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Salud mental
Artefactos contra el prejuicio psiquiátrico
“El infierno existe, yo he estado allí”. Personas psiquiatrizadas dan forma, a partir de su experiencia, a una obra de teatro sobre la psiquatría como ejercicio de poder.
“Lo primero que debe hacer es aceptar que tiene una enfermedad mental”. Al otro lado del teléfono, el psiquiatra que le han asignado a Iosu sentencia el motivo por el que mi amigo va a pasar varias semanas en la Unidad de Hospitalización Psiquiátrica (UHP) sin que podamos verle ni hablar con él. Días atrás fue a urgencias hospitalarias acompañado por su familia. Dos guardas de seguridad se lo llevaron al pabellón psiquiátrico porque los médicos determinaron un ingreso forzoso. A pesar de haber ido buscando ayuda, lo ataron con correas a una cama, lo sedaron y lo medicaron. Las primeras personas que entraron en la habitación fueron un juez y un psiquiatra. Diagnóstico: esquizofrenia. Tratamiento: internamiento involuntario, medicación, psiquiatría, incapacidad.
Casi veinte años después, mi amigo Iosu acude a su primera reunión con el Grupo de apoyo mutuo (GAM) de Mejorana, una asociación navarra de personas con diversidad mental. Mejorana nació en 2007 en el Centro de Recuperación Psicosocial Arga de Iruñea y hoy le dan vida más de cien socias. Se reúnen en centros sociales y comunitarios como Katakrak o Auzoenea, tienen un programa de radio mensual —Locura Transistoria, en Ática FM—, una línea activista muy potente en primera persona, otra línea de investigación y denuncia en colaboración con profesionales —Plataforma Derechos y Salud Mental— y una producción teatral que ha agotado todas las entradas en las cuatro funciones que realizaron entre enero y febrero de este año: Que nadie camine por mi mente con los pies sucios.
Una cita de Gandhi sirve como título de esta obra de teatro que trata sobre la violencia del sistema psiquiátrico a través de la experiencia de las personas que la han sufrido en sus propios cuerpos. Una violencia que permanece oculta tras el enfoque biomédico en el que se basa la psiquiatría. “Soy invisible, vivo oculta, escondido, silenciada, negado, guardada, encerrado, tapada, no existo, soy invisible”, dice la voz en off con la que da comienzo la obra.
El ocultamiento y el encierro no son metafóricos, indican tres de los intérpretes amateur con los que charlamos después de una función. “Te meten por un pasadizo subterráneo, atada y escoltada por la Guardia Civil. Entré en un pabellón muy frío, con un pasillo largo que parecía una cárcel”, recuerda Eva Roncero. “Estaba tan dopada con lo que me habían metido y del brote psicótico que no entendía nada. No sabía lo que me estaba pasando ni entendía por qué me estaban aislando en una habitación”, continúa. Sandro Iaboni también estuvo en la UHP, que se ha ganado el sobrenombre de Guantánamo. Aunque los primeros momentos los recuerda confusos, afirma que de lo que sí se acuerda es el “sabor a látex del guante del auxiliar que me metió el dedo en la boca para controlar que me había tragado las pastillas”.
Por eso Edurne Arregi lo tiene claro: “Yo ya no ingreso más. Me medico en casa, me tomo las pastillas y me echo a dormir o lo que sea. Les he dicho a mis amigos y a mi hijo que no me ingresen”, afirma. En la obra de teatro, estos actores amateur son contundentes: “El infierno existe y todos nosotros hemos estado allí”.
El Grupo de apoyo mutuo de Mejorana sirve para ayudarse en esos momentos de crisis. “La crisis tiene un principio y un final, es un proceso. El grupo te apoya, te recuerda que se va a pasar”, indica Arregi, quien añade que también “ayuda a evitar los ingresos, ya que la gente que participa en el GAM no suele volver a ingresar”. Para Roncero, “es como una pequeña familia en la que hay mucha empatía, mucha comunicación horizontal de tú a tú, sin la figura de alguien superior a ti”. En los tres meses de preparación de la obra de teatro, el grupo de apoyo se transformó. “Para nosotros y nosotras, crear la obra ha sido un momento terapéutico. La creamos todos juntos, surgió de nuestras propuestas durante los ensayos. Lo que decimos, cada una de las palabras, son vivencias nuestras”, afirma Iaboni.
Opinión
Todo debe ir bien
La idea de “normalidad” se ha construido a través de unas normas de comportamiento que exaltan la seguridad, autonomía, serenidad, madurez, racionalidad y realización personal como paradigma de salud mental al alcance de cualquiera, sin distinciones.
