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Caza
La caza en la mirilla
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
Música grandilocuente, planos de ciervos, búfalos africanos y alces superpuestos con imágenes de cazadores apuntando con rifles. Una voz en off comienza a narrar. “La caza fue, desde los albores de la humanidad, una de las razones que impulsó al hombre a viajar”. La música baja de intensidad, melodía intimista de piano. Plano en el que un hombre acaricia su escopeta. Imágenes de perros de caza, hombres ataviados con ropas de camuflaje, paseos por el monte y fogatas campestres. “Hoy, siguiendo el espíritu de nuestros antepasados, también viajamos a nuevas latitudes en busca de nuevas aventuras cinegéticas”. Y cierra: “En lo más profundo de nuestro ser, seguimos siendo cazadores nómadas”.
En la introducción de este vídeo sobre la caza de jabalíes y perdices en la isla de Córcega de la revista Jara y Sedal y el fabricante alemán de armas Blaser se concentran algunas de las ideas, o tópicos, que rigen el mundo de la caza: amor a la naturaleza y a la ruralidad, pasión por las armas, exaltación del pasado humano como cazador-depredador y compañerismo campestre. Es la imagen que se ofrece desde esta revista, medio de bandera del sector que tomó el nombre del histórico programa de La 2, hoy convertido en vocero del lobby cinegético. Entre reportajes sobre el mundillo y notas de promoción de armamento, en esta publicación se cuela una buena tanda de artículos contra la Ley de Bienestar Animal o noticias de corte amarillista con titulares estilo “Las manifestaciones anticaza fracasan: en algunas ciudades no había quien sostuviese la pancarta” o “Así miente sobre los perros de caza Sergio García Torres, el impulsor de la ley animalista”. Son ideas y formas de proceder que esta publicación comparte a menudo con asociaciones del mismo ámbito y con unos partidos conservadores y ultraconservadores que buscan alinearse con el sector cinegético y las patronales rurales, y equiparar los conceptos de caza y mundo rural.
La visión opuesta la encarna un largo elenco de organizaciones contrarias a la práctica cinegética, desde el sector animalista —más radical en sus corolarios— hasta organizaciones clásicas del ecologismo, defensoras de un medio ambiente en equilibrio. Es un mundo que rechaza al cazador, a menudo tachándolo de sanguinario, y enarbola la idea de que amor a la naturaleza y disparar a animales son dos conceptos que no pueden casar. En estas filas, como ocurre en las procaza con temas como la proliferación de cotos intensivos y los vallados cinegéticos, hay también disensos: muchos colectivos animalistas no aceptan los principios ecológicos que dicen que hay que eliminar de un ecosistema a una especie considerada invasora por romper el equilibrio ecológico, por poner un ejemplo.
El sector cinegético mantiene que genera un 0,3% del PIB, una cifra que Theo Oberhuber califica de “ciencia ficción”
El último encontronazo entre estas dos concepciones ha sido a colación de la Ley de protección, derechos y bienestar de los animales, aprobada en febrero en el Congreso. Si bien esta es pionera en España y “afortunadamente tiene muchas cosas interesantes”, como señala Theo Oberhuber, histórico militante anticaza y coordinador del área de Conservación de Ecologistas en Acción, el último pulso lo ganó el sector cinegético. Pese a que la plataforma No a la Caza, que aglutina a más de 350 entidades, organizó protestas en 44 ciudades, haciéndolas coincidir con la cita anual que convocan cada año contra la caza, la enmienda del PSOE que sacaba de la protección de la ley a las razas de perros utilizadas en la práctica cinegética salió finalmente adelante con el apoyo de toda la derecha y pese al enfado de Unidas Podemos. La Real Federación Española de Caza —una organización que no ha respondido a las peticiones para participar en este reportaje—, nada más conocerse la noticia, sacaba un comunicado valorando “muy positivamente” la exclusión de estos animales de la ley.
