La vida y ya
Una línea imaginaria

Querían que supieran lo que les pasa. El miedo. La llave en la mano en el camino de vuelta de noche. El mirar atrás. El caminar deprisa. El mensaje de: “Ya llegué a casa”.
12 may 2024 06:00

El taller consistía en posicionarse físicamente en el espacio en relación a una línea imaginaria. A un lado si estás de acuerdo y, al otro, si no lo estás. En el resto de la línea todos los grises posibles. Habíamos preparado varias frases para debatir. “Los celos son una muestra de amor”. “Que tu pareja te enseñe los mensajes de su móvil es una señal de confianza”. “Por amor se puede aguantar todo”... No pasamos de la primera. Tenían ganas de hablar de otras cosas. Tenían ganas de compartir lo que les pasa. Eran chicas de 4ºESO. Sólo chicas.

Hablaron de las agresiones que han sufrido. De cuando les han perseguido en el metro o en la calle y han tenido que salir corriendo. De cuando les han tocado sin su permiso. De cuando un chico con el que una ligó se enfadó cuando le dijo que no quería bajarse los pantalones. De que se los bajó finalmente. Hablaron mucho. Algunas con rabia. Otras tuvieron que hacer una pausa antes de continuar. Varias se acariciaron o estaban cogidas de las manos mientras escuchaban. Querían compartir entre ellas lo que les pasa.

Les pregunté: ¿Qué queréis hacer ahora?. Y ellas dijeron: queremos contárselo a los chicos de la clase, para que entiendan, para que contribuyan a que no siga pasando

Una manera de superar y deshacer nudos es hablando, compartiendo, contando. Las mujeres siempre han encontrado la forma de hacerlo. Entre ellas. Expresar en voz alta como una forma de romper ese silencio que sostiene esta estructura de violencia contra sus cuerpos y sus vidas. Hablar a veces en espacios pequeños, íntimos. Contar como una manera de resistir. Compartir para crear vínculos que son como esa sábana que te protege del miedo por la noche.

Les pregunté: ¿Qué queréis hacer ahora?. Y ellas dijeron: queremos contárselo a los chicos de la clase, para que entiendan, para que contribuyan a que no siga pasando.

Querían decirles lo que les ocurre. Que da igual la edad. Que les pasa por ser mujeres. Con distinta intensidad, como esa línea imaginaria sobre la que te puedes colocar más cerca de uno o de otro extremo. Querían que supieran lo que les pasa. El miedo. La llave en la mano en el camino de vuelta de noche. El mirar atrás. El caminar deprisa. El mensaje de: “Ya llegué a casa”.

No querían compartir sólo entre ellas. No les bastaba con romper el silencio en un espacio entre mujeres

El que te tapen la boca de mil maneras para que no salgan las palabras: “para”, “no quiero seguir”, “me haces daño”.

No querían compartir sólo entre ellas. No les bastaba con romper el silencio en un espacio entre mujeres. Querían que ellos formasen parte de eso que les pasa. Como una forma de construir un relato común. Un relato colectivo que sea capaz de cambiar este orden de las cosas.

A veces dan ganas de irse. No de tus amigas. No de tus alumnas que no sabes muy bien por qué decidieron compartir todo eso. No irte del feminismo que seguimos construyendo. Son ganas de alejarte un poco, de guardar silencio, como una forma de probar si, poniéndote en un extremo de la línea imaginaria, el patriarcado te deja de arañar.

Y sabes que tienes derecho a irte o a estar callada, que todas lo tenemos. Pero piensas en eso que dicen esas adolescentes. Que quieren hablar. Que quieren romper ese silencio más allá de ellas mismas. Que irse al otro lado de la línea no va a hacer que la violencia se acabe. Que quizás hacer de su relato algo colectivo sea otra manera de contribuir a conseguir cambiarlo todo.

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