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Contracultura
Secaderos, comunismo ácido y cine del cuidado
Durante el verano, quienes vivimos en ciudades colonizadas por el turismo en los territorios del sur, no nos queda otra que buscarnos la vida (en todos los sentidos) en medio de lo que parece una realidad sin alternativa: el calor y los alquileres suben, la explotación hostelera también y las ruedas de los trolleys corren desde y hacia las viviendas extraídas por Airbnb con más fuerza que nunca en esta época del año, como el eco de una guerra sónica sutil pero persistente que continúa sin que lo advirtamos. Resistimos en un entorno que sentimos que ya no nos pertenece como territorio de enunciación colectiva, salvo en ciertos momentos de escape y fuga, también reapropiados por el capitalismo, como ejemplo, toda una serie de festivales que la mayoría de las habitantes del territorio no nos podemos pagar.
Pero en medio de toda ruina siempre surgen brotes y flora salvaje: los encuentros, las fiestas improvisadas, determinados agenciamientos en el centro social o conversaciones que parecen no terminar nunca, son todavía algunos de los territorios de resistencia, como aquellos solares verdes en medio de nuestras ciudades, espacios aún vacíos que miramos con una especie de nostalgia anticipada: «¿cuánto durará?».
La película Secaderos, de la directora granaína Rocío Mesa, también llegó en verano como una feria que viene a interrumpir, a rasgar las subjetividades y a seguir haciendo teoría en medio del realismo capitalista. Una película que no viene a representar, que no es simplemente reductible a una pieza de «fantasía», sino que invade y constituye por sí misma las realidades a modo de teoría-ficción, entrelazándose con nuestra forma de ver y pensar el mundo, y por tanto de actuar en él de forma situada.
Esta película también contribuye —en paralelo a por suerte cada vez más numerosas producciones culturales desde nuestros territorios— a reparar y a sanar una herida, dado que las personas que habitamos los territorios andaluces hemos crecido asumiendo una identidad dañina producida desde la industria y la hegemonía cultural: los cuerpos siempre serviles, el acento siempre ignorante, los territorios siempre dispuestos a recibir y atender turistas, los ecosistemas cada vez más menguantes y al servicio de la especulación. Todo ello aderezado con el impacto creciente e individualizante del neoliberalismo en el que encontrar un trabajo que nos absorba la energía vital o formar una familia siguen siendo deseables o inevitables para much*s.
Cine
“La gente no conoce directoras de cine y hay muchas”
Secaderos es capaz de poner todo ello patas arriba huyendo del mero contenido y del recurso fácil, a través del ensamblaje no inocente de historias, de elementos fantásticos que se funden con lo real a través del cuidado: la posibilidad un cine que no representa sino que piensa-con, que interlocuta, que hace memoria con los hilos del presente, que «toca» y conmueve tejiendo entre territorio, avance y desposesión capitalista, crisis de cuidados, subsistencia, ansias de expansión y exploración de otras vidas y mundos posibles desde la perspectiva de l*s niñ*s, adolescentes y ancian*s.
Brigitta Kuster, teórica de estudios culturales poscoloniales, llama «cine del cuidado» a ese cine que «comprende prácticas de solicitud y reparación en el sentido amplio de una crisis social y simbólica de re/producción entre humanos, pero también entre humanos y mundos extrahumanos o no humanos» en el que «las fabricaciones especulativas [...] permanecen así en estrecho diálogo con la historia del repertorio de imágenes del cuidado: se centra desde una perspectiva histórica en las relaciones de las posiciones generizadas y racializadas del trabajo doméstico, el cuidado y la preocupación por los niños, los ancianos y los enfermos, para cuerpos y subjetividades no soberanas.»
Hay una entidad no humana principal que es transversal a todo el filme: un monstruo hecho de hojas de tabaco, el cual no sabemos si es producto de las fantasías o del ácido, recorre las historias con una presencia casi espectral, invitando a seguirle a no se sabe muy bien dónde, recordando a l*s espectador*s que otros mundos más allá del capitalismo son posibles en este mismo, que ya pueden estar sucediendo…
En el texto Comunismo ácido. Introducción inconclusa, Mark Fisher explica como la implantación del realismo capitalista (la creencia acérrima de que no hay alternativa al capitalismo y sus formas de vida impuestas) fue fruto de un duro esfuerzo de represión y desmemoria de la imaginación y potencialidades surgidas en las décadas de 1960 y 1970, como si de un «exorcismo del espectro de un mundo que puede ser libre» se tratase. Nos habla de esa izquierda que no supo aliarse con los reclamos de la contracultura, finalmente absorbida y administrada por los espacios del comercio capitalista, derivando en la sustitución de la construcción colectiva y emancipatoria de la libertad por una concepción neoliberal, es decir, no una libertad respecto del trabajo, sino a través del mismo.
Tanto la defensa del territorio de subsistencia mediante la alianza entre un grupo de niñ*s y el monstruo, como la expansión de los imaginarios, no desligados del cuidado y los afectos mediante el viaje de LSD de una adolescente, nos recuerdan a las posibilidades abiertas del comunismo ácido (inconcluso o no) con el que Mark Fisher nos dejó: «Comunismo ácido es el nombre que le di a este espectro. El concepto de comunismo ácido es una provocación y una promesa.
Es también una broma, pero una broma con un propósito muy serio. señala algo que en un momento parecía inevitable, pero ahora aparece como imposible: la convergencia de la conciencia de clase con la autoconciencia feminista y la conciencia psicodélica, la fusión de nuevos movimientos sociales con un proyecto comunista, una estetización sin precedentes de la vida cotidiana. [...] Se puede detectar la estampa de un “mundo que puede ser libre” en las mismas estructuras de un mundo del realismo capitalista que hace que la libertad sea imposible». Una provocación que nos incita a reinventar el pasado, conjurar futuros en el presente, exorcizar el neoliberalismo de la contracultura e invocar la «revolución social y psíquica de una magnitud casi inconcebible» por venir.
La película Secaderos, de la directora granaína Rocío Mesa, también llegó en verano como una feria que viene a interrumpir, a rasgar las subjetividades y a seguir haciendo teoría en medio del realismo capitalista.
Un espectro recorre la devastación provocada por la mercantilización de las subsistencias y los ecosistemas humanos y más que humanos, las vidas encapsuladas por el individualismo, la familia y el hogar nuclear serializado. Ese espectro, comunismo ácido o monstruo de hojas de tabaco, es un estado aliado y alterado de la conciencia que se asienta en la convicción de que esos otros mundos son posibles aquí y ahora, y no en un más allá siempre futuro, donde (re)articular el presente y reapropiárnoslo en una nueva atmósfera subsistencial.