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Antimilitarismo
Antimilitarismos demasiado pequeños para guerras demasiado grandes
En La Llama, la tercera novela de la trilogía La Forja de un Rebelde, Arturo Barea retrata el ambiente de las calles del centro madrileño en la primavera de 1936, el bullicio de las calles y los cafetines llenos; aunque la tensión política crecía por momentos, todavía era mayoritario un profundo estado de inconsciencia respecto a la tragedia que se cernía sobre la ciudad. Me imagino que en los bulevares parisinos también la gente se afanaba por disfrutar del sol y la cerveza en el verano de 1939 Pese a que los nazis ya habían ocupado Checoslovaquia y los fascistas habían hecho lo propio con Abisinia, la mayoría no podía o no quería imaginar que, en menos de un año, los nazis también entrarían en la capital francesa.
El grado de inconsciencia que percibimos a nuestro alrededor respecto a la guerra de Ucrania y nuestra participación con armas y bagajes en uno de los bandos es mucho mayor que entonces, porque si bien es lógico un “carpe diem” respecto a un futuro lleno de incertidumbres cuya visualización sólo puede provocar emociones y afectos aflictivos de ansiedad, miedo y depresión, en aquellos tiempos de la primera mitad del siglo XX había mucha más conciencia política, y aunque parezca contraintuitivo, porque no se tenían los medios de comunicación tan avanzados y proliferantes de que disponemos hoy, la opinión pública estaba mucho más formada e informada. Nuestras sociedades posmodernas padecen una dislocación cognitiva entre un exceso de información (en demasiados casos, apenas ruido y/o falsa) y un defecto de acción, de modo que nunca antes los pueblos europeos han estado tan desposeídos de agencia política, reducidos a masas de espectadores-consumidores alienados sobre las que las élites despliegan su dominio cultural, político y económico, sin apenas crítica, resistencia u oposición.
Guerra en Ucrania
Guerra en Ucrania Raúl Sánchez Cedillo: “Si la paz no es posible, el progreso y las luchas sociales no serán posibles”
Llevamos ya casi un año y medio de guerra europea y no hay perspectiva de que pueda finalizar pronto, muy al contrario, los actores a ambos lados de la línea del frente parecen insistir en el alargamiento, la profundización y la exacerbación de la destrucción y el enfrentamiento. La destrucción de la presa de Nova Kajovka y la inundación de las llanuras de la ribera del río Dniéper, las maniobras aéreas de la OTAN en Alemania denominadas “Air Defender 2023”, la ocupación de la estratégica ciudad (o de las ruinas que han quedado de ella) de Bajmut por las fuerzas rusas, el inicio de la “contraofensiva ucraniana”, el creciente suministro occidental de armamento al ejército ucraniano, el despliegue de armas nucleares rusas en la vecina Bielorrusia, o la cada vez mayor beligerancia polaca, y la campaña norteamericana de tensión con China a propósito de Taiwán, son señales ominosas de que estamos en los prolegómenos de una tercera guerra mundial, una guerra que es una disputa por la hegemonía, por el reparto del poder mundial y específicamente por los recursos energéticos, minerales y agrarios menguantes en un ecosistema mundial que literalmente está colapsando por sobreexplotación, sobrepoblación y sobreacumulación de valor negativo en forma de contaminación, residuos y entropía.
Nunca antes los pueblos europeos han estado tan desposeídos de agencia política, reducidos a masas de espectadores-consumidores
Se pueden hacer comparaciones con los inicios de las dos anteriores guerras mundiales y buscar paralelismos para entender la gravedad de la situación actual, hay muchos análisis pertinentes sobre ello, pero creemos que lo realmente amenazador y urgente es señalar las dos grandes divergencias con respecto al pasado que nos deberían poner en un estado de alarma planetaria o global: ninguna de las dos anteriores guerras se dio, como ahora, entre potencias nucleares que tienen arsenal suficiente para borrar la civilización y la vida humana de la faz de la tierra, ninguna tampoco se desplegó en un escenario de catástrofe climática, holocausto de la biodiversidad y devastación ecológica que, ya de por sí, plantea un dramático reto de supervivencia global, pero que con el concurso y aceleración destructiva de la guerra se radicaliza y complica aún más.