A pesar del guiño del PSOE, que según Oberhuber es una “cesión a la presión del sector cinegético y a los sectores del partido más alineados con él” —véase los gobiernos autonómicos de Castilla-La Mancha y Extremadura—, la caza está en horas bajas. Si bien no es posible conocer el número real de cazadores, en 2001 se expidieron 1.099.856 licencias, mientras que en 2020, último año del que hay datos, fueron 678.483 según el Anuario de Estadística Forestal 2020 del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (Miteco). El número es de 743.650 en 2019 si se quiere sacar de la ecuación al atípico año de la pandemia. Es una reducción del 38% en el primer caso, o del 33% si se prefiere el segundo. Y eso a pesar de la puesta en marcha en 2015 de la licencia interautonómica, que permite esta práctica en ocho comunidades autónomas. Por su parte, la Encuesta de Hábitos Deportivos 2022 del Ministerio de Cultura y Deporte también muestra ese descenso: si en 2015 el 2,9% de la población española había practicado la caza, en 2022 el porcentaje baja al 2,1%, con amplias diferencias entre hombres y mujeres (en 2022 la practicaron el 3,5% de ellos respecto al 0,5% de ellas). En total, la cifra real de cazadores, según las fuentes consultadas para este artículo, rondaría entre los 300.000 y 500.000, pues muchos de los aficionados a esta práctica suelen tener más de un tipo de licencia.
“No hay duda de que pierde adeptos”, lamenta Juan Delibes. Quinto hijo del escritor e icono del mundo cinegético Miguel Delibes, quien escribiera Diario de un cazador o Los Santos Inocentes, este biólogo al que la vida reconvirtió en periodista especializado en caza, y en amante de esta, vincula el declive a varios factores. Primero, “la vida ofrece a los jóvenes muchísimos más alicientes que cuando yo era un chaval”. Luego, el éxodo rural ha hecho mella en una práctica que se realiza en el campo. Además, habla de la variable generacional: “Los cazadores cada vez somos más viejos y no tenemos relevo”. Y, por último, un cambio de paradigma social. “Es indudable que la sociedad moderna ha vuelto la cara a la caza”.
Juan Delibes, divulgador e hijo del escritor: “Yo no cazo por placer ni por disfrute, yo cazo por instinto”
Desde la Fundación Artemisan, una entidad procaza formada en 2016 por las principales organizaciones del sector ante el creciente rechazo social a la caza —desde la que exigen a este medio poder grabar la conversación para dar la entrevista—, Carlos Sánchez, director de investigación de la misma, apunta principalmente a la pérdida de población rural y a ese cambio de imagen del que habla Delibes. “Hay entidades contrarias a la caza que proyectan una imagen a la sociedad, y a alguien que no conozca el campo le pueden influir”.
Las conciencias ecologista, animalista y antiespecista han ganado adeptos en un mundo acosado por las crisis ecológica y climática, mientras posturas como la de Sonia Álvarez, portavoz del nodo madrileño de la plataforma No a la Caza (NAC), se han expandido. En su opinión, “una persona que ama a la naturaleza y a los animales no debería ni matarlos ni provocar desastres naturales”. Y para los cazadores lanza una acusación: “Ellos aman a los animales que les interesan hasta que les pegan un tiro. Es la excusa que ponen, pero se cae por su propio peso”.
Juan Delibes dice no entender este tipo de afirmaciones. “Yo no cazo por placer ni por disfrute, yo cazo por instinto, porque creo que conservo el instinto, que también han tenido grandes biólogos y conservacionistas”. Cita al naturalista Félix Rodríguez de la Fuente; al fundador de la estación biológica del Coto de Doñana, José Antonio Valverde; y a Charles Darwin, entre otros. “Tengo un instinto que es el mismo que han tenido tus padres, tus abuelos, nuestros ancestros… toda la humanidad hasta anteayer. Es el animalista que ahora odia la caza el que debe razonar y pensar: toda mi familia y mis ancestros han sido cazadores”.
Sea con amor o con odio, lo que ambos bandos aseguran defender es la biodiversidad. Pero saber si la caza es positiva para los ecosistemas no es tarea fácil. “No es posible responder a esa pregunta con un sí o un no. Y te la contrarresto con otra, ¿la agricultura contribuye a tener ecosistemas sanos y ricos? Pues depende”. Depende del tipo de agricultura, o de caza. Así lo explica Beatriz Arroyo, bióloga y vicedirectora desde 2011 del Instituto de Investigación de Recursos Cinegéticos (IREC), adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. “El hecho de cazar no contribuye necesariamente de forma positiva, pero tampoco tiene por qué contribuir negativamente si es sostenible”, continúa. El problema es que en España, al contrario que en otros países, la caza está mayoritariamente asociada a gestión cinegética, y teniendo en cuenta que se puede cazar en el 85% del territorio, lo que se haga allí es clave para la salud del campo. Más si se tiene en cuenta que, como señala Oberhuber, “lo que se hace en terrenos de caza tiene influencia sobre más territorio, prácticamente el 90% del Estado”.
