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Tecnología
Andoni Alonso: “El futuro será ludita o no será”
El filósofo reivindica un (neo)ludismo sofisticado y reflexiona sobre los problemas que plantea la tecnología y las redes sociales, desde la transparencia, pasando por la tecnopolítica hasta la Ley de Neutralidad de Trump.
Andoni Alonso (Vitoria-Gasteiz, 1966), es un especialista en el filósofo analítico L. Wittgenstein que se trasmutó en pensador ‘crítico’ de la tecnología. Pasó de la filosofía del lenguaje al enfoque activista junto a Iván Illich en Pensilvania; y de la la Universidad de Extremadura en los tiempos del Linex a la Complutense, durante la irrupción del 15M. Partidario del trabajo colaborativo, como el que desarrolló en su etapa del colectivo Cibergolem, reivindica un (neo)ludismo sofisticado.
¿Te consideras un filósofo de la tecnología?
Podría ser una definición, aunque lo de “filósofo” suena demasiado serio. Digamos que trato de ser un crítico de la tecnología, es decir, ir a las raíces de algunos de los problemas que plantea.
Tu empeño ha sido realizar un crítica de la tecnología, especialmente de lo que has denominado como “digitalismo”...
Sí, las tecnologías de la información han supuesto un cambio social radical, que en general se ha realizado sin la menor crítica, bajo el mantra de la eficiencia. Este cambio, similar al de la industrialización o la energía eléctrica, es muy difícil de entender en toda su complejidad. Esto ha producido una caterva de gurús digitalistas, verdaderos vendedores de aceite de serpiente, que a veces resulta muy peligrosa.
En el libro La Nueva Ciudad de Dios introdujisteis el concepto de “tecno-hermetismo” para caracterizar el comienzo pseudoreligioso de la revolución digital. ¿Sigue vigente?
Tras más de una década, las cosas evolucionan y lo social ocupa cada vez más espacio digital. Pero esta capa de fervor religioso se superpone a otras. En realidad, en el fondo de ciertos tecnólogos sigue existiendo una mitología hermética que a veces se les escapa. Ese desprecio del cuerpo tan cristiano, la unidad de una lengua universal, el “escatón” —un cambio histórico sin precedentes en la humanidad—, como proponen desde la Universidad de la Singularidad, señalan que toda esa fe en el progreso sigue vigente, de forma discreta pero vigente.
¿Qué supone la aprobación de la Ley de Neutralidad en la red de Trump? ¿Estamos a salvo en Europa?
Hables Gray decía que internet era una tecnología de pasado militar, presente anarquista y futuro probablemente comercial. Ya hemos despejado la incógnita. La vieja Ley de Neutralidad se basaba en que si uno enviaba un telegrama tenía derecho a que llegara a la misma velocidad que el de una gran corporación. Ahora en EE UU serán las empresas y no los gobiernos quienes asignarán la velocidad. Algo que puede convertirse en una forma sutil y muy poderosa de censura. Recemos para que no pase en Europa, pero no tengo muchas esperanzas.
Has sido muy crítico con las redes sociales. ¿Cuál es el fundamento de estas?
Alguien dijo que las redes sociales son como fumar. Hace cuarenta años fumar era sexy, relajante e incluso “ayudaba a los problemas respiratorios”. Me temo que vamos a ver algo parecido con las redes. De ser influencers, youtubers, trending topics, etcétera, quizá descubramos que su sobreexposición produce ciertos desórdenes mentales. Yo, personalmente, no las utilizo, y no las echo en falta en absoluto. Como señaló Illich: “El silencio es un comunal”.
Desconectarse es, en muchos casos, una liberación de esa ansiedad y opulencia informacional, casi una obligación para conservar la salud mental
Cuando ves a los llamados “nativos digitales”, por ejemplo a tus alumnos, enganchados al móvil, ¿qué les dices?
Es una obviedad que el móvil es una tecnología intrusiva que produce una ansiedad de estar telepresente en todos los sitios. El paisaje se reduce a un máximo de cinco pulgadas. Todo se vuelve texto mal escrito, se pierde la proximidad del otro, su humanidad, su voz. Por supuesto, me dicen que soy de otra generación, pero si necesitas estar en las redes para tener amigos, si nadie se toma la molestia de llamarte para tomar un café, entonces algo va realmente mal... Necesitas salir urgentemente de esa burbuja.
