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Capitalismo
Juan Ponte: “Si el socialismo va de restaurar una comunidad perdida, el socialismo es una mierda”
Juan Ponte (Oviedo, 1983), actualmente director general de Agenda 2030 en el Principado de Asturias y responsable de formación de Izquierda Unida, acaba de publicar El capitalismo no existe. Necroteología del mercado (Trea Ensayos). Su libro abre un camino de reconvenciones anticapitalistas —de izquierda a derecha— y constituye una brújula valiosa para orientarse en tiempos de incertidumbre. Su libro recoge la batalla filosófica de quien nos invita a pensar la política no como la reconciliación de los santos en la tierra —la revolución la hacen los seres humanos como son. El que quiera armonía celestial, que se vaya al cielo, diría Sacristán—, sino como un ejercicio constantemente abierto y en disputa sin vocabularios finales ni destinales.
Ponte habla sobre los discursos que procuran la armonía mediante la vuelta a la soberanía nacional, la familia o la comunidad, comparte las razones por las cuales considera que el capitalismo no es un individualismo y, entre otras cosas, nos presenta a un Adam Smith distinto al de los manuales escolares. Sus respuestas, siempre atravesadas por sus referencias a Marx o Althusser, nos informan de que el capitalismo arremete contra la propiedad y de que este es incompatible con el liberalismo, así como de que si el socialismo va de volver a una comunidad perdida, entonces, el socialismo es una mierda. Al final de la conversación, a uno no le resulta abrumador, por difícil que parezca, pensar en la emancipación en el siglo de la melancolía.
¿Cuál es el lugar de enunciación del libro? ¿Qué te movió a escribirlo?
Me mueve una preocupación por las articulaciones entre los distintos frentes de lucha que hacen frente a toda forma de dominación. Esta preocupación tiene su raigambre en mi propia participación en los movimientos sociales, sindicales y en la acción política local, en mi caso como responsable del Área de Servicio a la Ciudadanía en el Ayuntamiento de Mieres. Mieres, además de ser cuna del movimiento obrero en Asturias, es un referente territorial del feminismo popular, tal y como muestra que en el anterior ocho de marzo Asturias fuese la única Comunidad Autónoma que descentralizó su protesta desde la capital hasta allí.
El libro empieza fuerte, nada más y nada menos que con una dedicatoria “A los capitalistas de todos los partidos”.
Le doy la vuelta a la dedicatoria que hizo Hayek “A todos los socialistas” en su Camino de servidumbre. Se podría pensar que con esta dedicatoria pretendo corregir al antagonista, pero en realidad hago algo más radical: pretendo transmitir hasta qué punto estamos impregnados del imaginario capitalista. Es una alarma ante la falta de alternativas. En un contexto de crisis civilizatoria no basta ni con ir a la contra señalando el resentimiento de las derechas ni con establecer un catálogo de prestaciones y derechos, lo cual es condición necesaria, desde luego, pero no suficiente. Se trata de establecer, como diría Gramsci, una “fantasía concreta”, poniendo en marcha nuevas formas de vida.
En el libro planteo que uno empieza renunciando al placer y acaba sintiendo placer en la renuncia. Empiezas reprimiendo el deseo y acabas sintiendo un deseo de reprimir. En el capitalismo ocurre lo mismo: comienzas contabilizando el placer, como el tío Gilito, y al final tienes una sensación placentera en el mero hecho de contar. Pero al final esto acaba siendo una operación vacía, hueca y sobre todo, como diría Marx, compulsiva. De lo que se trata es de hacer frente a esa compulsión ciega y muda que es el capitalismo.
Leí tu libro justo después de El tiempo perdido de Clara Ramas. Creo que hay un cruce de lecturas muy interesante entre su idea de que la melancolía es el tono afectivo de nuestra época, y tu crítica a la “arquepolítica” en alza, ese anhelo por regresar a una realidad armónica previa a tiempos decadentes. Ese deseo de 'volver a casa' puede acabar en una defensa de la vuelta a la época de nuestros padres, la familia, la nación, la comunidad, el Estado-nación, la naturaleza… Cada uno tiene su particular paraíso perdido. ¿Qué nos puedes contar sobre esto?