“El despertar del pensamiento pasa por una transformación íntima del sujeto, por su desplazamiento de lo propio y de lo privado al territorio de lo común”, afirma la escritora Marina Garcés en su libro Un mundo común. Mejorana hace posible ese paso a la acción revirtiendo situaciones de vulnerabilidad muy graves y con todos los prejuicios en contra. De ahí surge un grito que se transmite en la obra: “¡Basta ya de vivir escondidas!”. Y, como defiende Iaboni, “la lucha es también por nosotros mismos. Codearnos con otras personas que han tenido nuestros mismos sufrimientos y alegrías nos está empoderando. Estamos volviendo a creer en nosotros mismos como personas”.
Arregi concreta algunas de las reivindicaciones: “En nuestro activismo nos enfocamos contra las contenciones mecánicas, la sobremedicación y el trato de los psiquiatras”. Una parte de este activismo lo realizan en colaboración con profesionales de la salud mental y personas concienciadas a través de la Plataforma comunitaria por la defensa de los derechos en Salud Mental. “Lo que pedimos es lo básico: el respeto de los derechos como persona, que se nos considere personas antes que enfermos. Es necesario que desaparezcan las correas en los hospitales psiquiátricos y que los hospitales se transformen, que no sean un lugar cerrado”. “¡Apropiémonos de la injuria!”, gritan en la obra de teatro, donde explican esta injuria en forma de rap:
“Me llaman loco, demente, chalado, chiflado
lunático, majareta, tarumba, tocado, tronado
perturbado”.
Y la respuesta colectiva es el Orgullo Loco. Lo organizan de forma coordinada con otras asociaciones como Hierbabuena (Asturias), Activament (Catalunya), En primera persona (Andalucía) o Locomún (Madrid). “El Orgullo Loco es un día para reivindicar y pasarlo bien”, señala Arregi.
El pensamiento no-psiquiátrico
Si pudiéramos preguntarle a Giorgio Antonucci su opinión sobre el marco teórico que sostiene la forma tradicional de enfrentar el sufrimiento psicoemocional, su respuesta sería que “la psiquiatría es una ideología que carece de contenido científico, un no-conocimiento cuyo objetivo es la aniquilación de las personas”, asegura en su libro El prejuicio psiquiátrico, publicado en 2018 por primera vez en castellano por la editorial Katakrak. Médico y psicoanalista italiano, a Antonucci se le conoce (poco) como referente del pensamiento no-psiquiátrico, una corriente que lleva más allá la crítica de la antipsiquiatría al cuestionar la existencia de la enfermedad mental y los fundamentos mismos de la psiquiatría.Trabajó desde los años 60 en diversos manicomios y hospitales de Italia, dedicándose a la apertura y el desmantelamiento de pabellones psiquiátricos, liberando a multitud de personas encerradas en ellos. “Nuestra actividad estaba principalmente dirigida a evitar todos los internamientos en manicomios, ocupándonos desde luego de los problemas sociales correspondientes”, aseguraba. Su método se basaba en la escucha y el acompañamiento, no solo con la persona afectada, “sino con todas las personas que estaban o podían estar implicadas en la situación: los familiares, los empleadores, los alcaldes, los sindicatos, los médicos de familia y todos aquellos que tenían relaciones importantes con la persona de la que nos ocupábamos”.
Antonucci considera la psiquiatría como un ejercicio de poder que no puede entenderse sin ponerlo en relación con las condiciones sociales: “En el manicomio no estaban los ricos, sino las clases sociales más desfavorecidas”. Es esta toma de conciencia lo que permitió la creación de una red de solidaridades entre las luchas sociales y la lucha contra el manicomio, cuyo punto más interesante fueron las calate, visitas populares al Instituto Psiquiátrico San Lazzaro de Regio Emilia a principios de los 70.
Como afirma Massimo Paolini, el traductor de la obra de Antonucci, “la lucha antipsiquiátrica es una lucha contra el poder. Solo puede nacer en un ambiente popular, cuando las personas entienden que las víctimas de la psiquiatría y las de la explotación laboral son las mismas”. Paolini sostiene que “el manicomio, como otros lugares de aniquilación —el campo de concentración o el matadero— permite entender la violencia de nuestra época, y para entender el manicomio es necesario descifrar la psiquiatría”.
Según Antonucci, la psiquiatría basa su existencia en la intervención autoritaria, el medio a partir del cual ha desarrollado históricamente múltiples mecanismos de coerción. “La psiquiatría no se habría desarrollado si no hubiera existido la hospitalización forzosa”, afirma. Una vez dentro, la coerción continúa con psicofármacos “que paralizan las funciones nerviosas, por lo que te resulta difícil decidir cualquier cosa y ya no consigues encontrar un punto de apoyo en ti mismo”; con electroshocks que “perturban el equilibrio cerebral [generando] una pérdida de presencia, un deambular aturdido y estúpido de un cuerpo vaciado”; y con inyecciones de insulina para “poner al indómito ingresado en estado de coma”.
