Opinión
Leer una violación
Una reflexión sobre la opresión y la relación entre dominantes y personas oprimidas con motivo de la violación a una chica en la Codosera

Han violado recientemente a una chica, al parecer de un modo especialmente brutal, a poca distancia de donde vivo. Nos hemos concentrado -bastantes personas y un buen grupo de chicas jóvenes- a raíz de una convocatoria hecha por colectivos de mujeres. Durante todo el acto he estado dándole vueltas a las posibles lecturas del hecho, más allá del dolor, de la rabia, del asco y de la empatía con la víctima.
Si todo el conflicto de género se redujera a las manifestaciones repetitivas, terriblemente repetitivas, de violencia física (maltratos físicos, violaciones y asesinatos), si esa fuera nuestra única lectura, estaríamos limitando el papel de este conflicto en el conjunto del sistema a un lugar secundario. Algo execrable, espantoso… pero periférico. Sería así incluso si todo se limitara a las trabas legales de todo tipo para la autonomía y la igualdad de las mujeres (o de quienes no se ajustan a la norma heteropatriarcal).
Apenas abrimos los ojos aprendemos que no todas las personas que nos rodean son iguales, que existe una jerarquía básica en nuestro inmediato grupo familiar. Que hay quien manda y quien manda menos y obedece, que hay quien tiene más “derechos”Y, sin embargo, el conflicto de género debería ocupar el lugar central para quienes deseamos otra manera de vivir y otro modo de ser, individual y colectivamente. Esta centralidad deriva, en mi lectura, de que es la raíz original de la división entre personas (privilegiadas y dominantes/discriminadas y subordinadas) y, por tanto, el principal impedimento para desear y construir esa posible comunidad igualitaria, libre y sorórica/fraterna. No se trata sólo de un análisis histórico: cómo el patriarcado y su indisociable violencia constituye el sustrato de todas las divisiones, del acaparamiento de los privilegios, la riqueza y el poder.
Se trata, sobre todo, del lugar central que ocupa en nuestra construcción personal y colectiva. Apenas abrimos los ojos aprendemos que no todas las personas que nos rodean son iguales, que existe una jerarquía básica en nuestro inmediato grupo familiar. Que hay quien manda y quien manda menos y obedece, que hay quien tiene más “derechos”. Nos impregnamos tan temprana e intensamente del heteropatriarcalismo circundante que la aceptación de la jerarquía pasa a ser un elemento esencial de nuestra cultura y de nuestra personalidad. El machismo no es un añadido, una excrecencia fácil de limpiar por muy pegajosa que sea. Ni siquiera es una segunda piel que podamos arrancarnos dolorosamente. Está más adentro… y requiere una lucha tenaz y una vigilancia constante.
En la medida en que este duro e imprescindible trabajo no avance seguiremos reproduciendo el sistema y su ideología, en sus diversas variantes, más o menos fuertes o suaves. Nadie está libre de esta tarea, aunque la urgencia, la profundidad y la necesidad sean mayores para los hombres heterosexuales. El conflicto de género no resuelto es una de las raíces fundamentales de nuestras múltiples y frecuentemente invisibles complicidades con el sistema.
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