Hay analistas y pensadores que sitúan el inicio de esta nueva fase de guerra entre imperios por la hegemonía mundial en “la guerra contra el terrorismo” que despliega Bush tras los atentados de las Torres Gemelas, y que llevaron a la invasión (y destrucción) de Afganistán y posteriormente de Irak y Libia; otros ponen el origen de esta guerra por el reparto del poder en el mercado mundial en la crisis financiera de 2008 y en el declive del dominio mundial del dólar. En cualquier caso, se trata una guerra inter-imperialista entre USA y sus aliados (o más bien vasallos) europeos y los emergentes capitalismos ruso, chino y en general del Sur, que está provocando fenómenos de violenta radicalización populista, racista y fascista en unas sociedades como las nuestras que están en estado de psico-deflación depresiva y declive demográfico, económico y geoestratégico. Un fenómeno que se lleva incubando desde hace tiempo pero que está eclosionando ahora en nuestro país, no sólo en su vertiente institucional con el ascenso de la extrema derecha a posiciones de poder político, sino también con la difusión y agravamiento de violencias sociales contra las mujeres, contra la comunidad trans, contra los migrantes, refugiados y comunidades racializadas, contra los niños, contra los okupas, contra el ecologismo, contra las lenguas minoritarias y en general contra las minorías culturales, nacionales, ideológicas o religiosas, en un auténtico fenómeno de derechización social y ascenso de la banalidad como sentido común bárbaro.
Lo que es realmente desconsolador y desasosegante es que ante la enorme magnitud de las amenazas de una guerra global que en cualquier momento puede devenir nuclear (ya sea indirectamente por un accidente, largamente trabajado, en Zaporiyia; o directamente por el uso de armas tácticas, largamente provocado, para dar un vuelco al estancamiento ruso en el frente), y que, aun sin el descalabro atómico, ya está generando efectos catastróficos en la economía, en las ecologías y en la convivencia de las sociedades europeas (por no hablar de la soberanía política y energética de la UE, que ha sido literalmente barrida con la complicidad de una Comisión Europea que se ha convertido de facto en una sucursal perversa de la OTAN) no haya respuesta por parte de las poblaciones, o que las respuestas sean tan minoritarias. Que los “antimilitarismos sean demasiado pequeños para guerras demasiado grandes”.
La paz no vende, el pacifismo no da votos, y el antimilitarismo ya sólo es un discurso marginal, utópico pero residual, que cotiza a la baja en el mercado electoral
En el mundo sólo el Papa Francisco y algunos dirigentes del Sur como Gustavo Petro están hablando de la imperiosa necesidad de negociaciones que conduzcan al cese de hostilidades, y el plan de paz presentado por Xi Jinping no ha tenido la más mínima acogida entre los dirigentes europeos, incomprensiblemente decantados hacia posiciones belicistas que sólo pueden calificarse de suicidas. Resulta inaudito el silencio alemán ante la ya documentada y corroborada responsabilidad “aliada” de la voladura del Nord Stream 2; así mismo es espeluznante la postura de su ministra verde de exteriores, Annalena Baerbock, convertida en un auténtico “halcón” en una guerra que está destruyendo la industria alemana en beneficio de la americana y que ha puesto a la economía de la locomotora europea en recesión técnica. En el futuro (de haberlo, algo que no está asegurado) los estudiosos se preguntarán acerca de los incomprensibles motivos por los que los dirigentes europeos se entregaron a esta locura destructiva, pero también por las razones de la pasividad de los pueblos europeos conducidos mansamente al matadero.