Entonces, ¿simpatizas con esa tendencia de la desconexión? ¿Es posible vivir sin (tanta) tecnología?
Por supuesto que hay que desconectar. La conexión sirve para algunos propósitos puntuales, y para generar y compartir infinidad de datos, que son como el petróleo para las multinacionales, en el sentido de que estas no producen, sino que extraen. Somos las vacas que ordeñan constantemente Facebook, Twitter o WhatsApp. Desconectarse es, en muchos casos, una liberación de esa ansiedad y opulencia informacional. Casi una obligación para conservar la salud mental.
Por otra parte, eres muy consciente del control gubernamental de la red. ¿Cómo evitarlo?
Se trata de una lucha constante. Desde que apareció PGP —un sistema de encriptado muy robusto— los gobiernos han tratado de controlarlo todo con Echelon y otros sistemas. Pero esta carrera no tiene fin. TOR será vulnerado, el PGP también, pero aparecerán, esperemos, otros dispositivos. Ahora bien, mucho más temible que el control estatal es el de las multinacionales que se dedican a esa perversa industria de recopilar información, la llamada “minería de datos”. De esa apenas sabemos nada y son la pesadilla de un Orwell 2.0.
Parece que caminamos hacia un mundo dominado por el transhumanismo, por la figura del cíborg. ¿Cómo analizas estas tendencias extremas?
Pues tiene que ver en parte con el tecno-hermetismo pero, en su forma más sensata, el poshumanismo nos permite reconciliar tecnología con feminismo y pensamiento alternativo, como apuntaba Donna Haraway. Las majaderías transhumanistas —como que podremos descargarnos digitalmente— son absurdas, pero el poshumanismo no. Es interesante pensarnos como cíborgs de izquierdas.
Pese a ser una apasionado de la tecnologías, te has manifestado públicamente como ludita. ¿Cómo es posible?
Porque en nuestro imaginario el ludismo ocupa un lugar, quizás como mito que nunca existió, pero también, si se es un ludita sofisticado, como una rebelión muy humana ante el poder, en este caso el poder tecnológico. Y todos somos luditas alguna vez. ¿Quién no ha tirado un móvil, ha golpeado un ordenador o algo parecido? ¿Quién no se ha sentido frustrado e impotente ante las máquinas? Si en vez de dominar a la máquina el poder tecnológico avasalla, entonces la respuesta es un ludismo inteligente y posibilista. Sinceramente, creo que el futuro será ludita, o no será...
Estás preparando un trabajo sobre un tema tan de moda como la transparencia, pero has llegado a unas conclusiones llamativas...
Sí, que en realidad la transparencia puede tener signo político, aunque como advierte Byung-Chul Han: “La transparencia total es el fin de la política”. El comunismo real sospechaba del ciudadano común. Sin embargo, los republicanos norteamericanos siempre sospechan del Estado, como los libertarians, los libertarios liberales de derechas. Pero ahora viene la transparencia de las multinacionales que sintetiza las dos: saber todo de los ciudadanos y deshacerse del gobierno para hacer negocio con la transparencia, porque ellos, con su poder tecnológico, son capaces de hacerse cargo del sistema. ¡Qué el Rey Ludd nos proteja!
La tecnopolítica no es suficiente y se puede convertir en un bluff desmovilizador. Hay que pensar en otras estrategias políticas
Estamos viviendo una ola represiva en las redes. ¿Es posible un uso racional de la libertad de expresión en un ámbito nuevo como este?
Algunos tuits, se dice, son como conversaciones de bar. Yo diría que, al menos en este país, es en los bares donde se producen la mayoría de los tuits. La estupidez es tremendamente democrática. Creo que la permisividad es mejor que la censura. Sobre todo si las estupideces no llevan a la acción. No soy muy partidario de bizantinismos legales tan peligrosos como que retuitear sea delito. Hay que estar atentos a esta ofensiva liberticida.
Viviste de cerca el 15M y el ascenso de Podemos en Madrid, pero eres crítico con lo que se ha dado en llamar como “tecnopolítica”...