Estos discursos atraviesan tanto a derechas como a izquierdas y se caracterizan por anhelar el retorno a un mismo cuerpo. La arquepolítica es el intento de retornar a una sociedad compacta, maciza, armónica, sin síntomas, en la que todo encaja con todo (totum intra totum). Se trata de un intento fallido en tanto que imposible, pero además tiene unas consecuencias políticas catastróficas, capaces de un “desastre oscuro” en los términos de Badiou. La idea se fundamenta en el mito de la comunidad pérdida, según el cual el individualismo moderno capitalista provocó el desgarramiento de la comunidad primitiva. El individualismo pasaría a ser el pecado causante de la disgregación de la comunidad orgánica, la que no es sino la concreción política del Cuerpo místico de Cristo. Esta idea ya está en la primera Epístola a los Corintios, cuando Pablo compara a los cristianos de la Iglesia con un solo cuerpo.
Cuando Althusser decía que el socialismo “c´est la merdé” lo decía en un sentido totalmente riguroso: si el socialismo es retornar o restaurar una comunidad perdida, eso es la mierda, porque tal comunidad idílica nunca existió ni existirá
Esta concepción mística se infiltró en Pierre Leroux, quién acuñó el concepto de socialismo en 1832, entendiéndolo como un esfuerzo por restaurar la comunidad perdida frente al individualismo capitalista. Cuando Althusser decía que el socialismo “c´est la merdé” lo decía en un sentido totalmente riguroso: si el socialismo es retornar o restaurar una comunidad perdida, eso es la mierda, porque tal comunidad idílica nunca existió ni existirá.
El sentido compartido es una suerte de nostalgia por un mundo perdido caracterizado por las notas de la proximidad y la armonía, algo que se ve muy claramente en los Diego Fusaro, rojipardos, los críticos del globalismo y algunos populistas laclausianos, ¿Por qué Juan Manuel de Prada excita tanto a supuestos izquierdistas? Pues porque a ambos les subyace el mismo esquema ontológico y ambos parten de un idéntico mito contrarrevolucionario. Yo También he leído el libro de Clara Ramas hace poco y comparto su tesis de que estas posiciones (en el capitalismo) no son conservadoras, sino reaccionarias.
En el libro añado que a esta tesis teológica, a la arquepolítica, se le añade una vulgarización sociológica consistente en una contraposición reduccionista entre la Gemeinschaft, es decir, la comunidad orgánica-romántica, y la Gesellchaft, la comunidad mecánica. En COMUNTOPÍA César Rendueles deja bien claro que lo que decían Durkheim o Weber no se corresponde con esta contraposición metafísica: Durkheim sabe que no todo pertenece al reino del individualismo subjetivista y que las sociedades humanas necesitan sistemas cooperativos y proyectos compartidos; y Weber, de un lado, criticaba la distopía de un mundo hiperadministrado sepultado por el cálculo y la predictibilidad, como puede observarse en la metáfora de “fría jaula de hierro”, pero en ningún momento niega que la sociedad esté atravesada por sentimientos cálidos, los cuáles son fundamentales para que esta funcione.
Propones una lectura a contracorriente de la interpretación de que el capitalismo promueve nuestra “individualización”.
Lo que sostengo, para provocar, es que el capitalismo no es un individualismo. Y me acojo a Marx, que en la Sagrada Familia dice que los miembros de la sociedad burguesa no pueden ser átomos en un vacío absoluto. El ser humano es un ser social que ni puede abstraerse de sus condiciones materiales ni puede vivir al margen del resto. Hay que abandonar este planteamiento de que primero había una comunidad, luego se rompieron los lazos sociales y ahora solo quedan átomos.
Aquí quiero dar un recado a ciertos populismos laclausianos: el lazo social nunca se disuelve. Cuando se dice que “el lazo social está en peligro” se está cayendo en un formalismo: la crítica no va de denunciar la disolución de los lazos sociales, los cuales siempre se van haciendo y deshaciendo; la crítica va de analizar qué lazo social está en peligro, de cuál se está desleyendo. Recordemos aquello que decían Marx y Engels sobre la familia en el manifiesto: no son los comunistas los que destruyen la familia, sino que es el capitalismo el que hace que la organización de la familia module y se vaya transformando históricamente.
