Opinión
Decir no

No sé cuándo hice la conexión. En qué momento entendí qué significaba ese recuerdo de la infancia. Cuándo fui consciente de lo que estaba pasando ese día en la puerta del colegio.
9 nov 2025 06:00

La primera vez que supe que existían hombres que golpeaban a sus parejas estaba en el colegio. El recuerdo es vago en algunas partes y perfectamente nítido en otras. Han pasado varias décadas.

Recuerdo sin titubear el nombre y apellidos de mi compañera de clase, esos nombres que se quedan grabados después de años pasando lista con ese soniquete que, por repetido, se hacía musical. Recuerdo a su padre viniendo a la puerta del colegio a buscarla. Recuerdo cómo iba vestido ese día. Recuerdo que venía cargado de regalos. Recuerdo cómo se los daba. Y la recuerdo a ella. Quieta. Sin tocarlos. Diciendo que no los quería. Diciendo que no con los gestos de su cuerpo. Diciendo que no con la boca. 

Y nosotras mirando, sin entender nada, deseando que los cogiera para jugar también con esas muñecas que nadie había estrenado aún. 

Recuerdo al padre insistiendo en dárselos. Recuerdo el comentario de alguna compañera diciéndole que no fuera desagradecida con su padre. Recuerdo a otras, la mayoría, mirando la escena. Sin decir nada. Y ella callada. Quieta en la puerta. Solo pronunciando una palabra dirigida a su padre. “No”.

Un tiempo después escuché una conversación, de esas que a veces tienen las personas adultas pensando que las niñas no estamos pendientes de escuchar. Una conversación en la que mi madre hablaba con otras madres del colegio y comentaban sobre el ojo morado de la madre de mi compañera. Decían que no podía ser de una caída como ella contaba, que era demasiada casualidad que justo se hubiera golpeado el ojo. Que ya había venido más veces a buscar a su hija con algún moratón en una parte visible del cuerpo.

Recuerdo que lo hablaban en voz baja, quizás porque tenían a varias niñas pululando a su alrededor. Quizás porque de esas cosas, de la violencia contra el cuerpo de las mujeres, no se hablaba en voz alta. 

Nunca le preguntamos nada. Ninguna de nosotras, de sus compañeras de clase. Sus compañeros tampoco. Quizás, quién sabe, intuíamos que teníamos que aprender que algunos temas que tenían que ver con las violencias contra las mujeres había que dejarlos guardados en el silencio. 

No sé cuándo hice la conexión. En qué momento entendí qué significaba ese recuerdo de la infancia. Cuándo fui consciente de lo que estaba pasando ese día en la puerta del colegio. Ese día en el que una compañera de clase. Una niña que no hablaba mucho. De las que nunca reclamaban atención. De las que no participaban de los conflictos ni de las discusiones. De las que pasaban desapercibidas. Ella, justo ella, fue la que nos mostró que hay niñas que, bajo su aparente fragilidad, tienen el coraje y la fuerza para romper el silencio y decir lo más difícil. Para decir no.

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