En nuestro país, que otrora fue un referente europeo en las luchas pacifistas y antimilitaristas y que ingresó en la OTAN tardíamente y teniendo que derrotar a una intensísima resistencia popular en contra, es tristemente llamativo el grado de consenso con que nos hemos embarcado en una guerra infausta. Del PSOE, que en los 80 con Felipe González hizo un viraje traumático y traidor hacia el atlantismo y la sumisión a los dictados del “amigo americano”, no cabía esperar mucho, aunque el destacado giro de Pedro Sánchez respecto a las posiciones de Zapatero respecto a la guerra de Irak se puede interpretar como un paso más en el proceso de derechización de la socialdemocracia iniciada por Tony Blair. Había quien lamentaba que Pedro Sánchez no parecía dar señales de que fuera a aprovechar su próxima Presidencia semestral del Consejo de la Unión para intentar lanzar, aunque fuera tímidamente, una iniciativa de paz europea que se saliera del guion de la estrategia de tensión implementada (y rentabilizada) por el entramado industrial-financiero-militar yanqui. Ahora todo parece indicar que ni siquiera cumplirá su ambición de ocupar esa presidencia.
Para el antimilitarismo y el pacifismo la coyuntura actual no puede ser más complicada, pero hay que recordar [...] que pa coyuntura en que nació el movimiento de objeción de conciencia en las postrimerías del franquismo era todavía más dura
Más sorprendente y triste es que en el gobierno que ha atizado la escalada bélica enviando armamento y subiendo los presupuestos militares como nunca antes en los más de 4 décadas de régimen del 78, hayan estado sentados ministros del partido nacido al calor de las movilizaciones impugnatorias de la ciudadanía que denominamos 15M, y también de la fuerza política nacida de las movilizaciones contra la OTAN de los 80, Podemos e Izquierda Unida respectivamente. Que la líder autoproclamada de la nueva marca electoral de la izquierda “a la izquierda del PSOE” mantenga un atronador silencio sobre el envío de los Leopard y la participación cada vez más intensa del gobierno en la escalada de tensión internacional, sólo puede interpretarse como rendición al nuevo sentido común belicista y un abandono de cualquier veleidad transformadora e impugnatoria del estatus quo, un giro a la derecha que escenificó con claridad la candidata de Más Madrid al ayuntamiento de la capital saludando y celebrando la cumbre de la OTAN de hace un año.
Que nuestra clase política carece de principios es algo que a estas alturas a nadie pilla por sorpresa, pero por eso mismo lo que denota este abandono de las posturas pacifistas, o al menos neutrales, por parte de la izquierda es muy preocupante: la paz no vende, el pacifismo no da votos, y el antimilitarismo ya sólo es un discurso marginal, utópico pero residual, que cotiza a la baja en el mercado electoral. El sentido común ha basculado hacia la “real politik” y la derechización social se retroalimenta con la derechización institucional y política en un círculo vicioso que recuerda al de los trágicos años 30 del siglo pasado.
El Salto Radio
Guerra en Ucrania Anarquistas de Rusia, Ucrania y Belarús en el frente
Frente a ello el movimiento pacifista y antimilitarismo apenas ha logrado hacer algunas pequeñas acciones de protesta simbólicas, algún manifiesto, algún intento de coordinación, todo convenientemente silenciado por los medios de comunicación masivos que se han entregado al nuevo sentido común atlantista y belicista convirtiéndose en propagandistas de la “guerra justa” contra el Mal absoluto encarnado por el demonizado Putin y la amenaza ruso-china al “jardín europeo”. La mínima repercusión que ha tenido en nuestra prensa el manifiesto firmado por decenas de militares retirados pidiendo el fin del envío de armas a Ucrania y que la UE se implique en negociaciones de paz, es un ejemplo de este silenciamiento de cualquier objeción a los dictados de la estrategia de confrontación y provocación de la OTAN y la Comisión Europea.
