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Personas sin hogar
“Desde que vivo en la calle nunca corto una conversación, porque puede que pase días sin hablar con nadie”
El navarro Sergio Murillo es capaz de contar sus emociones, vivencias y opiniones con la naturalidad propia, tan solo, de alguien que ya no tiene nada que perder.
Sergio Murillo lleva confinado, en la calle, desde julio. Para completar la paradoja podría decirse que desea entrar en vez de salir; pero lo cierto es que, pese a poder ir a un albergue, no quiere. “Soy hipocondríaco y me da miedo lo que me pueda pillar allí, especialmente ahora, en mitad de una pandemia y con tanta gente en un sitio cerrado. En cambio, ¿quién me va a contagiar aquí? ¡Si estoy solo! Casi te diría que el coronavirus tendría que venir a mí”, se consuela. Aunque hace nueve meses que no tiene hogar, fue hace siete años cuando empezó a ir a contracorriente. Al menos respecto a su propio rumbo de vida, en el que, tal como asegura, “nunca faltó de nada”.
Tenía 37 cuando se separó y se fue de Barañain, su ciudad natal, de una casa que compartía con su mujer y su hija, “una chica que en estos momentos estará frustrada con la suspensión del curso en la UPNA (Universidad Pública de Navarra), porque es muy aplicada y buena chica, más vale que no ha salido al padre”, describe. Luego, Sergio empezó a vivir de alquiler en San Jorge, junto a un hombre y una mujer, hasta que ella prendió fuego a la vivienda el 13 de diciembre de 2016 por su amor no correspondido hacia él, según su versión.
Después, recuerda que estuvo “deambulando por ahí” debido a su profesión de electricista: “Canarias, Zaragoza… bueno, en realidad ahí me llevó una chica”, matiza. Sergio padece epilepsia y lamenta que tuvieran que dejar su noviazgo a los tres meses porque a ella le impresionaron demasiado los dos ataques que sufrió durante ese tiempo. Así que se fue a Etxabakoitz, a una casa en alquiler de un conocido que le encargó la instalación eléctrica y le dejó vivir dentro mientras no encontrara inquilinos. Ahí compartió el piso con otra amiga del propietario y su novio hasta que, durante San Fermín Txikito de 2016, le robaron sus bienes más valiosos y se tuvo que marchar a la Rotxapea, a casa de una amiga.
Tras ciertos encargos eléctricos muy esporádicos, en marzo viajó a Tánger en busca de trabajo. Allí conoció a un empresario de Toledo que lo contrató por tres días para hacer reparaciones y tapizados en un gimnasio de su ciudad. Más tarde, regresó con su compañera rotxapeana, que le cerró la puerta al declararse el estado de alarma porque sus hijos están pasando allí el confinamiento. Las vueltas de la vida y el progresivo distanciamiento con sus padres, rematado por una fuerte riña familiar en junio, han condenado a Sergio Murillo a vivir bajo el porche del parque de los Enamorados, en la Rotxapea.
No hace falta tirarle de la lengua para indagar en su historia, basta con proponerle una conversación, que él hace el resto: describe con todo lujo de detalles sus emociones más íntimas, sus vivencias más privadas y sus opiniones más personales. Es capaz de desnudar su alma con la naturalidad propia, tan solo, de alguien que ya no tiene nada que perder.
Por cierto, durante esta entrevista a Sergio, el Ayuntamiento de Iruñea estaba desalojando a 15 personas de un edificio okupa situado en la Calle Mayor. Las tres de ellas a las que Hordago tuvo acceso afirmaron que tratarían de evitar los albergues a toda costa.
¿Qué tal vives en la calle?
Gracias a los vecinos de la Rotxapea, aquí no me falta de nada. Hay muchísima gente buena que me trae comida riquísima y agua, incluso cervezas y tabaco. Hasta un chavalico muy majo me baja el vermut todos los días. Ese es “el del vermut”. Soy muy malo para los nombres, porque al final me tengo que acordar de mucha gente, pero un hombre que para mí era “el del puro”, porque solía ir fumándose uno y me daba otro, hoy me ha traído seis latas de cerveza. También hay una chica maravillosa, Leticia, que me cuida tanto que prácticamente le tengo que decir que no me traiga más cosas... Si no, me daría el desayuno, el almuerzo, la comida y la cena. Yo, con todo lo que me ofrecen, casi puedo desayunar cuatro veces al día. Al final, la gente va a por el pan y aprovechan para volver con un café para mí. Además, cuando Leticia se para a hablar un rato conmigo, saluda a conocidos y les dice: “Aquí me ves, hablando con Sergio, al que le he traído algo para desayunar”. Al final, con eso consigue que más gente me conozca y esté dispuesta a ayudarme. Somos así, a veces solidarios, aunque otras veces simplemente no queremos ser menos que los demás. Tengo una curiosa anécdota al respecto…
Cuenta.
