Tribuna
Tras Cádiz no desaparecen las causas ni las personas que luchan

Un conflicto recorre al conjunto de la clase trabajadora en todo el Estado, con el IPC rozando el 6% su tasa más alta en casi 30 años. Tras nueve días de huelga en Cádiz comenzó a extenderse como “algo de todos”.
Huelga en Cádiz - 1
Manifestantes del sector gaditano del metal durante la segunda jornada de huelga del sector, el 17 de noviembre. David Melero
Militante de Anticapitalistas
22 dic 2021 10:12

Si los análisis desde la izquierda que buscan psicologizar a Díaz Ayuso con la voluntad de demostrar el engaño mágico con el que mantiene cautivados a millones de madrileños no demuestran tener mucho efecto, tampoco nos servirán las adscripciones fanáticas ni los juicios morales a las direcciones pactistas de la izquierda parlamentaria y los aparatos sindicales.

Acontecimientos como los vividos recientemente en Cádiz nos muestran los límites a los que se enfrenta la política del “acuerdo social” que cada mes sienta en una misma mesa a Gobierno, patronal y las direcciones de los grandes sindicatos. Es en coyunturas como la huelga de las trabajadoras y trabajadores del metal de Cádiz cuando salen a la luz los conflictos de intereses entre las partes y las posiciones que los diferentes agentes toman sobre las mismas. Es a partir de éstos, desde donde debemos juzgarlos y proponer alternativas y ése es el objetivo de estas líneas.

Por primera vez desde la constitución del Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, miles de trabajadores, junto a sus vecinas y vecinos, han roto el consenso social sobre el que se sostenía la legislatura. Han puesto sobre la mesa otra vía alternativa para afrontar la crisis en la que nos encontramos, vía que pasa por tomar las riendas de la situación y asumir el conflicto consustancial a nuestras sociedades. De esta forma, han negado que exista una recuperación económica en abstracto que beneficie a ambas partes, señalando al enemigo y reclamándole lo que nos debe. Un conflicto que recorre al conjunto de la clase trabajadora en todo el Estado, con el IPC rozando el 6% su tasa más alta en casi 30 años y que tras nueve días de huelga en Cádiz comenzó a extenderse como “algo de todos”.

Otras huelgas se pusieron en marcha por parte de las trabajadoras de limpieza en Alicante, trabajadores de la compañía OTIS, la amenaza de huelga en la industria cárnica, las dos jornadas de huelga de las interinas de la administración pública en gran parte del Estado, trabajadoras de la ayuda domicilio, huelga en A Mariña lucense, así como la negociación de los convenios del metal en Sevilla y Córdoba que ocupan a más de 70.000 trabajadores.

Por primera vez desde la constitución del Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, miles de trabajadores, junto a sus vecinas y vecinos, han roto el consenso social sobre el que se sostenía la legislatura

“Evitemos otro Cádiz” titulaba El País y se oía en las bocas de algunos ministros. Es aquí donde empezaba a saltar la primera costura de la política del Gobierno. Y es que la distancia se agranda poco a poco entre la voluntad y las consecuencias. La voluntad por caminar ese tortuoso sendero donde todo viene marcado por el lento acumular de legitimidades, negociaciones y pactos en un supuesto avance por la conquista del Estado y las consecuencias de quien se niega a fortalecer las capacidades estructurales de la clase trabajadora.

Cada coyuntura, cada ruptura por pequeña que sea, debilita el sostén pasivo sobre el que se mantiene el Gobierno en su imaginaria conquista de las instituciones como valedoras de un nuevo “proyecto de país”. Es bajo este prisma que cada una de estas crisis se presenta como una amenaza para este proyecto de “capitalismo progresista”. Donde una nueva burguesía moderna y democrática cederá derechos a las trabajadoras y trabajadores y por tanto “toda crisis catastrófica del Estado democrático pondrá en peligro las conquistas de la clase obrera” (Ernest Mandel, Crítica del Eurocomunismo), con lo cual erigirse como factor de orden frente a este derrumbe es un mandato imperativo.

¿Quién constituye en la política española desde hace décadas ese baluarte de equilibrios? Sin duda, las clases medias. Con lo cual se hace urgente contrarrestar a cada momento del conflicto una intensa política de conciliación entre clases para no generar miedo e inestabilidad. He aquí una muestra más de esa creciente distancia entre la voluntad y las consecuencias de ésta y es que en su intención de atraer a los cada vez más pequeñas y temerosas clases medias las consecuencias se presentan como un refuerzo del neoliberalismo progresista del PSOE y el debilitamiento de la fuerza social que dio su apoyo a los partidos que conforman el Gobierno.

