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1 de mayo
Primero de Mayo: contra el militarismo y por la paz universal

La guerra que vendrá
no será la primera.
Hubo otras guerras.
Al final de la última
hubo vencedores y vencidos.
Entre los vencidos,
el pueblo llano pasaba hambre.
Entre los vencedores
el pueblo llano la pasó también.
El 4 de agosto de 1914, en pleno estallido de la Primera Guerra Mundial, se realiza una sesión en el Parlamento alemán donde el gobierno pide la aprobación de los primeros créditos necesarios para la campaña militar. La socialdemocracia, que representaba la principal tendencia del movimiento obrero alemán, era deudora de una amplia tradición antimilitarista y había declarado en los últimos congresos de la Segunda Internacional que iba a oponerse a una guerra entre los Estados europeos mediante la declaración de la huelga general. Pese a la creciente domesticación e integración del Partido, existía un temor fundado entre los círculos dominantes de que los diputados socialdemócratas se negaran a dar su aprobación a los créditos de guerra. Sin embargo, la bancada socialdemócrata prestará su apoyo al presupuesto de guerra y solo las minoritarias voces del ala izquierda del Partido como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo acaban manteniéndose fieles a la tradición del movimiento obrero favorable a la paz. Nos encontramos ante el momento de la “Unión Sagrada”, en el que se pretende que todas las clases sociales y todas las tendencias políticas entierren sus diferencias para apretar las filas en torno a un objetivo común: sustentar el esfuerzo de guerra para contribuir a la derrota del enemigo.
1 de mayo
1 de mayo 1 de mayo alternativo en Badajoz bajo el lema “Paz, trabajo, techo y pan”
Dicen que la historia no se repite, pero rima. El martes 22 de abril el presidente Pedro Sánchez anunció un incremento de la partida de gastos militares de más de 10.000 millones de euros con el objetivo de invertir el 2% del PIB en gastos militares. El presidente de los EEUU Donald Trump exige que el gasto se eleve hasta un 5% y desde la Comisión Europea Ursula Von Der Leyen se reclama un plan generalizado de rearme. Ante esta situación, Pepe Álvarez ―secretario general de la UGT― ya ha declarado que “le parecería muy interesante que la Comisión Europea tomara el mando en esta materia de Defensa, incluso se plantee un impuesto con carácter general para todos los ciudadanos de la Unión Europea que pueda financiar esa política, que no es de rearme o no sólo de rearme” y no parece que la tendencia belicista y militarista, que representa posiblemente el principal problema de nuestro tiempo, sea un motivo que empuje a Sumar a romper amarras con el gobierno.
La lucha por la paz y contra la guerra ha sido ―y debería de seguir siendo― una de las contribuciones más bellas del movimiento obrero y de todos aquellos que pelean por una sociedad más justa. La I Internacional, fundada en 1864, llevaba inscrita la consigna de “proletarios de todos los países del mundo ¡uníos!”, mostrando así que por encima de las diferencias nacionales los trabajadores de todo el globo compartían unos intereses y una lucha común. Cuando los obreros de París se hagan con el control de la ciudad en aquella hermosa Comuna de 1871, derribarán la columna Vendome por ser un símbolo del militarismo y el imperialismo del régimen de Napoleón III y harán llamados a la consecución de una República Universal que extirpe los odios nacionales que atravesaban el conflicto franco-prusiano.
Las guerras se hacen en función de los intereses de las élites, pero el coste siempre lo pagan unas clases populares empleadas como carne de cañón y que ven deterioradas sus condiciones de vida en aras de los sacrificios bélicos
Olmo Dalcó, el entrañable protagonista de la película Novecento, apuntaba en su alegato final que “así inventaron la guerra y nos mandaron a África, a Rusia, a Grecia, a Albania, a España… pero siempre pagamos nosotros ¿Quién paga? El proletariado, los campesinos, los obreros, los pobres”. Como señala E. Said, las intervenciones imperialistas siempre se revisten de “impresionantes formaciones ideológicas que incluyen la convicción de que ciertos territorios y pueblos necesitan y ruegan ser dominados”. La propaganda imperial y militarista explotará una batería de argumentos para sustentar sus iniciativas como la construcción de una imagen del otro peyorativa, las invocaciones a la seguridad nacional o la presentación de un listado de agravios por parte del enemigo. Se camufla así la causa última que empuja a estas guerras, que no es otra que las necesidades de ampliación de la ganancia por parte del sistema capitalista. Las guerras se hacen en función de los intereses de las élites, pero el coste siempre lo pagan unas clases populares empleadas como carne de cañón y que ven deterioradas sus condiciones de vida en aras de los sacrificios bélicos.
