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Turismo
¿Cómo reducir nuestro impacto como turistas? Parte 1

Comenzaremos el artículo con un spoiler: este año el Estado español volverá a batir el récord de visitantes extranjeros y se mantendrá la gran incidencia del turismo en el PIB y en el empleo.
Sin embargo, en los últimos tiempos, estos datos ya no tienen una percepción tan positiva para la ciudadanía. Las, cada vez más recurrentes y masivas, movilizaciones en los territorios afectados por los impactos del turismo ponen en cuestión un modelo que, además de generar grandes afecciones ambientales, impacta contra las condiciones de vida de una parte importante de la población.
Múltiples son los impactos de este sistema depredador, la ocupación de espacios naturales o dedicados a la agricultura para poder establecer todo tipo de infraestructuras relacionadas con el uso turístico, la sustitución de viviendas por pisos turísticos u hoteles en los centros de las ciudades, el cambio, en éstos, de los negocios tradicionales por establecimientos destinados a los visitantes, la masificación del espacio público o de los servicios…
Todo ello ha cambiado la configuración de las ciudades, sobre todo de aquellas a las que se considera «ganadoras» en esta competición por el turista. Transformación que comienza en los barrios más céntricos o atractivos, pero que se extiende como mancha de aceite, que desplaza a la población local y que genera «parques temáticos», constituyendo un fenómeno clave en la insostenible subida del precio de la vivienda, que se va trasladando hacia la periferia.
Además, la riqueza generada por el turismo se distribuye de forma muy desigual, siendo acaparada, sobre todo, por los grandes intermediarios, como las centrales de reservas de plazas hoteleras y de apartamentos turísticos, y por las grandes compañías aéreas, las cadenas de hoteles, de establecimientos de hostelería…
En cuanto a los puestos de trabajo que se crean, en muchos casos (como la gran mayoría de las camareras de pisos, son estacionales y precarios, fruto de la necesidad de garantizar grandes beneficios a las empresas empleadoras, a la vez que se ofrecen precios asequibles en la competición por el turista. Aparte, la especialización turística a la que han sido sometidos diversos territorios, hace que predominen los empleos asociados a esta actividad, quedando muy reducida la opción de desarrollar otras profesiones.
Tampoco nos podemos olvidar de las consecuencias ambientales de este modelo por el uso indiscriminado del transporte aéreo, cuyas emisiones tienen un impacto importante en el calentamiento global, por la destrucción de hábitats naturales, la presión a los que son sometidos los recursos hídricos de las zonas más turísticas…
Todos los impactos anteriores se han ido intensificando a partir de la denominada «democratización del turismo», con la que, gracias a una oferta con precios más asequibles (con la irrupción de las compañías aéreas de bajo coste, los apartamentos turísticos…), una parte importante de la población puede viajar de forma habitual. Sin embargo, también hay que ser conscientes de que, aún en este caso, existen muchas personas cuya situación económica les impide viajar, y que al tratarse de una oferta global, la atracción de turistas procedentes de países con mayor renta, hace que los precios suban, y puedan volverse inasequibles para la población local.
Lo dicho queda sintetizado así por Belén García de la Torriente, autora del informe Turismo en ciudades, editado por Ecologistas en Acción, «el turismo compone, como muy pocos productos del mercado global, el retrato de una sociedad al límite de la congruencia y en conflicto con sus necesidades reales. Juega con las emociones, los sentimientos y la identidad y ofrece plenitud mientras produce miseria, publicita perfección cuando envenena ecosistemas».
Aparte, como indica Salomé Preciado Díez, co-coordinadora del Área de Ecofeminismos de Ecologistas en Acción, si analizamos estos impactos con una perspectiva de género, vemos que «los procesos de turistificación, si bien afectan a la población en general, perjudican de manera significativa al día a día de las mujeres en particular» por distintos motivos, como la desaparición de los espacios comunes, que atendiendo a los roles de género, son ellas las que mayor uso hacen de ellos, por la precarización del sector servicios, que afecta en mayor medida a las mujeres migrantes, o por la incidencia en el ámbito turístico de violencia sexual en espacios festivos y de ocio.
La respuesta desde las instituciones a este malestar social es variable, aunque las iniciativas de aquellas más comprometidas no pasan de la implantación de tasas turísticas, la regulación de los pisos turísticos, o de la intención de apostar por un turismo «de calidad», es decir, más elitista. Pocas iniciativas que se propongan pinchar el globo y pongan sobre la mesa la necesidad real de establecer límites al número de visitantes y apostar por otras actividades alternativas que supongan un desarrollo más sostenible y equitativo.
UN TURISMO MENOS CONSUMISTA
Por ello, ahora que se acerca el verano, el periodo vacacional más importante del año, nos planteamos ¿qué podemos hacer para disfrutar de las vacaciones, al menos, reduciendo las consecuencias negativas que generamos?
Como Belén García de la Torriente indica, «el viaje, como otros consumos, se convierte en un elemento igualador en apariencia, su adquisición va psicológicamente unida al afianzamiento de un ideal del yo y de la libertad personal, que se materializa en la adquisición de un objeto o un viaje y no en el disfrute mismo del objeto o la experiencia».
Esos hábitos consumistas, que tenemos muy interiorizados y que se acentúan aún más el protagonismo que cobran las redes sociales, que impulsan actitudes de exhibición y exposición, unidas al fenómeno que denominábamos «democratización del turismo», han generado un modelo de bajo coste, dirigido al consumo de «la experiencia», a base de continuas escapadas, con estancias cortas a destinos más o menos lejanos, que inevitablemente acaban masificados.