“Somos un país cuyo sector cinegético es muy activo en gestión si lo comparas con los países escandinavos, o con muchos sitios de Estados Unidos, que consideran más la caza como una actividad en la que yo salgo al campo a lo que me encuentre”, apunta Arroyo. Y, nuevamente, esta gestión artificial del campo —que incluye desde la plantación de cultivos para alimentación y cobijo de especies hasta la suelta de animales, pasando por la transformación del campo o la alimentación supletoria— es positiva o negativa según qué se haga. “Una gestión que promueve tener muchos ciervos y jabalíes en momentos en que tener muchos ciervos y jabalíes es negativo, pues positivo no es; y una que haga medidas agroambientales para promover las perdices tendrá efectos positivos en otros sistemas. Y todo depende también de la escala”.
Beatriz Arroyo, sobre la caza intensiva: “Ecológicamente hablando, sostenibilidad ninguna. Eso es ganadería”
Entre tanta inconcreción hay hechos claros. A nivel general, casi todas las poblaciones de especies de caza mayor —los animales más grandes— están aumentando, mientras que las de caza menor están declinando. “Es una generalización, pero la tendencia es esa”, explica la experta. Este declive se asocia principalmente a pérdida de hábitats e intensificación agrícola, además de a la caza. Así, siempre en términos generales, “si trabajas en la promoción de especies de caza menor puede ser positivo”, apunta Arroyo. Pero la gestión de esos cotos es muy dispar: “Hay algunos que son extraordinarios, auténticas joyas, pero hay otros muchos que no”. La falta de datos y estadísticas hace muy difícil tener un mapa real de qué se está haciendo y saber si el respeto por la biodiversidad es lo que prima en los montes donde se permite la caza. Y si bien los cotos intensivos, a nivel de territorio, son muy minoritarios —hay 837 de un total de 32.187 cotos, que ocupan algo más de medio millón de hectáreas frente a los 42 millones de terrenos cinegéticos, según datos del Miteco— también es cierto que “en muchos de los que no son oficialmente intensivos se hace una gestión que tiende a intensiva”, señala la bióloga.
Tampoco hay duda en un hecho: las poblaciones animales, con el tiempo, se autorregulan. “Si viviera en un mundo, digamos, ideal, en algún momento los jabalíes, por poner un ejemplo, se acabarían autorregulando porque terminarían limitándose por las condiciones de alimento, etcétera”, explica Arroyo. El problema es cuánto tarda en llegar ese momento, además de que la intervención humana es omnipresente. Y eso tiene consecuencias para los humanos y para el propio ecosistema. “El equilibrio puede tardar 15 o 30 años en llegar, y entre medias tampoco sabes qué se van a liquidar. Si trabajas en gestión de fauna, sabes que eso lo tienes que gestionar ahora”, añade.
Este es uno de los caballos de batalla de los cazadores: aseguran que la caza es sostenible porque ayuda a controlar la superpoblación de algunas especies, pero desde el ecologismo no aceptan ese axioma. “No sirve para controlar las poblaciones”, afirma Oberhuber. “Por mucho que pensemos que el ser humano va a actuar como depredador, es falso, y en la caza mayor esto es mucho más evidente: prima el trofeo, que es el animal más grande, más rápido, más veloz, mientras que un depredador buscaría los más débiles”. Resalta casos como los del ciervo o el conejo, animal este último cuyas poblaciones han descendido un 90% en los últimos 70 años en la península Ibérica, lo que ha motivado la creación de un programa europeo de conservación LIFE, del que se benefician especies mucho más amenazadas como el lince ibérico. “O hay muchos conejos en una zona o prácticamente han desaparecido”, señala Oberhuber. Es una opinión que comparte Sonia Álvarez: “Los animales se autogestionan, no existe la superpoblación de forma natural”. Esta activista acusa al sector cinegético de provocar esa abundancia de ciertas especies. Además, tanto el portavoz de Ecologistas en Acción como la de la Plataforma NAC remarcan un dato. Como señala el primero, “si la caza sirviese para controlar las poblaciones, no tendrían que estar haciendo repoblaciones cinegéticas”. Solo en 2020 se soltaron en España 2.285.038 animales, según recoge el Anuario de Caza del Miteco. Principalmente son aves de caza menor —el 94%—, la inmensa mayoría perdices. Se da la circunstancia de que las poblaciones de perdiz roja silvestre, calificada en el mundillo como la reina de la caza menor, se han reducido en un tercio en los últimos 20 años en España, según datos de la propia Fundación Artemisan.