Un individuo nunca puede ser plenamente egoísta hasta hincharse como un átomo porque siempre está inserto en distintas configuraciones grupales: clases sociales, estilos de vida, cohortes de edad, grupos de estatus, identidades sexuales y de género... El individualismo no existe, existen dispositivos de individualización que intentan convertir contradicciones estructurales en problemas individuales o biográficos. Tenemos un ejemplo privilegiado en el Self-tracking: esto de que llevemos una pulserita que te mide las pulsaciones, la frecuencia cardíaca, los pasos que caminaste, las calorías quemadas, los correos que enviaste o las horas de sueño.
¿Por qué lo consideras un mecanismo de individualización?
Porque se intenta convertir un problema estructural (la sanidad y la necesidad de sistemas de cuidados) en un problema individual. Se nos dice “arreglártelas tú, tienes que ser un emprendedor de ti mismo” o “tú tienes que invertir en tu propia salud”. En esa cuantificación del tú y el yo se busca responsabilizar a las personas que están enfermas de su propia mala salud, pasando a ubicarlos como miembros de una clase degenerada, de voluntad feble y débil. Es una versión actualizada del tópico de la pereza del pobre: el pobre tiene mala salud porque no se cuida y no trabaja, porque es un vago y un holgazán. Si no lo haces tú es tu culpa, cuando en realidad todo esto es una coartada para la privatización de la sanidad pública.
Hay otro ejemplo que me impactó mucho. Lo comenta David Owen, Secretario de Relaciones Exteriores con Tatcher y psiquiatra de formación, que estaba con su mujer y con Margaret Thatcher tomando un café en la Cámara de los Comunes. A la Dama de Hierro se le acerca una de sus electoras, y muy disgustada le comenta que su hijo sufría depresión. Thatcher no solamente no demostró cierta empatía con el dolor ajeno sino que le dijo que la causa de la enfermedad de su hijo era su falta de motivación. La salud mental como problema estrictamente individual. Aquí no hay un individualismo atomizador, sino mecanismos de individualización. No hay una ruptura del lazo social, sino una transformación del mismo.
Dices que “el capitalismo no es un individualismo, sino un dividualismo”.
Si, y para explicarlo me acojo a Marx. Él sostiene que el capitalismo, el capital, fragmenta a los trabajadores absorbiendo la energía de su cerebro, músculos, nervios y manos... En esta crítica se pone el foco en cómo el capital impulsa toda una serie de trabajos parciales que transforman a la clase trabajadora en mecanismos automáticos. Esto es muy interesante si atendemos a que la ideología del emprendimiento juega con la idea de plenitud. El emprendedor es una persona plena. La realidad frente a esto es que las prácticas capitalistas llevan a una parcialización biopolítica de los esfuerzos de la clase trabajadora. Para lo cual, por cierto, es requisito imprescindible el control de su tiempo. Eso es el criterio de medida para la generación de plusvalor. Por eso Marx emplea la metáfora del capital vampiro: el capital no es sino el trabajo muerto que no se anima más que chupando, como un vampiro, el trabajo vivo.
Lo que defiendo es que el libre mercado no es que sea o no deseable, es que es imposible. No existe. La propia expresión o sintagma es una contradicción terminológica. Es como freír nieve
El capital produce dos grandes efectos: primero convierte los cuerpos de los trabajadores en factores de producción (cosificación); y segundo, transforma el tiempo de vida en tiempo de trabajo. Si tu tiempo de vida se transforma en tiempo de trabajo, otros controlan tu tiempo y uno pierde su tiempo de vida. De aquí nace la expresión de “los nada de hoy todo han de ser”. Esta es la batalla política fundamental, por eso la solución no pasa ni por restaurar una comunidad perdida primitiva ni por firmar un nuevo contrato social. Eso es ridículo, “contarse cuentos” que diría Althusser.
