “mágicos” de pensamiento.
Ha estado en Madrid para presentar 57 días en Piolín (Lengua de trapo /CTXT), una recopilación de artículos sobre el antes, el durante y después de la movilización en torno al referéndum del 1 de octubre, y su reverso, la represión del Estado, simbolizada en ese crucero con dibujos de la Warner (de ahí lo de Piolín), en el que miles de policías y guardias civiles aguardaron el momento de su aparición.
Aunque consideres que tu éxito es también un fracaso, el tuyo es un punto de vista de vista periodístico al que no estamos acostumbrados.
No lo sé, no lo sé. En todo caso, es un fracaso periodístico porque explicar cosas que estaban ocurriendo en detrimento de cosas que sería bello que ocurrieran y que triunfe la segunda opción es un fracaso a todas luces. Incluso determina tu trabajo como tío que explica lo que está ocurriendo. Es muy raro. Seguimos en el 23F, el referéndum de la OTAN, seguimos en los puntos de vista cohesionados y que crean poder, más que información. Tanto en Madrid como en Barcelona, ¿eh? las dos escuelas son diferentes pero similares. Ha sido un fracaso informativo.
¿Crees que los medios nunca han favorecido un pensamiento crítico?
No. Los medios han de controlar el poder y aquí no se ha controlado. Moraleja, tú, como Gobierno, puedes inventarte un proceso de autodeterminación que no existe, puedes inventarte medidas contra el paro que no existen. Puedes inventarte lo que quieras que te reirán la gracia. Mejor hacia la derecha, siempre. Pero tienes cierta garantía de que la gracia será reída. E incluso serás considerado un estadista y esas cosas. Da pereza, porque ya tenemos una edad. Y da pereza haber visto esto otra vez.
Una de las cosas que gustan de tus crónicas es el cachondeo hacia la épica de los días históricos.
Hombre, ¿qué vas a hacer? Los días históricos eran un concepto del procesismo. Ha habido diez mil portadas de diarios procesistas hablando de ‘día histórico’. Y tranquilamente. Y las personas que escribieron eso ahora están escribiendo lo que toca. Es alucinante. En el otro lado, se escribe ‘Golpe de Estado’, ‘golpe de estado’, ‘Órdago’ ¿qué narices es ‘Órdago’? Por eso le llamé “la cosa”. Me impresiona más que cuando era joven y lo empecé a detectar.
Cuando eras joven igual lo achacabas a la salida del franquismo.
A la Cultura de la Transición... Pero es que el periodismo en España es una industria política. Esa es la sensación.
Insistes mucho en el tema de los medios extranjeros y su papel para esclarecer el panorama frente a la propaganda.
El otro día en la presentación del libro, he traído en Madrid y en Barcelona a corresponsales. Son la monda porque se deben a otra cultura, con lo cual no encajan con esta. Son las personas que, cuando el Gobierno les habló del atentado de Atocha [en 2004] para decirles que había sido ETA, no se lo creyeron ni un segundo. Pues esta gente explicaba cosas que habían vivido día a día y que no tenían por qué explicar en España, lo explicaban en el extranjero y la gente alucinaba. Cosas lamentables, como ofrecer dinero a cambio de información, por parte del Gobierno, cosas que se hacen aquí tranquilamente. Aquí se ofrece publicidad a cambio de fidelidad. Y luego se ofrece el honor... Al periodista no se le ofrece dinero, se le ofrece el honor de pertenecer a la historia y, hosti, cuela. Todo el mundo quiere hacer historia. Y quiere tener honor. Y en ese trance lo pierde.
¿Cómo estamos ahora? ¿Se han acabado por un tiempo los días históricos?
No, seguimos. El otro día hubo la toma de posesión del Gobierno y fue un festival del lacito amarillo... No hay nada que hacer. Lo voy a resumir dramáticamente: hay austeridad, con lo cual no hay nada que hacer, no hay margen para políticas, entonces el Procés, que era una sentimentalización de la política, se ha sentimentalizado más. Es todo lacito amarillo... Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía. Se ha vuelto a los 70. Y ese es el programa de Gobierno. Publicitario. No es óbice de que haya presos políticos y todo eso... Y hay que protestar contra ello. Pero no debemos convertirlo en épico. Esos presos básicamente mintieron a su sociedad. ¿Tienen que ir a la cárcel por ello? No. Mentir es un dilema moral, no es un dilema penal. Hay una sentimentalización a tope.
