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En el puerto de General Santos, en el sur de Filipinas, los atunes apenas pasan unos minutos en tierra. Los trabajadores los descargan frenéticamente desde los barcos de pesca atracados en el puerto y los ponen en unos grandes carros. Los acercan a unas balanzas donde los enormes peces, que pueden pesar hasta 400 kilos, son colgados de un hilo de metal. “215”, “180”, cantan el peso mientras alguien lo va anotando. De ahí pasan a otra mesa, donde alguien introduce una varilla para extraer un pequeño trozo de carne. Diseccionan el color y el brillo. Si son considerados de buena calidad, en unos minutos estarán de camino al aeropuerto y de ahí a todos los puntos del planeta. “El atún más fresco se envía a Japón o a Estados Unidos, también a Europa”, asegura Raúl González, propietario de varios barcos pesqueros de atún.
General Santos es una ciudad totalmente entregada a la captura del atún. “Bienvenido a GenSan, la capital del atún en Filipinas”, reza un letrero en el aeropuerto. A lo largo y ancho de las calles de la ciudad se pueden encontrar estatuas con la forma del pez y carteles que destacan sus bondades culinarias y nutricionales.
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¿Es esto consumo responsable?
La responsabilidad de nuestras acciones pasa también por diferenciar qué comemos de a quién nos comemos.
Curiosamente, los filipinos nunca tuvieron un paladar muy exquisito con el atún. Antes de que los japoneses llegaran a la región durante la II Guerra Mundial, nadie prestaba demasiada atención a estos peces de grandes dimensiones que eran generalmente vendidos en trozos por escaso precio en los mercados. Hoy, es fácil encontrar atún en la carta de los restaurantes de General Santos, aunque su calidad suele dejar bastante que desear si se compara con los jugosos ejemplares que se ven en el puerto. Éstos se cotizan por cientos o inclusos miles de euros en los mercados internacionales, especialmente los japoneses, y nadie en GenSan tiene un paladar tan exquisito como para renunciar a esa apetitosa cantidad de dinero.
Esta historia no es única del atún. Buena parte de los productos que consumimos cada día han recorrido miles de kilómetros antes de llegar al supermercado y han sido a menudo producidos en situaciones de sobreexplotación tal que ni el medio ambiente ni las comunidades locales son capaces de soportarlo. Y el pescado, ese producto que a menudo nos parece como la proteína animal más sostenible, no es una excepción.
Las dos especies de atunes que se pescan mayoritariamente en General Santos se encuentran amenazados en diferentes grados
Así, las dos especies de atunes que se pescan mayoritariamente en General Santos, el atún de aleta amarilla (Thunnus albacares) y el patudo (Thunnus obesus) se encuentran amenazados en diferentes grados. Las poblaciones del skipjack, que también es descargado en el mismo puerto en otra plataforma a escasos metros y que se destina mayoritariamente a la industria de enlatado, se encuentran en mejor estado, pero otras especies en peligro a menudo acaban en las redes de los grandes barcos de arrastre que los pescan. Y aunque la industria está fuertemente regulada por cuotas para evitar la sobrepesca, la pesca ilegal, como ya mostró La Sexta en un reportaje esta semana, es moneda de cambio corriente.
Otros tipos de pescado de consumo corriente también tienen sus propios interrogantes. Así, en la cada vez más extendida acuicultura (o piscifactorías), se buscan las especies más productivas, como la panga o la tilapia, tan controvertidas en nuestro país y que proceden fundamentalmente de Asia. Aunque hay mucho mitos sobre esta industria como que la panga es producida directamente en las contaminadas aguas del río Mekong en Vietnam -, las granjas están tan concentradas que las plagas de enfermedades las diezman, mientras que las comunidades locales lidian con los impactos medioambientales, como la pérdida de los valiosos manglares o la contaminación de las aguas con antibióticos y otros productos químicos que se administran a los peces. Además, como ya se puso de manifiesto en un estudio reciente, las prácticas de esta industria no tienen en cuenta las condiciones de hacinamiento y sufrimiento en las que son producidas estas especies.
España es especialmente importante en este mercado. En 2016, nuestro país fue el cuarto mayor exportador de pescado del mundo, sólo por detrás de gigantes como Estados Unidos, Japón y China, y aunque buena parte del pescado entra a España sólo para ser procesado y después revendido al exterior, estas importaciones son también fundamentales para abastecer el consumo interno.
Es un momento clave ya que la industria está en un proceso de reforma estructural para hacer frente a las acusaciones de sobrepesca, pesca ilegal y de uso de mano de obra esclava que han ido en aumento durante los últimos años. Los mercados piden ahora que se escanee cada uno de los ejemplares desde el mar hasta el plato, con el uso de nuevas tecnologías cuyo coste, sin embargo, a menudo sólo pueden permitirse los grandes. “Las cosas están cambiando. Hay muchas reglas y regulaciones nuevas”, asegura Raúl González, quien es además portavoz de la Alianza de Pescadores de línea de mano. “Es más difícil para los pequeños pescadores, y además ahora tienen que ir más lejos a pescar porque ya no hay atunes cerca de la costa”, continúa.
Sin embargo, hay mucho por hacer. Aunque el etiquetado ha mejorado, no asegura que sepamos de dónde procede el pescado que compramos. Greenpeace ha denunciado que la legislación a menudo no se respeta, mientras que investigaciones han puesto de manifiesto que el pescado que se vende no es siempre de la especie que nos cuenta. En Carro de Combate queremos investigar esto y más, pero no podemos hacerlo sin la colaboración de nuestros lectores.
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Otro tema a tener en cuenta, en el consumo de pescado y también en el de carne, es el de los envases de plástico. Que, además del impacto ambiental, tienen un impacto en la salud humana dependiendo del tipo de plásticos que se usen. Pues aumentan su toxicidad al ser sometidos al frío. Se puede saber viendo el código de reciclaje que viene dentro del triángulo de flechas: 1, 3, 6 y 7 son los más tóxicos y 2, 4 y 5 los menos tóxicos. Este es un tema del que no se habla nada en los medios, el impacto de los envases plásticos de comida en nuestra salud.