Sexualidad
¿Cómo vamos con el sexting?

Lo fundamental es extensible a nuestras prácticas sexuales más allá del sexting: comunicación recíproca y crear un espacio mínimo de seguridad y confianza en el que poder llegar a acuerdos pactados. Ahora que le hemos dado una pausa a eso de complicarnos la vida con los rolletes endogámicos del bar de abajo de casa, no lo hagamos online por estar confinados y salidorros. Feliz calentona.

Helena Flores Navarro
Antropóloga y educadora sexual.
20 abr 2020 06:00

Resulta curioso que en una de las etapas en las que a la sexualidad se le podría hacer más un obituario que una oda, a algunas nos estén lloviendo las oportunidades para reflexionar en público sobre ella. ¡Habrá que aprovecharlas!

Parece que el confinamiento se nos alarga y a mí no me queda claro si, llegados a este punto, las ganas de sexo van de menos a más o viceversa; si estamos con la bajona o, más bien, con el “send more nudes”; o si “de verdad, a mí esto me da igual, por favor que abran los parques y colegios ¡ya!”.

Seguro que, en función de nuestras confi-circunstancias, le estaremos otorgando el tiempo que se merece a nuestra sexualidad. O, por el contrario, nos parecerá del todo irreverente. Hay, sin embargo, determinados fenómenos sociales cuyo incremento no podemos negar y el sexting es uno de ellos.

Parece que escribir-releer-recibir-leer-enviar-[hacer]esperar-contestar ha tomado una posición aventajada en nuestras aisladas rutinas y también un cierto tono picantón. Esta vez el baby-boom va a ser virtual y parece que con el material producido alcanzará para varias nuevas ediciones del libro Relatos Marranos. Antología.

Para quien no esté familiarizado con el término sexting, podría definirse, resumidamente, como una práctica que incluye el intercambio de material con alto contenido sexual a través de tus propias cuentas de redes sociales o mensajería instantánea, independientemente del formato (texto, audio, vídeo o fotos). Vamos, lo que venía haciéndose ya en los cibercentros de antaño, que luego continuamos —como pudimos— con el ordenador familiar compartido y que finalmente se disparó cuando cayeron en nuestras manos los smartphones.

No hemos nacido ayer

Neologismos aparte, este intercambio se remonta a la era en la que las nuevas tecnologías y lo sexual quedaron tórridamente fusionados, configurando las más variopintas modalidades y actividades. Y esto no fue anteayer, que parece que con Tinder hayamos descubierto el Mediterráneo. Hace tiempo que el sexting cumplió la mayoría de edad, aunque su fama haya venido de la mano de la visibilización de su uso en la adolescencia y de algunas series de plataformas en línea.

En mi caso particular, el predecesor más cercano de este moderno sexting son las aplicaciones y programas de ligar como wwwbear o bakala, que mi mejor amigo me enseñó cuando vivíamos juntos y con las que, lejos de la moralina dominante, se producían encuentros dedicados al placer. Ya desde 2006, estas aplicaciones funcionaban como una herramienta en la que personas gays de diferentes territorios intercambiaban contenido sexual a través del ordenador para un hipotético encuentro.

Esta vez el baby-boom va a ser virtual y parece que con el material producido alcanzará para varias nuevas ediciones del libro Relatos Marranos. Antología.

Y es que, a pesar de la estigmatización que su uso provocaba en aquella época, resultaba fascinante cómo se gestionaban aquellos encuentros sexuales consensuados de antemano, directos, concisos, con los datos relevantes solicitados. Sin miramientos y al lío. Porque es mucho más inteligente hablar previamente de lo que te gusta, de lo que te pone y de lo que te interesa, para poder llegar a acuerdos pactados antes de... que construir un montón de expectativas, no decir ni mu y tener un sexo desastroso, fordista y alienante, por no abrir la boquita.

De sexo mediocre a polvazo por un comentario a tiempo. El intento lo merece. Este tipo de aplicaciones, el sexting o, por supuesto, la estupenda opción presencial, son nuestras aliadas. De este modo, en una cita-cena podemos elegir un tema de conversación que vaya más allá de “ah, vaya, ¿así que trabajas aquí?, pues qué bien, mira tú que no conocía ese sitio...”, cuando se sabe a nivel interplanetario que lo que en ese momento te ronda la cabeza es saber si el sexo oral estará en el menú o no.

De sexo mediocre a polvazo por un comentario a tiempo. El intento lo merece. Este tipo de aplicaciones, el sexting o, por supuesto, la estupenda opción presencial, son nuestras aliadas.

