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Turismo
¿Turismo sostenible o crecimiento insostenible en Donostia?
Frente al concepto de turismo sostenible de los programa electorales, los hechos reflejan el crecimiento de visitantes (9,8% entre 2017 y 2018), la legalización masiva de viviendas turísticas (más de 1.200 en 2018), la concesión de licencias de hotel en casi todos los barrios (más de 30 licencias en 4 años) y el aumento del precio del alquiler de viviendas (más del 30% en 4 años).
El turismo está creando daños irreparables en muchos lugares del mundo: daños sociales, económicos y ecológicos. No es una cuestión de intransigencia de donostiarras o vascos. No es ningún odio o fobia hacia los turistas. La misma preocupación que hay en muchos otros territorios y ciudades ha aparecido en Donostia. En otros lugares, el crecimiento masivo del turismo ha causado daños irreparables. En Donostia tenemos que abordar el tema con perspectiva crítica antes de que sea tarde.
El discurso único dice en periódicos, radios y televisiones que el turismo solo trae bondades; crea riqueza; y el crecimiento del turismo es señal de éxito. Pero hace tiempo que en Donostia no tragamos ese discurso. Encontramos razones para no creerlo en nuestras propias vidas: al pagar la vivienda, al buscar trabajo, al organizar algo en la calle, al intentar decidir sobre cómo queremos que sean nuestros barrios, por ejemplo.
No tenemos nada en contra de quien visita la ciudad en sus vacaciones. Los problemas que hemos mencionado, más que de los turistas, son responsabilidad de quien ha diseñado y promueve sin medida este modelo de turismo: inversores locales e internacionales y quien les abre todas las puertas desde sus cargos institucionales.
Se quiere competir en el mercado mundial de ciudades con la marca Donostia y Basque Country. Y para eso, están transformando la ciudad sin tener en cuenta los efectos que crean en nuestros barrios y nuestras vidas. Se desprecia todo lo que no crea beneficio económico directo y se folkloriza todo lo que nos distingue para convertirlo en icono y tratar de venderlo.
Se quiere competir en el mercado mundial de ciudades y para eso, están transformando la ciudad sin tener en cuenta nuestros barrios y nuestras vidas.
Se ponen alfombras rojas a quien viene a hacer inversiones inmobiliarias o a abrir multinacionales. Se cambian leyes y se diseñan infraestructuras según sus deseos, sin poner atención a las necesidades y opiniones de la ciudadanía. Ahí tenemos el caso del metro o de la ordenanza de apartamentos turísticos. Dispuestos a todo por abrir camino al negocio del hormigón de los hoteles y de los apartamentos. La industria turística solo favorece a unos pocos y eso es lo que queremos denunciar.
El precio de la vivienda crece sin medida. Los hoteles y apartamentos están sustituyendo las viviendas residenciales, expulsando a las vecinas. Los precios de los productos y servicios van hacia arriba. Y la realidad de donostiarras expulsadas a los pueblos de alrededor está creciendo.
Se está destruyendo el comercio de cercanía; lo sustituyen souvenirs, establecimientos de cadenas multinacionales y grandes centros comerciales. Se ha generalizado la subcontratación de servicios. Al mismo tiempo, la precariedad: contratos temporales, trabajo sin contrato, sueldos de esclavitud…
También se nota en las calles. Las plazas y calles de los barrios, el espacio público, se transforma para el consumo. Los limites son cada vez más estrechos para las fiestas populares y las expresiones sociales. Pero no hay límites para los eventos superpatrocinados que convierten la ciudad en un gran centro comercial.
Se sirven de nuestra cultura y nuestras particularidades para atraer al turismo. Pero entrar en el mercado global y expulsar a la población local destruye el ambiente de los barrios. Crece la tendencia a homogeneizar la cultura y las identidades: las calles se parecen a las de otros lugares, la oferta cultural se ofrece mirando a los visitantes y las lenguas hegemónicas le quitan su espacio al euskera.
Se sirven de nuestra cultura y nuestras particularidades para atraer al turismo pero al entrar en el mercado global crece la tendencia a homogeneizar la cultura y las identidades.
Desde el Ayuntamiento, la Diputación, el Gobierno Vasco, el Gobierno de España y la Organización Mundial del Turismo (OMT), coinciden en las palabras y los hechos. Las palabras son muy bonitas, cuidadosas y sensatas. Los hechos no los son tanto. Respecto a Donostia, desde 2017 hasta hoy en día el discurso dominante ha ido cambiando y reculando a tenor de la multiplicación de los síntomas y la extensión del debate social. Empezaron negando la existencia del problema; después trataron de limitarlo al tema de los apartamentos turísticos y a la Parte Vieja de la ciudad; luego se generalizó el “ante todo la prioridad es el bienestar de los donostiarras” y han acabado integrando el concepto de turismo sostenible en los textos de programa electoral y en los planes institucionales de turismo. Palabras.
Los hechos, en cambio, son el crecimiento de visitantes (9,8% entre 2017 y 2018), la legalización masiva de viviendas turísticas (más de 1200 en 2018), la concesión de licencias de hotel en casi todos los barrios (más de 30 licencias en 4 años), el aumento del precio del alquiler de viviendas (más del 30% en 4 años). Esto no es sostenible; los daños que crean estos hechos en la vida de cada persona que habita la ciudad no son sostenibles; Más hoteles, más pisos, más multinacionales en el comercio, más eventos con fines comerciales no son sostenibles.
Si proyectamos la ciudad como un lugar para vivir y donde sus habitantes puedan desarrollar sus vidas en plenitud, seguir por la vía del crecimiento del turismo no es adecuado. Se compara nuestra situación con la de Venecia o Barcelona, tratando de relativizar o minimizar el problema; la cuestión es que no podemos esperar a alcanzar el grado de turistización y afección de estas ciudades para actuar.
El decrecimiento turístico se nos muestra como la única opción cuerda ante los riesgos que encaramos. Hay medidas urgentes a tomar, antes de que sea demasiado tare. El futuro de Donostia y sus habitantes está en juego: nuestras condiciones de vida y nuestro legado comunitario y cultural.
Es ineludible un debate transparente y abierto sobre este tema. Negar los problemas que hemos mencionado y caricaturizar o despreciar a quien se sale del discurso único no es el camino.
Debemos denunciar las afecciones que crea el turismo; hablar con vecinas y vecinos sobre este tema y responder conjuntamente a los problemas comunes. Las asociaciones de vecinas, los grupos culturales, las comisiones de fiestas, los clubes deportivos y ese tipo de redes son lo que mantienen vivos los barrios y la ciudad. Ante los que solo buscan el negocio, las donostiarras nos debemos cuidar mutuamente. Lo que afecta a nuestra ciudad, afecta a nuestras vidas. Vamos a organizarnos ante la especulación, la explotación, la estandarización y la expulsión. Los barrios que están vivos son los barrios para vivir. Y nosotras vivimos aquí y aquí queremos vivir.