Ante tal situación, como siempre que hablamos de minorar el impacto de nuestro consumo, debemos partir de la necesidad de reducir y de desterrar esa conducta consumista de acumulación de lugares visitados. Reducir el número de destinos, los sellos en el pasaporte, los kilómetros recorridos… Pero todo, sin que necesariamente esto deba ir acompañado de reducir la duración de las vacaciones o el disfrute.
Y es que, este modelo consumista, que queda definido por el selfie hecho en el breve espacio de tiempo en que se visita cada punto emblemático del destino, difícilmente puede satisfacer los distintos deseos que nos empujan a irnos de vacaciones, o a hacer turismo: descanso, desconexión de la rutina, conocimiento de otros lugares, de otras culturas…En este sentido se expresa Pau Kokura, miembro de Canviem el Rumb, la plataforma por el decrecimiento turístico de las islas de Ibiza y Formentera, «el turismo actual, contrariamente al relato, juega en contra de la idea del descanso. La vecina no puede descansar por el jaleo que hay en su barrio, ¡pero es que la turista vuelve a casa más estresada de lo que se fue! Defender el derecho al descanso es defender más vacaciones para la clase trabajadora, y, por tanto, estancias más largas, recuperación de los pueblos de los antepasados, vertebración del territorio en tren. Las “escapadas” son la forma más contaminante e irracional de turismo».
UN TURISMO MÁS LENTO
Si partimos de que las vacaciones son un periodo en el que disponemos de más tiempo libre, éstas nos dan la posibilidad de poder destinar tiempo a cosas que a diario no podemos hacer, como descansar, estar con gente a la que no vemos a menudo, pasar más tiempo con la familia, colaborar con algún proyecto que nos interesa… Cualquiera de estos fines puede apoyarse en un viaje, o no, pero en cualquier caso, el viaje no debería ser el fin, sino la herramienta que nos ayuda a disfrutar de ese tiempo, y el destino debe ser el que mejor se adapte a ello.
Kokura subraya «mi propuesta es pasar del “a donde” al “¿para qué? ”», y añade, «cuando viajas para recuperar tu salud mental y física o para abrazar a personas que quieres y que añoras, el destino es lo de menos. Lo de “visitar personas y no lugares” me lo comentó un amigo, también activista, y es algo que tengo muy presente desde entonces».
Si nuestra intención es huir del frenético ritmo de la rutina diaria, tendremos que apostar por un ritmo más lento, por un turismo lento que nos de tiempo para compartir con los demás, para descansar, para pensar, para observar, para leer e incluso para huir de los estímulos constantes que nos ofrece el teléfono móvil. Para ello, es importante ser creativos a la hora de organizar las vacaciones, buscando ritmos que permitan el disfrute frente al «turismo enlatado», donde todo viene determinado por un programa muy homogéneo a cumplir bajo la premisa de aumentar el número de lugares visitados en el menor tiempo posible.
De acuerdo a ello, y sea cual sea el deseo que nos motiva a viajar, probablemente obtendremos mayor satisfacción con viajes destinados a conocer entornos más cercanos, a los que podamos llegar en tren o en autobús, en lugar de avión, que aun siendo menos exóticos, nos ofrezcan mayor tranquilidad al encontrarse menos masificados, más fácil conocimiento de la cultura o la gastronomía local al ser lugares que no están dominados por las grandes franquicias globales o los negocios destinados al turismo. Viajes, que además pueden ser menos costosos, con lo cual, en algunos casos, permiten estancias más largas.
Para visitar esos entornos más cercanos y movernos a otro ritmo, puede ser una buena opción realizar un viaje colectivo en bicicleta. La bici te permite ir despacio, parar, saludar, escuchar y compartir, fomentando un conocimiento real de los lugares que se visitan, a la vez que se crean vínculos importantes con las personas con las que se viaja.
Con la misma idea, también queremos señalar los beneficios que nos produce estar en contacto con la naturaleza, que según indican distintos estudios, aumenta nuestro bienestar físico y mental. Por ello, puede ser un factor a tener en cuenta a la hora de planear nuestras vacaciones, aunque siempre evitando la masificación de los espacios naturales y actuando con mucho respeto. En tal caso, los pueblos, de nuestros ancestros u otros, pueden ser lugares interesantes, donde además probablemente ejerzamos un impacto económico positivo. Allí, en ciertos casos, podemos disfrutar de temperaturas más agradables, estar en contacto con la naturaleza, disfrutar de ritmos pausados, auténticos y variados, acercarnos a distintas actividades relacionadas con la producción de alimentos, podemos conocer las tradiciones y la gastronomía local, los niños y niñas pueden disfrutar de mayor libertad que en la ciudad…
Como otra opción, las vacaciones también pueden servir para colaborar con un proyecto en el que creemos, para visitarlo, para hacer un voluntariado… Experiencia, que además de poder estar asociada a conocer otros lugares, también lleva consigo un proceso importante de convivencia. Convivir con gente afín, o todo lo contrario, en situación muy diferente a la nuestra, puede resultar muy enriquecedor.
Por último, una recomendación de Kokura «un viaje se disfruta mucho más si te tomas un tiempo previo al viaje para leer, aprender e imaginar. La visita a la biblioteca del barrio en busca de guías o novelas situadas en ese sitio es una buena manera de disfrutar de un viaje incluso antes de empezar».
Sirva lo dicho hasta ahora como una serie de reflexiones para, como decíamos, practicar un turismo de menor impacto, pero también un turismo que nos satisfaga más y que incluso pueda calar en nosotros, frente al modelo de acumulación de destinos que sólo genera, con cada foto, efímeros momentos de satisfacción, con su correspondiente chute de adrenalina generador, como cualquier compra, de adicción.
En un segundo artículo, reflexionaremos sobre aspectos más concretos a tener en cuenta para reducir nuestro impacto como turistas, como ¿qué destinos elegir?, ¿dónde alojarnos?...