Crisis climática
Colapso, COP y combate

No se puede pretender seguir disfrutando de las mismas y exorbitantes comodidades y esperar que se solucione la crisis definitiva de nuestra época.
Atardecer en la ciudad de Los Angeles desde Mulholland Drive
Atardecer en la ciudad de Los Angeles desde Mulholland Drive. Álvaro Minguito
11 dic 2021 04:58

El pasado 29 de octubre, tuve la ocasión de presenciar en el Ateneo de Cáceres una conferencia del autor Carlos Taibo, quien presentó su más reciente libro titulado Iberia Vaciada: Despoblación, decrecimiento, colapso. Estas últimas dos palabras titulares, para quienes les suena el nombre del jubilado profesor universitario de Ciencia Política, seguramente son sinónimas con su legado académico y su aportación al escenario sociopolítico y económico en los años recientes.

La obra señalada trata de un tema nada desconocido en tierras extremeñas: el despoblamiento de zonas rurales. Pero la lente de Taibo escoge una perspectiva menos común en discursos sobre el fenómeno, situándolo en un contexto global e intricado en la hegemonía del capitalismo tardío.

Si bien el término del colapso puede irritar a muchos por resonar el lema de un percibido alarmismo, el concepto en realidad es algo más matizado de lo que parece. En pocas palabras, para Taibo el colapso de las estructuras sistémicas, tal y como las conocemos ahora, sería la culminación del proceso de decadencia en el que nos hallamos actualmente. Más detalladamente describe el autor algunas características de este, entre las que se destacan por su contemporaneidad “un golpe muy fuerte que trastoca muchas relaciones, la irreversibilidad del proceso consiguiente, [y] profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas”.

Respecto al éxodo rural, cobra sentido entenderlo como fruto de un proceso de decadencia, a la vez que contribuye a acelerar ese mismo proceso

Esta última, en cuanto a nuestra capacidad de satisfacer las necesidades básicas, se ve cada vez más en jaque: incrementada dependencia de —y apuestas por— sistemas de agroalimentación industrial; escasez de agua en tiempos de sequías prolongadas; alza de precio de los alimentos por un sinfín de factores endémicos del capitalismo tardío.

Respecto al éxodo rural, entonces, cobra sentido entenderlo como fruto de un proceso de decadencia, a la vez que contribuye a acelerar ese mismo proceso: pérdida de conocimientos cimentados en modelos económicos que sí tienen por eje la subsistencia y abastecimiento de lo necesario, restando así importancia a la turbia confusión entre necesidad y deseo que tanto influye en nuestros hábitos de consumo.

Dichos hábitos giran mayoritariamente en torno a una intransigencia del paradigma económico predominante, que prescribe el crecimiento incesante como clave para la supervivencia de nuestra sociedad, olvidando el hecho de que los recursos requeridos para sostener el modelo actual son limitados. Ante limitaciones petroleras, se invierte en el fracking y en arenas bituminosas, ambas más contaminantes y menos rentables. Así se exacerban las múltiples crisis de varias magnitudes a las que nos enfrentamos actualmente, encabezadas por supuesto por la menos magnánima de ellas que es el cambio climático.

Al respecto, Taibo subraya la crisis climática, por su carácter desestabilizador global, como principal factor contribuyente a nuestra decadencia. La ciencia advierte claramente que los objetivos numéricos de 1,5 o 2 centígrados son inalcanzables, salvo por una acción mundial drástica e inmediata. Pero, hasta la fecha, “las medidas arbitradas… se antojan, cumbre tras cumbre, manifiestamente insuficientes”. Para constatar, no es necesario ir más atrás que la recién concluida COP26.

Los 503 representantes de la industria de los combustibles fósiles presentes en la conferencia sobrepasaron en número a los delegados de cualquier país participante

Cuando se hizo público el convenio final de la COP26, el llamado Pacto de Glasgow por el Clima, las críticas se lanzaron enseguida por haber suavizado el lenguaje original del borrador que prescribía la “eliminación gradual” de la producción energética a carbón, acordando en su lugar una “reducción gradual”. No ha de extrañar tal moderación cuando tomemos en cuenta que los 503 representantes de la industria de los combustibles fósiles presentes en la conferencia sobrepasaron en número a los delegados de cualquier país participante. Paremos para contemplar lo absurdo que es que ocuparan lugar en la mesa de negociación agentes de la misma industria que “lleva décadas negando y demorando una acción real ante la crisis climática, razón por la que este es un problema tan grande”, según Murray Worth, de Global Witness, ONG que dio la primicia de la historia.

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Normal que aquí se pregunte: ¿qué se puede hacer? Pocas personas están posicionadas para intervenir en la toma de decisiones sobre dejar en el suelo, o no, todos los combustibles fósiles que restan. ¿Entonces? Por ejemplo, y como aconseja el experto en clima Bill McKibben, demandar apresuradamente que las entidades financieras desinviertan en los combustibles fósiles, a la vez que retiremos nuestro dinero de bancos que siguen, o incluso aumentan, su actividad crediticia con empresas claves para la continuada expansión de esa industria (Banco Santander, por ejemplo: véase el informe Banking on Climate Chaos 2021, de Rainforest Action Network).

En términos más amplios de cómo actuar, me atrevo a decir: prepárese, adquiriendo e implementando conocimientos y prácticas congruentes con una mayor autosuficiencia, tanto al nivel individual como colectivo, mientras que reexamine diligentemente qué es necesario y qué excesivo. Lo que no se puede hacer es pretender seguir disfrutando de las mismas y exorbitantes comodidades, y todavía esperar que se solucione la crisis definitiva de nuestra época.

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