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Personas refugiadas
La Europa de la ‘concordia’, a golpes y deportaciones en la frontera croata
Miles de personas malviven en la frontera entre Serbia y Croacia a la espera de poder llegar a territorio de la Unión Europea. Lo llaman el game, el juego. Algunos lo han intentando decenas de veces.
El 20 de octubre la Unión Europea recibía en Oviedo el premio Princesa de Asturias de la Concordia. Ha pasado más de un mes y nada ha cambiado para las miles de personas en busca de refugio, unas 4.500 según fuentes de la ONU, que aguardan en Serbia un gesto acorde con ese galardón.
La situación actual es consecuencia del cierre, en marzo de 2016, de la denominada Ruta de los Balcanes, abierta a mediados de 2015. El acuerdo sobre los refugiados entre la UE y Turquía puso fin a la intención de las ex repúblicas yugoslavas de crear un corredor de tránsito hacia la Europa occidental.
Uno de los puntos clave en esta ruta migratoria ya trancada pero porosa es Šid, localidad de 15.000 habitantes fronteriza con Croacia. Allí, desde hace meses, centenares de personas malviven en el entorno de una vieja fábrica abandonada, ubicada a las afueras del núcleo urbano.
La alternativa a este squat son los campos de refugiados gestionados por el Commissariat, órgano gubernamental serbio para refugiados y migrantes. En la zona hay dos, Principovac y Adasevci, que a principios de noviembre albergaban unas 540 personas, la mayoría familias. Fuera de esos campos, el perfil de los refugiados de Šid salta a la vista: todos son hombres, la mayoría entre los 20 y los 30. Algunos esconden su minoría de edad; otros, como el caso de Bilal, afgano, ni lo intentan: sus 14 años le delatan.
Todos están en Šid para cruzar al otro lado, a Croacia. Lo llaman el game, el juego. Algunos lo han intentando decenas de veces. Es el caso de Sergi, afgano, una de las nacionalidades castigadas por la política migratoria europea y mayoritaria en esta pequeña babel constituida a las puertas de la frontera serbocroata.
Cuenta que ya pasaron dos años desde que salió de su país, donde dejó una familia marcada por el conflicto bélico. “Yo trabajaba como traductor para la comunidad internacional”, explica Sergi, “pero entonces los talibanes me dijeron que lo dejara. Secuestraron a mi padre y a mis dos hermanos pequeños. Liberaron a mi padre. Mataron a mis dos hermanos…”.
Shahid, afgano, 18 años; cuenta que le deportaron el 28 de octubre, tras tres días de marcha desde la frontera. “Me golpearon en el hombro. Me quitaron el móvil y me lo devolvieron roto”
La certeza sobre las biografías de tantos no se encuentra aquí, en la jungle de Šid, sino en sus lugares de origen y en los miles de kilómetros recorridos entre medias, pero el relato de Sergi es creíble. Las fotografías que muestra encajan en su historia: un niño de unos dos años, “mi hijo, al que no veo desde que tenía seis meses”, jugando con unas gafas junto a un anciano, “mi padre…”. También hay una foto de un Sergi más joven, de traje y corbata, en el interior de lo que parece un buen hotel, “un congreso en Pakistán”. Otro afgano apoya su biografía; sus madres, dice, guardan parentesco.
Sergi cuenta que ya son seis los meses que lleva en Serbia. En este tiempo “he intentado cruzar a Croacia y a Eslovenia muchas veces, más de 40 veces, pero nunca lo he conseguido”. Y es que el game casi siempre acaba mal. En los últimos meses, muchos de los que regresan deportados denuncian las marcas y los golpes infligidos por la policía croata.
Como Shahid, afgano, 18 años; cuenta que le deportaron el 28 de octubre, tras tres días de marcha desde la frontera. “Me golpearon en el hombro. Me quitaron el móvil y me lo devolvieron roto”.
Como Abdo, marroquí de 24 años, que lo ha intentado en varias ocasiones en las últimas semanas. También él enseña un teléfono móvil roto, en este caso, “por la policía eslovena”, hace unos dos meses. “Además”, recuerda, “me quitaron el dinero, unos 200 euros”. En su último intento, el game volvió a acabar en suelo esloveno, “unos cinco kilómetros pasada la frontera, en la carretera de Rikeja”. Esta vez el medio de transporte ‘elegido’ fueron los bajos de un camión.
La historia se repite, con variaciones, en las voces de Abdel o de Hassan, 21 años, uno de los pocos iraquíes presentes aquí. En el squat de Šid, al margen de los registros oficiales, predominan afganos, pakistaníes, marroquíes y argelinos, con una presencia notable de bereberes.
En estos últimos días de otoño, con el sol cada vez más débil y el invierno a la vuelta de la esquina, muchos apuran el game. En ocasiones vuelven a intentarlo al día siguiente de su última deportación. Otros, por las razones que tengan, se preparan para continuar con su rutina en torno al squat. Allí reciben la comida, dos veces al día, que distribuye la No Name Kitchen, colectivo formado en su mayoría por voluntarias y voluntarios españoles, y que también distribuye ropa y material de abrigo.
El asturiano Bruno Álvarez Contreras es uno de sus impulsores. Desde hace meses la asociación denuncia los casos de maltrato que sufren los migrantes a manos de las policías croata, húngara y eslovena. “Tenemos una, si se puede decir, ‘hermandad’ con Acnur“, sonríe Bruno, “y basándonos en un report que ellos tienen escribimos todo: dónde les cogió la policía, dónde y cómo les deportan, si les rompen el móvil, si les quitan el dinero… Es algo que está pasando día sí y día también por policía de la Unión Europea”.
En cuanto a la policía serbia, aunque aparentemente hace la vista gorda, de forma periódica realiza redadas en el squat. Cuando eso ocurre la mayoría de los detenidos acaban en un campo de refugiados, principalmente el de Presevo, en la frontera serbia con Macedonia. Son 500 kilómetros que volver a recorrer, casi siempre sin dinero, en busca de nuevo de esa frontera oriental de la UE.
Los refugiados de Šid no son un caso aislado. Desde hace semanas también Sombor y Subotica, localidades fronterizas con Hungría, acogen a decenas de personas que protagonizan escenas similares. Por ese motivo, la No Name Kitchen estudia la posibilidad de extender su ayuda, dependiente de donaciones de material y de colaboraciones económicas, a los migrantes que intentan entrar en la UE desde esos dos enclaves. Como en Šid, también allí pronto llegará el invierno. Como en Šid, tampoco allí hay noticias de la Unión Europea y de su recientemente galardonada concordia.
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Que suerte que Croacia Hungria es Eslavonia no permiten que entre esta gente, tambien hay que quejarse mas en publico de quienes hacen que gente inocente abandone su pais, por culpa de intereses
Que suerte que te dejen comer en casa siendo una persona tan deplorable