Un día, estoy pidiendo en la puerta de un supermercado, y un vecino del primer piso se asoma a la ventana a gritarme: “¡Oye tú! ¿Quieres quitarte de ahí, que estás molestando?”. Yo le contesto: “Pero si solo estoy pidiendo”. Él: “Pues a mí me dan unas ganas de bajar a darte una hostia…”. ¡Baja y me la das!”, le animo. Claro, no bajó... Total, que de pronto se asoma el vecino de al lado y me pregunta también a ver qué hago. Yo le digo que solo estoy pidiendo, y él va y me tira diez euros. Ese hombre pensó: “¿O sea, que tú le echas la bronca por pedir? ¡Pues yo, cojo, y le doy!”.
¿Cuál era tu rutina habitual antes del estado de alarma?
Pasaba el día pidiendo en Supermercados y, por la noche, dormía en cajeros. En la Rotxapea hay uno con suelo de moqueta, el mejor.
¿Eso es un lujo?
Para mí, sí. Ahora que los cajeros están ocupados o cerrados, lo paso mal durmiendo en la calle, porque la baldosa es lo más frío que hay. Hoy por hoy, hasta comer es un lujo. Antes decía que algunas cosas no me gustaban; por ejemplo: las sardinillas de lata, que ahora me parecen un manjar; y el brócoli, que ni lo había querido probar hasta que me lo han bajado los vecinos calentico, ¡está buenísimo!
¿No has pasado hambre?
Se puede no pasar hambre por muy poco dinero: voy al Eroski y me compro dos barras de pan por 76 céntimos, más un paquete de salchichón por un euro. Gastas 1,76 y comes un día entero; sin vicios, pero sin hambre. Pero aun así he llegado a pasar tres días sin poder comer absolutamente nada, por no pedir. Eso es lo más duro que he vivido nunca. Llega un punto en el que tienes que decidir entre robar y pedir. Si decides lo segundo, te das cuenta de que hay más gente piadosa y bondadosa de lo que pensamos.
¿Por qué te costaba pedir?
Yo no he tenido vergüenza en la vida, pero no me gusta cómo me miran por encima del hombro y, al principio, todavía no sabía pedir. Aún me costaba más en Barañain, donde me conoce todo el mundo y me daba corte que me viera la gente, por eso me fui. Además, allí hace mucho frío y lo último que me gustaría sería dar pena. Si lo quisiera, me pondría a cojear, por ejemplo. Simplemente no puedo estar en una casa porque ahora mismo no tengo recursos, ni tampoco conozco a alguien que me vaya a abrir las puertas de la suya hoy por hoy, en mitad de una pandemia.
¿Qué tal pasaste el invierno?
Como pude. De todas formas, es mejor dormir en un cajero en pleno invierno, que al aire libre ahora si sople el viento. Por mucho que te tapes, la corriente entra por cualquier lado. Aquí, en el parque de los Enamorados, a veces anda mucho viento, pero, claro, hay un buen porche. En las noches sin lluvia, cojo mis cosas y me recuesto allí (señala a un banco con una cristalera de respaldo en el restaurante Zokoa, situado en la manzana de la bocacalle de acceso al parque, a escasos 20 metros del porche donde vive). Ahí estoy elevado del frío suelo y un poco más resguardado del viento.
¿Se aprende a pedir?