Sí, porque se daba la impresión de que la tecnología era la panacea, que lo solucionaría todo. Esto es confundir condición necesaria —la tecnología— con razón suficiente —la acción—. La tecnopolítica es una capa de lo político y, sin su fundamento, está hueca, resuena en vacío. Los “me gusta” no cambian el mundo. El compromiso y la acción sí. El 15M, las revoluciones árabes, Podemos... están demostrando que la tecnopolítica no es suficiente, que se pueden convertir en un bluff desmovilizador. Hay que repensar estrategias políticas que nos lleven de vuelta a la realidad.
Siempre has sido partidario de la cultura libre. ¿Lo consideras un comunal digital en toda regla?
Por supuesto, un comunal que el Estado creó —nodos, html, TCP/IP, etcétera—, pero al que ninguna compañía ha sido capaz de acercarse en importancia. Los usuarios, creativos, con ganas de compartir y ofrecer contenidos se convierten luego en prosumidores y son las empresas, con el permiso de los gobiernos, los que cercan ese comunal. El ataque a la neutralidad es un buen ejemplo. Hay que defender el comunal digital, que no es lo mismo que un espacio de libre acceso.
Conociste a Iván Illich durante tu estancia en la Universidad Estatal de Pennsylvania en los noventa. ¿Con qué te quedas de su figura? ¿Está vivo su legado?
Sobre todo con su austeridad elegida (no la impuesta como la actual) y su compromiso total con el pensamiento. Vida y obra eran una en su caso y su generosidad con los estudiantes y amigos era genuina. Su lucidez le permitió desmontar estructuras como la escuela o el sistema de salud, o proponer la alternativa de una tecnología convivencial. Además afirmó una cuestión clave hoy en día: la proporcionalidad. Nada puede crecer indefinidamente salvo el PIB, según los economistas, y el cáncer, según los oncólogos. El decrecentismo sigue sus pasos...
En EE UU te iniciaste en estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) colaborando con Carl Mitchan y Langdon Winner. ¿Sigue teniendo sentido ese enfoque?
En realidad, los estudios CTS han perdido parte de su potencial activista. Pero siguen siendo una referencia básica para poder realizar una crítica rigurosa de la tecnología. Que los artefactos tienen política (Winner) y que la crítica humanística de la tecnología (Mitcham) es necesaria son lecciones que hemos aprendido desde entonces. No obstante, sin un planteamiento claro, la escuela solo sirve para formar a una pequeña élite de críticos.
Hemos aprendido que los artefactos tienen política y que la crítica humanística de la tecnología es necesaria
Entonces, ¿es posible en este mundo hipertecnológico un uso ético de la tecnología? ¿E introducirlo desde la enseñanza?
No sé si es posible pero es absolutamente necesario. Otra cosa es que exista un verdadero interés en ponerlo en práctica. Debería formar parte de los planes de estudio pero, de nuevo, aunque todo el mundo está de acuerdo, nadie se pone manos a la obra. Está muy extendida la idea de que el desarrollo tecnológico se autorregula y que no hay por qué preocuparse por estas cuestiones. ¿Alguien se preocupa ya de la famosa “brecha digital”? No, precisamente porque, dicen, se salva por sí sola y así con todo lo demás.
Unos dicen que remontamos la crisis, otros que está a la vuelta de la esquina ¿Confías en que lleguemos a ser algún día un referente en innovación?
Pues si tenemos en cuenta que un millón de los nuevos empleos son en hostelería, es dudoso. Las obras públicas, la biotecnología y las energías alternativas eran tres de los grandes sectores de la innovación española que fueron referentes internacionales. La crisis los ha arrasado y hay una complacencia en convertirnos en el resort de Europa. Hay buenos investigadores e innovadores españoles pero trabajan en EE UU y en Europa.
Durante algún tiempo te ocupaste de la tecnología en la cultura vasca. ¿Hay una relación singular?
Sí, en su día publicamos Euskal Herri Digitala 1.0 o el curso en Reno (EE UU) Basque Cyberculture. La relación histórica con el hierro —ahí están Txillida y Oteiza—, el espíritu innovador o la apuesta por la industrialización han desarrollado una relación especial, quizá solo comparable a la catalana.