Igual que la prensa extranjera no compró determinadas visiones tampoco compró la Unión Europea, ¿crees que ese fue el límite al procés? ¿el momento en el que se fastidió el plan?
Primero, no había plan. Esto es importante. El plan era seguir vivos como Gobierno y primero se hizo un referéndum que acabó siendo una consulta, luego se hizo un “plan Ponds” de independencia en 18 meses que a los seis meses pasó otra vez a referéndum, que volvió a ser una consulta duramente reprimida... No ha habido planes. Europa los desconocía, el mundo los desconocía. Las pocas intervenciones en medios extranjeros, en CNN, por ejemplo, del Govern, fueron para decir que no querían la independencia. En dos ocasiones.
Europa no tolerará nunca la independencia. Después de Crimea, el mapa territorial europeo se ha cerrado. Había dos tipos de simpatía: por cultura democrática, y la de la ultraderecha, que es la que se ha interesado por este tema. Finalmente, con la elección del último presidente, el interés de la cultura democrática europea ha desaparecido. Ha sido un suicidio comunicativo. No puedes poner a la derecha autoritaria esencialista a presidir un proyecto que se presenta como chachi democrático.
En Europa nunca ha habido interés. Ni por ese ni por otros temas. A Europa no sé lo que le interesa aparte del cobro de deuda. La limpieza, igual.
¿La elección de Pedro Sánchez es una bola extra o un problema para los líderes del Procés?
Es difícil de interpretar porque no es un programa político, es un programa sentimental. No sé qué quieren. En la pirámide trófica, en la cúspide, quieren prolongar el conflicto. Y el conflicto es sentimental y no político. Hay muchos problemas en el Procés. Hay un problema de crisis de la representatividad, que en Catalunya se ha superado por una híperrepresentatividad. Un diputado procesista representa al 400% a su votante, de tal manera que tiene una libertad total de hacer y no hacer lo que quiera. Siempre y cuando comunique sufrimiento, dolor...
Hay un problema económico y hay un problema político: el régimen del 78, desde la reforma exprés [de la Constitución, agosto de 2011], no existe. Es otra cosa, es una cosa que necesita una represión seria, por eso ha habido cambios en el Código Penal. Se ha acabado el bienestar, y esto no puede ser dulce. ¿cómo se soluciona esto? No lo sé.
Lo más tranquilo, ya que el tema territorial lo tapa todo, sería una reforma constitucional que tranquilizara el tema territorial. Pero no sé si nadie está por la labor. El PP no lo está. Los líderes del procesismo creo que solamente quieren reeditar el sufrimiento periódicamente.
Es importante saber que hay un 48% de la población que votará procesismo seguramente en los próximos 20 años. Procesismo, no independencia. Que no sé lo que es. No sé lo que es la independencia. No me estoy haciendo el naif. No sé lo que es un programa de un Estado.
Es muy respetable, es muy sexy... Es incluso muy sexy para el futuro del régimen del 78 —si se desmembra el Estado, desaparece— pero no sé en qué consiste la independencia. Y después de todo esto no lo sabemos. No sé su viabilidad, no sé a quién pertenecería ese Estado, qué carácter democrático tendría. Son grandes dudas que no merece la pena plantear porque son lejanas, no existe una dinámica independentista.
Entonces, ¿vamos a ver poco más que gestos en esta etapa que se abre con Sánchez?
Hay proyectos como una Constitución federal en la que algunas Comunidades Autónomas pasarían a ser Estados y sus estatutos pasarían a ser constituciones. Algo parecido al mismo techo que ahora. El tema que creo que a nadie le interesa es el reparto de la soberanía, que eso es el federalismo, y no está en la mesa. De hecho, no existe un sistema federal, desapareció. Es una aportación española a la democracia planetaria que se hace en el siglo XIX. Pero no creo que esto esté en la mesa, ni siquiera en la cabeza de nadie.
