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La vida y ya
Palabras como bofetadas
La sala donde está tiene muchas mesas. Desiguales. Casi desordenadas. Están ocupadas solo algunos ratos al día. Las primeras se llenan alrededor de las ocho. Casi todo el mundo se coloca siempre en el mismo lugar. “Buenos días”. “Qué bien se respira hoy con lo que ha llovido”. “¿Me ayudas con esto antes de subir?”. Las mesas se vacían rápido. La primera clase comienza a las 8:30. No hay timbre. Las alumnas y alumnos van llenando las aulas casi al mismo ritmo al que se vacía la sala.
Esta mañana Andrea sigue en su mesa. Que no es suya todo el rato pero que hoy la ocupa desplegando un montón de trabajos de chicas y chicos del bachillerato artístico. Mira con detalle cada una de las cosas que le han entregado. Le sorprende una carpeta que no es como las demás. La deja para el final. Una carpeta cutre suele ir asociada a un trabajo cutre y prefiere inspirarse con cosas buenas al principio de la corrección. Después de uno que considera especialmente brillante decide abrirla. No hay trabajo dentro. Hay una hoja escrita a mano. Letra escrita con boli azul. Sin faltas de ortografía. El texto dice:
No he podido hacer la carpeta por dos razones: el papel que había conseguido comprar se rompió en el bolso de mi madre y mi familia actualmente se encuentra en un momento difícil económicamente. Mi madre ha estado llorando porque no tenemos para comprar leche y de hecho ha tenido problemas con mi hermana por ello. Pronto van a coger el cuadro (algo entre conocidos que turna cada mes) por lo que entonces podré comprar el papel, pero hoy por hoy no puedo. Perdón.
Lo vuelve a leer. Dice en voz alta: No puedo seguir corrigiendo. Levanta la cabeza buscando otra mirada para sacar las palabras que se le quedaron atragantadas. Se acerca a mí. Me pone la nota sobre el teclado del ordenador en el que estoy escribiendo. Léelo.
¿Quién es? No la conoces, tú no le das clase. ¿Es de primero? No, es de cuarto. ¿No sabías nada de esto? Nada, llegó nueva este curso, pero eso da igual, tendríamos que haberlo sabido. Joder ¿voy contigo y la buscamos para charlar con ella? Mejor voy yo sola, que me conoce. Claro, mejor tú, ¿me cuentas después y vemos con el equipo qué hacer? Sí. ¿Cuántas alumnas pasarán seis horas aquí cada día sin que nos enteremos de nada de sus vidas?
Hay palabras que son como una bofetada. Que nunca deberían dejar de ser un golpe.
Me quedo pensando en qué será “el cuadro” eso que dice en la nota, ese “algo entre conocidos que turna cada mes”. Eso que le permitirá comprar papel y, seguro, leche antes que papel.
No sé cómo se combinan las prácticas de apoyo mutuo con la dureza de la desigualdad hecha piel. No sé qué ocurre cuando los cuidados estallan por jornadas de trabajo interminables en profesiones que maltratan los cuerpos. No sé cómo es decirle a tu hija: no tengo dinero para la leche. No sé si se dice esa frase o se dice otra. No sé cómo son las prácticas de apoyo mutuo en vidas duras como piedras de río que ruedan y ruedan buscando ayuda para conseguir aflojar las tensiones. No sé cómo se vive cuando las instituciones no dan respuesta. Cuando tus palabras no son percibidas como una bofetada.
No sé cómo son esas prácticas de apoyo mutuo. Pero sé que existen y que los centros educativos deberíamos formar parte de ellas.