Las cifras económicas de la caza son otro de los terrenos de batalla. Artemisan publicaba en 2016 su informe Evaluación del impacto económico y social de la caza en España. En él se afirma que en dicho año la caza generó un gasto de 5.470 millones de euros, lo que se tradujo en 6.475 millones de euros de Producto Interior Bruto (un 0,3% del PIB nacional). También que el sector generó 45.497 empleos directos y contribuyó al mantenimiento de otros 141.261. Oberhuber, sin embargo, califica el informe de “ciencia ficción”. “Son unas cifras elevadísimas, que no tienen ninguna base ni sentido. Según ellos, todos los bares de los pueblos dependen de los cazadores”, denuncia el portavoz ecologista.
Carlos Sánchez, de la Fundación Artemisan: “Hay entidades contrarias a la caza que proyectan una imagen a la sociedad, y a alguien que no conozca el campo le pueden influir”
Donde podría haber un principio de acuerdo entre los bandos enfrentados es respecto a la proliferación de las granjas cinegéticas. “Hay un porcentaje pequeño de caza bastante cara, industrial, comercial y de bote, que es mucho menos compatible con la conservación”, señala Juan Delibes. Se refiere a una caza intensiva, basada en la suelta de animales criados en granja, una modalidad que se está incrementando con los años y que él, como cazador, rechaza. Solo en el último lustro se han soltado entre dos y tres millones de animales al año, según la Estadística Anual de Caza del Miteco, mientras que en 2020 se criaron en granjas cinegéticas 1.182.378 animales.
Se trata de una modalidad, la de la caza intensiva con animales soltados para la ocasión —a menudo cercados—, que, además, incrementa exponencialmente los problemas medioambientales. “Desde mi punto de vista, ecológicamente hablando, sostenibilidad ecológica, ninguna”, afirma la investigadora del IREC. Y añade: “Eso es ganadería. La caza, por definición, se entiende como la extracción de un recurso natural renovable en el campo de forma natural, no sobrealimentado”. “Muchas veces para que existan perdices de granja tienen que hacer un control de predadores a lo mejor excesivo porque las perdices de granja son muy tontas y nada más echarlas se concentran todos los zorros y se las comen”, relata Delibes. Asimismo, la suelta de animales de granja trae otros problemas, como el aumento de carga parasitaria que tienen los animales criados de forma intensiva o las hibridaciones genéticas, algo que afecta especialmente a la perdiz.
Desde la Fundación Artemisan si bien apuestan por la caza silvestre, no rechazan la de granja. “Esta surge como respuesta a la incapacidad del medio ambiente de producir estos animales para la caza. Nosotros defendemos que si hay determinados contextos, tanto ecológicos como económicos, en los que se necesita caza de granja, se pueda utilizar, pero evidentemente con una regulación, unas limitaciones y un estudio y una monitorización de qué es lo que pasa”. Para Ecologistas en Acción, sin embargo, la falta de control es uno de los problemas. “La caza ha cambiado mucho porque ahora los cotos se gestionan mucho más y se invierte mucho más dinero para sacar rentabilidad a corto plazo. A nivel de repoblaciones cinegéticas se invierte mucho, lamentablemente con un escasísimo o nulo control de esas granjas”, señala Oberhuber. Al contrario de lo que opina Delibes, quien cifra la caza intensiva en “menos del 10% del total”, el portavoz ecologista habla de un progresivo proceso de intensificación y artificialización de la caza: “Sigue existiendo la caza del cazador que sale, se pone a patear y caza lo que buenamente pueda, pero va perdiendo peso”.
