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La vida y ya
Desertemos
Leían poesía y en el atril sobre el que apoyaban (a veces libros y a veces papeles) había un cartel. Decía: “Se agota el tiempo”.
Ese día se había organizado una jornada en apoyo a Rebelión Científica y a los ecologismos que están siendo criminalizados por su activismo. Fue el 6 de abril porque, justo dos años antes, se había llevado a cabo una protesta de desobediencia civil no violenta ante las puertas del Congreso de los Diputados. Quienes la llevaron a cabo eran, entre otras personas, científicas y científicos. Como muchas otras activistas que han hecho acciones diversas en relación a la crisis ecosocial, varias fueron imputadas y están pendientes de juicio.
La propuesta era hacer una “Rebelión poética por el clima”.
Los poemas que se leyeron rozaron de forma diferente a las personas que escuchaban. A algunas, las palabras les tocaron justo en el lugar que te hace querer tener los párpados abiertos. A otras les molestaron o les empujaron a moverse (que a menudo son dos cosas que van unidas). A la mayoría consiguieron desordenarles el pelo.
Desertar como una forma de vivir en estos tiempos de guerra y barbarie y sinsentido. Desertar del tiempo que se agota
Se habló de la poesía como una forma de darle la vuelta al reloj de arena para que el tiempo no se agote. No del todo al menos.
Se habló, también, de la poesía como una forma de crear lugares para desertar. Desertar como una forma de vivir en estos tiempos de guerra y barbarie y sinsentido. Desertar del tiempo que se agota.
La poesía para desertar. Desertar de meter aire sucio en los pulmones. Desertar de la prisa. Desertar de la violencia que impide construir la paz (esa que sólo es posible cuando hay justicia). Desertar agradeciendo a las plantas el privilegio de respirar. Desertar del miedo que paraliza. Desertar para que las que vengan después tengan opción a desertar también. Desertar para conspirar. Desertar de los privilegios. Desertar porque quieres que esa niña, justo esa, pueda seguir escuchando a los pájaros en cualquier lado de la frontera. Desertar de la ropa que no deja que el sol te roce la piel. Desertar de otro ritmo que no sea el de la naturaleza. Desertar de cerrar los ojos cuando piensas en el despertador del día siguiente. Desertar de seguir subiendo escalones. Desertar del silencio cuando hace falta gritar. Desertar como el pez que lucha contra la red que lo mantiene atrapado y no se rinde.
Desertar, pero no para escapar.
Desertar para que el tiempo no se agote.
Desertar hacia delante.
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Ojalá desertar algún día de este cuenco de sacarina en que se está convirtiendo este periódico