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Derechos Humanos
Como en casa
El reloj da las cinco y el agua golpea con fuerza los cielos de uralita. La intemperie no puede ser un buen lugar bajo estas circunstancias. La claridad abandona sigilosa el municipio colombiano de Toledo, departamento de Antioquia, aquí donde la vida es niebla y la niebla, niebla, sin sucedáneos. Fue llegar el embalse de Hidroituango y quedarse para siempre la niebla, niebla de noche y niebla de día. Niebla pertinaz, como la violencia que asola al país desde tiempos tan pretéritos que las fechas se confunden. Entonces sucede la mirada cómplice entre Eugenia y Richard y la escena cobra sentido, el de regresar por fin a casa tras una amargura prolongada y sentarte junto a los tuyos.
Richard, Richard Alexander Zapata viene de Sabanalarga, y Eugenia, María Eugenia Gómez, de Ituango; dos municipios afectados por la represa. Antes la vida era el cañón del río Cauca, bajar a primera hora de la mañana a buscar pepitas de oro de forma artesanal y regresar por la tarde y hasta el atardecer. Barequear. Antes la vida era eso.
Hasta que a Eugenia y a Richard los expulsaron de su vida, lo tienen claro, por su oposición al megaproyecto hidroeléctrico que construye Empresas Públicas de Medellín. Defensores de los derechos humanos como parte el Movimiento Ríos Vivos, desde hace cuatro años habitan el refugio, autoconstruido y autogestionado, que mantiene abierta la articulación de organizaciones sociales de base por estos rumbos, y por razones de seguridad mejor no especificar la ubicación exacta.
El día a día gira en torno al café orgánico que saca adelante la decena de personas que moran en este abrigo de habitaciones con vistas al cañón, si la niebla lo permite.
− Nos ha cambiado muchísimo la vida, sí. Estábamos enseñados a depender de nosotros mismos, claro, que acá también, pero no es lo mismo.
− Todavía extrañamos mucho y barequear es una labor que nunca la vamos a olvidar porque es algo que de niños aprendimos a hacer. Pero conseguir este refugio es como cambiarle la vida a uno.
Las palabras de Richard y Eugenia fluyen como antes lo hacían las aguas del Cauca, y ríen y lloran y se apoyan, y también se enfadan y se molestan y se disculpan, y cocinan y duermen y despiertan, como en casa, así es la vida ahora, al menos la de Eugenia y Richard. Y hablan y hablan mientras la oscuridad se hace grande, sin estrellas. En el refugio del Ríos Vivos están como en casa.
− Juntos nos sentimos más protegidos que individuales, que seríamos más vulnerables para aquellas personas que nos quieren hacer daño.
− Y si vemos que alguien necesita un poco de ayuda, vamos y se la ofrecemos.
Como en casa, esa sensación de hogar que no la dan los documentos censales ni los contratos inmobiliarios, sino un puñado de rincones y personas que pueblan las almas con la sensación de que, no importa lo que suceda, da igual si fuera luce un sol radiante o se ha atascado la niebla, existe un lugar en el que puedes quedarte.
Eugenia y Richard hablan del café, de las enfermedades, del porvenir mundano, de la colada pendiente, de la cena que vendrá después, y también de lo inconmensurable: “Nosotros éramos del territorio, nacimos en el territorio y no nos queremos ir del territorio”, suma Richard.
Y hablan y hablan, también con silencios cómplices, porque solo en el hogar los silencios son una modalidad más de la conversación, les basta una mirada. Y mientras se entienden callados, la aparente humildad del refugio, tres gorras de los Yankees, azul, negra y rosa, colgadas en una pared desnuda, el piso salpicado por las gotas de lluvia, la cocina de gas improvisada, despliega toda su acogida para hacer evidente, por si no había quedado claro, que el sentimiento de hogar nada tiene que ver con lo que reluce.
“Llueve todo el día y hace tiempo que no hemos vuelto a ver un verano”, se lamenta Eugenia, sobreviviente de la masacre de El Aro, tenía 18 años cuando en 1997 los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia asesinaron, despojaron y desplazaron a este corregimiento antioqueño, la región gobernada por aquel entonces por Álvaro Uribe Vélez, a la postre presidente del país. El megaproyecto trajo violencia, pero también se sirvió de ella, cuentan las gentes del lugar. “Está lejos la paz, pero se anhela”, dice Richard, de ascendencia nutabe, el pueblo indígena que habitaba en el cañón del Cauca, en el desaparecido corregimiento de Orobajo, un hogar ancestral inundado por el embalse.
− ¿Sois felices ahora mismo en el refugio del Movimiento Ríos Vivos?
− Pues sí, porque aquí estamos con más compañeros que han vivido lo mismo que nosotros y nos cuidamos. Compartimos la esperanza de ver el río otra vez libre para volver a trabajar.
− Y si no podemos nosotros, pues por lo menos que nuestros hijos o nuestros nietos lo puedan hacer.
La casa de defensoras Basoa
A miles de kilómetros de distancia, en la casa de defensoras Basoa, a media hora en coche de Bilbao, la hondureña Dalila Argueta comparte su exilio, provocado por su oposición a una mina sobre el río Guapinol. El día es frío. Con la primavera entrada, el invierno ha reaparecido con fuerza y montes como el Mandoia o Argiñaoko Atxa visten una elegante capa blanca. Dentro de la casona, todo es calor. Humano, pero también de las estufas recién construidas. Casi todo en la casa o está para estrenar o sigue en obras, erigir un proyecto comunitario y autogestionado requiere tiempo. Y gente.