¿No esperas siquiera que Madrid baje un poco el nivel de violencia?
¿Violencia?
Sí, “Piolín”.
Esto es la hostia, sí. Dos gobiernos que no se hablan y deciden hablarse con violencia sobre la sociedad. Es lo que narra el libro. Son unos días en los que estábamos esperando que vinieran los marines. Y era satisfactorio para los dos gobiernos. Suplía sus políticas. Que eran muy pocas. Aquello era un póker para intentar tener algo con lo que negociar. No hay relación con el Gobierno, los otros no negociaban nada, y se decidió que lo mejor que podían hacer era la violencia, y que lo decidiera la prensa internacional. Estamos gobernados por psicópatas (risas).
¿Quién obtuvo ventaja entonces? Se ha hablado mucho de la legitimación del Procés en el 1 de octubre, pero al nacionalismo español no le salió mal, o al menos eso parecía hasta la semana pasada.
Aquel día yo creo que nadie supo lo que pasaba. Por una parte, el Govern quería los coles cerrados, quería fotos de todo el mundo llorando con la papeleta en la mano frente a un policía que había cerrado el cole. Eso no se produjo. Y no se produjo por la iniciativa ciudadana que ocupó los colegios, lo cual me parece un tanto cruel, porque los ocupó sin información: se creía que había un gobierno detrás velando por ellos. Y no lo había. O sea, pudo haber habido una carnicería impresionante. Y luego, por otro lado, el Gobierno ocupó los coles tarde, de manera ultraviolenta, ¿y por qué? no lo sé.
Ese día, o al día siguiente, la prensa europea se posicionó en contra de la violencia pero, y aquí viene lo importante, la Comisión Europea no. Creo que era la prueba que necesitaba el Gobierno, saber hasta dónde podía llegar con la violencia. La respuesta fue: “hasta el fondo”. Hasta el fondo, que esto es un problema interno y yo en los problemas internos miro hacia otro lado.
Lo verdaderamente llamativo fue, y creo que es más importante, y con nuestra prensa no hemos podido hablar de ello, es el discurso del rey. Creo que es un cambio del concepto de democracia impresionante.
¿Crees que fue un error, o algo dirigido específicamente a la sociedad madrileña formada por la base de PP-Ciudadanos?
No, a partir de ahí empiezan las manifestaciones españolas en Barcelona. Que son muy complejas, son algo más que españolas. Incluyen al facherío habitual, pero también gente nueva que no era facha y que simplemente estaba asustada de los excesos del otro gobierno. De los excesos descomunales y de cara a la galería. Lo más llamativo creo que fue la Llei de Transitorietat, que planteaba la fusión del poder legislativo y el judicial. Muy bestia. Y eso te explica un poco lo que está pasando en España.
Está ocurriendo esa derecha en todo el mundo, Polonia, Hungría, Trump... Es una derecha democrática, pero que rebaja mucho la democracia para ser democrática. Y reduce la democracia al voto. Por eso exagera la hiperrepresentatividad del representante. Y, si te fijas, es lo que ocurrió en la moción de censura. El PP defendía que el voto era sagrado. El único carácter democrático es el voto: “Y me han votado a mí, mamones”.
Es un poco lo que está pasando, lo que se pretendía en Catalunya. El voto es sagrado, y solamente se vota una vez. Cada cuatro años —bueno, ahora votamos cada cuatro meses— pero tu única participación es esa, y es una participación muy sentimental. El representante pasa a ser sagrado y detenta identidades y cosas muy sagradas. La democracia no es esto. La democracia es estar por casa, votas lo que puedas, suceden cosas sucias y limpias, pero no es sagrada.
Me llama la atención, con esto que hablas de la política sentimental o de las emociones, cómo se tomó a cachondeo o se intentó tapar el discurso de Eulalia Reguant de las CUP cuando dijo que había que haber tomado los puertos, los aeropuertos, en las primeras horas de la declaración de la república. Pero es algo básico, si quieres declarar una república tienes que prepararte para defenderla. ¿Eso estuvo alguna vez encima de la mesa?
