Derecho a la vivienda
Poder inquilino: construyendo la lucha desde abajo

Es necesario ir más allá de la protesta y las movilizaciones masivas puntuales y emprender un proceso sostenido de politización y construcción de poder popular.
Manifestación vivienda 13O buenas - 20
Manifestación por el derecho a la vivienda el pasado 13 de octubre de 2024. Álvaro Minguito
Sindicato de Inquilinas de Madrid
29 oct 2024 06:00

Si hay una lección que hemos aprendido en el ciclo de luchas que nos precede es que la movilización no basta; necesitamos organización. Es necesario ir más allá de la protesta y las movilizaciones masivas puntuales y emprender un proceso sostenido de politización y construcción de poder popular. En este sentido, el sindicalismo de base nos ha enseñado que, sin reivindicaciones amplias y profundamente sentidas, no construiremos el poder necesario para cambiar las relaciones de poder existentes.

Por ello, la apuesta por el anti-rentismo como nuevo eje de lucha de clases está cobrando fuerza. El problema del alquiler contiene los elementos clave para generar victorias: afecta a un gran porcentaje de la población (un 25% en Madrid y un 44% en Barcelona), despierta un profundo descontento (como estamos viendo en las varias convocatorias de concentración por todo el Estado) y ha permitido conquistas colectivas en el pasado, como las que ha logrado el Sindicato de Inquilinas en los últimos siete años.

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Reducir los alquileres un 50% mediante una huelga de alquileres no es una fantasía ni una reivindicación que solo mejoraría la vida de unos pocos, sino un paso concreto hacia la emancipación de las clases populares. Según datos recientes del Banco de España, el 45% de la población que ha residido en alquiler a precio de mercado ha estado en riesgo de pobreza o exclusión social. Esto nos indica que una reducción significativa de los alquileres no solo es necesaria, sino que podría transformar la vida de millones de personas. No se trata simplemente de una demanda económica, sino de una que cuestiona el sistema rentista en su conjunto, articulando un malestar generalizado y dotándolo de una herramienta de lucha colectiva y organizada clara: la huelga de alquileres. Esta demanda rompe con el marco institucional actual, desplazando el debate de la Ley de Vivienda hacia la cuestión de cómo organizar una huelga de alquiler en un país que ignora el derecho a la vivienda.

No podemos limitarnos a organizar a quienes peor están, sino que debemos articular un discurso capaz de conectar con una mayoría social

Además, esta lucha no solo responde a un malestar inmediato, sino que es una herramienta de organización y formación de clase que trasciende el ámbito de la vivienda. La explotación rentista se está desenmascarando a plena luz en los medios, lo que genera un debate que revela la creciente brecha social en nuestras ciudades. En este contexto, el Sindicato de Inquilinas ha desempeñado un papel clave, politizando la percepción generalizada de que “pagar alquiler es tirar el dinero” y transformando esa frustración en una rabia capaz de movilizar masivamente. Hoy es sentido común que los caseros nos roban el sueldo.

Pero hay que tener una cosa clara: para que nuestra lucha tenga éxito, debemos salir de los guetos políticos y sumar a más gente. No podemos limitarnos a organizar a quienes peor están, sino que debemos articular un discurso capaz de conectar con una mayoría social, sin dejar de ser emancipador y anticapitalista. Tenemos que incluir a todos aquellos que no tienen el control sobre su vivienda. Limitarnos a organizar a aquellas personas que acuden a nuestras asambleas por tener un problema urgente de vivienda -que además representan una proporción muy baja del total de personas que sufren estos problemas- es un error político que nos condena a la marginalidad, cuando un tercio de la población vive de alquiler y, por tanto, es susceptible de ser organizada. Tenemos que hablar con los no convencidos, hacer el arduo trabajo político del sindicalismo.