Con el sexting no sólo calentamos motores sino que podemos conocer lo que le gusta a la otra persona, extraer esa información relevante de la que hablábamos y crear fantasías conjuntas, retroalimentando imaginativamente los deseos y la excitación. Y, aclaro, no se pierde la magia, se gana en salud y todo ello hace que las cosas se pongan interesantes. Existe una multiplicidad de referentes a la hora de ir aprendiendo otras formas posibles de relacionarse sexualmente que escapen a la heteronormatividad impuesta y que me permitan gestionar encuentros sexuales cuidados donde crear resistencia y cambio. Y, dado que cada quien tiene sus recursos de aprendizaje, va incorporando a su mochila sexual lo que le interesa.

Fue con la expansión de la red, el desarrollo de la tecnología, la llegada de las redes sociales y el uso de la mensajería instantánea como herramientas de comunicación cotidianas, cuando se produjo otro cambio en el paradigma. A pesar de la brecha digital todavía presente en algunos sectores de la población y en no pocas zonas geográficas, la generalización del uso de internet y el acceso a la tecnología se han disparado, elevándose a niveles estratosféricos durante el confinamiento. Y no sólo para teletrabajar.

Nos necesitamos y necesitamos crear y mantener nuestras redes. También nuestras relaciones sexo-afectivas. La tecnología, desde su llegada, ha sido partícipe del sexo online. Parecía que el sexting acaba de llegar al sofá de tu casa y resulta que las personas que mantienen una relación a distancia hace tiempo que cursaron un máster en la materia.

En tren o en bicicleta

Existen infinidad de formas de hacer sexting, muchas de ellas etiquetadas ya como grandes clásicos y ampliamente conocidas. Se puede empezar con el inocente “hola, ¿qué haces?” y a partir de ahí ir abriendo veda y direccionar la conversación hacia el final feliz, pero disfrutando de un largo paseo. O, directamente, pasar de los preámbulos y mandar el típico posado frente al espejo del baño, con bodegón farmacéutico de fondo, cuando te queda la ropa justa para meterte a la ducha.

Es como elegir entre viajar en tren o hacerlo en bicicleta. En el primero llegas mucho más rápido al destino, descansado y perdiéndote parte del recorrido. En bicicleta disfrutas de todos y cada uno de los lugares que atraviesas, paras donde te gusta a comer chocolate y llegas al destino con ese agotamiento satisfactorio y con el subidón de endorfinas. Cada momento y persona elegirá su modalidad adecuándola a sus propias circunstancias. Por lo tanto, hay formas de iniciar una sesión de sexting más incisivas y evidentes. Y otras, más sutiles.

Se recomienda, siempre, ser originales. Eso del “copia y pega”, el mismo mensaje para todas/os es muy ruin.

También existirá una diferencia notable en la conversación —y en sus consecuencias futuras— si la persona con la que estamos sexteando es nuestra pareja, si no es mi pareja pero tengo una pareja monógama, si es un amigo al que conocemos bien, si es una persona con la que llevo unos meses intercambiando mensajes, o si sólo hace dos minutos que forma parte de mi vida. Y, entre tanto, podremos encontrarnos con distintos géneros literarios: el más novelado sexting de práctica avanzada en el que te cuento con todo lujo de detalles lo que te voy a hacer en cuanto te vea y a ti se te sube una sonrisa a la cara que no te cabe; la mentira de toda la vida (“me aburro mucho y mi pareja no lo sabe”) que el formato digital absorbe a alta velocidad; o el clásico y manido “¿qué llevas puesto?”, toda una invitación a la mentira sexy, “nada, me has pillado en bragas” (aunque tu versión confinada se parezca más a “la misma ropa de ayer será el pijama de hoy”, que canta Kase. O).

Se recomienda, siempre, ser originales. Eso del “copia y pega”, el mismo mensaje para todas/os es muy ruin. Todo el mundo merece su propia historia y el consumismo neoliberal de relaciones se debería quedar ya en la-era-de-antes-de-la-pandemia.

También cabe la posibilidad de que ni encerrada ni en otro momento te apetezca hacer nada, ni sexting con el vecino, ni leer un libro... Y esto, también está muy bien. Presiones, las justas. El encierro perfectamente puede situarte algún día en un estado latente entre la desidia y la apatía que no te da motivos ni para levantarte del sofá.

Estar rodeada o atravesar situaciones difíciles como la pérdida, la enfermedad, el estrés o la precariedad puede generar un contexto poco favorable para el entretenimiento sexual. Hay que ser benevolente con nosotras/os mismas/os, con nuestras apetencias, con nuestras ganas y respetarnos. Además, es importante tener en cuenta, que tanto en nuestras relaciones habituales, como en las esporádicas, presenciales o virtuales, sexuales o no, el (auto)cuidado y la responsabilidad son la base. Por ello, es necesario detenerse y analizar las variantes insanas del sexting.

Do not cross the line!