En el libro criticas una serie de premisas y dicotomías habituales en el debate político. Me gustaría preguntarte por aquellas que son más propias de las derechas. Se me ocurre la contraposición entre Estado y libre mercado favorable a este último, ¿Por qué consideras engañosa esta dicotomía?
Lo que defiendo es que el libre mercado no es que sea o no deseable, es que es imposible. No existe. La propia expresión o sintagma es una contradicción terminológica. Es como freír nieve. Es como el perpetuum mobile: una máquina que subsiste sin fuentes de energía externa. Esto es imposible porque viola las leyes de la termodinámica. La propia noción del libre mercado al margen de los marcos estatales es imposible, porque Estado y mercado históricamente nacen y crecen juntos, son interdependientes. Los estados son el útero del cual se nutren los mercados y posteriormente son sus progenitores. Hay una relación dialéctica.
Es falso este postulado del izquierdismo infantil de que el capital quiere “privatizarlo todo”
Por otro lado, lejos de que el libre mercado pueda ser una utopía (en tanto que es imposible), esta noción nació manchada de sangre. Para que haya libre mercado tiene que haber “acaparamiento de tierras”, que diría Rosa Luxemburgo, y se necesita que los estados depreden y extraigan recursos materiales. La noción del libre mercado, tan eufórica, nace con las compañías estatutarias que monopolizaban el tráfico atlántico de esclavos entre finales del siglo XVII e inicios del XVIII. Entonces se sustituyen por las empresas privadas que pasan a ejecutar una racionalidad más eficiente en esa mercantilización. También conviene recordar que el libre mercado necesita de infraestructuras aseguradas por el Estado: polígonos industriales, aeropuertos, líneas ferroviarias…Es falso este postulado del izquierdismo infantil de que el capital quiere “privatizarlo todo”. No! El capital quiere transferir costos al Estado para que genere determinadas infraestructuras y así maximizar los beneficios.
Las principales innovaciones científico-tecnológicas de la historia (Siri, las vacunas o las pantallas táctiles) suponen años de inversiones millonarias de estados. No son invenciones de un emprendedor que está en un garaje encerrado. Esto va a la contra del mito del emprendedor: los avances científicos tecnológicos no son fruto de un genio individual, sino de la “inteligencia colectiva”, que diría Marx. Tampoco puede puede haber circulación de capital sin Estados que acuñen la moneda, aunque se transnacionalice como en la UE. También necesitas aparatos ideológicos del Estado para generar hegemonía cultural, y como no, necesitas instituciones jurídicas para garantizar la propiedad privada.
En el libro realizas una distinción entre propiedad individual y propiedad privada. Cuéntanos algo sobre esto.
Una cosa es la posesión o la apropiación de algo y otra cosa es la propiedad. El Estado garantiza que ese algo de lo cual te apropiaste sea tu propiedad privada. Esa es la paradoja: no hay propiedad privada sin derecho público. Adam Smith decía que mientras que no haya propiedad no puede haber gobierno. No. Los materialistas lo que diríamos es: mientras no haya Estado no puede haber propiedad reconocida como tal, porque lo que funda de iure la propiedad, lo que hace valer el derecho de la misma, es el Estado. Por eso la propiedad privada no es un “derecho natural”, como querría Locke.
Hay que decirlo así: el capitalismo es enemigo de la propiedad
La derecha suele ganar la partida a las izquierdas en la reivindicación de la propiedad. Marx, desde la Ideología alemana y sobre todo en el libro I del Capital, distingue entre propiedad individual y propiedad privada. Para este, como para Engels y posteriormente Lenin, el problema de la propiedad privada es que es una propiedad privativa y exclusiva. La propiedad privada (de monopolios, holdings, oligopolios) priva de propiedad a la mayoría y va en contra de la propiedad individual. Hay que decirlo así: el capitalismo es enemigo de la propiedad.
En el libro nos ofreces una visión distinta sobre autores como Adam Smith o John Locke, que aparecen como autores muy lejanos con respecto a un anarcocapitalista al estilo de Juan Ramón Rallo.