Esto es el quid de la cuestión. No se sabe muy bien lo que es un Estado, se sabe por la paz de Westfalia que es del siglo XVII. El Estado es el control del territorio y de la población. Si quieres un Estado, controla el territorio y la población, si no lo quieres, no lo controles. El Procés nunca ha significado esto. Desde 2012, llevan seis años diciendo que harán “cosas”, además cosas que no conducen al control de la población y el territorio. Es la prueba del algodón de que no es nada.
La única vía de hacer un estado o de cambiarlo es el 31 [proclamación de la República, 1931]. Es ir a Gobernación y decir “cuádrense al gobierno legítimo de la república”, Que es lo que hicieron [Miguel] Maura y [Manuel] Azaña. O sea, control de la población y el territorio. No se ha hecho.
Estuve muy atento a si había un desborde que es la única cosa que veía factible. Yo no lo vi. Vi un sentimentalismo muy acusado, vi cabreo. Vi mucha gente nueva. Y luego una cosa muy delicada: gente joven que nunca había protestado. Con lo cual se sentía muy herida cuando les pegaban. Pegarte es lo normal cuando protestas. Te pegan hasta en las pestañas. En ese sentido, vi cierta sobreactuación. Cierta hipersensibilidad. Me lo dijo una profesora libertaria, que a sus compañeros “nunca les habían dicho que no”. Gente de orden que ha votado orden toda la vida, que siempre han dicho que sí, que de pronto han dicho que no y no les han hecho caso. Y les han pegado. Es el primer no... y a la que tienes problemas sindicales o de otro tipo tienes muchos ‘noes’ en la mochila.
En los últimos meses parece que ERC tiene planes a largo plazo, pero el resto del espectro independentista no parece con un plan tan claro.
Hay muchos sujetos. Está ERC, y el PdeCAT, que en ese sentido son bastante iguales, que quieren hacer del procesismo el nuevo autonomismo. Llamarle independentismo y seguir haciendo autonomía. Luego está Junts Per Catalunya, que es una cosa muy rara, muy novedosa, que creo que está entrando a cuatro patas en el concepto de derecha esencialista y entrará, no hay otro remedio, en la derecha antieuropea. Y es gente que tiene un serio inconveniente y es que están seleccionados por su facilidad para la propaganda. Y creo que no disciernen mucho entre política y propaganda. Y eso es muy peligroso socialmente.
Luego hay gente, grupos como la CUP, que mi sensación es que consideran es que el problema es una gradación de la pureza: que hay un independentismo puro que, curiosamente, va con el más impuro, que es el procesismo.
Echo en falta proyectos. Y es muy dramático, porque había un proyecto que era el catalanismo, que era cívico, era de convivencia. La sociedad, no los partidos, había pactado sobre el uso del catalán, determinados usos simbólicos, y eso ha desaparecido. Luego está el independentismo, que es una tradición que yo respeto mucho —mi padre lo era— pero que no lo veo por ningún sitio. El procesismo se lo ha comido todo. Y aquí se puede definir el procesismo como una corriente vertical, con conexiones con la sociedad, a través de organizaciones que simplemente hacen sentimentalización.
Es mágica esta palabra, porque todo lo que está pasando en el mundo: la postverdad, las fake news, es simplemente sentimentalización de la información. Eso es lo que viene. Y para este invento que se llama época no sé si hacía falta poner en peligro...
¿No hay un independentismo con un proyecto emancipador?
Yo diría que el drama es que el marco se ha situado a la derecha. Que es una tradición, en cierto sentido. El independentismo no precisa discutir qué Estado se hará. Eso se hará después del Estado. Creo que hoy en día, si decides hacer un Estado, has de explicar si quieres hacer una gran Andorra o si quieres hacer algo que desafíe la austeridad. Eso no se ha producido. Estábamos en modo Gran Andorra. Esto ha anclado los marcos hacia la derecha.