Desde sus prácticos orígenes, la convocatoria del Primero de Mayo estuvo ligada a dos reivindicaciones fundamentales: la obtención de la jornada de 8 horas y la lucha por la paz. También en Extremadura, donde como apunta Fermín Rey Velasco a partir de 1902 se generaliza la celebración de esta jornada en localidades como Alconchel, Montijo, Puebla de la Calzada y Badajoz bajo las siguientes peticiones comunes: “Paz universal, ocho horas de trabajo, ocho de instrucción y ocho de descanso”. La consigna general en favor de la paz que encontramos en el movimiento obrero de la época se expresará en la oposición concreta a los actos de guerra, como observamos en las declaraciones de Pablo Iglesias ante la guerra de Marruecos ―en 1909 expresará que “en vez de disparar hacia abajo, los soldados deben disparar hacia arriba. Si es preciso, los obreros irán a la huelga general con todas sus consecuencias― o en la insurrección de los obreros de Barcelona en 1909 contra el reclutamiento forzado de tropas que conforma el inicio de la llamada “Semana Trágica”.
Hemos iniciado nuestro artículo situándonos en plena Primera Guerra Mundial. Como apunta Marc Ferró, la actitud de las poblaciones europeas ante el inicio de la guerra está marcada por un entusiasmo inicial. Décadas de inoculación del virus de un nacionalismo vertebrado por la construcción de un enemigo, las posibles migajas obtenidas del botín colonial y la actitud reformista de las direcciones del movimiento obrero habían hecho su mella. Pero incluso en esos momentos hemos de poner en valor a las pequeñas minorías mantuvieron una lucidez internacionalista contraria a la carnicería en ciernes ―a la izquierda Zimmerwald, a los bolcheviques rusos, a Rosa Luxemburgo…― pagando un alto coste por ello. El 31 de julio el dirigente socialista francés Jean Jaurés, una de las voces que más se había significado en la oposición a la escalada del conflicto, será asesinado por un sujeto fanatizado por el militarismo y el patrioterismo. Como nos recuerda Juan Andrade, la acción de Jaurés se veía empujada por “impulso ético desatado por la intuición de la catástrofe que se avecinaba”. Este impulso nos recuerda que, en ocasiones, es necesario mantener unas líneas rojas fundamentales, aunque esto implique quedarse en una posición absolutamente minoritaria. Aunque hay que aspirar a ser siempre muchos, no hay que tener miedo a empezar siendo pocos. Cualquier cosa antes que participar de un consenso militarista que nos conduzca a ser cómplices de la guerra, el mayor acto de barbarie humana.
La derrota de la bestia nazi-fascista en la Segunda Guerra Mundial no trajo un mundo en paz. Como se demostrará en Argelia, las viejas potencias imperiales no estaban dispuestas a renunciar a sus colonias de manera pacífica
El horror de las trincheras, el hambre y los millones de muertos y mutilados, trasmutarán el entusiasmo belicista inicial de los soldados en oposición a la guerra. Finalmente, sus fusiles comenzarán a apuntar hacia arriba y la guerra terminará en medio del estallido de la primera revolución socialista de la Historia en Rusia y de insurrecciones que conducen a la proclamación de repúblicas en Alemania o en Austria. Es probable que este curso final de los acontecimientos no hubiese sido posible sin esa minoría internacionalista que, contra viento y marea, tuvo claro desde un primer momento que no había ninguna causa que justificara que los obreros franceses, rusos, alemanes, italianos o británicos se enzarzaran en una carnicería.
La derrota de la bestia nazi-fascista en la Segunda Guerra Mundial no trajo un mundo en paz. Como se demostrará en Argelia, las viejas potencias imperiales no estaban dispuestas a renunciar a sus colonias de manera pacífica, y al mismo tiempo que se celebrara la liberación de Francia, masas de argelinos eran ametrallados por reivindicar su participación en la anuncia era de libertad e igualdad. La articulación de la Guerra Fría, con la propagación del odio y el miedo al enemigo comunista, servirá para justificar la brutal agresión contra los vietnamitas, la elevación del complejo militar-industrial a eje rector del sistema económico norteamericano y el desarrollo de armamentos nucleares que, como denunciaran voces como las de E.P Thompson, ponían en riesgo la propia supervivencia de nuestra especie.

