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Salud mental
Salud mental y dolor crónico, dos problemáticas de género silenciadas
Rosa Aznar ya tenía muchos dolores desde pequeña. Como hacía gimnasia rítmica y competía, no le daban más importancia –se lo achacaban a ello–. Sin embargo, una rotura fibrilar hizo que a los 22 años tuviera que abandonar su sueño de bailar; no acababa de recuperarse. Sin embargo, no sería hasta los 30 cuando le diagnosticaron fibromialgia: por fin un diagnóstico para su sufrimiento. En 2002 comenzó tratamiento psicoterapéutico, que le ayudó a “aceptar la enfermedad y no seguir luchando contra ella. Tenía que aprender a vivir con el dolor crónico, adaptar mi vida a esta condición. Pero lo más duro fue encontrarme con la incomprensión de las personas de mi alrededor, incluso la de muchísimos médicos. En el trabajo me tachaban de vaga, de no esforzarme lo suficiente, de ser muy lenta…Y en la familia me decían que lo que tenía que hacer era tener hijos, que así se me quitaría la tontería y en alguna ocasión me dijeron que lo que quería era llamar la atención”, confiesa.
Pero en 2014 sufrió una caída muy aparatosa que la marcaría para siempre. Empeoró muchísimo su estado físico y psicológico. “Finalmente me comunicaron que había desarrollado EM /SFC (Encefalomielitis Miálgica/Síndrome de Fatiga Crónico), SQM (Sensibilidad Química Múltiple) y la enfermedad de Lyme crónica. De nuevo la vida me ponía otro obstáculo; se complicaba aún más. Necesité ayuda psicológica y encontré a una doctora maravillosa, con la que aún sigo tratándome”, se sincera Rosa y sentencia: “Vivir con dolor crónico es tan durísimo que se necesita ayuda externa especializada para poder seguir viviendo, para seguir viendo que hay luz al final del túnel. Considero que debería ser una especialidad más accesible a través de la Seguridad Social en la que trabajaran conjuntamente Psiquiatría y Psicología junto a otras especialidades que tratan dolor crónico”.
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Las cifras
La historia de Rosa solo es una entre las de los 8 millones de personas que sufren dolor crónico en España según la Encuesta Nacional de Salud del INE (2017), a las que habría que sumar las de una de cada diez personas mayores de 15 años que sufren algún problema de Salud Mental. Al igual que sucede con el dolor crónico, las mujeres padecen este tipo de enfermedades el doble que los hombres (14,1% frente a 7,2%). Así, el 6,7% de los adultos refiere ansiedad crónica (9,1% de las mujeres y 4,3% de los hombres), mientras que la depresión se presenta en la misma proporción: más del doble en féminas (9,2%) que en varones (4%).
De hecho, las diferencias por sexo que se observan en la ansiedad crónica y en la depresión se doblan a partir de los 55 años. Estos datos arrojados por el INE son constatados por la Confederación de Salud Mental España: alrededor del 75% de mujeres sufren problemas de este tipo: el 29% depresión y el 43% ansiedad. Este componente de género se replica en el caso del dolor crónico: un 68% de las mujeres de España de 15 años o más presenta alguna enfermedad crónica, con especial persistencia en la mayoría de las enfermedades en el caso de las mujeres. Esto implica que la Salud Mental y el dolor crónico son un problema de género de carácter político invisibilizado y acallado. De hecho, ningún varón se ha prestado a ser entrevistado para la realización de este reportaje.