Sí, me lo enseñó una parejica de la calle con la que estuve viviendo nueve días en el barrio de Mendebaldea. Mi estrategia era saludar a todo el mundo que entrara al supermercado con un simple “buenos días” o “buenas tardes”. Parece una tontería, pero consigues que la gente te vea. Un día, a la entrada del BM de Iturrama, un hombre me preguntó: “¿Qué quieres que te compre? Te daré lo que quieras, menos dinero”. Yo le contesté: “Sáqueme lo que a usted le parezca, porque, total, yo pido para comer”. Al final me compró un paquete con cuatro empanadas de pisto, una bolsa de patatas bien grande, una botella de litro y medio de agua y una tableta de chocolate. “Como no sabía qué te gustaba, te he comprado un poco de todo”, me dijo, y cómo lo agradecí. El que rechaza comida y dice que no le gusta es que no ha pasado hambre.
¿Crees que hay más gente que pasa hambre de la que pensamos?
Sí. Cuando hablamos solo de delincuencia, no somos conscientes de que casi todo el mundo que delinque lo hace por necesidad... bueno, quitando los delincuentes de guante blanco, claro, que ya los he conocido. Esos hacen todo por la vía legal, pero son una gentuza comparada con quien roba por necesidad.
¿Quedarse en la calle es más fácil de lo que parece?
Por supuesto, nunca te imaginas que puedes acabar así. Mi padre tuvo suerte y trabajó mucho, por lo que en casa nunca nos faltó de nada: teníamos dinero y comida. Sin embargo, aquí estoy. Leticia, la vecina que me cuida un montón, me repite: “Sergio, yo entiendo que esto nos puede pasar a cualquiera”. Ella es la única persona que me lo ha dicho, y así es. Por lo que sea: porque no te llevas con tu familia, porque te quedas sin trabajo… Entonces se nota si tienes amigos, y yo no los tengo.
¿Cómo te las arreglas para ir al baño?
Meo en un baño público cercano, pero como han cerrado el váter por el Coronavirus, para cagar tengo que ir a la orilla del río Arga, donde, además, me aseo. Ayer también me afeité con un poco de agua que me trajeron, ya que las fuentes están cortadas. La última vez que me duché fue en casa de la chica de la Rotxapea, hace una semana.
¿Y cómo matas el tiempo ahora?
Desde el estado de alarma no se puede ni pedir, porque no hay gente, ni está permitido dar efectivo. Doy alguna vuelta, pero, sobre todo, leo y escribo.
¿Qué escribes?
Un diario donde pongo prácticamente todo lo que hago.
¿Para qué?
Para no pensar. También leo por el mismo motivo. El ser humano, si está solo, le da demasiadas vueltas a la cabeza sin pensar nada bueno… nada bueno.
¿Qué lees?
De todo. La gente se piensa que si vives en la calle es que no lees y que tienes menos cultura que ellos, pero no es así. Yo leo mucho. Ahora estoy con una novela buenísima titulada ‘El manifiesto negro’. Es policíaca, sobre servicios secretos de la Rusia de los noventa. Los libros me los trae un hombre que me ha regalado tres hace poco. Además, me dio una radio y me suele ofrecer comida; hoy mismo me ha traído unas pastas. También solemos hablar.
Actualmente no hay gente con la que hablar en la calle.
Lo peor es no poder contarle a alguien mi estado de ánimo, o simplemente comentar qué tiempo hace. Por eso, cuando tengo oportunidad, hablo mucho. La soledad, a no ser que sea buscada, mata.
¿Ha cambiado tu perspectiva hacia la gente sin hogar?
¡Y tanto! Si hoy viera a alguien pidiendo en la calle y tuviera dos euros, le daría uno, aunque mañana yo no fuese a tener nada. He visto que hay que dar al que necesita, no guardar para tener más. También han cambiado otras cosas: ya nunca cortaría una conversación y me iría soltando un “¡venga, ya estaremos!”, porque valoro muchísimo el simple hecho de estar con alguien ahora. Luego puede que pase varios días totalmente solo.
¿No se te han acercado trabajadores sociales de alguna institución a ofrecerte ayuda?
¡Qué va! Esos no se te acercan. Un día, los municipales me mandaron a donde la asistenta social para apuntarme en una lista. Lo que pasa es que ahora vas y te ofrecen un número de teléfono. ¿Y si no tengo teléfono? Lo que hice fue entrar al bar Zokoa y pedirle al camarero que llamara, pero estuvo tres horas intentándolo y no le cogieron. Eso sí, ayer un vecino se me acercó y me preguntó a ver por qué estaba en la calle, yo le dije que por circunstancias de la vida, y tras un rato hablando, me dijo que tal vez podía conseguirme trabajo en la obra a través de un amigo.
