Opinión
Encierros

Tener un lugar físico, un espacio donde poder encontrarse, ha empujado a que se accionen muchas cosas, ha generado movimiento.
Encierro de profesores en Circulo de Bellas Artes - 1
Profesores durante el encierro de esta tarde en el Círculo de Bellas Artes.
14 sep 2025 06:00

La palabra encierro hace alusión a una acción, la de quedarse metida en un sitio pero, también, se refiere al lugar físico en el que ocurre esa reclusión. 

Aislamiento, retiro o recogimiento son sinónimos de esa palabra. También calabozo, prisión o celda. Ninguna de ellas refleja lo que ocurrió en la quinta planta del Círculo de Bellas Artes de Madrid durante la semana en la que cientos de personas se encerraron para exigir acciones al gobierno frente al genocidio en Gaza. Tampoco lo que ocurre en otros lugares donde distintos colectivos y personas están haciendo acciones similares.

El encierro, impulsado inicialmente por la comunidad educativa, se ha suspendido temporalmente. No fue fácil la decisión. No es sencillo que muchas personas que tienen la convicción inquebrantable de seguir activando movimientos hasta que Palestina sea libre, acuerden cuáles son las mejores estrategias. Pero lo hicieron. Las asambleas y los grupos de trabajo continúan. Queda mucho por hacer.

Tener un lugar físico, un espacio donde poder encontrarse, ha empujado a que se accionen muchas cosas, ha generado movimiento. La fuerza de la presencialidad, de ponerse cara y voz y piel, de dormir escuchando respiraciones diferentes a las habituales ha determinado todo lo que ha ocurrido

Tener un lugar físico, un espacio donde poder encontrarse, ha empujado a que se accionen muchas cosas, ha generado movimiento. La fuerza de la presencialidad, de ponerse cara y voz y piel, de dormir escuchando respiraciones diferentes a las habituales y sentarte a hablar con gente que no conoces pero con la que compartes una causa común, ha determinado todo lo que ha ocurrido. Saber que hay un lugar en el que compartir propuestas para sumarse a las demás olas que están tratando de parar el genocidio. Un lugar donde, por fin, poder hacer algo con la rabia y la impotencia. 

Porque, más allá de lo que se ha conseguido, más allá de lo que se continúe consiguiendo, hay muchas cosas que permanecen en todas las personas que han habitado ese espacio en el que decidieron encerrarse. Permanecen los aprendizajes de cómo organizarnos, de la importancia de llegar a consensos, de mantenernos unidas, en red. Permanece la convicción de que hay que seguir estando atentas a que el gobierno cumpla lo que se le pide. A que lo cumpla todo. Permanecen las ganas de seguir haciendo cosas, de saber que cuando nos juntamos, no siempre, pero sí muchas veces, logramos cosas que parecían impensables.

Permanecen las manos silenciosas que barren y recogen el espacio para que todo el mundo esté cómodo, las que organizan la comida para los desayunos, las que traen café caliente y fruta, las que escriben comunicados y las que hablan con los medios, las que se juntan para hacer poesía y pintar un cuadro que ocupa una de las paredes del espacio, las que se sienten parte de las asambleas hablando o escuchando, las que cosen una bandera hecha con trozos de tela negra, blanca, roja y verde en la que está escrito “No hay vuelta al cole en Gaza”.

Permanecen las estrategias para deshacerse de la impotencia que a veces se queda pegada a la piel. Para desprenderse de ella. Permanece la capacidad de convertirla en otra cosa

Permanecen las estrategias para deshacerse de la impotencia que a veces se queda pegada a la piel. Para desprenderse de ella. Permanece la capacidad de convertirla en otra cosa. Permanece el convencimiento de que  improbable e imposible no son palabras sinónimas. 

La única ventana abierta por la que entra la luz del sol al lugar donde se reúne la asamblea ilumina como un foco a un chico palestino que ha tomado la palabra. Dice, con un gesto roto y decisivo, que la paz sin justicia no es posible.

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