Desde el verano de 2021, Basoa ofrece un espacio de encuentro y también de vida y protección. “No solo te acogen, no solo es una cama, no solo es la comida, no solo es un espacio para recibirte, sino que Basoa hace también de altavoz de tu lucha”, arranca Dalila. Las donaciones engordan libro a libro la biblioteca, mientras unas enormes cristaleras regalan vistas idílicas del lugar, en el valle de Arratia; al fondo, una sala para hacer yoga, boxeo o gimnasia; en la pared restante se alternan un piano, las escaleras, y las puertas que llevan a una estancia reservada para las reuniones y a la cocina. Todo conectado. El salón principal, según se dispongan las sillas, sirve de espacio de reuniones y debates, de comedor y de espacio de conciertos. La casa no es una espectadora lejana, es el eje, la protagonista, la que provoca que sucedan cosas.
Un pizarrón a modo de calendario recuerda las decenas de actividades previstas para los próximos meses. Ni un fin de semana libre. De momento, ya ha pasado una delegación zapatista, la Iraultza Txikien Akanpada (acampada pequeñas revoluciones) y decenas de encuentros de colectivos diversos, como uno de más de cuarenta mujeres activistas ecofeministas llegadas de diferentes países de América Latina, España, y Senegal reunidas para tejer alianzas transnacionales “frente al poder corporativo” y organizado Paz con Dignidad.
Junto a Dalila, en Basoa viven de manera permanente otras tres personas adultas y un niño pequeño; otra defensora centroamericana, Lolita Chávez, también tiene su habitación para cuando visita el País Vasco (y lo hace habitualmente).
“Planteamos este espacio no solamente para acoger a defensoras, sino para crear una comunidad en la que pueda haber activistas de esta parte del planeta. Que sea como un ensayo social, también de convivencia y de mutuo apoyo, que nos enseñen, que enseñemos, que aprendan y que aprendamos”, explica Olatz Talavera, abogada, activista en Artea, el proyecto de varios colectivos ciudadanos del que surgió la idea de tejer Basoa. Olatz, también parte de la casa, cuenta que Basoa es una fundación autogestionada, que no reciben dinero público y que las decisiones se toman en una asamblea en la que participan al menos treinta personas, aunque en épocas de trabajo físico en la casa han llegado a involucrarse activamente unas sesenta. “Basoa pertenece a todos”, apunta Dalila, sentada a su lado.
Por el salón principal aparecen varias personas, saludan y se marchan a lo suyo. Todo el mundo entra y sale por la cocina. Divida en dos espacios, el lugar de los guisos es el corazón de la casa, el lugar predilecto de Dalila. “Amo cocinar, disfruto y es mi forma de sanar”, indica la defensora, que suele hacer tortillas y frijoles cuando pasa por la casa alguna mujer mesoamericana. “Si vas a llegar para comer y que tu comida esté ahí es porque se está pensando en ti, que alguien te espera, que alguien está pendiente de si estás bien”, subraya.
De Basoa a La Serena
Palabras clave: hogar, cuidados, refugio, protección, comunidad. Como en casa. La mexicana Ana María Hernández, integrante de la Iniciativa Mesoamericana de Defensoras (IMD) y directora de la La Serena, la casa de estancia temporal de Oaxaca (México) para el cuidado y sanación de defensoras de derechos humanos de Mesoamérica, visitó Basoa como parte del encuentro ecofeminsita.
La Serena funciona desde 2016 y es la “propuesta feminista que soñaron las propias defensoras”, cuenta Hernández desde el valle de Arratia. “Trabajamos mucho para transformar la energía de muerte con la que tenemos que convivir. Nuestros pueblos han sabido muy bien no solo resistir, sino regenerar la vida en las comunidades”, continúa la feminista mexicana quien recuerda la importancia del cuidado colectivo “porque una no se salva sola”. Desde hace poco tiempo, la IMD ha creado otra casa similar en Honduras, La Siguata.
Hasta Oaxaca fueron Dalila y Olatz para conocer el ejemplo. La defensora hondureña recuerda que algunas mujeres reconocieron que lo mejor de la estancia en La Serena era “dormir sin miedo”. La calma es algo que ella también valora de Basoa, donde trata de bordar y escribir para desconectar, porque su cabeza no para.
Estas casas autogestionadas para el refugio, el cuidado y la sanación de activistas son la envidia de periodistas. La mexicana Marcela Turati, acostumbrada a reportear sobre dolores y criminalizada por su trabajo, sueña con crear una casa de acogida para informadoras, siguiendo el ejemplo de las defensoras de derechos humanos. “Las redes salvan”, dice. Los cimientos ya los tiene: Basoa, La Serena, La Siguata y la casa del Movimiento Ríos Vivos.
Artículo elaborado para el proyecto “DERIVAS para transitar hacia un tejido asociativo resiliente” financiado por la AEXCID- Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo de la Junta de Extremadura, en la convocatoria de proyectos Educación para la Ciudadanía Global del año 2021