¿Y te han denunciado por estar en la calle?
Muchas veces. En esta situación de confinamiento se ve lo mejor de la gente, pero también la peor. Llaman a los municipales, que normalmente ya me conocen. Cuando llegan, nos saludamos y me dicen: “Ya sabes, Sergio, que tenemos que venir”. Luego, se vuelven por donde han venido. Suelo bromear con que yo sería el mejor de todos los policías, porque veo todo. Antes había gente que sacaba al perro a regañadientes, ¡ahora lo sacan ocho veces al día! “¡Cuenta, cuenta!”, me dicen. Pero no, valgo más por lo que callo que por lo que puedo llegar a decir.
¿Qué tal te trata la policía?
Aunque me llevo bien con alguna municipal maja, no con toda la policía en general. Por dormir en la calle, el otro día, una municipal me dijo: “Como no te muevas, tendremos que detenerte”. “Pues igual me haces un favor...”, le dije, “porque me vas a dar tres comidas y una cama”. Esa respuesta le jodió. Pero los peores son los nacionales, que vienen de fuera para tratar mal a cualquiera, no solo a mí. Yo entiendo que tengan miedo de que alguien de la calle como yo les contagie cualquier cosa, pero puedes ser un acojonado respetuoso. Lo que pasa es que te detienen y en el informe escriben cualquier cosa…
¿Lo dices por algo en concreto?
Sí. Hace una semana iba a ir a casa de una chica de la Rotxapea y quedé con ella en la calle. Yo llevaba todas mis cosas a cuestas y nos pararon diciéndonos que nos pusiéramos contra la pared. Lo hicimos al momento porque, si no, ya se hubieran encargado ellos de obligarnos. Nos detuvieron por estar en la calle durante el estado de alarma, pero en la hoja de la denuncia pusieron que braceé, les empujé y me resistí a darles la documentación. Todo eso es mentira y, tras leerme mis derechos, ¡me preguntaron si quería firmarlo! Por supuesto que no. Lo que no aparece en el informe por ningún lado es que también me quitaron 20 euros de marihuana, algo que pienso decir ante el juez. Al final, la chica se agobió y no me dejó ir a su casa. Dice que le llevo por el mal camino, cuando es a mí a quien solo han detenido dos veces en toda mi vida, ambas con ella.
¿Tienes un juicio pendiente?
Me imagino, aunque no sé qué pasará, porque estoy en libertad condicional por la otra detención, en la que me condenaron a seis meses. Como no tenía ningún antecedente, se quedó en libertad condicional de dos años.
¿Qué hicisteis?
Pasamos a recoger a tres personas que acababan de robar en una casa de Peralta. Una de ellas vivía con nosotros por aquel entonces, y nos llamó para preguntar si podía pasar a por ellos. Yo conducía el coche cuando nos pillaron, por lo que también fui declarado culpable del mismo delito.
¿Sabías que era lo que iba a hacer?
Hombre, claro... ¿cómo no iba a saberlo? En teoría, cuando nosotros llegáramos, ellos ya habrían hecho todo lo que pretendían, pero lo hicieron tan bien que teníamos varios furgones de policía esperando... Nos enviaron a los calabozos de la cárcel de Tafalla. Hasta entonces, no me habían detenido en la vida.
¿Gastas en vicios el dinero que consigues?
No, los vicios me los proporcionan los vecinos. Si consigo siete euros, no me compro un paquete de tabaco y, con lo que me sobra, comida. En todo caso, procuraría conseguir 15 y dejar algo para cigarros. De todas formas, ya me lo dan los vecinos y, si no, me he acostumbrado a fumar colillas que cojo del suelo y guardo en una bolsa un tiempo, por si acaso están infectadas.
¿Tienes adicciones?
Sí, al tabaco. Me gusta fumar hachís o marihuana si puedo, pero no lo hago habitualmente y puedo estar sin consumirlo. Lo mismo en cuanto a la cerveza: no soy alcohólico. Yo creo que a pesar de que esté en la calle y la situación sea difícil, no debo estar con un cartón de tetrabrik y todo el día drogado. Hay que dar buena imagen, aunque sea de cara a la gen…
El saludo de un vecino interrumpe la entrevista. Se trata del hombre que ayer le ofreció trabajo a Sergio en la obra y hoy le comenta su intención de hablar con su amigo y posible empleador, y responderle próximamente.
