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Tribunal Supremo
¿Es delito cagarse en el Poder Judicial?
En el hipotético caso de que alguien se cagara —moderadamente— en el Poder Judicial ¿sería delito? Si alguien osase, siempre desde un plano teórico, a cagarse en quienes permiten que los chavales de Altsasu sumen 80 años de cárcel por una pelea de bar, ¿estaría incurriendo en un hecho delictivo? Desear lluvias de excrementos sobre quienes mantienen en la cárcel a políticos y líderes del independentismo catalán por convocar un referéndum, a quienes quieren verles encerrados durante años por una disputa política ¿está contemplado en el código penal?
Cagarse alto y fuerte en los 15 jueces que votaron a favor de la banca y en contra de la gente el pasado miércoles ¿está amparado por la libertad de expresión o infringe alguna ley interpretada en un amplísimo sentido? ¿Qué sorpresitas pueden encontrarse las personas que hoy salgan a manifestarse en todo el Estado contra estas togas a las que la imparcialidad se les presume, y cuya credibilidad se consume día tras día, crónica tras crónica?
Pido humildemente una hoja de ruta para ver en qué nos podemos cagar, democráticamente hablando
En fin, son dudas que me asaltan desde el respeto total. Mera curiosidad científica. Ya sé que cagarse en dios, quemar retratos del rey y sonarse los mocos en la rojigualda son temerarias expresiones de la propia opinión, que se pagan. Me consta que allá donde yo veo títeres, donde escucho rap, o donde leo “Goku vive la lucha sigue” otros ven terrorismo. Así que solo pido humildemente una hoja de ruta para ver en qué nos podemos cagar, democráticamente hablando.
Como una parte importante de la población, tengo una economía precaria y familia a la que cuidar así que las decisiones del poder judicial (las que pueden acabar multándonos o encarcelándonos, o las que favorecen impúdicamente a quienes nos precarizan la existencia) me las tomo un poco a pecho. Por eso pido disculpas preventivas si mis palabras pueden perjudicar el orden social y económico y cuestionar la tan necesaria credibilidad de las instituciones democráticas. Los tiempos son convulsos y el status quo se defiende a manotazos. Hay que blindar la autoridad, socorrerla con símbolos, preservarla con perímetros de seguridad, untarla en una pátina de respetabilidad.
Pero el suelo se mueve bajo nuestros pies. Muchas cosas nos atemorizan: la pobreza de la que cada vez es más difícil salir, el alquiler que sube, el precio de la vivienda que se despega temerario de la capacidad de compra de la gente, la extrema derecha que coloniza imaginarios, el futuro de nuestras madres o abuelos, los hijos que no sabemos cómo mantendremos. Constatar que la justicia se decanta una y otra vez contra la gente es una derrota férrea, no porque seamos inocentes o ingenuas sino porque nos deja desarmadas.
Si no hay una separación de poderes efectiva la garantía de los derechos democráticos se revela como una ficción discursiva por donde se cuela la intemperie y el desasosiego.
Tener que llamar a las puertas de Estrasburgo, una vez tras otra, dice más de la democracia española que cualquier otra de sus falencias. Si no hay una separación de poderes efectiva, si la balanza está truncada sin remedio hacia el lado de siempre, la garantía de los derechos democráticos se revela como una cruel ficción. Una ficción discursiva por donde se cuela la intemperie y el desasosiego.
Hay semanas en las que las redes sociales se llenan de indignación, los periódicos de revueltas columnas, las tribunas de profundos análisis. Y sin embargo, en estos tiempos que corren, defiendo que nada puede capturar mejor el panorama que vivimos que una canción de la Polla Records. Así que propongo que hoy, antes de dirigirse al punto más cercano de protesta, coreemos en nuestras casas hipotecadas, ante la perspectiva que nos claven una multa o algo peor, el siguiente himno: “Mogollón de gente vive tristemente van a morir democráticamente y yo, no quiero callarme. La moral prohíbe que nadie proteste ellos dicen mierda nosotros amén, amén, amén, a menudo llueve”.