Es curioso, pero Catalunya no ha tenido una identidad nacionalista fuerte. De hecho, ha tenido muchos componentes antinacionalistas. El techo autonómico es en el 36 y son las competencias en justicia y política internacional, o sea, un Estado, sin tener un Estado. Con un consejo de milicias. Y ahora estamos muy nacionalistas, y se han colado palabras muy feas, como ‘pueblo’, que se utiliza mucho. Últimamente, en el Parlament se utiliza, por parte del bloque procesista, para hablar de dos millones y pico de personas, que son ‘pueblo’. Y esto, en un país pequeño es un suicidio. Creo que han cogido la tradición catalanista y la tradición independentista y se las han pelado. No conducen ni a un catalanismo ni a un independentismo, no conducen a un autonomismo ni a un Estado. Simplemente son autorreferenciales. Y esto es un drama para una sociedad pequeña.
Puigdemont, en Berlín, sigue acumulando legitimidad y luego está la gente encarcelada en Estremera, en Soto del Real, que abogan por otra salida, menos crispada. ¿Quién se lleva el gato al agua, quien piensa en el cuanto peor mejor o quien quiere la distensión?
Que estén en la cárcel es la consecuencia lógica de haber cogido el Código Penal como solución a todo. Si lo cogiéramos como solución a todo, todos estaríamos en la cárcel. La sobreactuación es un error político descomunal y una ausencia de cultura democrática total.
Dicho esto, hay gente en la cárcel que quiere enfriar la situación, y hay un señor en Berlín, muy desconectado, o diría, muy conectado a una propaganda que se nutre de sí misma. Es importante saber que todos los calentamientos serán virtuales, simbólicos.
Creo que van a hacer una especie de país virtual, con pasaporte virtual, carné virtual. ¿Es delito? no, existen diez mil países así en internet. Y se puede hacer otro. Seguro que montan algo en Europa con la palabra república, lo que a veces me hiere, porque república es una gran palabra, y se está dilapidando. Se está usando esta idea de democracia igual a voto con la palabra república. Y bueno, a verlas venir. No le veo solución.
Desde el núcleo procesista puro, el propagandismo, se aboga porque el Ejecutivo español libere y perdone a los presos. Es decir, no entienden la división de poderes. Lo cual asusta un poco. ¿Existe la división de poderes en España? Pse... (risas) La Fiscalía es muy rara, se ha utilizado la justicia para hacer política, pero no se puede exigir que la solución sea que no exista.
Hay datos terribles y es que, por ejemplo, el PSC iba muy bien en la campaña electoral del 21D, y se fue al garete cuando [Miquel] Iceta habló de indultos. La gente quiere sangre y castigo. En todos los bandos. No hay vocación ni interés en que la sociedad hable entre sí. Si habláramos sin símbolos y sin consignas en Catalunya, estaríamos muy cerca de una solución. Un país pequeño tiene que hablarse, no se puede permitir no hablarse.
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Guillem Martínez siempre hace reflexiones interesantes e independientes.
Agradezco que haya medios que expongan sus ideas.
Vaya, mi enhorabuena a El Salto por la entrevista a una de las pocas voces críticas con la estafa piramidal llamada Procés. Lástima que sea un periódico de Madrid, ¿para cuando una entrevista en La Directa, Ara, Avui o en TV3?. Recuerdo que le entrevistaron en El Crític y poco más. Recomendaciones: "No le deseo un estado a nadie" de la editorial Pepitas de Calabaza, otro de esos escasos libros críticos sobre estos últimos cuatro años en los que Catalunya se convirtió en un laboratorio donde poder experimentar nuevas formas para el control social. No sólo a través de las emociones y el espectáculo, como indica Guillem, si no también gracias a la aniquilación de las estructuras propias de la clase trabajadora arrastrada por el procés, el discurso del Govern neoliberal. Porque, seamos sinceros, ¿con qué legitimidad, como sindicato, vas a declarar una huelga general en Catalunya después del 3 de octubre, después del primer cierre patronal disfrazado de "vaga de país"?. Unos cobraron el día, otros tuvieron que recuperar las horas y los más patriotas: ni lo primero ni lo segundo. ¿Esto es una huelga?, ¿cómo será la próxima?. Lo dicho, Catalunya es un laboratorio para el ensayo social, no os lo perdáis que esto promete.