El 10,7% de la población de 0 y más años consume tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir (13,9% en niñas y 7,4% en niños)
En lo relativo a población infantil, el 10,7% de la población de 0 y más años consume tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir (13,9% en niñas y 7,4% en niños) y el 5,6% de la población de 15 y más años toma antidepresivos o estimulantes (7,9% de las mujeres frente al 3,2% de los hombres). Esto nos presenta ante un escenario aterrador en el que las circunstancias se complican si entra en juego el dolor infantil. El pasado 1 de octubre, en el acto organizado por la Sociedad Española de Dolor (SED) #TuDolorImporta, el testimonio de Patricia Porteiro, de la Asociación de niños y adolescentes con Artritis idiopática Juvenil de Euskadi, dejó a toda la audiencia sobrecogida cuando contó su propia experiencia: su hijo, que padece esta enfermedad desde los 4 años y no conoce la vida sin dolor, le confesó con 6 años “Mamá, yo para vivir así, prefiero morirme”.
Además, hay que sumar el impacto emocional de la enfermedad crónica, pues es uno de los factores que más influyen en la salud mental de los pacientes. Esta misma semana se ha presentado el Estudio sobre el impacto emocional de la enfermedad crónica, impulsado por la Plataforma de Organizaciones de Pacientes con el apoyo de ONCE y gracias a la Universidad Complutense de Madrid. Cabe señalar que el 25% de los pacientes dicen no haber superado emocionalmente su estado, el 34% que ha mejorado pero no lo ha superado y el 35% que lo tiene controlado emocionalmente pero no lo ha superado, es decir, el 94% de los enfermos crónicos no han superado emocionalmente el impacto del dolor en su vida.
Los pacientes caen en salir menos de casa, disminuir el contacto con amigos, la incomprensión de su entorno y mostrar mayor irritabilidad con la familia. Ello viene acompañado de tristeza y problemas de sueño (70% y 71%, respectivamente), apatía (67%), malestar psicológico (59%), angustia (47%) y miedo (44%). Todas estas emociones son más acuciantes en los pacientes que no se encuentran trabajando y han incrementado su frecuencia con la pandemia de la Covid-19.
“El impacto económico directo e indirecto del dolor crónico en España es de unos 16.000 millones de euros al año, el 2,5% del PIB”
Y estamos pagando un alto coste por ello: “El impacto económico directo e indirecto del dolor crónico en España es de unos 16.000 millones de euros al año, el 2,5% del PIB”, informa la Doctora María Madariaga, médica anestesióloga especialista en dolor crónico y vocal responsable de Comunicación de la Sociedad Española del Dolor. A ello hay que sumar las cifras de Salud Mental, en las que lo más alarmante es el destino de esa inversión. El periodista Manuel Rico de infoLibre, en la profunda investigación que ha realizado ha destapado que 4 grandes empresas privadas de salud mental (Ita, Mentalia, Grupo 5 y Hestia Alliance y Clínica López Ibor, las cuales tienen como accionista mayoritario a un fondo de inversión y tres de ellas pertenecen a grupos europeos dedicados a la gestión de geriátricos) han facturado en 2020 140 millones procedentes la mayoría de fondos públicos. Así, los centros de salud mental públicos de carácter asistencial apenas cuentan con personal (y éste se encuentra desbordado) para tratar los pacientes, que se han incrementado tras la Covid-19 en un 30%. De hecho, Fernando Lamata, miembro del Consejo Consultivo de Salud Mental España, comenta que España apenas destina el 5,16% de todo el gasto sanitario público a los servicios de Salud Mental. Esta cifra supone la mitad de lo que invierten el Reino Unido, Alemania, Francia y Suecia.
Por su parte, Amnistía Internacional denuncia la violación de derechos humanos que se produce al impedir el acceso a la atención en Salud Mental en tiempo y calidad, dejando esta labor relegada a los centros de Atención Primaria donde uno de cada cuatro pacientes (el 27,4% en cifras de 2017) acuden por problemas de esta índole. Estos han de enfrentarse a una lista de espera de entre 15 y 90 días debido al desmantelamiento paulatino de este servicio llevado a cabo por los sucesivos gobiernos en la última década. Esteban Beltrán, director de Amnistía Internacional en España, denuncia: “Una atención primaria debilitada como la actual afecta negativamente al disfrute de este derecho en un momento crítico en el que la pandemia de la Covid-19 ha agudizado los problemas mentales de la gente”.