Según cuenta Delibes, quien defiende que la mayoría de las personas que disparan a animales en los cotos son “cuadrillas y amiguetes de pueblo” alejados de la caza-negocio, su padre, escritor icónico del mundillo, habría rechazado estas prácticas intensivas, pero también la oposición que se está generalizando en la sociedad a la caza. “Hay que cazar lo que sobreabunda y proteger lo que escasea”, defiende. No es algo que se vea con buenos ojos desde el ecologismo y el antiespecismo. “Lo sostenible es que la caza desapareciera”, defiende Sonia Álvarez. Es algo similar a lo que plantea Oberhuber, quien podría aceptar alguna batida “muy puntual” para hacer alguna reducción de población por algún peligro o problema, pero en ningún caso para controlar una población, puesto que considera que no es eficaz para ello. “Podría existir una caza sostenible, que nunca ética, si estuviese regida por criterios científicos —continúa—, pero eso es algo que no he visto en ningún sitio”.
Medioambientalmente sostenible o no, ética o no, cada año la Estadística Anual de Caza del Ministerio registra en torno a 20 millones de capturas, lo que supone alrededor de 50.000 toneladas de animales muertos. Una cifra que podría ser muy inferior a la real, pues los datos a menudo dependen de la voluntad de los gestores de cotos. Es un terreno, el del hecho de matar, donde el acercamiento no parece posible. “La caza a mí me parece sanguinaria y totalmente innecesaria, y si surge algún problema siempre hay una solución que no pase por la sangre”, defiende la portavoz de la plataforma NAC. Son palabras tachadas de radicales tanto por el responsable de la Fundación Artemisan como por Delibes, quienes defienden que el amor a la naturaleza y el disparar a algunas de sus creaciones es perfectamente compatible. Sea como fuere, el debate está servido.
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Hablo desde el campo. Sobrina, nieta y vecina de cazadores, los conozco demasiado bien y sé que la conservación de especies o del medio ambiente no les preocupa lo más mínimo.
Matar por matar. Subidón de adrenalina. Sentirse Rambo por un rato...
Perros -herramientas- condenados a una vida de padecimientos inimaginables.
NO a la caza.
Desde el momento en el que la caza se regula por la oferta y la demanda, deja de ser ecológicamente eficiente. No se puede dejar la gestión del medioambiente en manos de la demanda de gente que entiende de escopetas, munición, ropa de caza o todoterrenos, pero no saben nada de Naturaleza.
La crítica y el rechazo a la caza también la hacemos personas que vivimos en el campo y vemos cómo lis fines de semana, durante tres meses al año y alguno más vienen a pegar tiros y matar animales porque sí, porque no lo necesitan para comer, porque su "instinto" de violencia y muerte se lo dicta.
Podrían cazar perdices a mano y a la carrera, pero lo hacen con escopetas que es más fácil y hacen más ruido: que todos se enteren de que ahí hay un "hombre"
Y provocan contaminación acústica que sólo desean ellos
Y dejan un rastro de cartuchos con plomo y metales que quedan contaminan tierra, agua y animales
Y dicen ser benefactores al eliminar sobrepoblacion de, por ejemplo, jabalíes...pero esa función la cubren, cuando les dejan, los lobos...
Y así podríamos seguir argumentando personas que vivimos en el campo :
MÁS LOBOS Y MENOS CAZADORES
Parece claro que desde el mundo urbano se hace un crítica global a la caza que es traída normalmente desde el desconocimiento de la realidad rural y la idealización del campo. A parte de la polémica sobre el control de animales a falta de depredadores naturales, si hablamos de caza mayor, lo cierto es que el impacto de la vida urbana, sus formas de alimentación y transporte son mucho más importantes de lo que parece. Si hablamos de muerte de animales no en manos de sus depredadores naturales, más que los propios cazadores, que cazan tres días a la semana durante tres meses y medio al año, matan las carreteras, las infraestructuras, los aviones, los trenes, las plantaciones, los vertidos, las basuras o los cultivos intensivos. Se trataría entonces de que tod@s somos responsables de la pérdida de biodiversidad, sobre todo si vivimos en las ciudades más que en el campo, así que apliquémonos el cuento y si queremos parar la pérdida de biodiversidad hagamos sacrificios personales mayores en conjunto y dejemos de señalar a un colectivo que no es necesariamente peor que el otro.
Decir "yo cazo por instinto" es el mismo razonamiento estúpido y falaz que el de un acosador sexual, o el de un asesino cuyo instinto fundamentalista, racista, homófobo o supremacista justifican sus ideas criminales. No a la caza en el campo en la Enseñanza y en la Televisión.