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Análisis
El servicio militar de los ultraortodoxos tensa la coalición liderada por Netanyahu
Conoce muy bien Binyamin Netanyahu, primer ministro israelí desde diciembre de 2022 por la gracia de variopintos e inestables apoyos, hasta dónde pueden llegar los partidos ultraortodoxos cuando sienten que sus intereses fundamentales están siendo violentados. Fueron ellos los que, en definitiva, forzaron la caída de su último gobierno en 2019, desencadenando con ello la época de mayor inestabilidad política jamás experimentada por el estado sionista desde su fundación en 1948 (y en la que, en cierta medida, se continúa): cinco elecciones en cuatro años, un gobierno del ‘cambio’ que apenas duró un suspiro y, finalmente, la vuelta al poder de un Bibi ahora más debilitado, obligado por la aritmética parlamentaria a introducir en el gobierno tanto a la extrema derecha sionista como a los diferentes partidos ultraortodoxos.
Esa pesadilla, que mostró a Netanyahu que también él podía ser víctima de la injusta voluntad democrática, capaz de arrebatar el poder a excelentes y sacrificados primeros ministros como él, también le dejó una lección grabada a fuego en su manual de buen déspota: No enfadar a los haredíes. Y, precisamente, son estos los que más enfadados están en el escenario político israelí esta semana. Lo más curioso de todo es que el origen de este enfado es el mismo que el de 2019, a saber, la cuestión del servicio militar obligatorio entre los jóvenes ultraortodoxos estudiantes de la Torá.
El mayor elemento de división en la sociedad israelí ha sido, es y será el de la convivencia entre laicismo y confesionalismo
A poco que uno haya metido el pie en la candente piscina de la política israelí, sabe que el mayor elemento de división en la sociedad de este país ha sido, es y será el de la convivencia entre laicismo y confesionalismo. Y esta división irresoluble, anterior incluso a la Guerra de Independencia (el inicio de la Nakba palestina), no se manifiesta con mayor virulencia y encono que en la pregunta ¿deberían estar obligados los jóvenes ultraortodoxos a defender su estado como el resto de sus compatriotas?
Haredí (traducido normalmente como ultraortodoxo) proviene de una raíz hebrea que significa terror, pavor, temblar de miedo. Bajo ese nombre se engloba a las comunidades de judíos que rechazan la vida moderna y solo aceptan la autoridad de los textos religiosos judaicos y la de sus más ilustres intérpretes. Este es, precisamente, el elemento diferenciador de los haredíes y el que los aglutina a todos a pesar de sus incontables diferencias: la autoridad de los sabios, los más versados en la tradición, sobrepasa cualquier contestación, ya venga de esa cosa llamada estado, ya venga de esas ideas modernas que no encuentran cabida en los textos sagrados.
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Teniendo esto en cuenta, resulta sencillo comprender por qué mandar a sus jóvenes a la mili constituye una violación de sus principios más básicos. En primer lugar, porque el Estado de Israel, así como su ejército, no deja de ser un accidente, una herejía incluso, que nada tiene que ver con su religión. Y en segundo lugar, y quizás más importante, porque el servicio militar obligatorio (tres años para los hombres y dos para las mujeres en el caso de los ciudadanos no ultraortodoxos) constituiría una amenaza para la autoridad de esos mismos líderes-rabinos, en tanto en cuanto mostraría a los chavales los peligros de otra moral, otra forma de ver el mundo.
Por todo ello, y en un intento por no agitar de más las aguas, el Ministerio de Defensa, de la mano del mismísimo Ben Gurión, concedió a los alumnos de las yeshivot (escuelas para el estudio de la Torá) una excedencia condicionada del servicio militar obligatorio. Esta situación de excepcionalidad, que fue abarcando a un número cada vez mayor de jóvenes con el paso de los años, los gobiernos y los cambios demográficos, se vio truncada finalmente en 1999, cuando el Tribunal Supremo de Israel decretó que la exención de los ultraortodoxos contravenía la igualdad de todos los ciudadanos y que el Ministerio de Defensa no gozaba de la competencia para ofrecerla, por lo que urgía al gobierno a formular una legislación que normalizara y respetara los principios expuestos.
Para los ultraortodoxos el estado de Israel, así como su ejército, no deja de ser un accidente, una herejía incluso, que nada tiene que ver con su religión
Sí, 1999. Y ahí siguen. 25 años de proyectos de ley y grandes algaradas que por lo general no acababan en nada; 25 años en los que el propio Tribunal Supremo tumbó tres leyes de reclutamiento, por considerarlas insuficientes; 25 años de recursos y prórrogas. Prórrogas que, trágicamente para los haredíes, acaban este 2024.
Y es entonces cuando se forma la tormenta perfecta: una coalición imposible de manejar, una orden provisional para la exención de ultraortodoxos cuyo plazo vence en breves (tras lo cual nadie sabe lo que va a pasar), la mayor guerra en el país desde hacía décadas, la formación de un gobierno de unidad nacional que hace aguas, una oposición que muerde como nunca, luchas intestinas en el propio partido de Netanyahu, etc. La política israelí nunca fue sencilla, pero el embrollo de estos últimos meses está alcanzando el paroxismo, o el ridículo.
Ante la incapacidad del gobierno de Bibi para presentar un proyecto de ley satisfactorio al Tribunal Supremo, para lo que tenía de plazo hasta este miércoles, la sala ha ordenado que se suspendan todas las ayudas financieras procedentes del erario público destinadas a yeshivot con estudiantes en edad de servir en el ejército y no lo estén haciendo, un movimiento sin precedentes en contra del status quo. La medida entrará en vigor este mismo 1 de abril. Desde los partidos ultraortodoxos las reacciones, cargadas de indignación, no se han hecho esperar.
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“La decisión del tribunal mancilla la identidad judía del estado de Israel”, declaraba enfadado el secretario general del partido de los haredíes sefardíes Shas, Arye Deri. “La medida adoptada por el Tribunal Supremo, cuyo único objetivo es atacar injustamente a quien estudia la Torá, es una vergüenza y un oprobio”, decía por su parte Yitzhak Goldknopf, ministro de vivienda y miembro del partido de ultraortodoxos lituanos Agudat Israel.
Todo el mundo es consciente de que los haredíes no cederán; también que las escuelas rabínicas no podrán sobrevivir mucho tiempo sin la ayuda del estado. El futuro inmediato de la coalición es de todo menos previsible. La situación de belicismo que vive el país, en este caso, puede acabar echando una mano a Netanyahu, pues los partidos haredíes estarían tomando un riesgo muy grande si forzasen unas elecciones en estas circunstancias. Sin embargo, como bien aprendió Bibi hace cinco años, siempre hay que tomarse muy en serio el enfado de esos adorables rabinos.