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Centrales nucleares
Cierre de las nucleares y comienzo de la gestión eterna de sus residuos
Estamos acostumbrados a que, cuando describimos la actividad industrial de una central nuclear para producir electricidad, solo veamos el edificio al lado de unas torres cerca del mar, de un pantano artificial o de algún río. Pero la realidad fabril no es esa tan aparente. Siempre tendremos que contabilizar las tres fases que todo el ciclo completo de una central nuclear pone en funcionamiento. Una primera, anterior a la llegada del combustible, en la propia instalación (siempre ocultada), una intermedia de funcionamiento (operaciones de rutina, las denominan de manera irónica) y una fase final, de cierre, que consiste en su desmantelamiento y gestión de residuos radiactivos (procesos de los cuales se desentiende la propia industria que los ha producido).
Para poner en marcha una central nuclear (da igual en España que en cualquier otro lugar del mundo) arranca todo un ciclo complejo (extracción, molturación, lixiviación, conversión, enriquecimiento, transporte, fabricación del combustible), muy alejado de ese edificio que, a diferencia de cualquier otro, está custodiado por la guardia civil.
Energía nuclear
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Una cadena de producción que comienza con un importante tráfico, con redes de transporte internacional, desde la extracción del mineral (uranio natural) y el enriquecimiento del mismo hasta su conversión en las pastillas de uranio enriquecido en el interior de cada país concernido. Por tanto, toda una sucesión de operaciones, tan dispersa geográficamente como ocultada, sin la cual ninguna central nuclear podría funcionar.
Sin tener que recordar la procedencia del mineral de uranio (Rusia y Kazajstán, por ejemplo, en el caso español), en esta primera fase previa, imprescindible, nunca podremos afirmar que la industria eléctrica nuclear no sea fuente de emisiones de gases efecto invernadero. Aunque lo pinten de verde como hace la industria del átomo en Francia, la cual esta totalmente vinculada a su origen nuclear militar y a la extracción de uranio en países africanos. En esa estela de reverdecimiento ha entrado un tinglado pronuclear español (ya se denominen, consultores, asesores, fórums) que incluso se autodenomina verdes y ecologistas, con la intención tan torpe como insolente.
En definitiva, se tiene que extraer el uranio, transportarlo y prepararlo como concentrado para ser útil en una central por un cierto tiempo, ya que hay que renovarlo asiduamente. Y, por tanto, de manera continuada genera un desecho altamente radiactivo, los residuos que ningún Estado en el mundo ha logrado solucionar.
El cierre de una central nuclear, por tanto, no es la clausura fabril definitiva, queda un largo proceso de desmantelamiento (en torno a 15 años) y un paso intermedio de gestión de los residuos de alta actividad en cada central (60 años) hasta que se disponga de un almacén único bajo tierra
El cierre de una central nuclear, por tanto, no es la clausura fabril definitiva, queda un largo proceso de desmantelamiento (en torno a 15 años) y un paso intermedio de gestión de los residuos de alta actividad en cada central (60 años) hasta que se disponga de un almacén único bajo tierra. Y por supuesto, estos últimos procesos, también suponen una gran fuente de emisiones de gases efecto invernadero.
Un final es el comienzo de un largo período para su desmantelamiento escalonado y una eterna gestión de sus residuos. Desde luego, el loby pronuclear también oculta esta última fase, tanto desde el punto de vista laboral en cada zona (también medioambiental) como desde el punto de vista de la seguridad requerida a nivel nacional.
¿Todavía hay alguien que se atreva a decir que mantener en funcionamiento las centrales nucleares es la solución al empleo laboral o a la emergencia climática?
Los residuos radiactivos, altamente mortales, se deben almacenar según su grado de persistencia letal para los humanos, entornos y generaciones venideras. Los residuos radioactivos de alta se deberán tener en un lugar seguro nada más y nada menos que 1.000.000 años, temporalidad imposible de imaginar (¿de cuántos siglos estamos hablando?), y fuera de nuestro alcance a fin de albergarlos en un lugar seguro sin que pueda afectar y expandir su poder letal a nivel mundial.
