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Los estadounidenses usan la palabra hype para subrayar la emergencia de un fenómeno nuevo, excitante y apreciado. El BNG ha sido el hype de una campaña electoral marcada por unas declaraciones de Alberto Núñez Feijóo que nada tenían que ver con Galicia. Los de Ana Pontón son los únicos, salvando la entrada con un diputado de Democracia Ourensana, que suman escaños: cinco en una noche electoral que deja cierto sabor agridulce.
La campaña del Bloque había generado expectación, pasiones alegres y una corriente de optimismo que quería prevalecer sobre los tozudos datos, que siguen diciendo que el Partido Popular, por más que sus líderes tengan deslices, tiene ganado el voto sénior, que arrasa en las zonas rurales y puede permitirse emplear técnicas tan sucias como el carretaxe o ingresar nóminas, anunciar subidas salariales, ayudas y otros estímulos al voto en las horas previas al cierre de campaña.
Elecciones
Elecciones gallegas El mejor resultado histórico del BNG es insuficiente para quitar la mayoría al PP
Jugamos como nunca, perdimos para siempre es, aunque sea obvio, el balance que puede hacer el centro izquierda español y la esquerda galega en su objetivo compartido de tumbar al Gobierno del Partido Popular. Alfonso Rueda, candidato flojo, seguirá siendo presidente de la Xunta por el oficio que tiene el PP en una comunidad en la que controla la narrativa oficial —a través de los medios de comunicación— y la infranarrativa semisecreta del caciquismo.
Los mejores resultados históricos del Bloque Nacionalista Galego han sido el punto positivo de una noche en la que se habían depositado varias esperanzas. La del BNG es clara: cambiar el país, adecuarlo a los nuevos tiempos y desterrar el caciquismo.
La esperanza de Pedro Sánchez y el PSOE en los últimos días de campaña era más ambigua: ganar perdiendo. Solo ha conseguido lo segundo. El PSdeG de José Ramón Gómez Besteiro ha perdido cinco escaños y ha obtenido su peor resultado histórico en la Comunidad Autónoma. Se queda con nueve, como tercera fuerza y ve la irrupción de un BNG que ha llegado para quedarse.
Pero dentro de los planes de Sánchez, un cogobierno en minoría con el BNG era una bicoca. En el momento de mayor tensión por la Ley de Amnistía, arrebatar al PP una comunidad que dirige desde hace dieciséis años y de la que procede su líder nacional era una esperanza demasiado ilusionante para ser verdad. Y no lo ha sido. En gran medida debido al pobrísimo desempeño del PSdeG, que no ha alcanzado los doce diputados que hubieran abierto en canal la posibilidad del cambio de Gobierno.
A falta de los análisis electorales, parece claro que BNG ha absorbido lo que quedaba por tomar del espacio de En Marea. Al menos la mitad de los votantes de la antigua Galicia en Común —que no llegaban al 4% en 2020— se han ido al Bloque. Pero también se ha dado un claro trasvase de votantes socialistas al BNG. La suma aritmética es sencilla: el PSdG pierde cinco y el Bloque gana aun más, quizá de la abstención, quizá incluso de votantes populares hartos del progresivo desapego del PP de Galiza a la política autonómica. Alfonso Rueda no es Isabel Díaz Ayuso, pero la campaña errática del PP —no hay que olvidar que ha perdido dos escaños— ha visto al presidente de la Xunta capitidisminuido, como un turista accidental en su propio territorio.
Elecciones autonómicas
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La alta participación en las elecciones de hoy es otro factor importante para el análisis acerca de las líneas que se trazan para el futuro en Galicia. El PP ha aumentado su voto respecto a 2020 en más de 60.000 sufragios. Pero el aumento del BNG es la mejor noticia para las izquierdas: son 150.000 votos más y, cuando se termine de recontar el voto CERA, es posible que se sitúe a pocos miles del medio millón de votantes.
Como sucede cuando las elecciones autonómicas terminan, el foco volverá a Madrid, lo que no es necesariamente malo para un BNG que critica exactamente esa visión colonial de la política gallega por parte del PP y sus terminales mediáticas dentro de la M30.
El foco deja un paisaje bastante parecido al que se intuía en el comienzo de la campaña electoral. La declaración de Feijóo en un off the record sobre un posible indulto a Puigdemont no ha penalizado dramáticamente a su partido, pero en el resultado de Galicia se puede leer que fuera del ecosistema hiperventilado de la capital, el paisaje sigue siendo muy parecido al del 23 de julio. Núñez Feijóo seguirá oscilando entre la necesidad de pasar página en la narrativa del apocalipsis y la exigencia de los suyos de seguir la estrategia aznariana de ir con todo y no aflojar el ritmo hasta recuperar el mando del Estado.
Sánchez jugaba la baza soterrada de la plurinacionalidad, como sucederá en las próximas elecciones en la Comunidad Autónoma Vasca. Y, aunque hoy ha perdido, la pregunta que se respondió en el filo y precariamente el verano pasado, sigue abierta. Es una pregunta acerca de si el país realmente existente puede seguir funcionando mucho más tiempo como un clúster de distintos caciques territoriales o si hay que darle una vuelta a la participación de los distintos pueblos en el modelo de Estado. A pesar de la victoria del Partido Popular de hoy, esa cuestión sigue encima de la mesa.
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No me sorprende el resultado. Vivo en una tierra regida por un emperador que hace y deshace a su placer desde que el tiempo es tiempo. Es odiado y amado a partes iguales, sus escándalos son tantos y tan asombrosos que una se pregunta qué tendría que pasar para que la gente no le diese su voto. La respuesta es que el emperador seguirá ganando elección tras elección mientras se presente. Lo más probable es que muera en su despacho. Sus redes de favores y el modo de funcionar que tiene esta tierra, modo que él ha moldeado, no permiten otra cosa.
Lo lamento mucho por las gallegas y gallegos que tienen que seguir sufriendo al PP, sobre todo en los pueblitos, donde los concejales son los señoritos modernos que pueden ponerte en una lista negra y arruinarte la vida con facilidad.