Un fugaz vistazo en internet muestra que la mayor parte de la literatura dirigida a reflexionar sobre esta práctica, tanto académica como informal, está orientada al análisis de las consecuencias negativas de la misma, siendo éstas lo suficientemente graves como para tenerlas presentes también aquí. Queda instaurado, como en otras cuestiones sociales, el eterno debate entre seguridad, protección, legalidad y agencia. Será muy necesario distinguir entre relaciones sexuales adultas, con una serie de acuerdos previos establecidos, y la práctica no consensuada.

Los engaños a través de falsos perfiles, el grooming, el abuso de menores, la pornografía infantil, el ciber-acoso y la sextorsion son escenarios que hay que tener en cuenta a la hora de abordar este fenómeno. Son delitos muy graves que hay que distinguir de una práctica sexual de la que hacen uso libremente dos o más personas en un espacio de seguridad y confianza o, en caso de no ser así, siendo conocedoras de lo que puede pasar. En este planeta hiperconectado sería bastante recomendable ser consciente de los riesgos que entrañan las prácticas sexuales que ejercemos o, por lo menos, dedicarle cierto espacio al debate interno. Que el calentón no nos nuble las posibles consecuencias futuras.

Será muy necesario distinguir entre relaciones sexuales adultas, con una serie de acuerdos previos establecidos, y la práctica no consensuada.

Es cierto que en determinados momentos vitales, y no solo en la adolescencia, la percepción del riesgo puede quedar difuminada por diversos motivos. Un engaño, la presión, un exceso de confianza o, dicho mal y rápido, la tontería de la cabeza, pueden pasarnos factura. Y es que el pim pam pum del sexting puede ser volátil, pero el registro es permanente. Existe un miedo real a que el contenido sexual enviado se comparta, ya sea para hacer un alarde de conquistas estilo “gallo de corral” o porque no tienes ni idea de cómo llevar una ruptura con elegancia y en vez de trabajarte tus cositas te dedicas a cometer delitos.

Sí, difundir imágenes sexuales sin consentimiento de la persona involucrada es un delito y compartir ese vídeo que te acaba de mandar un colega, también. Exhibir sexualmente tu cuerpo en un contexto privado siendo mayor de edad no es un delito. La responsabilidad de parar esa cadena de reenvío de contenido sexual ajeno se colectiviza, así que compartirlo te hace igual de culpable. ¿Qué hacer si esto pasa? Es fundamental comunicar a la persona afectada qué está ocurriendo, porque puede que lo desconozca. Hay que detenerlo, es decir, no compartirlo. Y, si eres la/el afectada/o, pedir ayuda sin ceder al chantaje. Y esto es extensible a todas las personas, independientemente de cómo nuestro juicio las defina y categorice, o de si alguien ya ha expuesto previamente su cuerpo en público. Compartir esa imagen, texto o vídeo, cuando y con quien quiera, seguirá siendo su decisión, no la tuya.

No es mi intención, con todo esto, demonizar, ni mucho menos, esta práctica y, menos aún, generar pánico social cada vez que alguien quiera enseñar una teta a su novia. Como todo en esta vida, solo se trata de hacerlo con conocimiento de causa. Además, hay una tendencia a infantilizar a determinada población en base al género, la edad, la diversidad funcional, la clase social o la raza, como si no pudiésemos elegir por nosotras mismas.

En lugar de ello, podríamos preguntarnos por qué seguimos reproduciendo un mundo en el que desagenciamos siempre a las/los mismas/os y no ponemos la mirada en los ejes de opresión y en los vigilantes de la buena moral. La educación sexual de calidad vuelve a jugar un papel básico en este maremágnum, así que, por favor, institutos, instituciones y terapeutas del mundo, reconozcamos que es imprescindible desde ya mismo.

Por último, y en lugar de finiquitar este escrito con un decálogo de cómo ser the very best sexting fucker, algo que por otro lado es bastante limitador, y eso siempre es un rollo, recomendaría ciertas actuaciones que minimicen estos riesgos, en caso de que hayas sucumbido al cibersexo en pleno confinamiento. Creo que lo fundamental es extensible a nuestras prácticas sexuales más allá del sexting y, por supuesto, más allá del estado de alarma: comunicación recíproca y crear un espacio mínimo de seguridad y confianza en el que poder llegar a acuerdos pactados.

De hecho, y recurriendo a su propia etimología, el sexting sería como una buena herramienta para empezar a hablar relajadamente sobre sexo con nuestra/o compañera/o sexual y jugando con la ventaja del distanciamiento tecnológico, que parece que así somos más valientes. También podemos tomar precauciones, como anonimizar las fotos (que no se te vean la cara, los tatuajes identificativos, etcétera) o utilizar aplicaciones que te avisen cuando alguien hace una captura de pantalla.

Ahora que le hemos dado una pausa a eso de complicarnos la vida con los rolletes endogámicos del bar de abajo de casa, no lo hagamos online por estar confinados y salidorros. Feliz calentona.

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