Adam Smith no es un capitalista al uso, ya que a lo sumo defiende una suerte de capitalismo agrario muy lejano del capitalismo industrial. Tampoco sería correcto llamarlo “liberal”, dado que el término aparece después de las Cortes de Cádiz. Si uno acude a sus textos (y en esto los trabajos de David Casassas son una referencia) se encuentra con que este defendía limitar la propiedad privada, anteponiendo la “prosperidad de la República a la ganancia de los ricos”, o que también decía que “el rico contribuya a los gastos públicos no solo en proporción a sus ingresos, sino en algo más que en tal proporción”, defendiendo una tributación progresiva. En la metáfora de la mano invisible, que por cierto solo utiliza tres veces en su obra, Adam Smith está, de alguna manera, ironizando. Lo que está diciendo es que la sociedad solo funcionaría si existiera algo así como una mano invisible que hiciera concordar los intereses de todos los comerciantes vanidosos. Complemento mío: la mano invisible es justo lo que no existe. La mano invisible es, efectivamente, la comunidad armónica, un objeto inexistente. La existencia de la mano invisible ha sido asesinada por los hechos.
Hay grandes diferencias entre lo que defendían Adam Smith o Locke, por un lado, y lo que defienden la escuela austriaca (Von Mises, Hayek, Rothbard), la escuela de Chicago (Friedman) o la escuela norteamericana (Gary Becker) por otro. El liberalismo clásico, el del siglo XVIII, intentaba disponer a la sociedad política de un lugar lo más libre posible de injerencias para el mercado. Pretendía preservar un lugar vacío de poder político. Ahora bien, el neoliberalismo es exactamente lo inverso: va de ajustar el poder político de la manera más eficiente a la economía del mercado. El celo liberal clásico se centraba en no gobernar en demasía. La obsesión del neoliberal es radicalmente opuesta: va de cómo intervenir lo máximo y mejor posible en los comportamientos humanos.
Esto se ve en los liberales alemanes (Röpke, Rüstow), siempre fuertemente estatistas, o en el neoliberalismo norteamericano de Gary Becker, fuertemente inspirado en la obra de von Mises. En el caso de Gary Becker, este investiga cómo distintas facetas vitales e instituciones como el matrimonio, los cuidados, la educación o el deporte pueden ser controladas desde el mercado. Se trata de percibir la realidad a través del modelo del homo oeconomicus, es decir, del emprendedor que funciona como una empresa que debe arbitrar individualmente las circunstancias y lidiar siempre con su sádico superyó: “No cojas vacaciones, no desconectes el móvil y sigue trabajando”. Es curioso que esta pretensión neoliberal mantenga una retórica contraria a las políticas públicas, acusadas de pretender controlar todas las variables sociales (gustos, deseos, opiniones…). La tarea de las izquierdas consiste en enfrentarse a toda esta nueva concepción antropológico-política. Por decirlo con Hegel: va de construir otra manera de estar en el mundo.
Hay un auge en las izquierdas de ciertas posiciones que anhelan regresar a la soberanía nacional o a la familia (pienso en Ana Iris Simón, Santiago Armesilla o Roberto Vaquero). Sobre los que defienden el regreso a la soberanía nacional, apuntas a que estos desean retornar a una “vida intrauterina”. Cabría decir lo mismo para los que desean volver a la comunidad o a la familia (“izquierda cipotuda”).
La “izquierda cipotuda” es una expresión que robo de Ángel de la Cruz, compa de IU. Esas formas vuelven a empalmar con el mito de la comunidad perdida como mito contrarrevolucionario cristiano. En el fondo lo que están pidiendo a gritos es la vuelta de, perdonen la pedantería lacaniana, el Otro uterino. Buscan estar bien resguardados, calientes y alimentados en el útero. Lo vemos clarísimo cuando se enfrentan a las amenazas de la globalización. Es una suerte de mitologema apotropaica: una especie de protección y talismán frente a la desviación artificial de su identidad prístina y la pérdida de su inmunidad esencial. A mi juicio, esta suposición ingenua metafísica, de que se puede retornar a una soberanía inmaculada, armónica, apenas conflictiva es, nuevamente, una cosa que nunca existió, ni existe ni existirá.