¿Nos va a salvar el prolongar un siempre precario funcionamiento de unas centrales con graves defectos técnicos y de seguridad? La central de Almaraz, por ejemplo, tiene más de 2.700 incidentes recogidos en un informe de Adenex en los últimos 40 años
Y cuando nadie conoce qué hacer con ese legado envenenado ―que la guerra fría impuso a la industria eléctrica civil― resulta que ahora, una vez pactado el cierre escalonado de la nucleares entre el Gobierno y las empresas propietarias, la producción eléctrica de origen nuclear pretende llegar a ser la salvadora del cambio climático. Es evidente que en dicha propaganda mediática solo contemplan el edificio fabril; es decir, el funcionamiento rutinario de los reactores en cada central, mal llamado vida útil (¿las centrales tienen vida?), y como no se atreven a construir ninguna nueva, pues ningún mercado mundial les asegura los 10.000 millones de euros necesarios, plantean prolongar algunos años la producción en las actuales.
¿Nos va a salvar el prolongar un siempre precario funcionamiento de unas centrales con graves defectos técnicos y de seguridad? La central de Almaraz, por ejemplo, tiene más de 2.700 incidentes recogidos en un informe de Adenex en los últimos 40 años...
¿Nos va a salvar el nuevo prototipo mejorado de reactor nuclear generando más y más residuos radiactivos potencialmente mortíferos? ¿Hace falta recordar los más de 120 accidentes en el mundo algunos, la gran mayoría ocultados en su momento y siempre silenciados por sus consecuencias dañinas allí donde se instalaron? Y que no nos vengan con el mismo discurso hipócrita, que solo con los incidentes y accidente graves la industria del átomo aprende de si misma. Las normas postfukusihima y sus exigencias en seguridad hacen imposible su cumplimento en el parque nuclear español, y en Francia se han dado diez años para conseguirlo.
Energía nuclear
Donde hay una central nuclear la biodiversidad está en riesgo
Por esto, la responsabilidad política del actual Ministerio de Transición Ecológica es clave y firme: el cierre del parque nuclear español ya se pactó de manera escalonada (de sus cinco centrales, desde 2027 al 2035) y comienza un nuevo período (tan largo como el actual de funcionamiento) de desmantelamiento, gestión y adecuación geológica de los residuos radiactivos. El 7° Plan General de Residuos Radiactivos (diciembre 2023) establece plazos, financiación y prospectivas futuras de una industria que cuando cierra no lo hace definitivamente, necesitando todo este siglo para ello.
Miremos a Francia, único país con graves problemas de funcionamiento de todo su parque nuclear. Su dependencia del átomo ―civil y militar― es tan enorme que aun su tecnología de última generación fracasa una y otra vez impidiendo que se desarrollen adecuadamente las energías renovables, más baratas, limpias y, por supuesto, con un alto porcentaje de reciclaje de sus residuos nunca mortíferos en el grado que las nucleares lo producen (de un panel fotovoltaico ya se recicla más del 80%). Y, desde luego, España no compra energía eléctrica a Francia, como bien se conoce a través de los informes de Red Eléctrica de España.
¿Acaso no estamos comprobando en estos días que, sin funcionar cuatro centrales nucleares, la potencia instalada renovable en España nos permite incluso abaratar los precios de la electricidad?
Repetimos una vez más: las centrales nucleares dependen de un uranio a extraer, transportar y enriquecer muy lejos de su puesta en producción; los accidentes, y los continuos incidentes son tan habituales que ya los denominan rutinarios, de igual manera que lo son las dosis radiactivas emitidas tanto a la atmósfera como por vía fluvial; los residuos radiactivos no se reciclan y cuando lo hacen es para su uso militar; el cierre definitivo crea nuevos trabajos de manera inmediata.
Fukushima nos lo sigue recordando de una manera muy tozuda. Aquella catástrofe del 11 de marzo del 2011 todavía continua. No solo se están evacuando miles de metros cúbicos de agua radiactivas al mar (1,3 millones hasta el año 2050), sino que todavía se ignora el estado de las 880 Tn de combustible fundido a fin de poderlas extraer definitivamente.
¿De qué nos va a salvar, el intentar prolongar unos años más las centrales nucleares potencialmente dañinas, inseguras y cuyos residuos letales tendremos que ocultar bajo tierra durante siglos?
¿Acaso no estamos comprobando en estos días que, sin funcionar cuatro centrales nucleares, la potencia instalada renovable en España nos permite incluso abaratar los precios de la electricidad?