Sabemos que el orden establecido intentará dividirnos por nuestras debilidades: la integración de una clase media joven nativa a costa de la población migrante es una amenaza real. Frente a los análisis de algunos medios de comunicación generalistas de que el alquiler es un problema de jóvenes, debemos leer este momento como una brecha, a la vez, generacional y de clase. Algunos sectores (jóvenes nativos con buenos salarios) corren el riesgo de ser cooptados institucionalmente con los parches propuestos por el gobierno (bono joven, avales hipotecarios), pero la manifestación del 13-O y la adopción de la huelga como consigna nos muestra que el estado actual de la lucha tiene mucha más potencialidad que eso.

Por tanto, no podemos caer en el error de adoptar demandas maximalistas que no son alcanzables en el corto o medio plazo ni van asociadas a herramientas de lucha autoorganizada para lograrlas. Tampoco podemos quedarnos en una simple crítica constante al “gobierno progresista”, que al final demuestra una falta de autonomía y agenda propia de un movimiento que no deja de apelar a la institución, aunque sea para señalar sus contradicciones. El objetivo debe ser avanzar con estrategias claras y factibles que organicen a la población masivamente, sin recurrir a consignas vacías que solo alimentan un discurso sin sustancia. 

Las limitaciones del ciclo anterior

En la semana posterior a las movilizaciones por el derecho a la vivienda del 13 de octubre se han publicado, por parte de militantes del movimiento de vivienda, una serie de análisis y textos que, si bien muestran cierto reconocimiento de las problemáticas urgentes, adolecen de una capacidad real de articular respuestas políticas amplias. Parece que algunos sectores siguen atrapados en dinámicas incapaces de aglutinar más allá de la urgencia, poniendo el foco únicamente en los sectores más precarizados dentro de la precariedad. Estas luchas, por importantes que son, siguen siendo incapaces de superar las limitaciones del ciclo anterior en cuanto a la cuestión organizativa: de forma más o menos consciente, se repiten dinámicas asistencialistas y divisiones entre militantes y afectadas, a la vez que se rigen alrededor de una única manera de hacer política, que se defiende como la opción más horizontal, democrática y autónoma posible: la participación en una asamblea semanal que es el centro y el todo. 

Debemos poner el foco en otro lado: el conflicto por organizar no va a venir a nuestras asambleas, tenemos que salir a buscarlo

Este enfoque, común en algunas asambleas de barrio, consolida un vanguardismo peligroso: se idealiza al activista como motor del cambio y al “sujeto marginal” como el centro de la lucha bajo la idea de que, por ser el que peor está y más urgencia requiere, es el que menos tiene que perder o menor riesgo de cooptación por el sistema tiene y, por tanto, el que más dispuesto está a asumir riesgos y a ser parte de una lucha colectiva duradera en el tiempo. Además, este enfoque presupone que todo aquel que “peor está” acabará acercándose a la asamblea en el momento en el que se dé cuenta de que la organización y el apoyo mutuo es su única opción. 

Pero esto es una falacia. La composición de nuestras asambleas a día de hoy no puede determinar el análisis político de fondo que hacemos como movimiento, ni nuestro camino hacia la construcción de nuevas organizaciones que tengan una capacidad real de generar suficiente poder popular como para ejercer un contrapoder autónomo a la patronal y el Estado. Para ello, debemos poner el foco en otro lado: el conflicto por organizar no va a venir a nuestras asambleas, tenemos que salir a buscarlo. 

El momento es ahora

El movimiento de vivienda se encuentra en una encrucijada. Es el momento de que las organizaciones de clase, como los Sindicatos de Inquilinas, lideren este ciclo político. Tenemos una hipótesis que puede impulsar un enorme conflicto y procesos de organización y formación de contrapoder como hace tiempo que no vemos. Dejemos atrás a los partidos (institucionales o no) y a las cúpulas expertas. Es hora de que la acción política venga de las bases, con una agenda y recursos propios que se enfrenten al poder de las élites rentistas. Nuestro desafío no es solo diagnosticar bien la realidad, sino lanzar llamadas a la acción que realmente construyan poder popular y nos acerquen a la victoria.

Es el momento de actuar, de construir una mayoría organizada y de establecer un nuevo sistema desde las bases.

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