Háblanos sobre los que quieren volver a la soberanía nacional frente al “globalismo”.
La dicotomía entre soberanía nacional y globalización está mal planteada. La globalización exige nutrirse constantemente de los estados nación para su existencia. De hecho cada vez hay más estados-nación. Eso a lo que llamamos globalización es más una recomposición de los estados en bloques regionales, pero para nada significa un debilitamiento de los estados. Los estados, inmiscuidos en su propia dialéctica, siguen existiendo y son cada vez más fuertes.
los supuestos azotes del globalismo anhelan una fetalización psíquica colectiva
Por un lado hay una especie de escenario cosmopolita en el que hay una confluencia armónica de todos los estados, como si fueran un manto protector. No hay un marco cosmopolita y armónico de intereses estatales. Ahí lo que hay es una lucha de Estados. Por otra parte también critico esa especie de intentar retornar a la vida intrauterina de la soberanía nacional. Ese deseo de “retornar a casa”, si se me permite otra pedantería, ese deseo de permanencia in útero, se activa en el miedo a lo desconocido, a lo unheimlich. Esto es muy faltoso pero es así: los supuestos azotes del globalismo anhelan una fetalización psíquica colectiva. Intentar volver a la soberanía nacional es un poco como cuando los gremios a principios del siglo XIX intentaban luchar por volver al tiempo perdido.
En el libro aportas una visión no estatalista del Estado. Hablas de apostar por la colaboración público-comunitaria.
Critico el fetiche de la colaboración público-privada, el cual significa socializar pérdidas y privatizar de manera encubierta beneficios, regando convenientemente de fondos y de subvenciones a instituciones privadas. Ultimamente Mazzucato está criticando muchísimo el negocio de las consultorías privadas, lo que tilda como “la gran estafa”. Desde mi propia experiencia propiamente municipal, lo que defiendo es la colaboración público-comunitaria.
Defiendo estar dentro, en contra y más allá del Estado
!Que no es lo mismo que estatalizar!
!No! Parto de la crítica que hacía Marx a la burocracia en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: el Estado “es un espantoso organismo parasitario”, “es una boa constrictor”. Lo firmo, lo suscribo y lo he vivido. Defiendo estar dentro, en contra y más allá del Estado. Hay que estar dentro porque creo en la política institucional como un altavoz de las demandas y deseos populares. En este sentido no soy movimentista. Pero hay que estar en contra, inoculando un virus con una lógica que vaya a contracorriente del ritualismo burocrático. El ritualismo burocrático que pasa en las administraciones públicas hace que lo único importante sea cumplir satisfactoriamente el procedimiento formal. Claro que hay que cumplir los procedimientos porque queremos vivir en Estados garantistas de derecho. Solo faltaba. Pero el ritualismo burocrático inhibe el contenido. Y resulta que a lo mejor el contenido de ese procedimiento es que una persona no esté en la puta calle, casos de sinhogarismo, problemas de vivienda, de malnutrición, casos de violencia de género... No defiendo un socialismo o un comunismo libertario que solo se base en el procomún al margen de los Estados. Defiendo una colaboración público-comunitaria. El Estado tiene que ser hospitalario, un facilitador.
¿Estás de acuerdo con que una de las tareas de las izquierdas en las instituciones es producir sociedades civiles más vigorosas, esto es, contribuir a un mayor tejido asociativo? ¿Vamos por ahí?
Vamos por ahí si. El Estado tiene que ser un “facilitador activo”. En esto sigo a Mazzucato: un Estado activo es aquel que no sigue los dictados de las consultorías privadas. No miro a nadie, pero una estrategia industrial de una comunidad no la puede determinar una consultora privada. Porque eso es la ausencia no ya de la política (impolítica), sino de democracia. Si una consultora privada dictamina la estrategia industrial de un país, no hay democracia.