¿Crees que saldrás de ésta?
Estoy convencidísimo. Voy a tener mi casa y mi trabajo, con un sueldo digno. Pero, sobre todo, voy a dormir en una cama y me voy a poder duchar todos los días.
¿Has caído en alguna depresión?
No. Tengo días tristes, pero me distraigo leyendo o haciendo lo que puedo. No me da por quitarme la vida, que es muy bonita como para desperdiciarla… Además, dicen que suicidarse es de cobardes, pues yo soy incluso demasiado cobarde como para colgarme de un puente. También dicen que la suerte no es mala, aunque yo no tengo más que de esa.
¿A qué te agarras?
Una vez tuve un ataque epiléptico conduciendo. Yo decía: “¡Qué mala suerte!”. Mi jefa de entonces me respondió que no, que era buena suerte porque no había atropellado a nadie, ni me había pasado nada grave. Siempre se puede ver el lado positivo. Hoy por hoy, hay mucha gente que me aprecia, algo que no he sentido en casa. Ahora, en el estado de alarma, algunos hasta me tienen envidia... como me ven en un banco al sol y ellos no pueden salir, me dicen de coña: “¡Joder, Sergio, qué vidorra llevas! Me voy a bajar allí contigo”. Sí, hombre, baja a dormir al banco y me dejas la cama... ¡Qué fácil es ver lo bonito! A la noche, como todo el mundo está durmiendo, no ven dónde estoy yo.
¿Tienes miedo de que te dé un ataque ahora que vives en la calle y la gente está confinada en casa?
No. Si me da un ataque, a los pocos minutos me despertaría con un dolor de cabeza fortísimo y ya está. No creo que me pase nada grave a no ser que me ocurriera cruzando una carretera y pasara un coche... aunque, en ese caso, lo más probable es que el conductor parase y me llevase al hospital. Ese tipo de cosas no me preocupan, ¿qué me puede pasar peor de lo que ya me ha pasado?
Parece que tú también ves el lado positivo.
Es que, ¿qué me puede pasar? ¿Qué me falte ropa o comida? Ya me la dan los vecinos. Durante toda mi vida he sido optimista; pero, ahora, simplemente no me queda otro remedio, porque he tocado fondo.
En menos de una semana desde esta entrevista, llevada a cabo el 14 de abril, Sergio, con todas sus pertenencias, se marchó en un coche que pasó a recogerle, y regresó en bicicleta a los pocos días, sin nada. Esta vez volvía para dar las gracias a sus vecinos e informarles felizmente de que ha conseguido trabajo en la obra, y que está viviendo en un piso compartido de Artica, donde intentará encauzar su vida de nuevo.
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Buenas tardes, te escribo Mikel para que vuelvas a hablar con Sergio Murillo y decirle que te cuente toda la verdad. Xq mis padres son dos personas ejemplares y lo podemos confirmar mi hermana Patri,mi sobrina Angela e incluso mi sobrina Enma hija de Sergio
Excelente trabajo, me alegro de que el protagonista haya mejorado. Muy interesante y emocionante su experiencia en la calle. Pero, sin conocer el caso concreto u otros semejantes, personalmente en lo profundo, necesito saberlo: ¿alguien sabe la razón de no solicitar ayuda económica a los servicios sociales forales? en Navarra tienen una Renta Mínima bastante digna tengo entendido (no como la de Madrid, 400€, tardan 7-10 meses en concederla y te piden varias veces los mismos datos, durante meses para desesperarte. Tienes que ser pobre de solemnidad). También hay ayudas de emergencia para comida etc. Lo pregunto desde la ignorancia del caso de mucha gente, por favor. Yo las he pasado canutas desde hace años pero me sostengo con ayuda familiar y del Estado. Supongo que en su caso habrá poderosas razones particulares, o quizá el trámite es tan penoso, kafkiano y largo como en Madrid y otras comunidades. No lo sé. Gracias y ánimo a todos.
Estupendo trabajo, Mikel. Enhorabuena de parte de un colega de oficio.