A su vez, la Agencia Española del Medicamento ha informado del aumento progresivo del consumo de benzodiacepinas, sedantes e hipnóticos por parte de la población española a lo largo de 2020, llegando a las 91 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. Igualmente, de manera previa a la pandemia, España ya aparecía como el país con mayor consumo de ansiolíticos en un estudio realizado por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes que cubre 85 países. Y es que llevamos ocho años (la última fue la 2009-2013) sin una estrategia de Salud Mental en España, si bien ahora están trabajando en la nueva 2021-2026.
Casos que rozan el límite
No son tan infrecuentes los casos en los que el dolor crónico arrastra a los pacientes al límite. Una paciente que prefiere mantenerse en el anonimato, cuya patología y dolor crónico comenzó en 2012, fue consciente dos meses más tarde de lo que le pasaba: “Toqué fondo, no sabía que existía una oscuridad tan grande”. Desde entonces se puso en manos de un psiquiatra y psicólogo de la Seguridad Social que “me ayudaron de una forma que es imposible agradecer. La psiquiatra siempre ha seguido con sus controles, el psicólogo me dio el alta creo en 2018 por considerar que ya estaba preparada y que había más gente más necesitada”, explica. Sin embargo, en 2020 tuvo una caída en el trabajo y su lesión y todos los recuerdos asociados a la misma regresaron: “Desde el primer minuto afectó a mi salud mental porque sabía a lo que debía enfrentarme. El martes 27 de septiembre le dije a mi hija que quería morir. Así lo sentía en ese momento, pero me arrepiento de habérselo dicho”. Desde entonces ha vuelto a tratamiento psicológico.
Otra paciente de 30 años —que también prefiere mantener su anonimato— lleva siete años con dolor crónico. Los tres primeros pensó que se las podría arreglar sin apoyo psicológico “mientras me siguiera sintiendo útil en mi trabajo pero llegó un momento en el que la depresión y la ansiedad me pudieron y tuve que pedir ayuda profesional. Por suerte di con un psiquiatra estupendo, después de probar a varios, que continúa acompañándome y sin el cual no sé qué habría sido de mí. Estoy en tratamiento psiquiátrico y psicólogico desde entonces y nunca podré agradecer lo suficiente la implicación de estos profesionales del Sistema Público, que siempre han estado ahí cuando lo he necesitado”.
Pero el camino ha sido duro. De hecho, ha llegado a desarrollar un trastorno alimenticio y una enfermedad psiquiátrica debido a todo lo que implica su dolor y su complejo diagnóstico médico (un dolor pélvico complejo con síndrome adherencial, disfunciones urológicas y varias complicaciones ginecológicas) y ha estado ingresada en Psiquiatría “porque he dejado de identificarme con mi cuerpo. Solo lo veo como un agente externo a mí que no para de dañarme y hacerme la vida más difícil. Estoy atrapada en un cuerpo que no para de jugármela y sí, he llegado a pensar en acabar con mi vida. Si iba a continuar con tanto dolor, me plantaba, no podía más. Sé que puede resultar egoísta, pero hay que llegar a vivir dentro de un cuerpo con dolor 9,5 durante varios meses seguidos para llegar a eso. Dejas de ser persona. Solo quieres desaparecer”, confiesa.
“Las personas que consultan por dolor crónico suelen ser mujeres. El dolor crónico puede estar desencadenado por múltiples causas o patologías no siempre identificadas”
La valoración de las profesionales
“Las personas que consultan por dolor crónico suelen ser mujeres. El dolor crónico puede estar desencadenado por múltiples causas o patologías no siempre identificadas. Es frecuente la existencia de antecedentes traumáticos en la biografía de las pacientes con dolor crónico, así como la presencia de síntomas depresivos y ansiosos. La mayoría de las pacientes acuden con altas dosis y cantidad de fármacos pautados, que casi nunca consiguen suprimir el dolor, produciéndose efectos de tolerancia farmacológica y cronificación”, explica Marina Carretero Gómez, psicóloga clínica y portavoz de la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (ANPIR).