Es este un tiempo oscuro, un tiempo de derrotas, pero no puede ser un tiempo de derrotismo sino de preguntas, de preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, dónde nos perdimos
Reconozcamos que para el antimilitarismo y el pacifismo la coyuntura actual no puede ser más complicada, pero hay que recordar en este punto, que en muchos sentidos la coyuntura en que nació el movimiento de objeción de conciencia en las postrimerías del franquismo era todavía más dura y difícil, y sin embargo entonces se supo y se pudo articular una lucha que acabó por ser un referente internacional, que contribuyó a resistir la estrategia atlantista y militarista de las élites oligárquicas que nos metieron en la OTAN, y que empujó decisivamente al fin de la obligatoriedad del servicio militar. Una historia de agencia política utópica y transformadora, de lucha social y articulación de redes civiles y existenciales innovadoras que tuvo luces y sombras, victorias y derrotas, pero que merece ser recuperada porque contiene enseñanzas y memorias que nos pueden iluminar en estos tiempos de densa oscuridad.
Al abrigo de esa rica memoria colectiva de impugnación y rebeldía que fue el movimiento de objeción e insumisión, así como el movimiento anti-OTAN, podemos hacernos preguntas en torno a cómo imaginar hoy una práctica antimilitarista; a cómo llevar el discurso de la necesidad de la paz a una juventud que va a ser la más perjudicada por el horizonte ominoso de una guerra global y que sin embargo permanece ajena a la realidad, o peor todavía, bascula a posiciones de extrema derecha; a cómo contraargumentar los discursos que hacen apología de la “guerra justa” y de la necesidad de la violencia militar en sociedades que cada vez pueden ocultar menos la violencia colonial, patriarcal y ecocida sobre las que se asienta; a cómo conectar la insumisión al militarismo con las resistencias al machismo y al racismo; a cómo conseguir que permee una práctica destituyente de la militarización social en las capas populares y trabajadoras de nuestra anómica y deprimida sociedad en crisis; a cómo defendernos de las tendencias punitivistas, violentas, autoritarias y sectarias que también empiezan a proliferar en ciertos grupos que se denominan de izquierdas; a cómo comunicar la intersección entre la amenaza bélica y la climática-ecológica… Es este un tiempo oscuro, un tiempo de derrotas, pero no puede ser un tiempo de derrotismo sino de preguntas, de preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, dónde nos perdimos y de cómo repensarnos para encontrar el hilo que nos saque del laberinto. Nos lo debemos, se lo debemos a las generaciones que vienen detrás. Nos jugamos ni más ni menos que la supervivencia colectiva.
(Este texto es fruto de conversaciones mantenidas con compañeros y compañeras del movimiento de insumisión del siglo pasado, el certero título se lo tomé prestado a Carlos Vidaña, este texto a su vez es una aportación al debate colectivo sobre antimilitarismo y la paz, que en torno al próximo solsticio de verano se celebrará en algún lugar de la península, para intentar responder algunas preguntas y plantear otras más fértiles).
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Buen artículo. El ambiente social bélico comenzó en la "pandemia", y la gente, aburrida de la paz y la libertad, y queriendo hacer historia, lo agarró irresponsablemente hasta hoy. Agamben lo explica en su artículo, la guerra y la paz. Las masas covidianistas nos llevan a la debacle. https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2126
Gracias por el artículo, Fernando. Parece que, de nuevo, hay que empezar desde abajo, desde muy abajo. Y, eso sí, coordinarnos.
Hace unos días se hizo viral un vídeo que mostraba cómo un "hombre" agredía con gran violencia a una mujer trans en el metro de Barcelona ante la pasividad de la gente que había alrededor: miraban sin más, como zombies, nadie hizo amago de ayudar a parar la agresión y había muchas ¿personas?.
Si esa es la reacción ante una violencia que se tiene enfrente: ¿qué reacción podemos esperar frente a guerras que quedan lejos?
Somos una sociedad enferma casi podrida.
Espero , deseo, que reaccionemos y que esos pequeños brotes antimilitaristas den paso a una gran movilización y a un despertar que nos devuelva el coraje y la dignidad frente a la violencia y la injusticia que hoy por hoy gangrenan el mundo.