Los proyectos políticos han de tener el apoyo de las administraciones públicas con iniciativa comunitaria, insisto, que a veces dejamos el lenguaje al enemigo. Decimos siempre iniciativa privada. No. Perdiste la batalla. Hay que habar de iniciativa comunitaria y de fortalecer el tejido cultural-asociativo. Pero con esto no quiero caer en lo que Mark Fisher llamaba política folk: esto de hablar de lo horizontal y lo comunitario obviando la necesidad de grandes inversiones y de un Estado. Esto va, como diría Luciana Cadahia, de construir una República de los cuidados: un Estado plebeyo que se oponga opuesto a lo público-oligárquico.
Esto no va sólo del mantra de “nacionalizar los sectores estratégicos”. Que yo estoy de acuerdo con esto. Determinemos cuáles son estratégicos y nacionalicémoslos. Pero ahí, siguiendo a Raymond Williams, si no hay socialización del poder, si no hay democratización de la organización del trabajo, esto es una ficción jurídica y por tanto tampoco hay democracia. Esto es mucho más complejo que nacionalizar los sectores estratégicos (condición necesaria, pero no suficiente): va de democratizar los procesos de organización del trabajo.
Sobre la participación ciudadana. Yo fui concejal de participación ocho años. Sin transferencia de poder esto también es una ilusión. Vale, nos damos voz, visibilizamos, pero si no hay transferencia de poder no vale para nada. Entonces solo podemos dibujar un futuro alternativo y diferente desde la colaboración público comunitaria, desde el procomún articulado con los Estados. Se trata de dibujar un futuro alternativo diferente, de mostrar, con toda la carga que tiene el término para Rancière, que existe un futuro.
En el libro criticas a esta idea de que la familia es un “rompeolas del delirio globalista”, ¿Qué nos cuentas sobre estas creencias en la familia como zona de confort no-capitalista?
Vuelve a ser el esquema metafísico de la comunidad primitiva a la que hay que retornar. Lo que antes comentábamos como un retorno a esa comunidad, vía intrauterina, en la que todos estamos bien reconfortados, alimentados y calientes. Parte de la izquierda piensa que la familia está resguardada del capital, que es un “rompeolas del capital”, que la familia nos protegería de los estragos que este genera.
La familia es un laboratorio del capital y todas las prácticas del emprendimiento se inoculan en la familia. El neoliberalismo entiende la familia como un bastión moral, como un baluarte del tejido político. La familia es el lugar en el que los cuidados y las tareas de dependencia corren a cargo de las mujeres. Es un espacio que también está dominado por la masculinidad. Es el área clave de la reproducción social (alimentación, salud, vivienda, educación), y por tanto, es la condición necesaria para el trabajo productivo. En términos estructurales: si no hay cuidados y relaciones de dependencia en el hogar y en la familia, no hay reproducción del capital. Por eso Betty Friedan decía que podía llegar a ser un “campo de concentración”.
No hay ni paz del terruño, ni abrigo de los soberanos, ni seguridad del Leviatán. No hay armonía preestablecida.
No es una esfera separada ni armónica. Por mucho que la piensen como un regreso a casa.
El regreso a casa es el útero. No se puede contraponer entre el hogar y lo otro. Tenemos que remover el par refugio-temor. Ese par establece la demarcación entre la protección de lo familiar y la desviación de su identidad, la comunidad como refugio y la remoción de su presunta armonía, la fortaleza del Estado y el desleimiento de su soberanía, el equilibrio dinámico del mercado y la perturbación de su orden espontáneo… En el libro uso la metáfora de la Casa Usher de Poe para advertir de que en el hogar ya hay fisuras, lo que pasa es que son apenas perceptibles. Dice Poe que solo el ojo de un observador atento puede apreciar la fractura que ya estaba ahí. Lo primero no es la armonía, sino la fractura, la hiancia y el desajuste. No hay ni paz del terruño, ni abrigo de los soberanos, ni seguridad del Leviatán. No hay armonía preestablecida. Es imposible una política sin fisuras, sin rasgaduras, sin refracciones. Y, por supuesto, también es catastrófico. Todo anhelo de restaurar una comunidad en la que todo encaje con todo manda a la democracia al sumidero de la basura.
Ahí podríamos recuperar las lecturas del psicoanálisis: cuando tú pretendes colmar un objeto suele ser profundamente decepcionante. Nunca se colma.