“El dolor es invisible. Las personas aquejadas de dolor crónico sufren frecuente invalidación del entorno y sensación subjetiva de soledad. Un entorno terapéutico comienza con la validación de esa experiencia de dolor. Existe una necesidad de cambio biográfico, un cambio de actitudes y posición respecto a uno mismo y los otros, habiendo, por un lado, un proceso de duelo y, por otro, un proceso de adaptación. El duelo (rabia, tristeza, negación...) es consecuencia de la experiencia de pérdida, pérdida de todo aquello que se podía hacer y que el dolor dificulta o impide. La adaptación implica el cambio en el estilo de vida, desde rutinas, hábitos, alimentación, a actitudes, establecimiento de límites, validación..., necesarios para mejorar la calidad de vida de los pacientes con dolor crónico. Además, si existen síntomas de depresión y/o ansiedad, o incluso trastornos depresivos o de ansiedad, es preciso una intervención psicológica específica”, continúa.
Y, al igual que insisten en recalcar doctores especializados en dolor como Madariaga, cada cuerpo y cada persona es un planeta distinto que responde de manera única a los tratamientos, tanto en el abordaje del dolor físico como del psicológico, mental o emocional, como señala Carretero Gómez: “Si bien un tratamiento psicológico es difícil que elimine la experiencia de dolor, puede mejorar la calidad de vida y reducir la sensación subjetiva de dolor mediante entrenamiento en diferentes ámbitos (por ejemplo, focalización atencional). Cada persona necesita una valoración individual y un plan de tratamiento específico.”
Pedir ayuda demasiado tarde
Conocida como @algodiferente en redes sociales, tiene ahora 51 y años y, aunque lleva oficialmente 13 con dolor crónico, hace más de 25 que lo padece. En 2016 fue por primera vez la psicóloga de la Seguridad Social pero no encontró en ella la ayuda que necesitaba: “Fui unas 20 sesiones, y su conclusión era que vaya putada Bego, si me pasara a mí, no sé cómo podría gestionarlo... Ahora desde hace tres años me atienden cada cinco meses en la Unidad del Dolor (10 minutos), un neuropsiquiatra que siempre me pregunta lo mismo (yo creo que no apunta lo que le digo) y me sube la medicación y, por otro lado, me estaba atendiendo un psiquiatra también de la Seguridad Social, desde hace un año, también cada cinco meses, pero ayer en la última consulta telefónica decidió que no puede seguir tratándome, ya que se duplican las consultas de misma especialidad”.
Además del retraso en el propio diagnóstico causante del dolor, observamos cómo el propio sistema público no cuenta en ocasiones con la coordinación suficiente para ayudar a las pacientes que tanto lo necesitan. “Asisto de manera privada a meditación, intento leer mucho (cuando mis ojos y mis neuronas me lo permiten) sobre dolor, dolor neuropático, etc. y acudo a profesional privados que me recomiendan... Yo insisto en que mi cabeza y mi estabilidad emocional van mal cuando el dolor es insoportable, que no tengo trastornos de la infancia o de la juventud, y que si tengo cierta agresividad verbal es debido a que mis lloros y mi impotencia me tienen drogada”, concluye.