El acto diferencial que incorpora aquí lo vivido en Cádiz es que destapa el fetichismo que recubre la política del acuerdo y la negociación: no vamos a salir de esta situación juntos, unos van a ganar y otros a perder

Esta práctica política nace de los temores no solo económicos de amplios sectores de la sociedad, sino que atiende los intereses sociales de quienes habiendo alcanzado cierto nivel de estabilidad vital cruzan los dedos para que nada cambie. Es por esto que esta política de lo posible cuenta con un peso decisivo a los ojos de determinados sectores de las clases populares. El acto diferencial que incorpora aquí lo vivido en Cádiz es que destapa el fetichismo que recubre la política del acuerdo y la negociación: no vamos a salir de esta situación juntos, unos van a ganar y otros a perder.

Si esta vía no es posible, ¿qué alternativas nos quedan?

Cádiz abre una nueva vía a partir de la cual no seamos las trabajadoras y trabajadores quienes paguemos el precio de la recuperación, sentando así las bases tanto en el fondo como en la forma para futuras luchas. Cada conflicto y cada reforma es un medio, un pequeño peldaño sobre los que escalar en un largo camino en el que nuclear a los diferentes sectores de la clase trabajadora por un programa de reformas ecosocialista.

Para este camino creo que podemos extraer algunas lecciones de la experiencia vivida en el sur: en esta fase defensiva en la que nos encontramos es a partir de la acumulación de fuerzas en torno a luchas por reformas concretas desde donde es posible tomar una actitud amenazante que reclame al Gobierno que cumpla sus compromisos, como en este caso la derogación de la reforma laboral y la puesta en marcha de un nuevo marco legislativo en favor de la clase trabajadora, mientras exige a la patronal pagar esta crisis con sus beneficios. De esta manera, como argumentaba André Gorz, “cada batalla refuerza las posiciones de fuerza, las armas y también los motivos que llevan a los trabajadores a resistir a los ataques de las fuerzas conservadoras”.

La política del “acuerdo social” por un lado no hace sino debilitar la confianza de las trabajadoras y trabajadores en sus propias fuerzas y por otro limita la capacidad de luchar para arrancar derechos

Se trata entonces de conflictos que partiendo de reclamaciones inmediatas aquí y ahora como la derogación de la reforma laboral, el control público de la vivienda y de las compañías energéticas, permiten reforzar estructuralmente las condiciones de vida y también las fuerzas y aspiraciones de la clase trabajadora para posteriores luchas. En esta línea, el acuerdo alcanzado por el sector del metal en Cádiz es en sí mismo sustancialmente más efectivo para la relación de fuerzas con la que afrontar los conflictos que vendrán que un mismo acuerdo firmado en un despacho, lo mismo podemos decir del acuerdo conseguido por las trabajadoras de H&M en Euskadi o la plantilla de Tubacex. En cambio, la política del “acuerdo social” por un lado no hace sino debilitar la confianza de las trabajadoras y trabajadores en sus propias fuerzas y por otro limita la capacidad de luchar para arrancar derechos.

Sin duda que en este proceso el riesgo señalado por muchos sobre las posibilidades de cooptación y paralización del conflicto por parte de los aparatos políticos y sindicales está presente, pero el resultado nunca es inevitable. Necesitamos correr el riesgo y aprender de las experiencias que están siendo capaces de desbordar a las burocracias de los grandes sindicatos a través de movilizaciones unitarias entre trabajadoras y trabajadores, expandiendo los conflictos más allá incorporando al movimiento ecologista, feminista y pensionista. Asumir el claro límite del sindicalismo de empresa, ya que todo indica que afrontamos una fase creciente de la escalada de la lucha, y es urgente abrir el encuentro de éstas con otras en marcha, incluso antes de estallar las huelgas, con otros conflictos en torno a la extracción de plusvalor, como la especulación inmobiliaria o los procesos de privatización. Hilvanar el tejido social y sindical para poder coser cuando estalle la lucha haciendo de cada huelga una lucha del conjunto de la comunidad. Será a través de estas experiencias concretas desde donde cada vez más se sumarán a un sindicalismo democrático y combativo.

Debemos romper la jaula impuesta por el capitalismo que divide artificialmente la lucha económica y la lucha política, lección que los de arriba han tenido siempre bien clara

En segundo lugar, poner en marcha mecanismos que nos permitan afrontar en las mejores condiciones posibles estas luchas mediante dispositivos acorde a los tiempos. Experiencias como la caja de resistencia del sindicato vasco ELA, permite sostener durante un largo tiempo las huelgas; espacios de encuentro y federación que permitan una coordinación estrecha entre luchas laborales autónomas de sectores no sindicados tradicionalmente y organizaciones sindicales; plantear abiertamente el debate sobre el papel de las fuerzas policiales en estos conflictos y ofrecer alternativas concretas que demuestren la capacidad propositiva del movimiento obrero en torno a la necesaria reconversión industrial ecológicamente sostenible, como el informe “Empleo y Transición ecosocial” elaborado por Anticapitalistas, Ecologistas en Acción y los sindicatos ELA, LAB, ESK, IAC y MATS.

En definitiva, debemos romper la jaula impuesta por el capitalismo que divide artificialmente la lucha económica y la lucha política, lección que los de arriba han tenido siempre bien clara.

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