Análisis
La vuelta a las reglas fiscales y el temor de las élites

¿Por qué conservadores, liberales, socialdemócratas, élites económicas y medios de comunicación muestran tanta aversión al uso de la política fiscal?
Nadia Calviño Ecofin reglas fiscales
Nadia Calviño durante la reunión online del Ecofin para aprobar el nuevo pacto de las reglas fiscales.

Europa no pinta, ni va a pintar nada, en el mundo multipolar en construcción al que nos dirigimos. La decadencia de Alemania, del centro y del norte de Europa, ya ha mostrado sus primeras patitas. No calibraron el seguidismo, a pies puntillas, a una visión anglosajona del mundo. Por primera vez en muchas décadas, la posición relativa de nuestro país es inmejorable.

Pero no debemos dejarnos arrastrar por la perspectiva europea de quienes, además de perdedores, nos han mirado siempre por encima del hombro con insuflas de superioridad. En ella hay una ausencia de visión de largo plazo que se traduzca en objetivos comunes compartidos. El bien común no existe, simplemente la defensa de determinados intereses nacionales. La mediocridad, el gregarismo, los intereses de clase guían los procesos de toma de decisiones, disfrazados, no pocas veces, de falsos consensos. Como resultado, la frustración se expande lentamente entre la ciudadanía europea sin atisbos de esperanza.

Lo último, el acuerdo in extremis para restablecer las reglas fiscales europeas, detrás de cuyo razonamiento solo existe un comportamiento gregario, irracional, vestido con grandilocuentes palabras, en un ejercicio más de verborrea. Quedan intactos el límite del 3% para el déficit anual de las cuentas públicas y el máximo del 60% de la deuda sobre el PIB. Además, bajo la presión de una Alemania sin rumbo, se establecen salvaguardas para que los países que no cumplan las limitaciones tengan que seguir apretando sus cuentas públicas hasta conseguir entrar en “la senda de gasto”, concepto que será el indicador único que guiará las reglas, recogiéndose en una “cuenta de control” las posibles desviaciones acumuladas.

¿Nos tenemos que preocupar por un déficit público en una fase de excesos de ahorro privado donde además financiamos al resto del mundo?

Desde estas líneas venimos denunciado sistemáticamente lo absurdo de determinadas reglas fiscales, como los criterios de déficit y deuda públicos establecidos en Maastricht. Detrás de ellos no hay ningún estudio académico que los avale (el único que se publicó en esa línea cometió un tremendo error de hoja de cálculo que ha pasado factura de por vida a quienes los firmaron). Solo el temor de ciertas élites, que son quienes en última instancia los promueven, a que la política fiscal nos haga libres. Tratamos de ser pedagógicos aportando herramientas que traten de desentrañar las patrañas y mentiras de determinadas afirmaciones de quienes nunca han vigilado la deuda privada, que es la realmente importante, porque aún no entienden su papel desestabilizador, pero que en cambio se obsesionan con la deuda pública, asignándoles unos males ficticios. En nuestro último artículo detallamos cómo analizar un determinado superávit o déficit público a partir de las balanzas sectoriales de Wynne Godley. ¿De qué me vale un superávit fiscal si detrás del mismo solo hay un desahorro privado alrededor de una burbuja inmobiliaria? ¿Nos tenemos que preocupar por un déficit público en una fase de excesos de ahorro privado donde además financiamos al resto del mundo?

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¿Por qué tanta aversión a la política fiscal?

Europa, y quien fijo los criterios de Maastricht, francés para más seña, no contempló, ni por asomo, la posibilidad de una recesión de balances, o una financiarización destructiva, como la que nos desborda en la actualidad. Pero además hay aspectos todavía más incomprensibles en el comportamiento de muchos responsables de la cosa pública. No entienden cómo funciona el sistema monetario moderno. Los gobiernos no son ni familias ni empresas. Tienen el monopolio de crear dinero. El entorno actual permite aplicar otras políticas alternativas que no se están utilizando. Los países que disponen de soberanía monetaria, tipo de cambio flotante, y emiten deuda soberana en su moneda pueden dedicar las políticas fiscal y monetaria a garantizar que el gasto doméstico sea el suficiente para mantener altos niveles de empleo. Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. Es cierto que los países de la Unión Europea carecen de soberanía monetaria, de la que disponen otros como Estados Unidos, Japón, Australia, Reino Unido, Canadá, Noruega, Suecia o Dinamarca, pero Mario Draghi nos enseñó como poder alcanzarla.

La pregunta que surge es inmediata, ¿por qué conservadores, liberales, socialdemócratas, élites económicas y medios de comunicación muestran tanta aversión al uso de la política fiscal? Para ello siempre acudo a un clásico. Michal Kalecki ya en 1943 en Political Aspects of Full Employment exponía tres razones por las que “a los hombres de negocio” o a las élites no les gustaba, y sigue sin gustarles, la idea de utilizar la política fiscal como instrumento de política económica.

Ahí va la primera. Un sistema sin una política fiscal activa significativa supone colocar en el asiento del conductor a los hombres de negocios; y sus “animal spirits” pueden determinar el estado de la economía. “Esto les da a los capitalistas un poderoso control indirecto sobre la política del gobierno”. Pero es que, además, en segundo lugar, el gasto público pone en tela de juicio un principio moral de la mayor importancia para la élite: “Los fundamentos de la ética capitalista requieren que te ganarás el pan con el sudor -a menos que tengas los medios privados suficientes”.

 A los hombres de negocio no les gustan las consecuencias del mantenimiento del pleno empleo a largo plazo

Finalmente, y quizás la más importante, a los hombres de negocio no les gustan las consecuencias del mantenimiento del pleno empleo a largo plazo. “Bajo un régimen de pleno empleo permanente, el miedo dejaría de desempeñar su papel como medida disciplinaria… La disciplina en las fábricas y la estabilidad política son más apreciadas que los beneficios por líderes empresariales. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero es poco sólido... y que el desempleo es una parte integral del sistema capitalista normal“.

De cara al nuevo año, a pesar de todo, soñemos, y hagámoslo a lo grande porque, como recitaba el poeta Carl Sandburg, “nada sucede a menos que primero lo soñemos”.

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