“Mis problemas de salud mental no nacen por asumir que sufro dolor crónico, sino por tener que enfrentarme a un sistema sanitario que no me ha creído, no me ha asistido y me ha dado completamente de lado”
Virginia García también se ha visto afectada por estos retrasos. Ella, que sufre dolor de los 10 años (actualmente tiene 37), fue mal diagnosticada en su momento: lo achacaron a depresión y ansiedad. En la pubertad incluso llegó a escuchar de los médicos que el problema estaba en su cabeza. “El empeoramiento con los años y la desesperación por el dolor me hizo despertar y luchar por conseguir mis diagnósticos verdaderos, que llegaron con 25 años de retraso, y que, al no haber sido tratados, han provocado muchas otras nuevas patologías. Mis problemas de salud mental no nacen por asumir que sufro dolor crónico, sino por tener que enfrentarme a un sistema sanitario que no me ha creído, no me ha asistido y me ha dado completamente de lado”, se queja y reconoce que siente pánico cuando tiene que acudir a una consulta médica “porque para mí es peor que un juicio”.
Un buen cuidado de la Salud Mental
Frente a casos como los anteriores, en los que han tardado mucho en pedir ayuda psicológica, encontramos casos como el de María, paciente crónico de migraña desde 2015 que supo reconocer que afectó a su salud mental desde el principio, al igual que Cambrumen, una paciente de 59 años diagnosticada con varias patologías desde hace 25 años, que se dio cuenta al año de que ya estaba viéndose perjudicada su salud mental. María ha pasado por varios psicólogos y terapias de grupo, tanto en lo público como por privado. Actualmente sigue en atención psiquiátrica por la pública y se está tomando una pausa en la psicoterapia. “Mi terapeuta es privada y sí es una gran ayuda. Aunque la echo de menos por el momento no me lo puedo permitir”, confiesa. Por su parte, Cambrumen precisa: “He recibido tratamiento en el ámbito público y privado, la mayor parte del tiempo en éste último. Me ha servido de muchísima ayuda, pero ha sido muy largo en tiempo, laborioso, doloroso y muy costoso económicamente, pero no me arrepiento. Es lo mejor que he podido hacer por mí misma y para mi entorno familiar y social”.
“Me afectó a la salud mental desde el principio, porque ves que no puedes hacer lo mismo que el resto, que eres diferente, que tiras del cuerpo sin poder y luego te pasa factura...”, reconoce Ascensión Romero, de 41 años, que lleva siete con dolor crónico y casi seis con un diagnóstico que lo justifique: fibromialgia. Actualmente está en tratamiento psicológico y psiquiátrico por la Seguridad Social y valora: “El tratamiento psiquiátrico sí me va bien y por fin he tenido la suerte de que me toque una psiquiatra que ha acertado con la medicación. La parte psicológica es muy difícil, pese al interés de la profesional. Las sesiones tan espaciadas, ahora telefónicas, son totalmente insuficientes para abordar cualquier tipo de problema. Las veces que he notado avance o mejoría fue en el pasado con una psicóloga privada, que tras muchos peregrinajes por consultas varias di con ella y la terapia tuvo sus frutos”.
A Andrea Echarreta, que ya vivía con problemas de salud desde hace tiempo, su diagnóstico la estaba esperando a la vuelta de una beca en el extranjero: lupus erimatoso sistémico. “Fue un golpe con la realidad; la tristeza se apoderó de mi cuerpo enseguida y llamé a mi primera psicóloga. En mi caso, siento que el dolor crónico ya afectaba a mi salud mental… aunque yo no fuera totalmente consciente de ello. Ya con un diagnóstico necesité ayuda para generar una estructura sólida y de cuidado. Y, sin duda, la he necesitado durante todo el proceso”, se sincera Echarreta. Considera su terapia, a la que asiste dos veces al mes, “un pilar fundamental para sostener el dolor crónico, para seguir con vida. El dolor crónico sacude la salud mental, es agotador” pero nos advierte que que no lo hace a través de lo privado: “No intenté poder asistir a terapia a través del sistema público porque compañeras que lo habían intentado e incluso que estaban en proceso terapéutico me contaban cosas traumáticas. Sin embargo, la terapia privada como la que asisto es compleja de mantener económicamente...”