Porque ese objeto no existe. Porque es una distorsión imaginaria tuya, porque no hay objeto perdido. No puedes recuperar un objeto que supuestamente perdiste, porque ese objeto, tal como tú lo piensas, nunca existió. Esa comunidad abrigo, rompeolas, refugio, útero, no existe, ni existirá ni existió. Lo que tienen que hacer las izquierdas es plantear otros encuentros. No es regresar o volver, sino construir desde el presente con perspectivas de futuro. Lo que nos jugamos no es definir un nuevo conjunto de prestaciones y derechos, lo que nos jugamos es dibujar una nueva forma de vida. No hay cosa más material que esta.
Aquello que decía Marcelino Camacho de “¿Cómo se reivindica el derecho a huelga?: haciendo huelga”. ¿Cómo se reivindica la libertad? Liberándose de las estructuras de dominación que nos laceran.
En tanto que ningún actor político puede acabar de culminar su proyecto, todo proyecto político es un fracaso en potencia, algo que choca con los discursos victoriosos de cualquier actor político a considerar. Fracasos en potencia iluminándose con imágenes de victoria. ¿No estamos hechos para perder más que para ganar?
Todos los que tenemos una cierta influencia de Lacan pensamos que toda la vida son pérdidas (se ríe). Ontológicamente quienes tienen miedo a perder están perdidos. Cuando Lacan dice que todo son pérdidas nos habla de que no hay ninguna armonía originaria que debamos preservar. Lo que comparten esas izquierdas y derechas es que tiene que haber lo que los griegos denominaban Arkhé: un principio, un orden, un fundamento. Es la posición del tío Gilito, del estreñido, del que todo lo retiene, del que busca y anhela la armonía. Pero una cosa es la pérdida y otra cosa es la derrota. No todo son derrotas. Históricamente hay acontecimientos emancipatorios que ponen en solfa el orden determinado existente y el reparto establecido de funciones. Es cuando irrumpe la parte de quienes no tienen parte, o como diría Jean-Luc Nancy, “la comunidad de quienes no tienen comunidad”. Es importante saber que no todo son derrotas y que, al fundarse nuevas formas de vida, estas volverán a someterse nuevamente a otros repartos de funciones. Y así hasta que desaparezca el planeta. No hay final feliz. No hay telos.
Ahora, que no haya final feliz no significa que no haya victorias. Hay momentos en los que se fundan nuevas instituciones y colectivos de igualibertad. Y nosotros aquí tenemos que dar la batalla. La derecha habla desde el resentimiento, no desde la libertad, porque la libertad es enemiga de la obediencia. La libertad es no someterse a déspotas: ni a la dictadura de los mercados ni a la burocracia de los Estados. La libertad es el no sometimiento a poderes arbitrarios. La libertad se consigue liberándose. Aquello que decía Marcelino Camacho de “¿Cómo se reivindica el derecho a huelga?: haciendo huelga”. ¿Cómo se reivindica la libertad? Liberándose de las estructuras de dominación que nos laceran. Lo contrario de la libertad no es la necesidad (como para los kantianos) sino la obediencia.
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Estuve en su presentación en la Voragine de Santander. Una de las críticas que se le formularon al autor es el llamativo título, claramente con la intención de captar atenciones. Atenciones que no se merecen cuando se conoce la tesis sobre la que gira su disertación, a saber: Contra lo que parecen defender, las teorías de los economistas clásicos necesitan de un estado para realizarse. En fin, el autor parece haber descubierto las tesis del Estado mínimo ultraliberal y, tal parece haber sido su asombro, que ha tenido que escribir un libro sobre el asunto. En fin.
El "socialismo ya hace mucho tiempo que se entregó a las tesis neoliberales, dejando por tanto, de ser socialista, y como se dice en el artículo se convirtió en una mierda. La prueba del rechazo a un partido como UP, porque nos va a llevar a las tesis (no sovietistas), sino a las del comunismo humano y bastante suavizado, le quitan el sueño a algunos próceres socialistas, y al poder que ellos defienden se le aflojan los esfínteres. Estamos en el socialismo del todo es objeto de Mercado, incluso los derechos ciudadanos más palmarios.