Tribuna
Militarismo y neofascismo

El militarismo rampante pone en grave peligro la convivencia, la cooperación, la seguridad y la paz mundial.
Aviones ejército 12O-2
Aviación del ejército del aire realizando maniobras días antes del 12 de octubre. David F. Sabadell

Centre Delàs d’Estudis per la Pau

6 feb 2025 05:43

Tres preocupaciones con sus respectivas reflexiones. La primera, que la seguridad de los Estados está adquiriendo una dimensión militar en detrimento de la seguridad humana que es la auténtica preocupación de la población: trabajo, vivienda, salud, coberturas sociales y educación. Es una deriva securitaria preocupante porque se está llevando a cabo por la vía militar. Esta cuestión se está extendiendo de manera alarmante entre los países del Norte global, y no sólo incluye el denominado Occidente con Estados Unidos a la cabeza, sino también al resto de potencias como China, Rusia, India o regionales como Irán, Turquía, Israel o Arabía Saudí.

La segunda es una extensión de la anterior, pues la seguridad basada en lo militar conduce a reforzar todo el conglomerado económico militar (ejército, industria militar y comercio de armas). Otra dinámica perversa: los Estados ayudan a las industrias militares a producir más armas y así adquirir mayores capacidades militares. Dinámica que retroalimenta un ciclo que devora ingentes recursos detrayéndolos de otros sectores necesarios para el sostenimiento de la vida.

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La tercera es una reflexión alrededor de la amenaza que representa la crisis ecológica que, también, tiene en el militarismo la principal causa del colapso ambiental que se avecina. Así, cuando se producen resistencias por parte de la población ante el deterior ambiental debido a la extracción de energías fósiles o minerales por parte de las grandes corporaciones, éstas recurren a los ejércitos o empresas de seguridad privada para doblegar a quienes se oponen.

El militarismo se convierte en una ideología que pretende incidir en todos los ámbitos de la sociedad, en especial, sobre el régimen político

Tres grandes cuestiones con un eje común, el militarismo, que tiene su causa en un hecho fatídico: que la democracia está en declive en el sistema político mundial. Algo que se demuestra al ver cómo los dirigentes políticos buscan la seguridad a través del uso de la fuerza y del aumento del autoritarismo que desemboca en un retroceso de los derechos y las libertades de la población. Un militarismo rampante que pone en grave peligro la convivencia, la cooperación, la seguridad y la paz mundial. Es una afirmación que se sustenta al ver cómo las oligarquías del capitalismo han ido asimilando todas las formas de vida comunitaria en todas las sociedades, sean éstas regidas por sistemas democráticos o autoritarios hasta tener bajo su control todo el mundo actual.

El militarismo se debe definir como un sistema de valores que justifica el uso de la fuerza armada para abordar o resolver conflictos por la vía militar mediante la disuasión, la amenaza o llegado el caso la eliminación de aquellos que se perciben como enemigos. En ese sentido el militarismo se convierte en una ideología que pretende incidir en todos los ámbitos de la sociedad, en especial, sobre el régimen político, para que los valores militares sean igual o más relevantes que los de carácter civil.

Con sus primeras acciones, Trump pretende enterrar el orden multilateral de Naciones Unidas e instaurar un régimen desregulador en todos los ámbitos: político, económico y social

En la actualidad, tras las grandes crisis: financiera de 2008, pandemia covid, guerra de Ucrania de 2022 y energética, las clases populares, adormecidas por los medios de comunicación de masas y las redes sociales, no han sido capaces de discernir de dónde procedía la causa de su deterioro social, sucumbiendo frente a quienes apuntan a los diferentes (la inmigración) como la causa, abandonando el espíritu comunitario y dejándose arrastrar hacia un nacionalismo excluyente.

Es en ese contexto cuando se produce el deterioro de las ideologías democráticas y aparece el auge de los populismos y del neofascismo autoritario que en la actualidad amenaza las conquistas sociales alcanzadas por los movimientos populares. Un sistema neofascista que pretende desmantelar el entramado social que proporcionaban los Estados con el consiguiente deterioro de los servicios públicos en sanidad, educación, pensiones, servicios sociales, de la libertad de expresión, de los derechos de las mujeres, de los derechos humanos o del derecho internacional (con el ejemplo apocalíptico del genocidio palestino perpetrado por Israel con la complicidad o el silencio de buena parte de la comunidad internacional). Un movimiento que tiene en la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos su máxima expresión. Un Trump que con sus primeras acciones pretende enterrar el orden multilateral de Naciones Unidas e instaurar un régimen desregulador en todos los ámbitos: político, económico y social.


Un sistema, que tiene en el militarismo y el uso de la fuerza militar la manera de imponer o reprimir a quienes se resisten o se opongan a él. De ahí la insistencia de aumentar el gasto militar, que se inició pidiendo alcanzar el 2% del PIB, después el 3% y ahora Trump ya habla de llegar al 5%. Una locura difícil de alcanzar en Europa e imposible en países como España, pero que hará aumentar los presupuestos militares en detrimento del gasto social.

Este neofascismo guarda similitudes con el de los años treinta del siglo pasado como son:

* Un nacionalismo de exaltación de valores abstractos como patria, bandera, soberanía, pueblo o seguridad nacional;

* un nacionalismo excluyente y agresivo hacia los diferentes (la migración);

* un militarismo al que se le supone que proporciona seguridad frente a amenazas y conflictos;

* una tendencia autoritaria con recortes en derechos y libertades;

* propuestas de expansión y dominación de otros territorios como “espacio vital” de supervivencia;

* propuestas de aceptación de sacrificios en ámbitos sociales en aras de la seguridad nacional.

Frente a ello hay que retornar a lo básico, a aquello que nos viene legado por quienes buscaron el hacer las paces con la naturaleza y con quienes habitan en ella. Un pensamiento heredado de la tradición humanista que busca en la acción la medida para transformar las contradicciones que establecen las relaciones sociales. Una acción (que, como todas las acciones, es política) que ponga freno al autoritarismo que amenaza el mundo actual. Una acción política que permita modificar el sistema social y construir una mayor convivencia en el espacio comunitario. Una acción que ha de permitir a las comunidades establecer reglas comunitarias de convivencia donde se establezca un nuevo contrato social que ponga en el centro del sistema a las personas. De ahí la necesidad de recuperar el espíritu comunitario, de reivindicar lo “común”, aquello que es necesario para el buen vivir, buscando a través del compartir y la cohesión social hacer posible vivir una vida que valga la pena de ser vivida. Para ello, es necesario transformar la forma de concebir la política. Ésta no puede ser un sistema con el que “dirigir” a la comunidad, sino un sistema que sirva para cohesionar la vida de la comunidad. Cohesión que significa no discriminar ni por identidad, ni por género, si es que se desea vivir en paz entre los humanos y con la naturaleza.
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