Y, por supuesto, las correas. Las malditas correas con las que se ata a las personas ingresadas. Hoy a una cama, pero entonces tuvo que soltar a varias personas atadas a los árboles de los manicomios. Cada vez que tomaba las riendas de un pabellón psiquiátrico de cualquier hospital realizaba un trabajo muy concreto: “Liberaba a todos y luego entregaba los medios de contención, porque mientras se guarden, aunque no se usen, tienen un potencial terrorista. Estos instrumentos de tortura deben salir de un pabellón hospitalario”.
Cada vez más malestares individuales y sociales son catalogados como trastornos o enfermedad mental. Un indicador de esta patologización social es la evolución del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM por sus siglas en inglés). Paolini ofrece un dato: “La primera edición del DSM, de 1952, era un libro de 130 páginas. La quinta edición, de 2013, es un volumen de mil páginas. Si estos diagnósticos no tuvieran consecuencias dramáticas, serían simplemente ridículos”. Para Antonucci, esto es una muestra más del uso ideológico de la psiquiatría, ya que “todas las personas pueden ser incluidas o excluidas de esta definición de enfermedad mental, que no tiene nada de científico, al menos debido a su indeterminación [...]. Mientras siga considerándose la psiquiatría como una terapia, podremos abrir o desmantelar todos los manicomios, pero volverán a nacer bajo otra forma”.
Según el traductor de esta obra al castellano, “Antonucci es una de esas personas que se entregan en cuerpo y alma a la defensa de quienes no tienen poder sin pensar en su beneficio personal o en defender los intereses de la profesión. Desprofesionalizar la sociedad es cada vez más urgente”. La propuesta y el trabajo de Antonucci es totalmente radical. Como él mismo dice, es “un intento por entender las dificultades de la vida, tanto individual como social, para luego defender a las personas, cambiar la sociedad y dar vida a una cultura realmente nueva”.
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Me parece bien que haya un mejor trato a los enfermos mentales.
Pero no es todo como lo cuentan, muchas veces las correas se utilizan para que las personas no se hagan daño a sí mismas, o a otras personas, porque no todos los comportamientos son iguales, hay de todo no solo esquizofrenia.
Ustedes no pintan todo el cuadro de una enfermedad mental, los ingresos forzosos no se hacen sin ningún motivo. Por lo general es la familia quien solicita el ingreso, y duele mucho hacerlo, es la última opción.
No cuentan que los enfermos mentales en las crisis, no son personas razonables, ni ven que tengan un problema. Viven en un mundo interior que reconstruye la realidad con emociones y experiencias de toda índole, que marcan su visión de cómo son las cosas.
Claro que los enfermos mentales sufren muchísimo, pero los familiares y la gente que los quiere también.
Pero ellos por mi experiencia, solo ven como sufren ellos, no los demás.
Saludos
Eskerrik asko.
Por dar voz al último colectivo pendiente de liberación y empoderamiento.
Los últimos monos de la especie que comenzó con un mono loco.
. TOXOPLASMA
en España se consume mucho embutido de carne cruda secada, jamon chorizo salchichon… y esto es muy peligroso, aun siendo eco,, ademas qe llevan muchisima sal tbn ls embutidos eco y si no es eco lleva un monton d cosas mas
https://nutritionfacts.org/es/video/como-prevenir-la-toxoplasmosis/#comment-568554
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https://nutritionfacts.org/es/video/efectos-a-largo-plazo-de-la-infeccion-cerebral-por-toxoplasma/#comment-567841
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Todo el mundo tiene su proceso personal pero se debe ser consciente y meditar ayuda
t
Solo los humanistas ( reichianos-vegetoterapia. Gestalt, bioenergética ) y los sicoanalistas, se "curan" antes de tratar a los demas. Por esto, los demas suelen proyectar sus neuras en los pacientes y al final se convierte en una lucha de egos donde uno suele ser anulado a base de pastis.
La sicologia tibetana es " I shin de shin", "de corazon a corazon".
http://blogs.publico.es/joseba-achotegui/2017/01/22/sociedad-luida-de-bauman-y-salud-mental/
https://blogs.publico.es/dominiopublico/26313/la-crisis-humanitaria-en-salud-mental/
CONDUCTISMO
No permiten la evolucion personal, no van a las causas.
- ABA es un entrenamiento en sumisión
– Es una terapia de conversión como las dirigidas a homosexuales y mujeres histéricas
– Estudios prueban que el abordaje puede generar Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT)
- Además y habiendo observado respuestas de otros retractores de ABA por las redes sociales, se pueden agregar las siguientes:
– Que las personas con TEA no son animales como para que se usen esos procedimientos
– Los procedimientos conductuales solo utiliza la represion
https://www.psyciencia.com/los-7-pecados-capitales-de-la-psicologia/