Eres un gran aficionado a la ciencia ficción, tradujiste la mítica antología Mirrorshades, conociste a Bruce Sterling, el padre del ciberpunk... ¿Nunca te ha tentado escribir una novela? ¿Qué puede aportar la literatura que no cubre el ensayo?
Si bien es cierto que la utopía más ramplona ha quedado en manos de los tecnófilos, las distopías siguen en manos de los escritores de ciencia ficción. A menudo, su acercamiento es más directo y elocuente que los análisis teóricos. Un libro como El Círculo de Dave Eggers nos sumerge en un futuro alternativo escalofriante pero realista, como advertencia de lo que puede ocurrir con las redes. Y sí, se me ha pasado escribir una novela pero hay tantas y tan buenas que resulta osado. Pero bueno, todo se andará, un “ensayo ficción” al estilo de Stanislav Lem, quizá, cuando me jubile...
¿Te atreves a contar lo que ves echando un vistazo al futuro a largo plazo?
¿Aún existe la idea de futuro? Da la impresión de que lo hemos alcanzado ya, una suerte de presente-futuro que se desarrolla mucho más rápido que nuestra capacidad de previsión. Es extraordinariamente difícil pensar en el medio plazo, mucho más en el largo. Lo que sí es cierto es que los imponderables negativos como el cambio climático, la hipertecnologización, la desigualdad y la destrucción del tejido social serán factores determinantes. A no ser que los revirtamos...
En el siglo veinte, a partir del auge del ecologismo y la antiglobalización, figuras del anarcoprimitivismo como John Zerzan o Ted Kaczynski “Unabomber” han sido consideradas luditas, conviviendo con otra corriente de filosofía crítica heterogénea encarnada por intelectuales como Iván Illich, Jacques Ellul, Paul Virilio, Langdom Winner, Lewis Mumford o Kirpatrick Sale. Son numerosos los grupos ecologistas y anarquistas que se consideran herederos del ludismo, como el boletín Los Amigos de Ludd, editado entre 2001 y 2006.
Ser ludita en el siglo XXI, tras el impacto de la revolución digital, se convierte en imperativo ético para repensar la libertad y la autonomía de la ciudadanía frente a la “megamáquina”. O cómo imaginar alternativas a un sistema tecnocientífico tan avanzado en eficiencia y competitividad como catastróficamente atrasado en lo político, lo ecológico y lo social. Más allá del sabotaje, la política de los artefactos de Winner o la convivencialidad de las herramientas de Illich nos ofrecen vías para un ludismo crítico capaz de utilizar la tecnología de manera ética y comunal; para poder decir no al capitalismo tecnológico, pero tal vez sí a ciertas tecnologías y usos. El reto consiste en empoderarse tecnológicamente en la actualidad: ¿quizás convertinos en cíborgs luditas?
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Gracias Andoni,
Os paso un caso práctico de autonomía en el ámbito digital.
http://guifi.net/es/ProcomunXOLN
Más de esto hace falta y menos discutir en foros
Es un excelente profesor que recuerdo con saudade. Muy interesantes sus posiciones filosóficas, ubicadas fuera del mainstream de cada día: competividad, rankings, status quo, meritocracia y emprendimiento…
¿Propaganda de Podemos con una capita de barniz filosófico? Nada nuevo bajo el Sol. Si el concepto que como filósofo este señor puede ofrecerle al mundo es el "tecnohermetismo", apaga y vamonos.
Todo un crack, muy recomendable a seguir, tuve la suerte de ser su alumna en Cáceres, ojalá hubiera más profesores como él, un abrazo Andoni
Un placer saber de ti Verónica y fuiste una gran alumna. Espero que te vaya bien
Hombre, identificar tecnopolítica con Podemos, 15M y primavera árabe es simplificar demasiado. Hay una tendencia tecnopolítica muy interesante que va más allá de twitter (p.ej. el uso de blockchain para anonimización de voto)
La resolución que nos lleve a alcanzar una vida buena, debe pasar indefectiblemente por el cuestionamiento de la tecnología y de la industrialización de la vida. Llamar brindis al sol a estos planteamientos solo muestra que la cantidad de trabajo que aún nos queda por hacer es inmensa; tal vez, y desesperanzadoramente, inabarcable.