Pero también en ese contexto surgirá la voz de una juventud rebelde solidaria con las víctimas del imperialismo. En EEUU, exveteranos de guerra, organizaciones estudiantiles y militantes afroamericanos del movimiento por los derechos civiles contribuirán a desbaratar el discurso de guerra que justificaba la acción genocida contra el genocidio vietnamita. La rebelión francesa de mayo de 1968 venía acompañada de retratos de Ho Chin Minh que expresaban la solidaridad con este pueblo heroico. No se entiende la revolución popular del 25 de abril de 1974, en fin, sin tomar en cuenta el malestar profundo de unos soldados portugueses que no estaban dispuestos a ir a morir a Angola o Mozambique en aras de la “grandeza colonial.”
En nuestro país, una de las dinámicas de movilización más interesantes gestada en la transición y desplegada durante los años 80 tendrá que ver con la lucha contra la pertenencia a la OTAN, en la que jugarán un papel muy importante las CCOO como principal organización sindical y el conjunto del sindicalismo alternativo. La derrota sufrida en el Referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN el 31 de enero de 1986 ―muy condicionada por la traición y manipulación de un PSOE que había pasado del “OTAN, de entrada no” al atlantismo más desaforado―, no supondrá la extinción de las tradiciones antimilitaristas en la sociedad española, como se prueba en el extraordinario movimiento de desobediencia civil que fue la insumisión al Servicio Militar Obligatorio o en las masivas movilizaciones en contra de la invasión a Irak en 2003.
“El rearme es una decisión política funcional al capitalismo en crisis”. Una militarización que resulta funcional a la lógica del capitalismo por representar una extraordinaria oportunidad de negocio
Decía el poeta Blas de Otero “que a los 52 años sigo pensando lo mismo que a los 7. Que las nubes son grandes, los monopolios enormes, los vietnamitas chiquitos e invencibles”. Hoy los vietnamitas de nuestra época son los palestinos, que protagonizan una epopeya de resistencia heroica contra un genocidio que constituye la máxima expresión de sadismo concebible. Pero el pueblo palestino reclama que abramos un frente internacional de apoyo a su causa. Un frente que empuje para que los gobiernos del mundo adopten acciones de reales de ruptura de relaciones con Israel y que dejen de prestar soporte al engrasamiento de su maquinaria de guerra. También en España, donde pese a las declaraciones simbólicas del gobierno, siguen en vigor proyectos de compra de material bélico israelí.
Afirmaba Jaurés “que el capitalismo lleva dentro la guerra como la nube la tormenta”. Como señala Eduardo Luque nos situamos “en un proceso de militarización estructural impulsado desde el núcleo del poder atlántico. El rearme es una decisión política funcional al capitalismo en crisis”. Una militarización que resulta funcional a la lógica del capitalismo por representar una extraordinaria oportunidad de negocio ―decía Brecht, parodiando a Clausewitz, que la guerra es la continuación de los negocios por otros medios―, pero que también se inscribe en una pugna del imperialismo norteamericano por mantener su hegemonía ante el ascenso de nuevas potencias como China.
No vamos a plantear una defensa de los gobiernos chino o ruso. La acción militar en Ucrania también se encuentra atravesada por motivaciones de índole nacionalista y genera un enorme dolor a sus habitantes. Pero es cierto que, como ciudadanos de países pertenecientes a la OTAN y a la Unión Europea, nuestra responsabilidad principal reside en denunciar la tendencia militarista y belicista en nuestros Estados. Oponernos a los presupuestos de la guerra, a la ampliación de la OTAN y al envío de tropas al extranjero y mostrar nuestra solidaridad intransigente con un genocidio al pueblo palestino del que nuestros gobiernos son cómplices, es la mínima contribución que podemos hacer para seguir pelando por esa Paz Universal por la que ya se manifestaban hace un siglo los trabajadores extremeños en las movilizaciones del 1º de Mayo.
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“… el capitalismo lleva dentro la guerra como la nube la tormenta”. Construyamos la alternativa: SOCIALISMO.
NO aprendemos y mira que lo dijo bien claro el ala izquierda de la socialdemocracia (Rosa Luxemburgo, etc.) justo antes de empezar la I Guerra Mundial. Lo contrario a lo que predica hoy la “socialdemocracia” por boca del trilero Sánchez y el”sindicalista” de la UGT Álvarez. Miremos y apoyemos al sindicalismo antibelicista, antimilitarista y de clase.